Enrique Colmena

Si en el primer capítulo de este díptico glosamos la obra del recientemente fallecido John le Carré (seudónimo del profesor, diplomático, novelista y espía David John Moore Cornwell) inscrita en la Guerra Fría, tiempo histórico en el que quien fuera agente secreto desarrolló su carrera, en esta segunda y última entrega repasaremos las novelas que han sido llevadas a la pantalla ambientadas en otros conflictos contemporáneos, en los que la figura del espía, profesional o aficionado, será relevante en el desarrollo de los acontecimientos.


Oriente Próximo, el conflicto sin fin

Aunque pueda parecer que el conflicto de Oriente Próximo hubiera nacido con la creación en 1947 del Estado de Israel, y las sucesivas contiendas bélicas que se sucedieron (Guerra de Suez, Guerra de los Seis Días, Guerra de Yom Kipur...), así como con la actual situación del pueblo palestino bajo soberanía judía, en puridad la génesis de la compleja problemática de la zona hunde sus raíces prácticamente en la noche de los tiempos, desde la época bíblica, con la Diáspora, las Cruzadas... una tierra castigada que ha sido, es y seguramente será el paisaje lacerado de un conflicto sin fin.

En ese contexto, incluso antes de que el Muro de Berlín se viniera abajo en 1989, llevándose por delante (junto con el fallido golpe de estado en la URSS en 1991, que desembocó en la desintegración del país) el Bloque Comunista soviético, John le Carré publicó en 1983 su novela La chica del tambor, sobre una joven inglesa, actriz de izquierda radical, sin embargo reclutada por un agente del Mossad, el temible servicio secreto israelí, para colaborar en la búsqueda de un terrorista palestino que está atacando intereses judíos por todo el mundo. La novela tuvo gran éxito, y animada la industria norteamericana por la buena acogida de los anteriores audiovisuales sobre la narrativa lecarreana, se lleva a la gran pantalla con el mismo título, La chica del tambor (1984), bajo pabellón yanqui, con dirección de George Roy Hill, en su penúltima película, pasada ya su gran época de gloria (hablamos de Dos hombres y un destino y El golpe), y con Diane Keaton como protagonista, transformando el personaje de la joven inglesa en treintañera norteamericana. Haciendo abstracción de la rueda de molino que supone que una izquierdista antisionista se enrole (ah, el amor...) nada menos que en el Mossad, en las antípodas de su ideología, la película, como la novela, funciona correctamente en la exposición no solo de la trama urdida para emboscar al terrorista considerado el enemigo público número uno de Israel, sino también para ahondar en las contradicciones de esta mujer escindida entre amor y convicciones, de nuevo a vueltas con la traición que es, en buena medida, “el tema” por antonomasia en Le Carré. En la película se valoró el buen ritmo que le imprimió Roy Hill y el esforzado trabajo de Keaton que, es cierto, nos parece que quizá no era la actriz adecuada para el papel.

Esa misma novela será llevada de nuevo a la pantalla, ya en el siglo XXI, con igual título, La chica del tambor (2018), ahora en formato de miniserie de 6 episodios, en una coproducción anglo-norteamericana, un proyecto en comandita entre la yanqui AMC y la británica BBC, con el cineasta surcoreano Park Chan-wook (recuerden, el espléndido director de Old boy, Stoker, The handmaiden...) a los mandos, una elección ciertamente sorprendente, por cuanto su filmografía anterior no parecía ser demasiado congruente con la temática de este film de espías y amor. El resultado, sin embargo, fue mayoritariamente considerado como muy bueno, llevándose el director oriental el tema a su terreno, ayudado además por una estupenda Florence Pugh, una de las mejores actrices de su joven generación.


América para los (norte)americanos (Monroe dixit)

Hispanoamérica o, más ampliamente, Latinoamérica (vale decir toda América menos Estados Unidos y Canadá), ha sido también, como prácticamente todo el mundo, un lugar donde el espionaje ha sido crucial en el desarrollo de los acontecimientos históricos, en especial el espionaje perpetrado por la CIA (al amparo de la famosa doctrina del presidente Monroe: “América para los americanos”) que ha dado como resultado episodios siniestros como los golpes de estado de Chile de 1973 y de Argentina de 1976, o brutales procesos de desestabilización como la conocida como Operación Cóndor; pero también otros servicios secretos, como el MI6 británico, han echado (y siguen echando...) su cuarto a espadas en aquel torturado subcontinente. En el paisaje convulso del Panamá gobernado por mano de hierro por el general-presidente Manuel Antonio Noriega, que sucedió al presidente Torrijos tras un “oportuno” accidente aéreo de este, ambienta Le Carré su novela El sastre de Panamá, publicada en 1996. En ese contexto, conocemos a un sastre británico de penoso pasado que, sin embargo, se ha establecido en la capital del país del canal como un respetable profesional, al que un agente británico, chantajeándolo para no descubrir su etapa penitenciaria, recluta para su causa, dado que el alfayate (sí, es un sinónimo en desuso de sastre: ¡ah, estos árabes andalusíes...!) tiene acceso directo a Noriega al ser su sastre y puede “poner la oreja”. Pero el alfayate, además de saber corte y confección, tiene una inmoderada tendencia a la fabulación, y las historias que cuenta a su contacto con el MI6 empiezan a ser mucho más fantasiosas que reales... De nuevo con la traición, pero también con la mentira como arma para huir hacia delante, la novela de Le Carré dará lugar a una película homónima, El sastre de Panamá (2001), rodada en coproducción yanqui-irlandesa por John Boorman, un director británico al que también se le había pasado ya el arroz (hablamos, claro está, de su buena época: A quemarropa, Zardoz, Excalibur, La selva esmeralda), y que contó con un recién oscarizado Geoffrey Rush como el sastre cuentista y con un Pierce Brosnan que todavía era Bond, aquí en un espía distinto, menos aerodinámico y glamuroso.


África, donde nació el ser humano: el continente lacerado

Entre los paisajes que Le Carré exploró cuando decidió abrir el campo a otros conflictos en los que el espionaje tenía lugar (vale decir en todos, ciertamente...), África, en especial el África negra, era uno de los lugares más atractivos. Así, inspirándose libremente en un horrendo suceso real acontecido en 1996 en Nigeria, donde una farmacéutica realizó una serie de experimentos con voluntarios locales con un medicamento que resultó tener efectos sumamente perniciosos, no informando de ello a los afectados, que sufrieron graves secuelas de salud, Le Carré escribe El jardinero fiel, novela publicada en 2001. Se trata de la historia de un agente del MI6 cuya mujer aparece muerta mientras viajaba con un colega, al parecer su amante. El espía inglés decidirá, contra el criterio de sus superiores, investigar a toda costa lo ocurrido, encontrándose con una horrenda maraña de intereses económicos colonialistas en el corazón de África, donde se conchaban las autoridades locales y las antiguas potencias europeas, en una abyecta, corrupta cohabitación. Sobre la novela, el brasileño Fernando Meirelles, que había llamado poderosamente la atención con su Ciudad de Dios (2002), es convocado para llevar a la pantalla su adaptación cinematográfica, lo que hace en 2005 en una numerosa coproducción que apoyan Reino Unido, Francia, Alemania, Estados Unidos, China y Kenia, con Ralph Fiennes como el agente secreto y Rachel Weisz como su esposa. A vueltas de nuevo con la traición (en este caso no solo profesional, sino también personal: quizá ambas son, finalmente, la misma cosa...), la película gozó de merecido predicamento e incluso Weisz consiguió el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto.


Yihad, la Guerra (no tan) Santa

Tras el atentado del 11-S, el yihadismo se ha convertido en uno de los más graves conflictos políticos y sociales del siglo XXI: la expansión de una visión radical, extremista, del islam, ha dado lugar a grandes tragedias que están en la mente de todos, desde el 11-M en Madrid o el 6-J en Londres a los brutales asesinatos indiscriminados en otros lugares de Europa (Charlie Hebdo, Bataclan, Niza, las Ramblas de Barcelona...). Era lógico que Le Carré también utilizara ese tema en alguna de sus novelas, como sucedió en El hombre más buscado, publicada en 2008, en la que narra la historia de un refugiado checheno de religión musulmana llegado a Hamburgo, donde los servicios secretos de varios países occidentales sospechan que es un infiltrado yihadista. Con igual título, El hombre más buscado (2014), se lleva a la gran pantalla en una coproducción anglo-germano-norteamericana, con el director holandés Anton Corbijn, que ya había demostrado en El americano (2010) que se le daban bien las historias de espías con aliento humanista. Philip Seymour Hoffman haría aquí una de sus últimas y potentes interpretaciones, poco antes de morir, en una película ciertamente notable, con gran ritmo narrativo y una historia lacerante que hablaba de la impiedad de la razón de Estado, otra vez de la traición, pero ahora a gran escala.


Tráfico de armas, el mayor negocio clandestino del mundo

Aunque el narcotráfico tiene esa fama, no es realmente el negocio ilegal más rentable, ni mucho menos: el tráfico de armas, un negocio que se gestiona “al por mayor”, no con el trapicheo de los estupefacientes, es una de las lacras más graves de nuestro tiempo, seguramente de cualquier tiempo. Le Carré se fijó en este asunto en su novela El infiltrado, publicada en 1993, en la que un gerente de hotel en Egipto, exsoldado británico, se verá envuelto en una sangrienta historia con un traficante de armas a nivel mundial, siendo reclutado por el MI6 para desarticular la organización del criminal. Con motivaciones primarias tales como el deseo de venganza, la historia literaria será llevada a la pequeña pantalla con el mismo título en 2016 en una miniserie de 6 capítulos, coproducida por Estados Unidos (AMC) y Reino Unido (BBC), con Tom Hiddleston (entonces ya muy popular por su papel de Loki en la franquicia de Avengers) como el reclutado espía amateur, Hugh Laurie como el traficante de armas y Elizabeth Debicki como la amada de ambos. El creador de la miniserie será David Farr, mientras que la sueca Susanne Bier se encargó de poner en escena la misma.


Mafia rusa: de la hoz y el martillo al sindicato del crimen

Con la caída del Telón de Acero y la desintegración de la URSS, en Rusia floreció una potente mafia que a día de hoy sigue siendo una de las más potentes organizaciones delincuenciales, un auténtico sindicato del crimen. Le Carré habló del tema en su novela Un traidor como los nuestros, publicada en 2010, una historia con una parejita de ingleses en Marruecos que se ve involucrada, sin comerlo ni beberlo, en una historia de espionaje en la que serán puestos en el punto de mira de una siniestra organización criminal “ruskie”. La historia, en la que Le Carré ponía a una pareja corriente en una situación extrema, que le supera, será llevada a la gran pantalla con igual título en 2016, en una coproducción anglo-germano-yanqui, con la directora Susanna White a los mandos y Ewan McGregor y Naomie Harris como la pareja protagonista, más el sueco Stellan Skarsgard haciendo (de nuevo...) de ruso.


Curiosidades

Al margen tanto de la Guerra Fría como de otros conflictos, encontramos en la obra de Le Carré en el audiovisual algunas curiosidades, hechas mayormente para televisión, que no nos resistimos a comentar. Así, para el espacio de dramáticos de los años sesenta, ABC Stage 67, de la televisión yanqui ABC, se grabó Dare I weap, dare I mourn? (1966), un breve relato originalmente aparecido en el periódico Saturday evening post, con James Mason como protagonista, en una historia ambientada en Berlín Occidental, donde el protagonista habrá de llevar el ataúd con los restos de su padre al otro lado de la frontera, a la parte oriental dominada por los rusos. Este dramático televisivo sería dirigido por el canadiense Ted Kotcheff, que alcanzó moderada fama años más tarde al rodar Acorralado, la primera (y sin duda la mejor) de la serie de Rambo.

Otra curiosidad será la plasmación de una misma historia en dos telefilms distintos, en países igualmente diferentes. Sobre un guion escrito directamente para la pantalla por el propio Le Carré, el espacio televisivo británico Armchair Theatre emitió The end of the line (1970), producido por Thames Television, que presentaba en pantalla a dos personajes, uno joven y otro más mayor, que viajan en un tren nocturno de Edimburgo a Londres; a lo largo de la conversación se desvelará que, al parecer, ambos son agentes secretos, encarnados por Robert Harris e Ian Holm, ambos bajo la dirección de Alan Cooke. Esa misma historia será llevada también a la pequeña pantalla en Alemania en la TV-movie Endstation (1973), con Ludwig Cremer en la realización.

Ilustración: Philip Seymour Hoffman, en una escena de El hombre más buscado (2014), de Anton Corbijn.