Continuamos hoy con la segunda parte del artículo que iniciamos con Un verano asesino (I), en el que estamos glosando los notables profesionales del cine y la televisión que nos han dejado durante este estío.
Cuando el tiempo te confiere tu personalidad
Terele Pávez, la notable actriz que compartió oficio con sus hermanas Emma Penella y Elisa Montés, es otra de las víctimas del mortal verano del 2017. Nacida en Bilbao en 1939, pero criada en Madrid, de donde se sentía, lo cierto es que sus primeros papeles, como su debut en Novio a la vista (1954), de Berlanga, no parecían dar pistas de hacia dónde podría dirigirse su carrera. De facciones quizá demasiado angulosas para los gustos estéticos de la época, parecía claro que no tendría mucho porvenir en personajes románticos. De esta forma su filmografía durante los años cincuenta y sesenta resultó espaciada y con papeles generalmente secundarios y con poca “carne”. Sin embargo, a partir de Fortunata y Jacinta (1970), de Angelino Fons, Terele parece encontrar su sitio, mujeres broncas y duras, aunque no exentas de una sentimentalidad sui géneris. A partir de ahí las películas en las que interviene estarán marcadas por personajes de ese corte, con innumerables matices, pero siempre en esa línea. Estará en las series televisivas Curro Jiménez, Cañas y barro y La barraca, para, a mediados de los años ochenta, conseguir uno de sus papeles más relevantes, la Régula de Los santos inocentes (1984), de Mario Camus, donde modula su dureza bajo los rasgos de una modesta madre de familia en la Extremadura rural de los años sesenta; su espléndido trabajo, sin embargo, sería opacado por la también excepcional labor de Francisco Rabal y Alfredo Landa, que se llevaron todos los premios. A partir de ahí Pávez interviene en algunos títulos destacados del cine español del momento, como El Lute: Mañana seré libre (1988), de Vicente Aranda, y Diario de invierno (1988), de Francisco Regueiro, para después pasar por cierto ostracismo del que la rescata Álex de la Iglesia en El día de la bestia (1995); el cineasta vasco la convertirá en su actriz fetiche, colaborando ambos hasta en ocho títulos, entre ellos La comunidad (2000), Balada triste de trompeta (2010), Las brujas de Zugarramurdi (2013), con la que consiguió el Goya, y El bar (2017). Aunque trabajó para otros directores, sin duda sería el vasco el que consiguió de ella mejores interpretaciones, cincelando personajes duros, con frecuencia torvos, con un punto de locura.
Esclavo de su descubrimiento
Tobe Hooper, otro de nuestros excelentísimos cadáveres veraniegos, nació en Austin, Texas, en 1943. Se puede decir de él, sin faltar a la verdad, que su gran éxito inicial, en el filme que casi debutaba (sólo había hecho hasta entonces un corto y un largo que no había tenido repercusión alguna), La matanza de Texas (1974), fue para él al mismo tiempo una bendición y una maldición, pues ya nunca más (salvo en un caso, y los elogios se los llevó el productor, como veremos) volvió a tener un aldabonazo de esas proporciones. Aquel filme pequeño, hecho con tres perras gordas, pero con un talento notable, revolucionó el cine de terror, adelantando hacia dónde iría éste en las siguientes décadas; se puede decir que fue una película adelantada a su tiempo, capaz de provocar en el espectador una auténtica catarsis.
Pero después de La matanza… las cosas ya no fueron igual para Hooper. Hizo una escalofriante miniserie de televisión basada en una novela de Stephen King, El misterio de Salem’s Lot (1979) y, sobre todo, Poltergeist (1982), que lo pone teóricamente en la cresta de la ola, pero en la que crítica y público se fija, sobre todo, en el nuevo Midas del cine, el productor Steven Spielberg, que se lleva todos los méritos. Así las cosas, intenta sin éxito el terror galáctico (era el tiempo del primer fulgor de Star Wars) con Lifeforce: Fuerza vital (1985) e Invasores de Marte (1986), e incluso una secuela del título que lo reveló al gran público, Masacre en Texas 2 (1986), para a partir de entonces perderse en mediocres productos televisivos y algunos olvidables largos, siempre inscribibles en el cine de terror, que no llegan a traspasar las fronteras o si lo hacen no tienen repercusión alguna.
La tonadillera elegante
Nati Mistral, madrileña que ejerció como tal, y que nació en 1928, tuvo, además de una larga carrera como tonadillera o canzonetista, en la que destacó por su elegancia y buen timbre de voz, una filmografía de cierta enjundia, sobre todo en número de títulos, en una época, los años cuarenta y cincuenta, en los que era frecuente que las divas de la copla tuvieran películas para su lucimiento. En su caso cabe decir que Mistral tenía una evidente capacidad dramática, quizá superior a sus pares, y que supo administrar sabiamente ese talento. Así, la pudimos ver en un interesante thriller de aires cuasi decimonónicos, María Fernanda, “La Jerezana” (1947), de Enrique Herreros, que puede considerarse, no sin razón, como uno de los primeros, sino el primer policíaco del cine español. A partir de entonces estará en títulos del cine más popular que se hacía en la época, como Oro y marfil (1947), La nao Capitana (1947) y Currito de la Cruz (1949). Hizo cine en Argentina, en Mi Buenos Aires querido (1962), para después espaciar notablemente sus apariciones en la pantalla grande o pequeña. Su última intervención será precisamente en una obra experimental, Medea 2 (2006), de Javier Aguirre.
Millennium lo puso en el escaparate
El actor sueco Michael Nyqvist es el último profesional cinematográfico prominente fallecido que vamos a glosar. De entre los ilustres difuntos es el más joven. Nació en Estocolmo en 1960; tenía, por tanto, 56 años. Se inició en 1982 en la televisión de su país, en la que se hizo un rostro familiar. Su carrera transcurrió entre el cine y la pequeña pantalla, con continuidad pero sin grandes éxitos, hasta que a finales de la década de los años cero del siglo XXI le llega su gran oportunidad al ofrecérsele el personaje de Mikael Blomkvist, el protagonista de la saga Millennium, el gran éxito editorial del escritor Stieg Larsson, muerto poco antes de publicarse su trilogía. Nyqvist interpretará el personaje en las tres partes de la saga, Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, todas de 2009, lo que le da una popularidad mundial instantánea. Ciertamente Niqvist es un actor más bien limitado, con tendencia al hieratismo, pero esa cualidad casi de esfinge le convenía al personaje del protagonista, un periodista especializado en investigación antinazi. A partir de ahí, Michael protagoniza también la serie televisiva inspirada por los mismos personajes larssonianos, Millennium, y, ya en el escaparate, es llamado por producciones de Hollywood como Sin salida (2011) y Misión Imposible. Protocolo Fantasma (2011), nominalmente bajo la dirección de Brad Bird, aunque el jefe era, lógicamente, el protagonista y productor Tom Cruise. Estará también en otros títulos reconocibles, como Reina Cristina (2015), de Mika Kaurismäki, y Colonia (2015), de Florian Gallenberger, e incluso en una miniserie sobre Mandela, Madiba. Pero el éxito, lamentablemente, le duró poco: la parca lo esperaba en este verano asesino…
Pie de foto: Terele Pávez, con Mario Casas, en una impactante imagen de Las brujas de Zugarramurdi.