Con la proyección de Belfast (2021), la última película dirigida por Kenneth Branagh, se ha cerrado el 18º Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF, por sus siglas en inglés), alcanzando con esos dieciocho años, metafóricamente, la edad en la que en nuestro tiempo, convencionalmente, pero también oficialmente, se considera ya a las personas como adultos. Estamos entonces en una cifra que, aparte de ser simbólica, nos parece confirmar que el certamen ya está plenamente arraigado y que (salvo catástrofe, no descartable dado el signo de los tiempos...) llegó a principios de este siglo XXI para quedarse mucho tiempo.
Lo cierto es que el SEFF parece haber encontrado su lugar bajo el sol, un espacio para el cine europeo que, con buen criterio, no hace ascos a las coproducciones con países de otras regiones del mundo, para enriquecer las propuestas de su programación. Las secciones permanentes ya están más que consolidadas: al margen de la Sección Oficial, como todo festival que se precie, las otras apuestas, como Selección EFA, Revoluciones Permanentes y Las Nuevas Olas aportan frescura y variedad, además de otras como Panorama Andaluz, que presenta una amplia mirada sobre la producción cinematográfica andaluza del año.
A falta de cifras oficiales, nuestra impresión es que se ha recuperado la afluencia de público de antes de la pandemia. Las salas, al menos en las sesiones en las que hemos estado, se han visto muy concurridas; ciertamente esa es la mejor vacuna (ya que estamos con pandemias...) para la continuidad del festival, porque si el público sevillano, que es el que mayoritariamente acude a las salas, empezara a flaquear en su interés por el SEFF, la existencia del Festival de Cine Europeo podría empezar a cuestionarse, cosa que, a día de hoy, no parece que vaya a suceder.
En cuanto a los premios, habrá que decir que nos parecen, en general, bastante razonables. Debemos decir en cuanto a la Sección Oficial, que es la que mayormente hemos seguido, que nos ha parecido muy aceptable. Es cierto que ha habido alguna “castaña” (muy jaleada, extrañamente, en certámenes de postín...), pero en general se puede decir que la altura de las películas que hemos visto en la sección estrella del certamen ha sido bastante buena. Eso sí, no hemos visto, en nuestra opinión, esa gran película que otros años nos ha conquistado.
Se puede decir sin temor a equivocarse que la cinta abrumadoramente ganadora del 18º SEFF ha sido la germano-austríaca Great freedom, que se ha llevado el Giraldillo de Oro a la Mejor Película, así como el premio al Mejor Actor para Franz Rogowski y también el Premio ASECAN, otorgado por un jurado de la Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía. Lo cierto es que nos parece un fallo acertado, si vale el oxímoron: la película del austríaco Sebastian Meise es una valiente denuncia de un hecho no demasiado conocido, el castigo penal de las prácticas homosexuales que se mantuvo en la República Federal Alemana hasta, al menos 1969. Así que el país de la democracia que enterró el nazismo, la Alemania de los líderes de las libertades, de los cancilleres Adenauer, Erhard, Kiesinger (no confundir con Henry Kissinger...), mantuvo sin modificar las mismas durísimas penas que los nazis infligían a los gays por el mero hecho de serlo. Sebastian Meise pone en imágenes la vida de un hombre, Hans, que se llevó toda su vida entrando y saliendo de la cárcel por sus relaciones homosexuales, un hombre al que, literalmente, el estado le robó la vida con su mojigatería. Se trata de un film no muy estiloso pero ciertamente muy eficaz en su mensaje y en la forma de transmitirlo: no es oro todo lo que reluce en las democracias europeas, viene a decir Meise (es verdad que en otros países fuera de Europa la cosa es mucho peor...).
La franco-japonesa Onoda, dirigida por Arthur Haradi, se puede considerar la segunda película más laureada en el palmarés, llevándose el Gran Premio del Jurado (ex aequo con Costa Brava, Líbano, ópera prima de la cineasta Mounia Akl), además del Premio al Mejor Guion.
El Mejor Director ha sido considerado Jonas Carpignano, cineasta italo-norteamericano que ha interesado mucho con su Para Chiara, donde combina elementos del documental con una estructura de thriller; el film también se llevó una Mención Especial para su reparto interpretativo, compuesto en su totalidad por actores y actrices no profesionales, que ciertamente están estupendos. Del resto del palmarés mencionaremos el Premio a la Mejor Actriz para la francesa de origen asiático Lucie Wang, por su espléndida interpretación protagonista en la dramedia romántica francesa París, Distrito 13, de Jacques Audiard.
Puestos a ponernos exquisitos, echaríamos en falta que hubieran “rascado” algún premio propuestas tan curiosas y rompedoras como Memoria, la aventura colombiana del tailandés Apichatpong Weerasethakul, o Diários de Otsoga, el peculiarísimo metacine de los portugueses Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro.
No queremos terminar este artículo resumen sobre el Festival de Cine Europeo de Sevilla sin pedir a la organización del SEFF que, una vez pasado lo peor de la pandemia, según parece, recupere las actividades del certamen a lo largo del año, que en ediciones anteriores se han venido sucediendo bajo la advocación de #SEFF365: porque eso también es festival, porque “destemporalizar” (si nos permiten el palabro...) el certamen es importante para que pueda verse en Sevilla otro tipo de cine al margen de las pelis comerciales de siempre, además de los escasos “templos” dedicados total o parcialmente al cine en versión original. No lo olviden, porfa, no nos olviden...
Ilustración: Una imagen de Great freedom, película claramente ganadora del 18º Festival de Cine Europeo de Sevilla.