CRITICALIA CLÁSICOS
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[En la muerte de Jamie de Armiñán, y en su sentido homenaje, recuperamos la crítica de una de sus películas más conocidas y reconocidas]
El film de Jaime de Armiñán, El nido, se inscribe en la línea del cine español de interés correspondiente a los años ochenta del pasado siglo y se cataloga entre los títulos de excepción que rompieron la regla de la mediocridad y el mercantilismo; no sin razón fue seleccionada para competir en los Oscars como película extranjera. De una parte, la originalidad del tema tratado, y, de otra, la factura técnica, dan como resultado un film en el que la fotografía, ambiente, interpretación, sirven con eficacia a una inteligente puesta en escena.
De entre lo que Armiñán ofrece en pantalla, me detengo en aspectos argumentales y temáticos que pueden constituir la clave para mejor entender la historia de Goyita. A quienes, por aquello de la verosimilitud, se le resistan sus imperativos, convendría advertirles que la película viene a ser la creación cultural que expresa un ideal amoroso en nuestro tiempo, pero cuyas líneas maestras tienen su base en las teorías y prácticas medievales de lo caballeresco y lo cortés.
Esta Ana Torrent, descubierta en su niñez por Erice en El espíritu de la colmena, fue luego la “fiammetta” de Saura en Cría cuervos y, seguidamente, en El nido, para Armiñán, el equivalente cinematográfico de otras Lauras y Beatrices; aunque el nombre de Goyita resulte menos poético que los anteriores, la imagen no prescinde de los atractivos necesarios; muy al contrario, su personalidad, la seguridad de su imperativo, el dominio sobre el varón, su enfrentamiento a las circunstancias, sus continuas amenazas de ruptura en función de sus condiciones, proyectan su carisma sobre el hombre, al que anula y convierte en pelele de su voluntad.
Así que este Alejandro, prototipo de “caballero” liberal, que entre corrección y decoro consume sus actividades de ocio, deviene en personaje útil para la exposición de una concepción caballeresca del amor; el amor como motivo romántico que convierte al hombre en fuente de bondad, de nueva vida con otro sentido; así, el mundo se vive en función de la amada, acorde con la devoción que se siente por ella; surge, en consecuencia, un entendimiento femenino de la vida y no de otro modo se justifica el asesinato que Alejandro concibe y lleva a cabo, atendiendo a los deseos de Goyita, por más que los caminos del amor, tan romántico como imposible, acaben en la derrota-muerte del caballero enamorado. Y es que, a la postre, lo cortesano es desdeñar y ordenar por parte de la mujer y consumirse en el amor, obedeciendo, hasta lo imposible, por parte del hombre. La unión de las sangres, romántico sustituto de un matrimonio canónico, hace núbil a la muchacha en flor.
Pero, obviamente, el romanticismo de Goyita-Alejandro tenía que desenvolverse en el ambiente que imposibilitara su relación de amistad y comunicación; y aquí viene el segundo acierto de Armiñán; el coro de la tragedia lo elige el director de entre la más pura realidad: las fuerzas vivas del pueblo. El cura, la maestra y la guardia civil, como personajes de las subhistorias y dirigentes de la colectividad, como condicionantes de vidas propias y ajenas, dispuestos a jugar los roles asignados por el conservadurismo a ultranza; el enfrentamiento en la creencia, el acercamiento en la amistad, la represión y la violencia, responden a esos apartados en los que el clero, el magisterio y la milicia condicionan los encuentros de la muchacha con su admirador. El párroco advierte a Alejandro: “He reunido las opiniones que mereces en tres grandes grupos: los más piadosos dicen que eres gili, los más generosos, que estás mal de la cabeza; los más apasionados, que eres maníaco sexual y que convendría darte un escarmiento. Guárdate de este último grupo”. Lo que empezó con un juego, combinación de aleluyas y plumas de pájaros, acaba en tragedia de una comunicación imposible.
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