Aunque ya en 07-08-2009, con el título La torre de Pixar no está inclinada, dedicamos un artículo a la animación digital, y en concreto a Pixar, la productora a la que se debe la producción a gran escala (y con notables estándares de calidad) de esa novedosa forma de hacer cine de animación, el estreno de Del revés (Inside Out), la última pequeña joya de la empresa creada por John Lasseter, nos da ocasión de repasar, ya de una forma general, este nuevo fenómeno, en una serie de artículos que iniciamos con este dedicado a la mentada Pixar.
Todo empezó (a escala comercial, insisto; antes se habían hecho varios cortos que no tuvieron una exhibición normalizada al considerarse pruebas de lo que sería después una realidad) con Toy Story (1995), con la que John Lasseter, el boss de Pixar, aunque entonces era un mindundi, asombró al mundo: era posible hacer cine de animación sin lápices, sólo con el ratón y el disco duro del ordenador. Además, Lasseter cambió radicalmente el enfoque del cine de animación tradicional (vale decir el de Disney, que es el que hasta entonces cortaba el bacalao), y se aleja del cuento de hadas o fábula animalista, para hacer que sean los juguetes de un niño los que cobren vida cuando éste no está con ellos, para poner en imágenes las aventuras del cowboy Woody, el astronauta Buzz Lightyear y toda una troupe de deliciosos personajes.
A partir de ahí, Pixar toma velocidad de crucero y rueda Bichos (1998), que no es sino una versión actualizada y animalista de dos clásicos como son Los siete samuráis (1954) y Los siete magníficos (1960) --el segundo es un “remake” en clave western del primero, como es sabido--, deliciosa, ya de bellísimo dibujo digital, como si la perfección fuera (como así es) una de las marcas de fábrica de la productora de Lasseter. Toy Story 2 (1999), de nuevo con el boss a los mandos, pero ahora compartiendo tarea con otros dos cineastas de la casa, consigue la rara proeza de mejorar la primera parte, algo vedado generalmente a las secuelas, aunque ésta tiene entidad propia, hasta el punto de superar a su original.
Con Monstruos S.A. (2001) Lasseter cede la dirección a otros, que sólo retomará en casos puntuales. Pero lo cierto es que ese cambio en la dirección no se nota, porque la película resulta deliciosa, una fábula sobre los monstruos de nuestra infancia (el Coco, el Sacamantecas, una recua de seres fantásticos inventados por los padres para pastorear a los más pequeños) que terminan siendo literalmente adorables. Pero es que la siguiente en la lista cronológica de Pixar, Buscando a Nemo (2003), es incluso mejor, una fábula en el fondo del mar con un pez padre y su hijito, una entrañable historia sobre la paternidad, sus peligros y sus recompensas.
Con Los increíbles (2004), Pixar se adentra en el mundo humano, con dibujos digitales que ya no reproducen juguetes o animales, sino hombres y mujeres, bien que huyendo de la humanización realista y apostando más, dado el tema que toca (los superhéroes y su supuesto lugar en la sociedad, en cualquier sociedad), por el dibujo fantasioso. Resulta ser una notable película, briosa y a la vez irónica, que pone en solfa el cine de superhéroes de plástico que por aquel entonces (también ahora, me temo) nos asuela. La dirigió Brad Bird, que años atrás nos había deleitado con El gigante de hierro (1999), un “cartoon” tradicional en la forma pero muy innovador en el fondo.
Cars (2006) hace de los coches los protagonistas, en una especie de fábula que recuerda el Calabuch de Berlanga, con un coche remilgado que recala en un pueblecito de mala muerte, donde aprenderá algunas cosas, entre ellas dos virtudes que empiezan por hache, humildad y humanidad. Años más tarde tendría una secuela, Cars 2 (2011), que a pesar de ser dirigida por el propio Lasseter, fue uno de los pocos fiascos (comercial y crítico) de la casa, al no aportar elementos nuevos a la historia y dedicarse a vivir de los réditos del primer título.
La fábula retorna con Ratatouille (2007), donde una rata será nada menos que un refinado chef en un restaurante de alta cocina, de eso que llaman “nouvelle cuisine” (nada que ver con la Nouvelle Vague, que es otra cosa…), en este caso de nuevo con Brad Bird a los mandos, un filme que juega con la representación tópica del París más clásico para apostar por el respeto al diferente (en este caso una rata preparando exquisitos manjares, mon Dieu…).
Si el filme de Bird retrocedió algo con respecto a la tónica sobresaliente de Pixar, la siguiente aportación de la Casa del Flexo (ya saben que ese modesto cachivache es el icono de chez Lasseter), WALL-E (2008), es otra de sus cimas, una extraordinaria película sobre el futuro del ser humano, con una Tierra devastada y una Humanidad que sestea, entregada a la molicie, y que ha delegado vicariamente en las máquinas cualquier atisbo de esfuerzo. En ese contexto, la historia, entre la amistad y el amor, entre un humilde robotito especializado en recoger basuras y una sonda vagamente femenina que indaga la posibilidad de que el planeta azul vuelva a ser habitable, es literalmente estremecedora.
¿Qué decir entonces de Up (2009)? Aunque comienza regular, con una cháchara que es la antítesis del cine pixariano, pronto se deja de tonterías y eleva el tono, y entonces nos deja sin aliento: tengo escrito que la elipsis de las corbatas es como la del hueso lanzado al aire de 2001. Una Odisea del Espacio (1968). No recuerdo otro ejemplo de una belleza tal en ese tan sugestivo recurso cinematográfico. Pero ahí no queda la cosa, sino que el resto será, además de una vibrante aventura, el gozoso, a ratos durísimo aprendizaje de volver a amar por parte del viejo protagonista, tras perderlo todo en la vida, lo primero las propias ganas de vivir.
¿Cómo se podía hacer algo mejor que Up? Pues con una tercera parte de la película con la que se inició todo: Toy Story 3 (2010) consigue el raro prodigio de mejorar al primer y al segundo segmento de la serie: más nostálgica, pero también aún más creativa, este último capítulo (aunque cuando se escriben estas líneas parece anunciarse una cuarta parte) es, para mi gusto, la obra maestra absoluta de Pixar: es Indiana Jones pero también Platón, es Jack London pero también Averroes, es Lewis Carroll pero también Kant. Aventura, filosofía, arte, sociología, psicología… y todo ello a un ritmo trepidante, que embelesa a niños y embriaga a mayores.
Tras esa cima llegó la sima de Cars 2, ya comentada: no se puede ser sublime sin interrupción, como sabemos desde Oscar Wilde. Brave (Indomable) (2012) presenta por primera vez en Pixar una historia que podría haber sido filmada por Disney, un cuento de hadas, bien que muy modernizado, en este caso con una heroína (siguiendo de esa forma también la estela disneyana desde los años noventa: Pocahontas, Mulan, Tiana y el Sapo…). Mantiene la extraordinaria calidad del dibujo y consigue un gran éxito, aunque para mi gusto resulta un tanto ajeno al espíritu pixariano.
Con Monstruos University (2013) se retoma el universo de la anterior Monstruos S.A., en una deliciosa precuela que nos enseñaba los primeros pasos de los dos adorables monstruitos, el gigantesco y azulón Sulley y el polifémico y esférico Wazowski, manteniendo un nivel de calidad muy apreciable, sin apenas desmerecer de su original. Por último, Del revés (2015) da un salto prodigioso en la osadía pixariana. Quizá Lasseter y sus cuates, y también sus jefes de Disney (recordemos que la Casa del Ratón, habitual colega en anteriores proyectos, a partir de 2007, y previo pago de la bonita cifra de 7.500 millones de dólares, es la dueña de la Casa del Flexo) se ven ya tan seguros como para poner en imágenes no sólo animalitos humanizados u objetos antropomorfizados, sino algo tan evanescente como las emociones: Alegría, Tristeza, Asco, Ira, Miedo, serán las protagonistas absolutas de esta deliciosa película, tan aventurera como filosófica, tan docente como gozosa, tan espléndida como, en el fondo, secretamente melancólica.
Pixar es, hoy por hoy, el buque insignia de la animación digital. En los veinte años (cuando se escriben estas líneas) que lleva haciendo cine ha sabido ir de la mano de Disney, incluso ser su subordinado (a partir de la compra en 2007), pero también ha preservado su identidad, que no es otra que hacer cine humanista aunque sea con formas tan dispares como un muñeco, un coche de carreras o un robot recogedor de basuras. Salvo rarísimas excepciones no ha hollado el camino del cuento de hadas, tan caro a la empresa del viejo Walt, y ello le ha permitido desplegar su propia personalidad. Sus películas han estado en manos de un elenco de directores que ha demostrado reiteradamente un talento excepcional: además del boss Lasseter, conocemos las bondades como cineastas de raza de gente como Pete Docter, Lee Unkrich, Andrew Stanton o Brad Bird. Por último, el trazo de su dibujo digital es, sin duda, el mejor de todos los que actualmente se hacen en el mundo.
Ojalá que la Casa del Flexo, para nuestro gozo, siga haciendo tan buen cine como hasta ahora. Otra cosa no se la perdonaríamos…
A su rebufo, otras productoras USA, y otras nacionalidades, han seguido esa misma senda de creatividad y talento en el cine de animación por ordenador; sobre ello hablaremos en sucesivos artículos que serán continuación de éste. El conjunto de la producción de animación digital en estos veinte años ha conseguido, ¡oh, prodigio|, hacer que el cine de dibujos animados, tradicionalmente vinculado al público infantil, dé un considerable salto para convertirse no ya en un cine que pueden ver también los adultos, sino que sean estos los que realmente puedan saborearlo con mayor placer. Estamos entonces en ese momento dulce de la madurez, cuando se han dejado atrás las inconsistencias de la infancia y la adolescencia de la animación, y se han conseguido de esta forma resultados portentosos. Lo seguiremos analizando en próximos capítulos de esta serie de artículos…