CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Movistar+ y FlixOlé.
Treinta y dos años antes de que Woody Allen nos contara sus recuerdos, vivencias y añoranzas de infancia y juventud en torno al universo siempre fascinante de la radiodifusión, en su Días de radio, de 1987, un realizador español que estaba en el momento álgido de su copiosa filmografía también hizo su acercamiento a la radio, a la radio contemporánea de aquellos años cincuenta de España, cuando las familias todavía no se reunían en torno a la tele, sino que lo hacían en torno a ese aparato, presente en todos los sufridos hogares hispanos.
Ese director era José Luis Sáenz de Heredia, uno de los hombres claves en el cine del franquismo, quizás el más señalado y emblemático, junto a otros nombres como Juan de Orduña, Rafael Gil, Pedro Lazaga, Luis Lucia... Heredia, además, se vinculaba clara y ostentosamente al ser él quien llevó a las pantallas un guión (bajo seudónimo) del propio Franco, Raza, en 1942, revisada luego en Espíritu de una raza, tras el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Luego, aún más claramente, se vinculó al dictador en Franco, ese hombre, para glorificar en 1964 la celebración de los llamados "25 años de paz".
Pero, digámoslo ya sin ambages -aparte ideologías-, José Luis Sáenz de Heredia fue un buen, un gran director cinematográfico, con una carrera prestigiada fuera de España, presente varias veces con sus films en el Festival de Cannes. Carrera que, curiosamente, se inició bajo la protección del que siempre sería gran amigo Luis Buñuel, que casi se podría decir que le salvó la vida, con sus contactos e influencias, cuando José Luis estaba encarcelado en una checa del Madrid republicano, al estallar la Guerra Civil. Ya en la postguerra tiene títulos de éxito y reconocimiento crítico como El escándalo, Mariona Rebull, Los ojos dejan huellas (con la estrella italiana Raf Vallone), y algo más tarde con Todo es posible en Granada (con Merle Oberon) o la divertida Faustina (con la gran dama del cine mexicano María Félix), versión humorística del famoso mito...
Pero su obra maestra indiscutible es Historias de la radio, de 1955, retrato costumbrista de la influencia en aquella década (ya menos angustiosa que los años 40, pero aún sin explosión del turismo en los 60) de ese medio radiofónico en la vida familiar del país. Siguiendo la moda impuesta por la cinematografía italiana, el film se construye en tres episodios sutilmente unidos (en un habilísimo guión) por la presencia de dos jóvenes locutores, Francisco Rabal y Margarita Andrey, mientras tontean y se enamoran frente al micrófono...
La primera historia, en los tiempos de los programas llamados cara al público, nos muestra los esfuerzos de un necesitado inventor (memorable Pepe Isbert) por llegar primero a la emisora vestido de esquimal y con perro, para llevarse el premio de 2.000 pesetas, nada menos, y así poder pagar una patente. No lo consigue, pero el locutor, el chileno Bobby Deglané -entonces casi de la familia para los oyentes españoles- se enternece con su buen corazón y "este humilde locutorcito" -como gusta apodarse- acaba poniendo de su bolsillo el dinero...
En la segunda, un ladrón, Ángel de Andrés, recibe una llamada de un concurso mientras desvalija una casa ajena. Para cobrar el premio busca al dueño, lo engatusa y terminan llegando a un trato para repartirse el estipendio. Y ya el tercer episodio, el más emotivo, cuenta los apuros de un veterano maestro de escuela (Alberto Romea) para costear el viaje de un niño del pueblo al extranjero para curarse. Buscando ese dinero acude a la capital y a un concurso de preguntas -cada vez más difíciles- hasta poder llegar a la cantidad necesaria. Un final antológico -e inesperado- cierra esta historia, mientras la película termina con la declaración de amor ante el micrófono de los jóvenes locutores arriba citados... con consecuencias confusas para un par de fieles oyentes, pero divertidísimas para el espectador.
La cinta, obviamente, fue un éxito de público y de crítica (el Círculo de Escritores Cinematográficos premió su guión) y diez años después el propio Sáenz de Heredia ideó una especie de secuela, pero cambiando al medio que imperaba ya en 1965, que no era la radio (que sigue perenne en nuestros días) sino la televisión. Así surgió una inevitable Historias de la televisión, un film comercial pero que se queda a mucha distancia del original y en una etapa en la que el director derivó a cintas de menor nivel. Eso sí, este segundo film nos deparó un momento impagable con una joven Conchita Velasco cantando a todo trapo "La chica yé-yé" de Augusto Algueró...
Y volviendo ya a la radio y sus historias, estamos ante una cinta realmente redonda, con el humor y la comedia dominando su conjunto pero, sutilmente, también perfilando una visión crítica de una sociedad que las pasa canutas para sobrevivir, un país lleno de gente que, como el Carpanta de los tebeos de entonces, se pasa el día suspirando y soñando con un buen bocadillo que llevarse al estómago. Bueno, confiemos y esperemos que esa faceta crítica no la advirtiera el Caudillo, y menos aún en una película de su director favorito...
95'