Nicholas Ray (Galesville, Wisconsin, 1911 – Nueva York, 1979) fue uno de los cineastas más interesantes del Hollywood clásico. Sin la fama de un John Ford o un Howard Hawks, sin embargo en su filmografía se pueden encontrar un buen puñado de grandes películas, con frecuencia dentro del género negro (Los amantes de la noche, Llamad a cualquier puerta, La casa en la sombra), pero también dentro del wéstern, que él hizo distinto (la magnífica Johnny Guitar, quizá su obra maestra; Busca tu refugio, La verdadera historia de Jesse James), y el drama, del que esta Rebelde sin causa es su mejor exponente. Después, ya en los años sesenta, tras la estupenda aventura protoecologista Los dientes del diablo, que se adelantó a su tiempo, Ray acepto dos encargos del productor Samuel Bronston para rodar en España dos superproducciones, Rey de Reyes, versión al cine de la vida de Jesucristo, que tuvo una mala acogida por parte de la crítica, y 55 días en Pekín, que no pudo terminar al sufrir una grave colapso provocado por su exacerbado alcoholismo.
Rebelde sin causa narra la historia de un conflictivo joven, Jim, y sus relaciones con una serie de colegas de su edad, como Judy y Plato, con los que establecerá vínculos ambivalentes. El joven sufre una fuerte frustración por sus padres, una pareja en permanente discusión y en la que él echa en falta una mayor autoridad por parte del progenitor masculino.
Sobrepasado por su propia fama, este mítico melodrama generacional fue ahogado en buena medida por la interpretación de un James Dean que aquí desarrolló al límite su imagen de chico rebelde e incomprendido por sus padres y por la sociedad, una fórmula que posteriormente se imitaría hasta la extenuación, convirtiéndose en un icono universal.
Pero al margen de su carácter de leyenda, la película de Nicholas Ray sigue siendo un vibrante documento cinematográfico, una obra de pujante viveza, una pequeña joya del cine en la que elementos tales como el inteligente uso del formato panorámico y del color tendrían una capital importancia dramática. El hecho de que, en su momento, el fenómeno sociológico se comiera a la obra artística no deja de ser lamentable, pero también previsible. A ello no fue ajena la muerte en accidente de coche de Dean un mes antes de su estreno, que haría mítica la supuesta frase que se le atribuyó al carismático actor: “Vive deprisa, muere joven, ten un cadáver bonito”.
Además de Dean, que hace toda una creación (actualmente se podría considerar más bien sobreactuada...), destacan intérpretes como una Natalie Wood en su primera gran película (después llegarían Esplendor en la hierba y West Side Story), y Sal Mineo, en un personaje de calculada ambigüedad sexual.
(07-05-2021)
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