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En 1924, al poco tiempo de instaurarse en España la Dictadura de Primo de Rivera, se produce un hecho que conmociona al país: fue lo que se conoció como “el crimen del Expreso de Andalucía”, en el que un grupo de cuatro hombres, con distintos grados de complicidad, atracaron el vagón correo del tren y se llevaron dinero y enseres valiosos que en él se transportaban, matando a los dos “ambulantes” (así eran conocidos en el argot los empleados ferroviarios que viajan en las zonas de carga postal). De los criminales, uno se suicidó cuando se vio acorralado, siendo capturados los otros tres, a dos de los cuales, tras el correspondiente juicio, se les dio garrote vil, y el cuarto pasó veinte años en la cárcel.

Sobre ese suceso real, Vicente Coello, que en los años cincuenta ya era un guionista de cierto renombre y con ciertas inquietudes (que después perdió, dedicándose mayormente a la comedieta de baja estofa), ideó una adaptación libérrima que, manteniendo el robo en el Expreso de Andalucía y el asesinato de los ambulantes, cambiaba otras cuestiones importantes, como el tiempo histórico del suceso (trasladando la acción a los años cincuenta, fecha del rodaje del filme), así como la filiación de los criminales, que en este caso serán un antiguo jugador de frontón, amargado por una precoz retirada por una lesión, un universitario al que le cuesta hincar los codos y un delincuente de baja estofa. Los tres, bajo la dirección del exdeportista, conciben el atraco al tren, que debería saldarse sin víctimas pero que finalmente termina como el rosario de la aurora.

Francisco Rovira Beleta fue un cineasta fundamentalmente conocido por su díptico sobre el baile jondo, Los Tarantos (1963) y El amor brujo (1967), que en su tiempo consiguieron la proeza de competir por los Oscars, lógicamente en el apartado de Mejor Película en Habla No Inglesa, cuando el cine español carecía en sentido estricto de proyección internacional. Pero Rovira Beleta, además, tiene también una parte de su filmografía dedicada a intentar trasladar al cine español el policíaco norteamericano y francés, el “cinema noir”, en películas como esta El expreso de Andalucía, Los atracadores (1962) o, ya al final de su carrera, Crónica sentimental en rojo (1986); fue un intento que se puede considerar logrado de hacer un cine negro a la catalana (la mayor parte se hizo en Barcelona o por productoras barcelonesas) en el que también fueron relevantes, entre otros, Julio Salvador y Julio Coll.

El cine de Rovira Beleta se caracterizaba por su cosmopolitismo, un cine en buena medida liberado de los clichés habituales en los cineastas españoles de la época. Así, Rovira Beleta fue el más europeo de los directores españoles de su tiempo, como Antonio Isasi-Isasmendi fue el más norteamericano de los directores españoles de su época.

El expreso de Andalucía maravilla, tantos años después, por su torva descripción de personajes, con un protagonista hosco y violento, una mala bestia a la que prestó su rostro Jorge Mistral, habitual en papeles de galán, por lo que tuvo más mérito aún prestarse a este personaje con el que es imposible (y menos en aquellos tiempos) tener empatía alguna. Bien contada, con escenas de acción que no caen en el ridículo, como tantas veces pasaba en aquella época en el cine español, el filme de Rovira Beleta mantiene su interés indemne, como el clásico que es, cine negro bien hecho, en una película que, estando trasplantada a los años cincuenta desde la acción real que se produjo en los años veinte, tuvo ese plus de retrato de una sociedad que empezaba ya a salir de la pesadilla de la Guerra Civil y la subsiguiente y durísima postguerra, una España que empezaba a parecerse, o a querer parecerse, a sus países vecinos.

Es cine negro a la española, pero también se ve influido por el cine italiano que lo coproducía, lo que aportó un tono neorrealista nada desdeñable; como buen cine negro, presentaba también su relación peligrosa, a la manera de Perdición (1944) o El cartero siempre llama dos veces (1946), con su vampiresa que seduce al protagonista, en escenas de insinuante sensualidad en las que las miradas y acercamientos corporales lo dicen todo.

Además de Mistral, destacaríamos entre los intérpretes a un Vicente Parra que por aquel entonces era el chico de moda en el cine español, habitual en papeles de galán jovencito, y que también se arriesgó con este personaje atolondrado, de cierta ambigüedad. Por supuesto, nuestro favorito es Carlos Casaravilla, cuyo peculiarísimo rostro fue memorable en tantas películas, casi siempre en personajes torvos, crueles, malévolos. En cuanto a la cuota itálica, lo mejor fue la espectacular Mara Berni, que aporta su sensualidad y buen hacer a su papel de vampiresa.



El expreso de Andalucía - by , Feb 28, 2017
3 / 5 stars
Cine negro a la española