Rafael Utrera Macías

El centenario del nacimiento de Luis García Berlanga se ha convertido en un acontecimiento cinematográfico que está discurriendo a lo largo del presente 2021; una diversidad de actos culturales sobre su filmografía, la proyección de muchos de sus títulos tanto en ciclos de entidades públicas como privadas, la publicación de nuevos ensayos sobre algunas de sus obras maestras, la reedición de títulos, unos en visión global de su cinematografía, otros en nueva versión de sus más significativas entrevistas, exaltan el genio, la figura y la obra de un personaje singular al tiempo que una persona entrañable.

Al homenajear desde Criticalia a tan eximia figura de nuestra cinematografía, hemos preferido anteponer unas aproximaciones a su genio y figura motivadas por haberlas vivido en memorables momentos donde tuvimos la oportunidad de compartirlas con el autor de El verdugo, circunstancias de las que este cronista guarda inolvidable recuerdo. Este es el motivo por el cual hemos titulado nuestra colaboración “Berlanga, de cerca, al natural”. Con “de cerca”, no sólo hacemos referencia a su cercanía física, sino a un estado de favorable comunicación que empatizaba de inmediato con sus acompañantes; y, “al natural” porque, derivado de lo primero, solía mostrarse el maestro afectado en su circunstancia profesional como altamente ingenioso y dicharachero en la manifestación de sus salpimentadas opiniones. No será ello óbice para que, en posteriores artículos, seleccionemos particularidades tanto de su ópera prima como de su cortometraje final, ese que echa el cierre a una brillante filmografía; y, ello, procurando hacerlo también de cerca, al natural, como espectador interesado.

Las dos situaciones a las que nos vamos a referir ocurrieron con ocasión de actos académicos en los que participó García Berlanga y en las que tuvimos la suerte de acompañarle. La primera de ellas tuvo lugar en el ya lejano año de 1997, con motivo de los cursos universitarios de verano organizados por la Universidad Complutense en su sede de El Escorial. El motivo académico se basaba en la futura celebración del centenario de la Generación del 98; el motivo cinematográfico se apoyaba en que el autor de Bienvenido Mr. Marshall había terminado una “biografía” sobre Blasco Ibáñez y parecía buen momento hablar de ella en ese contexto.

La segunda ocasión, tuvo lugar en Sevilla, años después, concretamente en 2003, con motivo de una invitación cursada por la Universidad hispalense, al poco de inaugurarse la nueva sede de la Facultad de Comunicación, para que el maestro Berlanga visitara el moderno edificio y, al tiempo, dirigiese unas palabras al alumnado. Frente a la aparente sencillez de un humilde acto académico, el visitante e invitado revolucionó los tranquilos espacios de aulas y pasillos al tiempo que embelesó al juvenil auditorio con su cálido verbo y su chispeante verborrea; no faltarían referencias a los intereses que el director tenía puestos en aquella colección de libros denominada “La sonrisa vertical”.


Esperando el centenario del 98

Al aproximarse el centenario de la Generación del 98, la Complutense organizó un curso de verano (agosto de 1997) donde distintos especialistas expusieron diversas cuestiones, teóricas y prácticas, sobre las peculiaridades de este grupo de escritores, de sus más significativas obras y de las delimitaciones existentes entre los llamados “modernistas” y los denominados “noventayochistas”. Las conferencias se complementaron con proyecciones de temática literaria y con mesas redondas que, a su vez, enriquecieron las exposiciones verbales/fílmicas mencionadas.

La mesa redonda en la que Berlanga fue la “estrella” estuvo coordinada por el director del curso, el periodista y novelista Manuel Hidalgo; les acompañaron el cineasta Jaime de Armiñán y el cronista firmante de este artículo. Dado que el acto se celebraba por la tarde, previamente tuvo lugar un almuerzo donde, como era de esperar, la voz cantante la llevó Don Luis. Más allá de precisar algunas cuestiones referidas a los contenidos básicos del encuentro, las conversaciones giraron lo mismo hacia cuestiones generales del cine como a aspectos personales del quehacer literario o cinematográfico de cada uno. Así, no faltó en la charla la referencia al libro “El último austro-húngaro: conversaciones con Berlanga” que, años antes, habían publicado Manuel Hidalgo y Juan H. Les, así como la conveniencia de actualizarlo y ponerlo al día, incluido el prólogo de Umbral. A este respecto, se recuerda que este escritor llama a María Jesús, la esposa de Luis, “la perfecta casada… pero en soriano”. Y Luis, en humorística defensa propia, saca a colación sus teorías sobre la exhaustiva fiscalización que “la perfecta casada” ejerce sobre su tarjeta de crédito, hasta el punto de haber querido crear el fiscalizado una “Asociación Internacional de Calzonazos”, es decir, de “maridos afectados” por semejante síndrome donde, naturalmente, él sería el presidente. Esta idea la mantuvo hasta el mismo día en el que, tras amena conversación sobre el tema con Milan Kundera, comprobó que la esposa de este escritor, Vera, ejercía con mayor rigor el control de cuentas de su esposo. A Berlanga le supuso una decepción porque, desde ese momento, él quedaría relegado a secretario de la asociación non nata, mientras que el reconocido autor checo debía ser, sin discusión, aclamado presidente. Y esto contado con la seriedad del humorista que salpimienta su relato con un puntito de misoginia, lo que no era óbice para demostrar su buen conocimiento de La insoportable levedad del ser y su distanciamiento de la versión cinematográfica norteamericana dirigida por Philip Kaufman

Cambiando de tema, Jaime de Armiñán lo reconduce a la censura padecida por unos y otros, ejemplificando tanto en sus propios guiones (El amor del capitán Brando o El nido, Mi querida señorita o El palomo cojo), como en los de Luis. Divagando sobre la cuestión, les recuerdo aquel viejo “Temas de cine” (número 27-28), editado por “Film Ideal” a principios de los años sesenta, titulado con rotundidad “Las películas que no ha hecho Berlanga”. Abriendo el ejemplar está el guion (de Berlanga y Azcona) titulado “Los aficionados”, el que, muchos años después, sería La vaquilla. Le siguen las largas sinopsis de “El autocar” (de Berlanga y Llovet), “Conejo de Indias” (Berlanga), “Dos chicas del coro” (Berlanga y Azcona) y “Cinco historias de España” (Berlanga, Zavattini, Muñoz Suay), integrado por “Pastor”, “Emigrantes”, “Las Hurdes”, “Capea” y “Soldado y criada”. En palabras del hoy homenajeado: “Cabronadas de la censura… o de los censores”.


Mesa redonda: el 98 y alrededores. Blasco Ibáñez y el cine

La mesa redonda, presentada y coordinada por Manuel Hidalgo, se celebró en una sala con más de cien localidades, que fueron ocupadas en su totalidad. Entre el alumnado universitario podían verse caras conocidas del cine, especialmente guionistas o directores que, en algún momento, habían adaptado obras de autores noventayochistas; incluso tomaron parte activa en el coloquio, tal como hizo Angelino Fons, quien expuso rigurosamente sus planteamientos para llevar a la pantalla una obra como La busca, según el original de Baroja.  

Tras unas consideraciones generales sobre la generación del 98, los posicionamientos procinematográficos o anticinematográficos de unos componentes u otros, se orientó la temática de la mesa hacia la figura de Vicente Blasco Ibáñez, por cuanto era el novelista sobre el que disertaría Berlanga, ya que hacía poco había terminado el rodaje de una serie para televisión, aún sin estrenar, y que tendría su emisión en la pequeña pantalla al año siguiente. Al parecer, el autor de El verdugo traía cargada la escopeta para activar el fuego graneado sobre Televisión Española, tal como seguidamente diremos.

Previamente, los distintos miembros de la mesa señalaron cuestiones relativas tanto a la biografía de Blasco como al carácter general de su obra, al tiempo de su personal interés por el cinematógrafo y la entusiasta acogida que Hollywood había dispensado a algunos de sus títulos. Hacia la temprana fecha de 1900, en su novela Entre naranjos, ya se permitió utilizar la animación cinematográfica como símil literario; este pionerismo del escritor demuestra su interés por intervenir como director y productor. Si se hubiera cumplido su proyecto de crear una industria cinematográfica nacional y de llevar a cabo, entre otras ideas, su adaptación de El Quijote, basado en el paralelismo de imágenes entre realidad e imaginación, Blasco habría sido un adelantado de los escritores comprometidos con el cinematógrafo, así como de la conversión a imágenes de la pieza cervantina. Si, del mismo modo, su productora francesa hubiera cumplido sus múltiples proyectos creados para la pantalla, parece evidente que diversos relatos breves, escritos tras la Primera Guerra Mundial, estaban destinados a su filmación; tal sería el caso de La vieja del cinema, entre otros.

Ilustración: Estatua sedente de Luis García Berlanga en la localidad de Sos del Rey Católico (Zaragoza).

Próximo capítulo: Berlanga (100 años): de cerca, al natural. Blasco Ibáñez y la novela de su vida (II)