Rafael Utrera Macías

Con ocasión del estreno de La voz humana, película de Pedro Almodóvar, nuestro compañero Enrique Colmena firmaba en Criticalia (30/10/2020) un artículo (pinche aquí si desea leerlo) en el que, tras señalar a Jean Cocteau como creador de la pieza literaria original, aludía a la vigencia de su personalísima obra, en sus múltiples posibilidades artísticas, así como a la multiplicidad de versiones que sobre “La voix humaine” se han hecho tanto en cine como en televisión. Al tiempo, se lamentaba de no disponer de un medio y un espacio donde la figura del creador francés pudiera ser glosada tanto en su artística magnanimidad como en sus complejas y múltiples actividades creativas.

Estamos de acuerdo con la opinión de nuestro director; de cualquier forma, permítasenos aportar algunas cuestiones que contribuyan un poco más a la divulgación de la obra del insigne poeta en esta “revista española de información cinematográfica”; se centrarán, obviamente, en su faceta de cineasta y, dentro de su filmografía, en seleccionar aquellos títulos relacionados con un personaje, Orfeo, que, desde la mitología, Cocteau, recreó no sólo con personal obsesión sino con valores de manifiesta identificación. De este modo, pretendemos hacer un acercamiento a la personalidad de su ilustre creador y, en paralelo, a esta figura literaria, según la filmó el poeta en los títulos Orfeo y El testamento de Orfeo, dos clásicos de la cinematografía francesa convertidos en canon de un mitológico ser tan contemporáneo como moderno.


Jean Cocteau: perfil humano, biografía intelectual

Aproximarse a la filmografía del cineasta obliga a mencionar, previamente, aspectos de su temperamento y de su modo de ser que permitan explicar mejor algunas peculiaridades de su obra. En efecto, la presencia de ciertos elementos temáticos y determinadas resoluciones plásticas en su filmografía remiten tanto a su complejo perfil humano como a su biografía intelectual. Un padre de tendencias homosexuales cuya vida acaba en suicidio, una madre cuyo catolicismo no le impide el adulterio, un posible origen bastardo de este Jean, tercer hijo del matrimonio, una primera educación de la mano de una institutriz alemana, dejarán profunda huella en el joven Cocteau; la posterior relación con su madre estará repleta de contradicciones sentimentales donde ni siquiera lo edípico pareció estar ausente; el materno manto protector acompañó siempre a un hijo artista en cuya vida bohemia nunca faltó el opio.

El descubrimiento del cuerpo ajeno y los placeres consiguientes tendieron hacia la homosexualidad, pero no faltaron en su vida y en sus sentimientos la presencia de la heterosexualidad orientada, sobre todo, hacia las actrices. El recuerdo de entrañables colegas y amigos, el alumno del Liceo Condorcet, Dargelos, el joven novelista Radiguet, estarán presentes en su vida y en su obra; la prematura muerte de este último sumirá a Cocteau en la dependencia de sustancias opiáceas. Otros hombres quedarán vinculados para siempre a los sentimientos del poeta: el boxeador Al Panamá Brown y, sobre todo, el actor Jean Marais, convertido por él en estrella cinematográfica y destinado a ser Orfeo en su primera versión fílmica.

El polifacético escritor no tiene límites artísticos; como la diosa Kali, sus múltiples manos le permiten atender variadas expresiones; novelista y dramaturgo, crítico y poeta, dibujante y cineasta, quiere que “su semilla vuele un poco por todas partes”. Vanguardista él mismo pero objetivo fácil de los ismos contemporáneos, fue criticado y discutido por los integrantes de las diversas escuelas afincadas en su patria, especialmente por André Bretón. La conjunción de la crítica y la poesía, resultado de la contemplación de la obra ajena, le permite publicar tanto comentarios a la pintura de El Greco y Picasso como aforismos diversos sobre música. Su mirada lúcida se parará en todo cuanto signifique para él una brizna de poesía que trasladará al verso, a la prosa, al teatro, al cine, al dibujo, etc.

De este entramado de plurales expresiones surgen personajes traídos unas veces de la literatura clásica y, otras, creados por su imaginación; interesarán, por su presencia en la pantalla, los ángeles y sus diversas maneras de mostrarlos y presentarlos; con razón, Gómez de la Serna le calificó como fundador del serafismo, aunque, en tal punto, el Alberti de “Sobre los ángeles” no debe ser marginado. Entre los diversos “modelos”, destacará en su cine el bautizado como Heurtebise (literalmente, “el que choca con el cierzo”), pero hay otros que se relacionan con el sueño o con la locura; son, pues, imágenes que adquieren diferente simbología en el ámbito de una nueva contextualización.


Cineasta Cocteau

La filmografía de Jean Cocteau se inicia en una época que podríamos denominar de vanguardia tardía con La sangre de un poeta (1930); dieciséis años tardará en ponerse tras la cámara para dirigir La bella y la bestia (1946); el resto de sus títulos son El águila de dos cabezas (1947), Los padres terribles (1948), Orfeo (1950), Coriolano (1950) y El testamento de Orfeo (1960). Sin embargo, la relación del artista con el cinematógrafo es mucho más fluida de lo que estos films manifiestan. Como adaptador, dialoguista, intérprete, argumentista, guionista, recitador, comentarista, escenógrafo, etc., su nombre está unido a títulos como La comedia de la felicidad, El eterno retorno, La Malibrán, Las damas del Bosque de Bolonia, Ruy Blas, El águila de dos cabezas, Bodas de arena, El amor, Los niños terribles, La corona negra, Colette, Tomás el impostor, etc., firmados por Marcel L´Herbier, Jean Delannoy, Robert Bresson, Roberto Rossellini, Jean-Pierre Melville, Georges Franju, etc. Por ello, a Cocteau cabe catalogarlo como “autor” y “cineasta”, ambos términos en su más amplia significación. Según puede observarse, Orfeo es, sin duda, un tema recurrente, aunque no el único, en la prolífica preocupación plástica y dramática del cineasta y, a la vez, un personaje que, como dramaturgo, inició con anterioridad a su dedicación cinematográfica.


Orfeo

Personaje mitológico

Orfeo, poeta y músico, dispone de una abundante literatura cargada de elementos mitológicos, esotéricos y simbólicos. Ha sido cantado por Píndaro y Esquilo, Eurípides y Apolonio de Rodas, Aristófanes y Ovidio. De procedencia tracia, se asegura que es hijo del rey Eagro mientras que su origen materno se adscribe tanto a Calíope y Polimnia como a Menipe. Su dominio con la cítara y la lira le convierte en músico y poeta por antonomasia; su canción actúa dulcemente sobre los hombres, amansa la fiereza de los animales y hace doblegarse a los más robustos árboles; así, en Zona, lugar de Tracia, centenarios robles mantienen las formas de alguna de sus danzas. Participante como sacerdote en la expedición de los Argonautas, actuó animando a los remeros, marcándoles la cadencia y cantando cuando las sirenas intentaban seducirlos. Orfeo empleaba el antiguo alfabeto de trece consonantes.

Su vida tiene momentos de lírica significación, como el descenso a los infiernos, y su muerte ha conseguido conformar un conjunto de tradiciones en la que adquieren relevancia las mujeres tracias, la maldición de Afrodita, la intervención de Zeus. Las “Geórgicas” virgilianas recrean los amores con la ninfa Eurídice, la muerte de ésta, mordida por una serpiente al ser perseguida por Aristeo, su búsqueda en el hades por su inconsolable marido. Perséfone permitirá la vuelta a la vida terrena de la esposa, condicionada a que el marido no se vuelva para mirarla. La duda de Orfeo le obliga a incumplir la condición y la esposa encuentra su segunda muerte; Caronte ya no se apiadará de Orfeo y el camino de vuelta no será posible recorrerlo nuevamente. La variante teológica del mito asegura que Orfeo atesoró abundante información sobre el más allá en esta bajada a los infiernos de tal modo que, con ella, podían obviarse cuantas dificultades y obstáculos solían acechar al alma tras la muerte del cuerpo.

Por su parte, la muerte de Orfeo está repleta de tradiciones y leyendas muy variadas. Según unas, las mujeres tracias se enfrentaron a él y acabaron con su vida esgrimiendo variados motivos: extrema fidelidad a su esposa, acusaciones de pederastia, exclusión de las mujeres en los misterios instituidos tras su estancia en el averno, etc.; según otras, se debe a una maldición de Afrodita o acaso al rayo lanzado por Zeus. Fuese cualquiera la causa, su cadáver fue despedazado y sus trozos arrojados al río; sin embargo, tanto su cabeza como su lira fueron recuperadas y a ambas se les tributaron honores. Una leyenda tesálica aseguraba que, si las cenizas de Orfeo recibían los rayos solares, la ciudad sería devastada por un “cerdo”; en efecto, el desbordamiento del río “Sys” (cerdo) hizo cumplir el oráculo. La lira del poeta, transportada a los cielos, fue convertida en constelación mientras que su alma pasó a los Campos Elíseos. La cabeza de Orfeo fue guardada en el santuario de Dioniso, el dios de los sentidos, y la lira en el de Apolo, dios de la inteligencia.

De los aspectos aquí referidos, el cine utilizará algunos de ellos. Elementos como la Zona, el alfabeto de trece elementos, la cabeza del personaje, junto a los temas más populares y conocidos, bajada a los infiernos, la venganza de las mujeres tracias, etc., se convertirán en motivos recurrentes usados por los cineastas que se han acercado al mito.


Personaje de las artes

Este personaje ha sido abundantemente recreado por las distintas artes de todos los tiempos. Nuestra literatura clásica, desde Mena y Boscán a Lope de Vega y Calderón, le ha dedicado obras teatrales y poemas donde se glosa su amor o su muerte. En el extranjero, desde los sonetos de Rilke a la prosa de Graves, le han contemplado como héroe mitológico y protagonista legendario. Del mismo modo, su representación icónica, sobre todo en la pintura, ha tenido variantes debidas a las artes de Patinir y Rubens, de Tibaldi y Lucas Jordán. En música, los acordes de la ópera de Gluck y la opereta de Offenbach han recreado el tema bajo esas modalidades. Mientras estas líneas se escriben, en el sevillano Teatro de la Maestranza, la Orquesta Barroca de Sevilla y la voz de la soprano Alicia Amo deleitan a sus oyentes con la música de Avison, Arne, Locke, Haendel y Henry Purcell al ofrecer piezas varias de ese llamado “Orpheus Britannicus”.

Por su parte, el cine, que disponía de materia y fondo para mostrar al personaje bajo la variada perspectiva de los múltiples géneros, desde la película de aventuras a la histórica, desde la obra lírico-musical a la mitológica, ha sido, al menos en cantidad, escasamente generoso con el mito y su rica literatura. Valgan dos ejemplos: Orfeo negro (1959) y Orfeu (1999), dirigidas por Marcel Camus y Carlos Diegues, respectivamente, han ofrecido situaciones ambientadas en el carnaval de Río de Janeiro sin dejar de mirar el contexto social de las favelas, según adaptación de la pieza teatral de Vinicius de Moraes. La actualización de los hechos mitológicos, la sensualidad del contexto brasileño, el ambiente lúdico del festival carioca y sus populares músicas, se han antepuesto a la poética del mito. Por la exaltación de la sensualidad, este Orfeo brasileño parece encuadrarse en el culto dionisiaco, frente a la múltiple propuesta del cineasta Cocteau cuyo personaje, convertido en poeta, se alineará en la órbita de Apolo, dios de la inteligencia.  


Entrada de Cocteau en la cinematografía: La sangre de un poeta

Jean acometió su primera realización cinematográfica, La sangre de un poeta, en 1929, gracias al mecenazgo de los Vizcondes de Noailles (los mismos que habían promocionado Un perro andaluz y, seguidamente, producirían La edad de oro) ya que, ella, Marie-Laure, “todavía adolescente”, había sido, según testimonia Gibson, “íntima amiga de Cocteau”, años antes de casarse, en 1923, con Charles de Noailles.

Una estructura cuatripartita, “La mano en la herida y las cicatrices del poeta”, “¿Tienen oídos las paredes?”, “La batalla de las bolas de nieve” y “La profanación”, permite una construcción en anillo iniciada y terminada con la imagen de la destrucción y caída de la alta chimenea de una fábrica (su identificación con un falo, primero enhiesto, y, luego, caído, ya invitaba a una lectura algo más que freudiana); así se organiza un mediometraje cuya irrealidad de variados acontecimientos conforman un documental donde el poeta y su circunstancia, física y espiritual, se constituyen en materia fílmica. El egocentrismo de los temas ofrecidos no llega a la identificación del nombre del autor, a la inclusión de su verdadera identidad en la ficción de la obra; sin embargo, las metáforas utilizadas, la referencia a personajes concretos, demuestran que los rasgos autobiográficos perviven en el onirismo y en la espiritualidad de los episodios mencionados.

Que los vanguardistas coetáneos rechazaran el carácter surrealista de semejante film, realizado, según sus acusaciones, por un católico y homosexual, que buena parte de las aparentes novedades presentadas tuvieran claros antecedentes en Antonin Artaud o Luis Buñuel, en Man Ray o Lewis Carrol, no invalida un mensaje generalizador donde el conflicto del poeta, con la expresión de su propia obra y la relación con su entorno, es tema prioritario en el conjunto de los cuatro episodios aludidos. La infancia, las estatuas, los espejos, son referentes donde se plasma el misterio de la irrealidad conformado por ilusiones. Aspectos temáticos y recursos estilísticos aquí apuntados en relación con un discurso generalizador sobre el yo poético, adquirirán pleno desarrollo referido al tema órfico en El testamento de Orfeo.

Ilustración: Jean Cocteau

Próximo capítulo: Jean Cocteau, cineasta. Orfeo: de personaje mitológico a cinematográfico (II)