Pelicula:

Esta película está disponible en el catálogo de Netflix.


La guionista y directora neozelandesa Jane Campion (Wellington, 1954) se dio a conocer a principios de los años noventa con un film, versión sintética de la homónima serie televisiva, titulado Un ángel en mi mesa (1990), que narraba en tres segmentos la dolorosa vida de la escritora Janet Frame, diagnosticada erróneamente en su juventud de esquizofrenia. Unos años más tarde Campion sería catapultada a la fama al conseguir su película El piano (1993) tres Oscars, entre ellos el de Mejor Guion para ella. Sin embargo, tras algunos fiascos comerciales y artísticos como Retrato de una dama (1996) y Holy Smoke (2003), su carrera, ya de por sí distante entre título y título, se ha ido dilatando hasta el punto de que desde entonces, en los casi veinte años que va desde el último film citado, solo había rodado un largometraje de ficción, aparte de algunos cortos, varios trabajos documentales y una miniserie de televisión.

Ahora sin embargo nos llega en plena forma con este sutilísimo neowéstern, que Campion revisita otorgándole claves muy diferentes a las clásicas, sin que por ello pierda interés, ni mucho menos. La acción se desarrolla en el estado de Montana, en 1925; estamos entonces ante un film del Oeste en el que ya hay signos de modernidad, como coches, pero que mantiene en su esencia lo fundamental del wéstern. En ese contexto conocemos a Phil Burbank, un vaquero a la antigua usanza, un hombre al que sus empleados adoran como el macho alfa que presume ser; su hermano George, sin embargo, es de carácter muy distinto; ambos regentan una próspera propiedad de ganado vacuno. De viaje, paran en una taberna gestionada por Rose, la viuda de un hombre que se ahorcó unos años atrás; su hijo adolescente, Peter, es un chico delicado que disfruta con tareas tales como fabricar flores de papel, aunque aspira a convertirse en cirujano. Phil humilla en público al sensible Peter, mientras que George, enamorado de Rose, se casa pronto con ella, lo que ofende a Phil que cree que es una cazafortunas. La relación de madre e hijo con Phil, ya en la casa familiar de los Burbank, no será precisamente fácil...

Es curioso porque estamos ante una película en la que la publicidad (en este caso de Netflix, su distribuidora en plataformas a escala mundial) engaña con su contenido, haciendo suponer que la pugna de Phil con Peter será un choque violento, cuando Campion huye de semejante planteamiento, presentando precisamente una historia que, sobre todo en su último tercio, toma un camino insospechado e imprevisto, hasta llegar a un final que puede desconcertar, pero cuyas pistas para llegar a esa resolución están claramente marcadas en las imágenes que habremos visto en el film.

Estamos, como decimos, en un wéstern de contenido sutilmente distinto, pero con unas características, con unas circunstancias (temáticas, estéticas, psicológicas) no diferentes al cine de Oeste clásico, con sus inmensas llanuras e impresionantes montañas, semejando que estamos en Montana aunque en realidad los paisajes sean neozelandeses, que dan perfectamente el pego. La actividad ganadera de los protagonistas, el transporte de vacas, el tono exageradamente masculino de Phil y sus hombres, abonan el tono clásico del film, pero por otro lado la presencia etérea del adolescente Peter aporta un tema distinto, el de la masculinidad ambigua; no digamos entonces del tema que descubriremos a mediados del metraje, con un tono homoerótico disfrazado de hombría absoluta que, ciertamente, no es fácil encontrar en el wéstern tradicional, al menos de la forma sutilmente evidente en la que lo plantea, tan inteligentemente, Jane Campion.

Estructurada en cuatro capítulos, del que el cuarto, el más largo, se adentra con osadía en los terrenos del velado cripticismo e incluso a ratos en cierto tono abstracto, a pesar de lo cual el espectador activo podrá seguir la trama y lo que tras ella nos cuenta la directora, la película se articula “de facto” en dos partes, la primera en la que la aproximación entre George Burbank y Rose irá poniendo la simiente para la tragedia que se desarrollará en la segunda parte, cuando la tortura psicológica a la que somete ladinamente Phil a su cuñada desencadenará la sutilísima venganza del adolescente que descubrió su secreto, lo que utilizó para pastorearlo hasta donde quiso.

Hecha de detalles exquisitos, como el impremeditado duelo interpretativo musical banjo-piano con el que Phil humilla conscientemente a Rose, o ese lazo de cuero que comienza a trenzar el vaquero para su sobrino político, y que este usará astutamente contra él, la película no se resiste a utilizar, con sentido, algunos de los iconos del wéstern clásico, como el famoso plano a contraluz tomado desde un interior a través de cuyo dintel se observa el luminoso paisaje exterior, una de las escenas típicas de John Ford y, en especial, de la mítica Centauros del desierto, que aquí cobra una significación especial y muy personal.

La última parte, como queda dicho, se torna más abstracta, más críptica, más misteriosa, pero también aún más interesante, en ese duelo no declarado entre el macho alfa de gustos sexuales reprimidos y el adolescente imberbe que habrá de acabar arteramente con quien tortura psicológicamente a su madre.  

La hermosa música, nostálgica, con predominio de la cuerda, es original de Jonny Greenwood, el integrante de Radio Head que tiene una más que interesante faceta también como compositor de bandas sonoras (las de En realidad, nunca estuviste aquí, El hilo invisible y Spencer son suyas), consiguiendo aquí un efecto intrigante, jugando con frecuencia con sonidos atonales, con los que logra una sensación telúrica, étnica, como de principio de los tiempos. Gran trabajo también de la directora de fotografía australiana Ari Wegner, uno de los nuevos valores de los operadores de cinematografía mundiales.

En el aspecto interpretativo brilla sobre todos Benedict Cumberbatch, que ya nos tiene acostumbrados a un trabajo virtuoso en cada nueva película que interpreta, aquí en un personaje de una ambigüedad extraordinaria, un hombre en el fondo acomplejado por sus ocultos gustos homosexuales, inseguridad que combate yéndose al extremo opuesto, el del (falso) macho absoluto. Kisten Dunst está bien, aunque en niveles claramente inferiores al exquisito actor inglés, que lleva camino de convertirse en digno sucesor de ilustres precedentes como Laurence Olivier o Alec Guinness. En cuanto a Kodi Smit-McPhee, con su aspecto de eterno adolescente (aunque tenga ya 25 años...), al que hemos admirado en sus sensibles trabajos de La carretera, Déjame entrar (versión USA) y Slow West, lo cierto es que tiene el físico perfecto para el papel, aunque como ya hemos indicado en otras ocasiones, ese peculiar físico, probablemente, limite su futura carrera.

Por cierto que el curioso título del film, semejante al de la novela homónima de Thomas Savage en la que se basa, procede del bíblico salmo 20, supuestamente atribuido a David: “Libra mi alma de la espada/ defiéndeme del poder del perro”. Un perro que no sabía con quién se las gastaba...

(09-12-2021)


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126'

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El poder del perro - by , Dec 09, 2021
4 / 5 stars
Un neowéstern sutilmente distinto