Pelicula:

Esta película está disponible en el catálogo de Filmin.

El cine de Juan Cavestany (Madrid, 1967) es el de un francotirador; un francotirador dentro del sistema, pero un francotirador, al fin y al cabo. Se inició en el cine con aquella comedia, El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo (2004), que buscaba una cierta hilaridad en clave “nonsense”, de comedia de tontos, en este caso en su vertiente de pijos imbéciles (perdón por la redundancia...), en lo que parecía una burla de la estupidez congénita de los vástagos de la clase alta, a la postre quizá incluso una comedia marxista... A partir de ahí, su filmografía está llena de películas peculiares, por llamarlas de alguna manera, un punto (o un mucho...) excéntricas, como Gente de mala calidad (2008), Dispongo de barcos (2010), Gente en sitios (2013) o Esa sensación (2016), películas todas ellas de escaso presupuesto y rodajes mínimos, casi de aficionados, aunque con un “look” perfectamente profesional, pero con contenidos al margen del cine comercial al uso, buscando preguntas antes que respuestas, siempre con tonos entre lo surrealista y lo absurdo.

Su nueva película, este Un efecto óptico, es un poco más costeada (vamos, lo que supone haber rodado “algo” en Nueva York, se intuye que sin permisos, en plan turista total), pero también participa de las mismas características de su cine anterior, aunque ahora con la intención (vana, a lo que se ve) de buscarse un hueco, aunque sea mínimo, en la taquilla del cine español.

Alfredo y Teresa son un matrimonio cincuentón que vive en su natal Burgos; tienen una hija veinteañera estudiando en Madrid; con muchas ganas de visitar Nueva York, finalmente conciertan el viaje y se marchan hacia la ciudad de los rascacielos. Pero al llegar empiezan a tener la impresión de que aquella, quizá, no sea la Gran Manzana, e incluso que los días, las situaciones, los lugares, se repiten con algunas variantes...

Las extrañas primeras imágenes, rodadas en lo que parece una granja ovina, ya dan pistas de que no estamos ante una película al uso. La primera impresión, durante la primera media hora, es la de que Cavestany, director, guionista y productor de esta película, pretende criticar ese concepto del turismo como un “acontecimiento”, aunque no se tengan ganas de visitar otras tierras, otros países; parece entonces realizar una acerba crítica sobre ese sentimiento impostado de la felicidad a toda costa a la que el ser humano de nuestro tiempo y espacio parece obligado: cuando las necesidades primarias están holgadamente cubiertas, parece decir Cavestany, nos tenemos que buscar pretextos para ser felices, como viajes que, en realidad, no nos apetecen.

Pronto vemos que no van por ahí los tiros, o que al menos no es donde está apuntando el director: pronto nos damos cuenta de que lo que busca es contarnos un cuento, quizá una “película” dentro de la película, como pronto veremos que aparece, no en clave realista sino surrealista. Claro está, si no se entra en esa premisa, no hay historia para el público, que no tardando mucho se da cuenta de que aquello no tiene nada que ver con la realidad, sino, en todo caso, con una “realidad imaginaria”: los dos pánfilos protagonistas vuelven a reproducir las mismas escenas una y otra vez, con ligeras variaciones (a veces variaciones de gran calado: véase ese cuadro de Las Meninas literalmente “vacío”...), hasta que den con la tecla (¿se podría hablar aquí, con más propiedad que nunca, de la “clave del arco”? Me parece que sí...).

Evidentemente, la anécdota central, el supuesto viaje de los dos protagonistas a un Nueva York que se parece sospechosamente a Madrid, a un Metropolitan que tiene toda la pinta (y las pinturas...) del Prado, se sustenta de, aparte del panfilismo de los personajes centrales, unos benditos, en esa evidente estandarización de los centros urbanos de nuestro tiempo que facilita el equívoco. Se podría decir que la película trata en alguna medida también de la uniformización de las grandes urbes, que buscan implícita o explícitamente reproducir el canon de Nueva York como ciudad ideal, o mejor idealizada. Claro está, la premisa se hace difícil de mantener, tanto para los protas como, sobre todo, para el espectador, y el transcurso del metraje lo que hace es redoblar el surrealismo de la trama, hasta convertirlo, en alguna medida, en una película cuasi abstracta en su falta de narración al uso. Así, el inicial error de ciudad se irá tornando mucho más intrincado, más conceptual conforme avance el metraje.

Tendremos entonces desdoblamiento de personajes, de situaciones, compartiendo incluso planos esos mismos personajes en distintos momentos temporales, como si estuvieran en varios espacio-tiempo diferentes y existiera algún tipo de intersección entre ellos. Pero no busca Cavestany el tono de ficción científica, sino más bien la fantasía cuasi onírica, a ratos de cuento, como el más que evidente de Caperucita y el Lobo (quizá una metáfora de la violación), abrumadoramente plagada de referencias cultistas: el David Lynch de Twin Peaks, el Buñuel de El ángel exterminador, todo el cine del surcoreano Hong Sang-soo (con sus películas en las que una misma situación es vista desde distintos prismas y con sutiles variantes: Ahora sí, antes no, En la playa sola de noche, La cámara de Claire...), Donnie Darko (aunque en clave de comedia), Atrapado en el tiempo (para entendernos, "El día de la marmota"...), o el díptico carrolliano de Alicia, aparecen de una u otra forma en esta bizarra película que, sin duda, no deja indiferente...

Con algunas imágenes inquietantes (ese mimo o payaso que aparece inesperadamente en la tele, en un toque lynchiano; ese a modo de licántropo que interpreta Luis Bermejo, el Lobo de Caperucita más insospechado posible); con una música de cámara que  va produciendo progresivamente un efecto hipnótico; con un humor muy sutil (quizá demasiado...), la película de Cavestany resulta ser una extrañísima obra, nada convencional, no exenta de interés, indagatoria de caminos, pero ciertamente exasperante en sus redundancias: tal vez un formato más reducido, como el mediometraje, hubiera sido más adecuado a su tema y exposición.

No suele haber un divorcio absoluto en la opinión entre público y crítica: en este caso sí, y mientras el primero ha puesto la peli de chupa de dómine (véase por ejemplo la puntuación de 5,1 sobre 10 que presenta en Filmin cuando se escriben estas líneas, siendo el público de esta plataforma generalmente entendido y de gustos exquisitos), la segunda se ha entregado absolutamente a sus méritos; no estamos ni con unos ni con otros: valoramos la capacidad de búsqueda de nuevos lenguajes cinematográficos, la indagación como una de las formas de avanzar en cine (y en todo...), pero ciertamente nos parece que Cavestany, buscando una cierta abstracción, con frecuencia se topa con el aburrimiento, esa lacra.

Adecuados y correctos los protagonistas, Machi y Nieto, que componen una pareja de clase media zarandeada por este ¿cuento? ¿pesadilla? ¿película? ¿empanada mental?: creerte que estás en la Quinta Avenida y resulta que es Lavapiés...

(16-06-2021)


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80'

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Un efecto óptico - by , Jun 16, 2021
2 / 5 stars
¿La Quinta Avenida o Lavapiés?