Pelicula:

Sobre Michel Ocelot tenemos publicado en CRITICALIA un artículo titulado Europa como polo del “cartoon” tradicional en el siglo XXI: menos infantil, más adulto (III). Francia: Michel Ocelot, cuya lectura sugerimos si se quiere profundizar en la figura de este interesantísimo cineasta francés especializado en animación tradicional.

Esta película, Azur y Asmar (2006), fue su cuarto largometraje para la gran pantalla, y fue posible gracias a los éxitos de dos de sus anteriores films de la serie Kirikú, en concreto la inicial Kirikú y la bruja (1998) y Kirikú y las bestias salvajes (2005). A su vez, también Azur y Asmar tuvo una gran repercusión de público y crítica.

Narra el film una historia ambientada en un universo que podríamos encajar en la Edad Media, si bien es cierto que la fantasía que constantemente lo recorre evidencia que no hay intencionalidad de ser históricamente rigurosos (ni falta que hace, por supuesto...). En ese contexto, conocemos a Jenane, una mujer de raza árabe que sirve en Francia a un noble que le tiene encomendada la crianza de su hijo, Azur, al que sirve de nodriza, mientras cría también a su propio hijo, Asmar, de la misma edad. Ambos crecen juntos como los hermanos de leche que son, hasta que, alcanzada cierta edad, el padre de Azur lo separa de su nodriza y despide a esta, que tendrá que marchar de la casa con su hijo. Jenane contaba a los dos niños, en su infancia, cuentos sobre el hada de los djinns (o genios), que supuestamente esperaba a un joven que la liberara, y los niños sueñan que serán ellos los que lo harán. Ya de adulto, Azur marcha “al país al otro lado del mar” (supuestamente Argelia, o quizá Marruecos), donde espera encontrar maravillas y la forma de liberar al hada...

Es Azur y Asmar, fundamentalmente, una película sobre la tolerancia, la convivencia y la amistad entre diferentes (por raza, por religión, por clase): los dos hermanos, criados por igual por una mujer sabia, serán igualmente generosos, desprendidos, nobles, cuando alcancen la edad adulta. El distinto color de sus pieles no será obstáculo para que se amen como los hermanos de leche que son. De esta forma, Ocelot fustiga a los intolerantes, tanto en Europa (ese amo arrogante, altivo, felón, que arroja de su casa, con lo puesto, a la mujer que ha criado amorosamente a su hijo, cuando ya no la necesita) como “en el país al otro lado del mar” (esos ignorantes que consideran da mala suerte tener los ojos azules, como es el caso de Azur) y nos presenta una deliciosa película en la que todo tiende hacia la armonía entre razas, culturas y civilizaciones, en una hermosa muestra de cine esperanzado. También es un elogio de la multiculturalidad: cuando Azur encuentra a Jenane, su nodriza, convertida en una rica empresaria en su país de origen, esta le dice que ella tiene dos culturas, dos lenguas, pertenece a dos comunidades distintas, y eso le permite una mirada más abierta, más liberal, más sabia, habiendo podido prosperar de esa forma en un medio tan conservador y estanco; también estaríamos, sobre todo en la moraleja final (porque esto es fundamentalmente un cuento, aunque sutilmente distinto...), ante un elogio del mestizaje como forma de relacionarnos, de perpetuarnos.

Formalmente, Azur y Asmar presenta un dibujo en dos dimensiones muy marcado, no busca reproducir exactamente el movimiento humano. Los fondos inicialmente son espartanos, aunque a lo largo del film irá evolucionando, dependiendo de los escenarios, acomodándose al carácter de estos; así ocurre en la secuencia que tiene lugar en el palacio de la niña princesa, filmada en blanco y negro pero con un lujuriante diseño de corte arabizante, como también sucede tanto en la rica mansión de Janene en su país (con imágenes que recuerdan poderosamente los palacios nazaríes de los árabes andalusíes) como en el palacio del hada de los djinns.

Hay una evidente fascinación por la sociedad árabe medieval: Azur, en su deambular como falso ciego (con los ojos cerrados para que los ignorantes lugareños no lo apaleen por tener la mirada azul, que consideran un mal augurio), con el pícaro que le guía (e intenta desplumarle, como buen pícaro...), nos permitirá conocer las calles de la medina (ciudad en la bella lengua árabe), los zocos donde la vida comercial llena de animación a la población, los palacios, los edificios religiosos, la hermosa música islámica, todo ello imbricado con gracia, sin forzar, dentro de la trama.

Pero también muestra Ocelot su interés por otras culturas pictóricas clásicas; así, los caballos que montarán Azur y Asmar cuando parten en pos del lugar donde vive el hada de los djinns tendrán una forma que recuerda poderosamente la de los equinos representados en las ánforas helenísticas, y algunos frisos del tramo final, cuando los hermanos se aproximan a su destino, tienen un innegable tono de arte bizantino, e incluso veremos un león de evidente iconografía del África negra. Todo ello está amalgamado con sabiduría, sin impostación, surge con naturalidad.

Con momentos bellísimos, como el reencuentro de Azur con su nodriza, tras pasar este todas las penalidades del mundo, que sería suficiente ya para elogiar esta obra hermosa, nunca arrogante, contada como en do menor, podemos observar en ella algún personaje emparentado con roles anteriores y posteriores de la cinematografía de Ocelot, como la  princesita, que nos parece inspirada parcialmente en el pequeño Kirikú, y que también parece estar en la composición de la posterior niña protagonista de Dilili en París (2018).

Con aventuras trepidantes y fantasía desbordante, con lo que el entretenimiento para los más pequeños está asegurado, serán los adultos los que apreciarán en su totalidad esta llamada a la concordia, al amor entre desiguales, al respeto a la diferencia, a las miras abiertas, a la generosidad espiritual, mental, intelectual como norma, conformando de esta manera una de las obras mayores de Michel Ocelot, lo que, dado el nivel de su filmografía, es mucho decir...

(26-05-2020)


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Azur y Asmar - by , May 26, 2020
4 / 5 stars
Dos lenguas, dos culturas