CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin, Apple TV y Prime Video.
Cuando ya había pasado por ser apostador profesional, soldado del ejército mejicano, boxeador, actor de vodevil, pintor, reportero, jinete de hipódromo y no sé cuántas cosas más... John Huston, cuando tenía 24 años y tanta arrogancia como ingenuidad, aterrizó por Hollywood y se presentó en el despacho de Samuel Goldwyn con un guión que adaptaba la monumental y excelente La Montaña Mágica del Nobel alemán Thomas Mann, asegurándole que sería un éxito. Pero Mr. Goldwyn no le hizo ni caso...
John era hijo del actor Walter Huston y de una periodista neoyorkina, Rhea Gore, en una unión en plena crisis, con el padre entonces en una compañía itinerante y la madre más pendiente de las apuestas que de aquel hijo, que acabó más o menos criado por la abuela materna. Reflejando el estereotipo del aventurero itinerante, se explica que luego fuese amigo de un Orson Welles o de Hemingway. Con sólo 19 años tuvo Huston su primer matrimonio, de los cinco que jalonaron su vida. Pero tonto no era y en 1941 ya rodó su primer largo -con la Warner Bros.-, que se considera la piedra fundacional del más genuino cine negro americano, El halcón maltés, iniciando una filmografía de casi cuarenta largometrajes. Y de propina otra larga lista como actor, aprovechando su imponente físico.
Cineasta de aluvión, en su carrera hay de todo, menos un estilo definido o reconocible. Tuvo la mala suerte de que los influyentes críticos franceses de los años sesenta del XX, los de la Nouvelle Vague o Cahiers du Cinéma (Chabrol, Truffaut, Rohmer...) lo ningunearon bastante y siempre prefirieron adorar a Alfred Hitchcock o a Howard Hawks. Lo que siempre se ha dicho es que su cine refleja a menudo historias de perdedores, y yo añadiría también a aventureros y fracasados. Hay aventureros en Moby Dick o en El hombre que pudo reinar, hay perdedores en Fat City. Ciudad Dorada o en Vidas rebeldes, y hay fracasados en El tesoro de Sierra Madre o La noche de la iguana, entre otros muchos títulos que también podrían servir.
Como por ejemplo esta Reflejos en un ojo dorado, cosa normal (que haya fracasados) si tenemos en cuenta que adapta una novela de Carson McCullers, una original, enfermiza y excelente autora, otra de las muchas que dio la literatura norteamericana en el siglo pasado, con Patricia Highsmith, Alice Munro o Harper Lee, y que buscó siempre tramas extrañas y personajes retorcidos, que también encontramos en La balada del café triste, -para mí su mejor obra-, o en Frankie y la boda o en Reloj sin manecillas... muy posiblemente influenciada por la fama y el éxito de un autor tan exagerado como triunfante, el sureño Tennessee Williams (con tantos títulos llevados a la gran pantalla) y acaso con ecos lejanos del gran William Faulkner.
En ella vemos las peripecias y frustraciones del mayor Penderton (Marlon Brando), su esposa Leonora (Liz Taylor), el coronel Langdon (Brian Keith) y su mujer Alison (Julie Harris), y como piedra angular del entramado, el soldado Williams, un tipo calmoso e imperturbable, que se aísla de todos, prefiriendo los caballos a los humanos. Penderton y Leonora duermen separados, y ella se burla y lo ridiculiza acusándolo de homosexual, y se venga engañándolo con el coronel, mientras la esposa, Alison malvive con dolencias y crisis. Todo cambia cuando el soldado, en uno de sus solitarios paseos nocturnos, ve andando desnuda por la casa a Leonora y desde entonces frecuenta la mansión y se obsesiona con ella. Al estar en cuartos separados llega a penetrar en la habitación de ella y la observa muchas noches mientras duerme.
El papel fundamental del soldado Williams lo encarna un juvenil Robert Forster, un buen actor que nunca llegó a estrella (presente en Jackie Brown de Tarantino o en Mulholland Drive de David Lynch), y su rostro inocente se ajusta perfectamente al papel. Marlon Brando está adecuadamente histriónico, y la Taylor, Brian Keith o Julie Harris cumplen con sobriedad. Volviendo a la trama todo se complica cuando Penderton (al advertir los merodeos del muchacho) cree que es a él a quien busca y su humillación llega al culmen cuando su esposa lo golpea ante todos. Tras una vertiginosa galopada y un clímax cada vez más morboso, se llega a un final traumático, y resuelto como en el libro.
Película más de trama que de realización, tiene una fotografía de dos maestros como Aldo Tonti y Oswald Morris, que optan por dotarla de un chocante cromatismo en tonos café y marrones apastelados, que resultan un tanto forzados. Igualmente la música del japonés Toshiro Mayuzumi busca una mezcla de dramatismo y toques exóticos no siempre acertada. Pero el conjunto del film es ciertamente llamativo y no cansa a pesar de estar ambientado exclusivamente en las distintas construcciones del cuartel. Si además tenemos estrellas consagradas, como Taylor y Brando, todos contentos
Tras este film, John Huston siguió rodando a película por año prácticamente hasta su muerte (con 81) en 1987, cuando adaptó un relato de James Joyce, Los muertos, que en España se tituló Dublineses y que sirvió para ofrecernos una despedida reposada y nostálgica, un tanto inesperada viniendo de alguien tan vitalista y aventurero como fue él toda su vida... Lo que hacen la perspectiva, la veteranía y los años...
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