Serie: ¿Quién es Anna?

Estreno en Netflix.


El mundo de los delincuentes, de mayor o menor enjundia, parece ejercer una rara fascinación para el público yanqui: baste recordar títulos como Bugsy, El lobo de Wall Street, El fundador, La gran estafa americana, Barry Seal, Gold... títulos en los que tipos infectos perpetraban crímenes de toda laya; eso sí, todos relacionados con el cuello: unos porque eran de cuello blanco, y otros porque cortaban directamente el cuello (de otros, se entiende...).

Esa extraña pulsión, cuando menos excéntrica, es la que parece animar esta por lo demás interesante miniserie ¿Quién es Anna?, título quizá demasiado explícito para el original Inventing Anna, que vendría a ser algo así como “Inventando a Anna”, la historia basada en hechos reales de una mujer de 25 años, Anna Sorokin, de origen ruso, emigrada con su familia en su infancia a Alemania, y posteriormente a Estados Unidos, donde en Nueva York y otras grandes ciudades embaucó, defraudó y estafó a bancos, inmobiliarias, aseguradoras, hoteles, tiendas de ropa, etcétera, durante varios años, haciendo creer que, con el nombre de Anna Delvey (Sorokin en ruso por lo visto es como García en España...), era la heredera de un millonetis germano. Cuando la tal Anna Sorokin es detenida y enviada a la cárcel por fraude, estafa y otros cuantos delitos del mismo jaez, una periodista de la revista New York, Vivian Kent, cree ver ahí un tema realmente interesante; en contra del criterio de sus jefes, que quieren que se dedique a investigar sobre el #MeToo, Vivian, que está embarazada de seis meses, decide prestar todos sus esfuerzos a encontrar la verdad en esa historia en la que la chica Anna dice ser quien lo que, según todos los indicios, no parece ser. La primera entrevista con la nueva reclusa le suscita dudas, y comienza a tirar de los hilos de sus contactos, de sus amigos y relaciones, para ver quién es realmente Anna...

La miniserie está basada, más o menos libremente, en el artículo titulado How Anna Delvey Tricked New York's Party People (“Cómo Anna Delvey engañó a la gente fiestera de Nueva York”), publicado en la revista New York por la periodista Jessica Pressler. Pressler, por cierto, actúa como coproductora en la miniserie, con lo que está claro que no se dice nada que ella no quiera contar. En este sentido, resulta curioso que, al margen de la obsesión creciente y finalmente absoluta en la que se convirtió el caso de Anna Delvey para Pressler, su alter ego Vivian Kent aparece en la serie como una mujer para la que su embarazo y su bebé ocuparon (no sé si el tiempo verbal es el correcto...) un segundo plano, siendo benévolos, en su vida, durante el tiempo que invirtió en la investigación de lo que había de verdad o de impostación en la existencia de Anna Sorokin; vale decir en su vida desde entonces, porque en este 2022 está prevista la publicación de un libro de nuevo sobre el mismo tema, titulado Bad Influence: Money, Lies, Power, and the World that Created Anna Delvey, así que seguimos con lo mismo...

La creadora y productora de la miniserie es Shonda Rhimes, autora de éxitos comerciales de la televisión como Anatomía de Grey, su título más conocido y longevo (iniciado en 2005, cuando se escriben estas líneas, en 2022, aún están grabándose nuevos episodios), y está claro que tiene su sello: temática polémica, muy relacionada con el mundo de la mujer, y con incidencia importante de afroamericanos (como la propia Rhimes). Aunque la puesta en escena ha sido encargada a varios realizadores, cinco en total (entre ellos David Frankel, el director del film El diablo viste de Prada, con el que esta miniserie tiene algunos puntos de contacto), lo cierto es que hay una evidente unidad de estilo, que siempre es ágil, dinámico, moderno, con muy buena factura, con exquisito acompañamiento musical compuesto con frecuencia por bonitas y marchosas canciones, con utilización de hermosos y elegantes paisajes de Nueva York, Paris, Los Ángeles, Ibiza o Marruecos, entre otras localizaciones.

Es cierto que conforme va avanzando la serie va mejorando en interés, se va haciendo más amena al ir conociendo progresivamente a Anna, mientras que el primer capítulo, hasta que entra en materia, se hace un tanto pesado. A través de la investigación de la periodista se irán rellenando los huecos sobre el enigma Anna. El relato se hace centrándose en cada capítulo en uno de los personajes del entorno de la estafadora, desde sus amigas (o que creían serlo...) hasta sus relaciones millonetis, pero también su abogado defensor, un hombre que también se obsesionó con el caso y al que casi le costó el matrimonio esa obsesión, como a la propia periodista.  

Cada capítulo se inicia con un rótulo, que aparece de forma cada vez distinta y cada vez de manera más original, que dice irónicamente “esta historia es totalmente cierta, menos las partes que son totalmente falsas”, recordando los viejos letreros en los créditos que buscaban evitar las querellas judiciales, pero que aquí parece tener más bien un corte descriptivo del tipo de obra ante el que estamos, a la vez real porque se basa en hechos ciertos, pero también con la adecuada dosis de ficción para hacer más intrigante la historia, que ya de por sí lo es.

Porque ¿Quién es Anna?, a través de la investigación de la periodista embarazada hasta la boca, es la historia de una joven vulgar aunque imbuida de una supuesta superioridad que hizo creer a mucha gente, de alta cuna y de baja cama (gracias, Cecilia), que ella era realmente quien no era, una rica heredera cuyo padre había puesto a su nombre un fondo fiduciario de 60 millones de dólares; con ese supuesto aval, su gusto por las prendas caras y costosas, y una osadía digna de mejor causa, embaucó durante años a tirios y a troyanos, a papafritas pero también a ricachones, gente que debería haber visto pronto que aquella heredera era más falsa que un Rolex comprado en un top manta.  

Porque lo cierto es que la tal Anna Sorokin utilizó algunas de las debilidades típicas del ser humano (y más, me temo, si es norteamericano...): para los pobres, la fascinación por la clase, por el dinero, por la apariencia de pertenecer a la clase dominante; para los ricos, porque vieron en su forma de comportarse atisbos de que, efectivamente, era uno de los suyos. En el fondo la estafadora era, sin duda, una tía muy inteligente, que supo ver los resquicios del sistema para, siendo una advenediza, una “parvenu”, como dicen deliciosamente los franceses, vivir una vida de lujo, ostentación, derroche, y estar “peligrosamente cerca” (como se dirá, en frase casi lapidaria, en el juicio) de hacerle una jugada de trilero de 40 millones de dólares de nada a bancos, fondos de inversión y bufetes de abogados, que se suponen deberían ser algo más listos que esta tipa con más cara que espalda.

Porque lo curioso es que, al margen de su impostura, Anna Sorokin era desconsiderada con los más débiles, una persona sin escrúpulos, despectiva, arrogante y fatua: un regalito que apostaba por el elitismo cuando ella era una proletaria más.

En España, hace unos años, se hizo popular, por decir algo, un tipo de entonces 20 años al que la pequeña historia del latrocinio y la picaresca española conoce como “El pequeño Nicolás”, un imbécil que se creía lo que no era y, contando con cierta labia, una cara de hormigón armado y la ingenuidad del personal (incluyendo los que se supone tienen el colmillo retorcido), consiguió algunas hazañas tales como hacerse pasar por enviado del rey de España, siendo escoltado por la Policía que, extrañamente, creyó que aquel tipo con cara de bobo y de cantamañanas tenía algún cargo de alta responsabilidad en el gobierno. Pues esta Anna Sorokin se puede decir que fue una “pequeña Nicolasa”, solo que a ella no le iba solo figurar, que también, sino sobre todo pegarse la vida padre sin que le costara un dólar, aunque ello supusiera hundirle la vida a sus ¿amigas?

En el fondo, la miniserie no deja de ser una acerba crítica sobre eso que ahora llaman  los socialité (lo que quiera que sea ese palabro), gente de mal vivir que aparenta ser lo que no es, viviendo del cuento y de los papanatas que se lo creen, con mucho glamour, mucha tontería, mucha idiotez.

Anna Sorokin era, entonces, un piquito de oro, una embaucadora de manual, de la que a lo largo de la miniserie nos iremos enterando del grado de dureza como de pedernal de su rostro, y lo que seguramente es peor, cómo tanto tío con tropecientos másteres y peritos en desentrañar estafas cayeron en las sucesivas trampas (no sé si saduceas...) que ladinamente les tendió. Una narcisista manipuladora, en definitiva, que ignora que los demás tienen sentimientos, con un cierto tic de Asperger, aunque no demasiado desarrollado, dotada de armas de destrucción masiva como el lloriqueo y el chantaje emocional, que le dieron muy buenos réditos, una mujer para la que la imagen lo era todo, que retransmitía su vida por Instagram (en eso no era muy original, no...), llegando a ser tildada irónicamente por la juez como una “Barbie de juzgado”.

Un par de detalles antes de terminar: sorprende un cierto discurso no sé si llamar feminista, que viene a decir que las mujeres también tienen derecho a desfalcar. El otro es que nos parece encontrar, sorprendentemente, una mirada favorable hacia esta mindundi que se creía lo que no era y arrambló con todo y con todos en su impostura… Qué daño ha hecho Breaking bad...
 
Producto costeado y muy bien facturado, solventemente narrado y con una puesta en escena plena de elegancia, su tema es la impostura y la facilidad con la que alguien inteligente, inescrupuloso y descarado puede engañar no solo a los pobres infelices, sino también a los ricos millonetis que se creían muy listos.

Buen trabajo interpretativo, en especial de Julia Garner, a la que vimos en un papel diametralmente opuesto en la estupenda The assistant. La protagonista absoluta, Anna Chlumsky, nos parece con frecuencia un tanto sobreactuada, aunque hay que reconocerle el mérito de mantener sobre sus hombros prácticamente toda la historia.


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¿Quién es Anna? - by , Apr 21, 2022
3 / 5 stars
Una “Pequeña Nicolasa”