Enrique Colmena

Jean Becker, hijo del gran Jacques Becker, dirigió en 1983 un filme cuyo título original era L’ete meurtrier y que en España, cuando se estreno (sin mucho éxito que digamos, a pesar de contar en el reparto con una entonces muy en boga Isabelle Adjani) se tituló Verano asesino. Pues así podríamos llamar también a este estío del 2017 donde hasta diez figuras señeras, ya sea del cine internacional o español, se nos han ido. Es cierto que en general eran ya de edad provecta, con lo que casi todos tenían su carrera ya hecha o finiquitada, pero ello no obsta para que el cine esté de luto por una tal cantidad de gente de primera línea en su ámbito respectivo que nos ha dejado con estas calores horribles.


Tres de ellos ya han sido glosados en esta misma página, por lo que obviaremos hacerlo de nuevo. Así, sobre el gran director, guionista y productor, pero sobre todo creador Basilio Martín Patino, hemos publicado los artículos In memoriam. Basilio Martín Patino: una irresistible atracción por Andalucía (I). Un siglo de fascinación: ejemplar serie televisiva e In memoriam. Basilio Martín Patino: una irresistible atracción por Andalucía (y II). Un siglo de fascinación: El grito del sur. Casas Viejas, ambos originales del catedrático Rafael Utrera Macías, y Basilio Martín Patino, o cómo un país desaprovecha sus mejores talentos, texto del autor de estas líneas. Sobre el inolvidable actor Martin Landau, que nos marcó en nuestra infancia y juventud en series televisivas como Misión imposible y Espacio 1999, y nos demostró su extraordinaria maestría interpretativa en filmes como Ed Wood, publicamos el artículo Martin Landau en siete personajes. Y sobre el director, guionista y productor George A. Romero (por cierto, con ascendencia paterna española) publicamos George A. Romero y la maldición de los muertos vivientes.



El artista renacentista

Sam Shepard se puede considerar, sin faltar a la verdad, como lo más parecido a un artista renacentista que hemos tenido en nuestros tiempos. Nacido en 1943 en Illinois, Sam destacó pronto como actor de teatro y, sobre todo, como autor teatral, faceta en la que se desenvuelve con gran prestigio, consiguiendo, entre otros premios, el Pulitzer. Como era de prever, el cine le llama para escribir guiones; suyos serán, entre otros, los de la mítica Zabriskie Point (1970), de Antonioni, la memorable Paris, Texas (1984), de Wenders, y Llamando a las puertas del cielo (2005), también del cineasta alemán. Su notable apostura masculina no pasa desapercibida para el cine, que también lo reclama como actor, y como tal Shepard intervendrá en un gran número de filmes, entre otros Días del cielo (1978), de Terrence Malick, Frances (1982), de Graeme Clifford, donde conoció a Jessica Lange, con la que mantendría una relación de pareja que duraría casi treinta años, Elegidos para la gloria (1983), de Philip Kaufman, por la que estuvo nominado al Oscar, Black Hawk derribado (2001), de Ridley Scott, y Mud (2011), de Jeff Nichols.


No desdeñó Sam la dirección cinematográfica, aunque fue un campo en el que no se prodigó. Solo dirigió dos filmes, en ambos casos sobre textos propios, como era de prever; sus títulos fueron Norte lejano (1988) y Lengua silenciosa (1993), siendo el segundo de ellos la penúltima película rodada por River Phoenix antes de morir. El escaso éxito de estas películas determinaría que el dramaturgo no volviera a ponerse detrás de las cámaras. Entre sus otras facetas artísticas de este artista renacentista de nuestro tiempo está la música (compuso junto con Bob Dylan algunas canciones) y la poesía, en la que publicó varios volúmenes.


La musa de la Nouvelle Vague


La actriz parisina Jeanne Moreau, nacida en 1928, es otra de las víctimas de este verano asesino. La más joven miembro de la Comédie Française de toda su historia, poseedora de un sugestivo rostro, con peculiares ojos que le conferían una belleza diferente, Moreau pronto se convierte en la actriz ideal para los cineastas de la Nouvelle Vague y otros coetáneos que estaban empezando a hacer el mejor cine que se haya hecho jamás en Francia; así, Louis Malle la toma como actriz fetiche y para él protagoniza Ascensor para el cadalso (1958), Los amantes (1958), El fuego fatuo (1963) y ¡Viva María! (1965). Para Godard hará Una mujer es una mujer (1961), y para Jacques Demy protagoniza La bahía de los ángeles (1963), aunque su cineasta de referencia, y quien la haría su musa en aquella época, sería François Truffaut, para quien trabajaría en tres de las películas esenciales del cineasta parisino: Los 400 golpes (1959), filme fundacional de la Nouvelle Vague, aunque la intervención de Moreau era casi testimonial; Jules et Jim (1962), que la encumbra como el vértice de un bellísimo y melancólico triángulo amoroso, en la que quizá sea la película truffautiana por excelencia; y el espléndido thriller La novia vestía de negro (1968). Pero es que, además de para lo más granado de los cineastas franceses de la época, Jeanne trabajó para lo mejor de los directores internacionales del momento: para Orson Welles (que la llamó “la mejor actriz del mundo”) haría El proceso (1962), Campanadas a medianoche (1965) y Una historia inmortal (1968); para Antonioni protagonizó La noche (1961); para el británico Joseph Losey haría Eva (1962), El otro Sr. Klein (1976) y La truite (1982); para nuestro Luis Buñuel, en su exilio francés, hizo Diario de una camarera (1964); para Elia Kazan trabajaría en el testamento cinematográfico del cineasta greco-americano, El último magnate (1976), y para Rainer Werner Fassbinder en su también último filme, Querelle (1982).


A partir de ahí la trayectoria como actriz de Moreau desciende: ya no hay maestros como los de antaño, y su filmografía, que prosigue a buen ritmo, escasea en títulos de relieve. Como el mito viviente que ya era, es requerida con frecuencia por cineastas y películas que no la merecían. Aún así, todavía prestará su inconfundible rostro y su sutil trabajo a cineastas como Wim Wenders en Hasta el fin del mundo (1991), Luc Besson en Nikita, dura de matar (1990), Peter Handke en La ausencia (1992), Antonioni y Wenders en su trabajo en comandita, Más allá de las nubes (1995), François Ozon en El tiempo que queda (2005), y Manoel de Oliveira en Gebo et l’ombre (2012).


También hizo Jeanne sus pinitos en el guion y la dirección cinematográfica, que ejerció en dos peculiares largometrajes de ficción, Lumière (1976) y L’adolescente (1979), y en un documental sobre la actriz favorita de Griffith, Lillian Gish (1983); sin embargo no tuvo continuidad en esta faceta.


El augusto que quiso ser clown


Jerry Lewis ha sido otro de los excelentísimos cadáveres cinematográficos de este verano mortal. Nacido en Nueva Jersey en 1926, se inició muy pronto en el mundo del espectáculo, a través de un dúo cómico formado con el cantante Dean Martin, en el que Lewis ponía el tono humorístico y Dean el tono más o menos serio, buscando la comicidad por contraposición. Su humor era de tipo “slapstick” y “nonsense”, muy popular en la época, y jugaban a la pareja cómica como antes lo hicieran populares dúos como Laurel y Hardy o Abbott y Costello. Pronto dieron el salto al cine en películas como El jinete loco (1953), de George Marshall, y Loco por Anita (1956), de Frank Tashlin, que sería su director de referencia una vez que el dúo Lewis-Martin se separa a partir de 1956. Bajo la dirección de Tashlin, un Jerry Lewis que ya controlaba todas sus películas, como productor además de como estrella, haría quizá sus mejores títulos: El ceniciento (1960), Qué me importa el dinero (1962) y Lío en los grandes almacenes (1963), aunque simultáneamente el cineasta neoyersino se pasa a la dirección con creciente éxito, en filmes tan conocidos como El botones (1960), El terror de las chicas (1961) y, sobre todo, El profesor chiflado (1963).


Ya totalmente a los mandos de sus películas, a partir de mediados de los años sesenta parece caer en desgracia, cuando empieza a trufar sus películas de ciertas inquietudes que antes no aparecían en su humor blanco. Así encadena varios fracasos comerciales, como La otra cara del gángster (1967) y, sobre todo, su intento de ponerse serio de ¿Dónde está el frente? (1970), propuesta nada veladamente antibelicista. A partir de ahí sus filmes como actor y director se espacian, reapareciendo de vez en cuando con títulos como Hardly working (1980) y El loco mundo de Jerry (1983); pero su tiempo había pasado: el humor que se estilaba ya no era el suyo, y Lewis no supo, o no quiso adaptarse a los nuevos tiempos. Reclamado por otros directores, intervino como actor en El rey de la comedia (1982), el mayor fiasco artístico y comercial de Martin Scorsese, en el que las malas lenguas decían que el desagradable personaje interpretado por Jerry estaba claramente inspirado en él mismo. También sería requerido por la directora Susan Seidelman para su Mi rebelde Cookie (1989) y por el serbio Emir Kusturica para su debut (y despedida…) en Hollywood, la fallida El sueño de Arizona (1993). A partir de ahí, poco más en cine de interés.


Pie de foto: Una imagen de Jeanne Moreau en Jules et Jim.


Próxima entrega: Un verano asesino (y II)