Enrique Colmena

En este 2002 que da ya las "boqueás", como se dice en mi tierra, James Bond, el indespeinable agente 007 al servicio de Su Graciosa Majestad, ha cumplido 40 años en las pantallas de todo el mundo, y además lo ha celebrado con un episodio especialmente épico, Muere otro día. Remedaremos al gran Serrat, otra vez de moda con su último disco, "Versos en la boca", para decir que Bond hace 40 años que tiene 40 años, porque lo cierto es que por este carismático espía no pasan los años, ni los lustros, ni los decenios, y a este paso ni los medios siglos...


El primer episodio de esta serie que dura ya veinte capítulos (al margen de los "off" que suponen la humorada en 1967 de Casino Royale y la apuesta por un Bond prejubilado de Nunca digas nunca jamás) fue Agente 007 contra el Dr. No. Para una mejor comprensión, se pueden establecer cuatro etapas diferenciadas en las veinte películas, hasta ahora, de la serie (además de un visto y no visto que ya comentaremos). que coincide con exactitud con los cuatro actores más representativos que lo han encarnado. Desde el citado Dr. No, en 1962, hasta Diamantes para la eternidad, en 1971, fue Sean Connery el encargado, paradigma del agente y seguramente el mejor 007 posible: varonil, duro con los malos pero muy macho con las chicas, pobló los sueños húmedos de toda una generación de jovencitas. En esa época la chica Bond por excelencia fue la espectacular Ursula Andress, inolvidable saliendo del mar como una Venus de Botticelli con bikini. La mayor parte de los seis films fueron dirigidos por Terence Young (tres películas), mientras que los restantes fueron rodados por Guy Hamilton (dos) y Lewis Gilbert (uno). La puesta en escena era más bien mediocre, con medios limitados y fiando mucho en la intriga, la apostura de Connery y las chicas Bond, no obstante lo cual el éxito de la saga fue impresionante y se constituyó muy pronto como un icono del cine moderno, incluso una referencia obligada dentro del cine de espías en el contexto de la Guerra Fría, si bien es cierto que, con frecuencia, con una fantasía desmedida, sin carácter realista.


A mitad de ese período, en 1969, y tras una primera intención de Connery de abandonar el personaje, se le endosa a George Lazenby, oscuro actor carente de carisma que lo encarna en 007 al servicio secreto de Su Majestad, con dirección de Peter R. Hunt y una rechifla general; no era desde luego, un heredero a la altura del gran Sean. Así las cosas, la segunda etapa se inicia en 1973 con Vive y deja morir, en la que Bond es interpretado por Roger Moore, a la sazón muy popular como protagonista de la serie televisiva El santo. Esta etapa dura hasta 1985 y engloba siete títulos, desde el citado hasta Panorama para matar, además de otros como El hombre de la pistola de oro, Sólo para sus ojos o Moonraker; las chicas Bond más llamativas son Jane Seymour, Britt Eckland, Carole Bouquet y, sobre todo, Grace Jones, que pasa de "mala" a "buena". Los villanos más interesantes son Christopher Lee, Christopher Walken y, sobre todo, el gigante Richard Kiel.


En cuanto a directores, en esta fase se entra en un adocenamiento mortal: de los siete films, los dos primeros los rueda Guy Hamilton, los dos siguientes Lewis Gilbert, ambos ya veteranos en la serie por haber filmado títulos de la primera etapa, y los tres últimos los ruedaJohn Glen, director de la segunda unidad de los anteriores títulos, dotado para las escenas de acción pero carente de personalidad, lo que hace que la saga languidezca a la par que Moore se aproxima a los sesenta "tacos". Roger, además, nunca llegó a ser un Bond convincente; lejos del varonil Connery, mucho más blando, aportó un humor socarrón que, ciertamente, no tenía el gran Sean, pero su 007 marca una decadencia que, afortunadamente, otros han sabido enderezar.


La tercera fase de la serie empieza en 1987, con Timothy Dalton en el papel del agente, y consta de sólo dos títulos, 007: Alta tensión (que parece el eslogan de una empresa eléctrica...) y, en 1989, Licencia para matar. Las chicas Bond y los villanos carecen de gancho. Vuelve a dirigir ambos films John Glen, con lo que la mediocridad continúa, acentuada además por la absoluta insulsez de un guapo pero totalmente falto de carisma Dalton, un sobrio actor shakespeariano al que, evidentemente, no le iba el papel: ni tenía la virilidad de Connery ni la ironía de Moore...


Así las cosas, la serie atraviesa una grave crisis a principios de los años noventa, enzarzados los productores originales en quedarse con los derechos de la saga. Hasta 1995 no se aclara el panorama, y es entonces cuando empieza la cuarta y, por ahora, última fase, que se puede decir es ya tan brillante como la primera de Connery. El primer título es GoldenEye, en el que se estrena Pierce Brosnan en el papel de 007, personaje al que dota de una evidente apostura y elegancia, además de conferirle un fino humor que no desmerece del de Moore; esta afortunada síntesis de lo mejor de los personajes bondianos anteriores que ha resultado ser Brosnan, ha sido ya cuatro veces el agente secreto más famoso del mundo, desde aquel inicial título hasta Muere otro día, ahora en cartel; las otras dos películas, El mañana nunca muere y El mundo nunca es suficiente, han cimentado la serie y perfilado el personaje. Las chicas Bond han vuelto a tener personalidad propia, como la estupenda Famke Janssen de GoldenEye, una mala-malísima, una especie de mantis religiosa que mata a sus amantes con la fuerza de sus piernas, ejem...; Sophie Marceau, la cuota franchute que de vez en cuando se permite la serie, también mala donde la haya, una especie de Patty Hearst con síndrome de Estocolmo; Denise Richards, de tetamen recauchutado, conforme al signo de los tiempos; y, sobre todo, una Halle Berry, en el último capítulo que resulta ser casi una Bond de color café con leche pero casi tan indespeinable como el divo...


Sin embargo, los malos son bastante más descafeinados, desde un Jonathan Pryce que parece inspirado en un magnate de la comunicación tipo Rupert Murdoch, hasta un Robert Carlyle que parece va a iniciar de un momento a otro un "strip-tease" al estilo del que hacía en Full Monty, o el Toby Stephens de Muere otro día, que parece incapaz de otra villanía que no sea invitarte a té con pastas.


También los directores han cambiado; han mandado a por tabaco a John Glen, afortunadamente, y ahora cada película tiene un realizador nuevo y perito tanto en escenas de acción como en escenas dramáticas o románticas, desde Martin Campbell a Lee Tamahori, pasando por Roger Spottiswoode y Michael Apted.


No deja de ser curioso que, de los cinco actores que han interpretado al agente inglés más famoso del mundo, sólo uno, Roger Moore, sea genuinamente inglés, de Londres, concretamente; el resto es anglosajón, pero no "english": así, Sean Connery es ostentosamente escocés, el fugaz Lazenby es australiano, nada menos, Dalton es galés y Brosnan irlandés. Vamos, que parece la Commonwealth en miniatura...


La serie ha cumplido 40 años con una excelente salud; a Brosnan aún le quedan dos o tres títulos más como Bond, antes que la edad le haga dejar el papel, así que tenemos cuerda para, al menos, otros seis o siete años. Después ya veremos; entretanto, disfrutemos de esta segunda juventud de un personaje que, quien lo diría, también podría llamarse Dorian Gray, porque no envejece ni a tiros, y nunca mejor dicho...


Ilustración: Pierce Brosnan, como James Bond, agente 007.