Enrique Colmena

Comentábamos en el anterior artículo de esta serie el papel del actor José Luis López Vázquez dentro de la comedieta española, en lo que hemos bautizado, a efectos nominales y de comprensión, como lopezvazquismo.

Hoy haremos lo propio con otro gran actor que dio nombre a un fenómeno cinematográfico, el landismo (este sí con un lugar específico en la Historia del Cine Español), aunque es evidente que ese fenómeno no se puede considerar, en puridad, como un elemento positivo. Alfredo Landa (Pamplona, 1933 – Madrid, 2013) se inició en la interpretación en el teatro. Su primera película reseñable es Atraco a las tres (1962), la estupenda comedia de José María Forqué. A partir de ahí participará en algunos títulos importantes de la primera mitad de los años sesenta, como El verdugo (1963), de Berlanga, y La niña de luto (1964), de Summers. Su físico corriente, de persona común, de hombre de la calle, cuadra bien con tonos costumbristas y neorrealistas. Tras un personaje secundario en Ninette y un señor de Murcia (1966), a las órdenes de Fernando Fernán Gómez, con Amor a la española (1967) desarrollará, por primera vez, el personaje que le dará popularidad a lo largo de los años siguientes, si bien todavía en esta etapa el éxito de público será muy moderado. En Amor a la española aparecerá ya uno de esos personajes característicos del landismo, con macho celtibérico español que se pirra por las suecas (entendiendo por tales cualquier mujer nacida al norte de los Pirineos...), si bien era evidente que todavía quedaba mucho por cincelar en ese fenómeno; en cualquier caso, podemos considerarla como el primer eslabón del landismo, con independencia de que su auge llegara años más tarde.

Ese paleo-landismo tendrá títulos como Las que tienen que servir (1967) y 40 grados a la sombra (1967), aunque también habrá aportaciones valiosas en una línea no demasiado distinta, aunque con una intencionalidad y una calidad muy superiores, fundamentalmente en sus dos colaboraciones con Manuel Summers en No somos de piedra (1968) y ¿Por qué te engaña tu marido? (1969).

En 1970 se estrena No desearás al vecino del quinto, que marcará un antes y un después en el landismo. La película arrastra a las salas de exhibición a casi 4,4 millones de espectadores (fuente: Ministerio de Educación y Cultura), convirtiéndose en el film más taquillero hasta ese momento de la Historia del Cine Español. La película no era sino una tópica sucesión de clichés, con el protagonista haciéndose el “mariquita”, como se decía en la época, para así poder aprovecharse de cuanta fémina se le ponía a tiro. A partir de ese momento, se abre la veda del landismo, y prácticamente hasta 1977 toda la filmografía de Alfredo se inscribe en ese fenómeno. Títulos como Los días de Cabirio (1971), ¡Vente a Alemania, Pepe! (1971), No desearás a la mujer del vecino (1971), Simón, contamos contigo (1972), ¡No firmes más letras, cielo! (1972), Vente a ligar al Oeste (1972), Manolo la Nuit (1973), Las obsesiones de Armando (1974), Un curita cañón (1974) y El reprimido (1974), entre otros, presentaron un variado surtido de personajes “landistas”, en los que menudeaban los tópicos y clichés del españolito de a pie: permanentemente salido, cateto, machista, homófobo, ultraconservador a pesar de su tendencia a la rijosidad... No sería justo no reconocer que algunos de esos films, como ¡Vente a Alemania, Pepe!, pusieron en escena situaciones históricas reales, como en ese caso concreto la importante emigración española al país teutón en los años sesenta, aunque la forma en que lo hizo fue lamentable. Porque, y esa quizá fuera una de las escasas virtudes del landismo, de vez en cuando se tocaban temas que estaban en la actualidad, en una especie de costumbrismo de baja intensidad que, sin embargo, no le hacía trascender más allá del mero chiste.

A partir de mediados de los años setenta, con la progresiva laxitud de la Censura, las películas del landismo se harían más atrevidas: es el tiempo de Solo ante el streaking (1975), dirigida nada menos que por José Luis Sáenz de Heredia, vieja gloria del cine franquista (el director de Raza, para entendernos...), pero también de films en los que el cinematógrafo español más reaccionario mostró su verdadero rostro, en pelis como Alcalde por elección (1976), que mostraban ya las reticencias del franquismo sociológico a los nuevos aires de libertad y democracia.

Quizá influido por esos nuevos aires, o quizá por íntima convicción de que el landismo no duraría siempre y que su carrera debería diversificarse, Landa hace El puente (1977) para Juan Antonio Bardem, histórico del cine español, uno de los nombres más respetables del cine antifranquista, una película en la que, si bien sus inicios parecieran ir en la habitual línea del landismo, pronto deriva hacia una toma de conciencia obrera que, por supuesto, nada tiene que ver con la comedieta española.

Ello no significa que Landa abandone aún el landismo, pero sí que lo va intercalando con otros productos de otra intencionalidad de mucho mayor interés. Así, en el resto del segundo lustro de los años setenta hará, dentro del landismo, films como Celedonio y yo somos así (1977), Historia de “S” (1979), en el que se parodiaba el fenómeno de las películas clasificadas “S”; y Polvos mágicos (1979), que mezclaba humor y terror en indigesta mixtura dirigida por el anglo-español José Ramón Larraz. Pero en ese mismo tiempo, Landa hizo también Paco el seguro (1979), una más bien extraña coproducción franco-española, a las órdenes de Didier Haudepin, que marcaba distancias con respecto al casposo landismo. Ese mismo año Landa hace otro film fundamental en su carrera y en su proceso de desligamiento del fenómeno que tanto contribuyó a crear: para José Luis Garci rueda Las verdes praderas (1979), dramedia costumbrista que, a la manera del Garci de la época (véase Asignatura pendiente) buscaba, con fortuna de crítica y público, ajustar cuentas con el pasado reciente, con una sociedad, un poder político, un país, que había cercenado los deseos y sueños de toda una generación. Esa colaboración con Garci será fundamental, al prolongarse en títulos posteriores que comentaremos, para que Landa deje atrás, progresivamente, la mochila del landismo que ya tanto le pesaba, aunque, como el caballero que era, jamás renegó de esa etapa.

A partir de los años ochenta, Landa hace aún algunos títulos landistas, como El alcalde y la política (1980), en su variante reaccionaria, opuesta a la llegada de la democracia, o Profesor Eróticus (1981) y Préstame a tu mujer (1981), más en línea con el landismo verderón, actualizado además con las permisividades de la época, que eran muchas. Pero, simultáneamente, Landa también daba cumplida medida de su valía real en títulos mucho más interesantes: algunos, con Garcí, como el díptico El crack (1981) y El crack dos (1983), un singular ensayo de cine negro a la española, muy conseguido, y también trabajando para Antonio Mercero en La próxima estación (1982).

Con Las autonosuyas (1983), de nuevo en la variante del landismo que se dedicaba a criticar los nuevos aires de la democracia, se cierra (con un estrambote que comentaremos después) el ciclo del landismo. Con Los santos inocentes (1984), de Mario Camus, sobre la novela homónima de Miguel Delibes, se abre la puerta del cine de interés que ya prácticamente no abandonará Landa; el premio a la mejor interpretación en el Festival de Cannes, ex aequo con el gran Francisco Rabal, no dejaba resquicio para la vuelta atrás. Uno tras otro llegarán entonces La vaquilla (1985), de Berlanga, Los paraísos perdidos (1985), de Patino, Tata mía (1986), de Borau, El bosque animado (1987), de Cuerda, y El río que nos lleva (1989), de Antonio del Real, sobre la novela de José Luis Sampedro, entre otros muchos títulos de relieve, que serán a partir de entonces lo habitual en su filmografía.

El canto del cisne del landismo acontecerá a principios de los años noventa, en el contexto del progresivo desmoronamiento de los gobiernos socialistas de la época tras conocerse varios y a cuál más sangrante casos de corrupción política (Juan Guerra, Carmen Salanueva, Mariano Rubio...), lo que hizo pensar a algún lumbrera que era posible reeditar aquel landismo “político”. Pero el estreno de Aquí el que no corre... vuela (1991), con Ramón “Tito” Fernández a los mandos (uno de los habituales del landismo de la buena época), se salda con apenas un cuarto de millón de espectadores, certificando que el tiempo del landismo había terminado.

Ilustración: Jean Sorel y Alfredo Landa en una escena de No desearás al vecino del quinto.

Próximo capítulo: Comedieta española: La caspa ni se crea ni se destruye... (III). El pajarestesismo (1974-1991)