Enrique Colmena

Tras repasar ampliamente los escritores que un día decidieron ser también directores, en países como Estados Unidos, España, Francia y Reino Unido, en esta última entrega del serial haremos lo propio, de forma conjunta, con varios países cuya aportación de esta figura (siempre entendiendo que no aspiramos a la exhaustividad) es más limitada que en los estados citados.


Chile

Curiosamente, el país andino aporta a tres escritores originarios de aquella tierra que se pusieron tras la cámara. El primero de ellos, siempre en ese orden más o menos cronológico que hemos adoptado en este serial, sería Alejandro Jodorowsky (1929), personaje peculiar donde los haya: nacido en Chile, se ha nacionalizado también francés (aunque mantiene una relación amor/odio con el país de Molière...), y ha rodado en un buen montón de países, además de en esos dos, motivo por el que lo incluimos entre sus homólogos que nacieron en esa misma tierra tan condicionada por los Andes. Jodorowsky, menos de barrendero (por decir algo...), ha debido hacer de todo en esta vida: novelista, guionista de cine y televisión, poeta, ensayista, dramaturgo, director teatral, poeta, actor, montador cinematográfico, historietista, compositor musical, pintor, escultor, autor de cómix... eso por citar sus actividades llamémosles genéricamente artísticas, sin hablar de otras más esotéricas, como psicomago (lo que quiera que sea eso...). Su longeva existencia (tiene 95 años cuando se escriben estas líneas, y al parecer sigue en activo...) sería para hacer una serie de Netflix de varias temporadas, con una vida en la que ha viajado por todo el mundo y ha hecho mayormente lo que le ha dado la real gana. Ha conocido y tratado a gente como Erich Fromm, André Breton, Moebius, el beatle George Harrison, Orson Welles y Salvador Dalí, entre otras figuras de primera línea mundial. Junto a Roland Topor y Fernando Arrabal, Jodorowsky enunció el Movimiento Pánico y el Teatro del Pánico, uno de los fenómenos teatrales (y no solo teatrales) más relevantes del siglo XX.

Su cine como director es, como su obra literaria o pictórica, muy extraña, atravesada de ramalazos surrealistas, siempre ajena a cualquier realidad, con frecuencia entreverada de excursos fantásticos y extravagantes, y también buscando el telurismo a todo trance. Como director su filmografía consta de una decena de títulos, abarcando un arco temporal, desde el primero al último de ellos, de nada menos que 62 años. Empezó en la dirección (compartida con Saul Gilbert y Ruth Michelly) con un corto en Francia, La cravate (1957), protagonizado por él mismo, que no era mucho más que una obrita de teatro (mudo) filmada, en línea con el arte del mimo que el propio Jodorowsky cultivaba en aquella época. En Fando y Lis (1968), ya como director en solitario, rueda una peculiar versión de la famosa obra teatral homónima de Arrabal, su compañero en el Teatro del Pánico. El topo (1970), su posterior trabajo de dirección, acaso fuera uno de los más ambiciosos de su carrera, una relectura del wéstern en clave mágica, esotérica y simbólica, rodada en (y con nacionalidad de) México, como casi todas las de esa época, cuando tenía alrededor de cuarenta años y estaba en el apogeo de su creatividad, y con evidentes reminiscencias de películas del Cinema Novo Brasileiro, en especial Antonio das Mortes. Poco después hará La montaña sagrada (1973), de corte místico y surreal. Su fiasco comercial (750.000 dólares de presupuesto, recaudación mundial 85.000 dólares; fuentes: IMDb y The-numbers.com, respectivamente) hará que no vuelva a dirigir durante siete años, cuando rueda Tusk (1980), ahora con producción francesa, un film que buscaba ser algo más comercial, más dentro de los márgenes de la industria (a pesar de lo cual era una marcianada, claro...), con ambiente exótico (la India, nada menos) y personajes no humanos que (en este caso literalmente...) llenaban la pantalla: un elefante.

Con Santa sangre (1989) vuelve al atrabiliario paisaje mexicano, con otra historia preñada de detalles místicos, extravagante en su planteamiento y puesta en escena, en la que contó con un actor norteamericano de cierto prestigio, Guy Stockwell. El ladrón del arco iris (1990) es su primera producción británica, para la que contó con tres actores de primera línea, Omar Sharif, Peter O’Toole y Christopher Lee, con ambiente circense y la sensación de que Dickens no andaba lejos. Ya en las primeras décadas del siglo XXI, habiendo alcanzado ya Jodorowsky los ochenta y noventa años, respectivamente, ejecutará sus últimas y peculiares realizaciones cinematográficas: La danza de la realidad (2013) es su relato más autobiográfico, contando su vida cuando era niño, en un pequeño pueblo chileno, una historia en la que el Jodorowsky adulto, ya anciano, se dirige a su “yo” niño. Poesía sin fin (2016) será un relato también en clave autobiográfica, ahora ya en la edad joven del prolífico polígrafo (perdón por el casi trabalenguas...), en el que las imágenes simbolistas y surrealistas campan a sus anchas. La última peli de Jodorowsky será un documental, Psychomagic: a healing art (2019), sobre la que quizá sea la última de sus obsesiones, el arte de la curación (al final de este artículo el lector interesado encontrará un enlace para ver el corto La cravate, de Jodorowsky y otros).

Antonio Skármeta (1940) es un novelista, cuentista, guionista de cine y televisión y dramaturgo, además de haber ejercido la docencia en su país (Filosofía y Literatura), antes de tener que emigrar por sus ideas izquierdistas tras el golpe de estado de Pinochet. Vivió en el exilio en Argentina y, sobre todo, Alemania. Como escritor es famoso sobre todo por la novela Ardiente paciencia, que tiene una curiosa génesis: Skármeta primero escribió el tratamiento cinematográfico y el guion y, tras rodar la película, la adaptó al formato de novela corta que es el que se conoce literariamente hablando. Ese guion, como decimos, fue dirigido por el propio escritor chileno en 1983, en su exilio germano, con el mismo título, aunque posteriormente cobraría mucha más celebridad por la versión (adaptada a Italia) que hizo Michael Radford con el título El cartero (y Pablo Neruda), en puridad una actualización con sabrosas variantes del clásico Cyrano de Bergerac, de Edmond de Rostand; por cierto que esa misma novela conocerá una nueva adaptación, ya en el siglo XXI, con el mismo título original, Ardiente paciencia (2022), con dirección de Rodrigo Sepúlveda y con producción chilena. En la obra literaria de Skármeta habrá que citar también el libro de relatos Tiro libre, las novelas Soñé que la nieve ardía y El baile de la Victoria (llevado al cine por Fernando Trueba en 2009 con ese mismo título) y la pieza teatral El plebiscito (que inspiró la película No, de 2012, de Pablo Larraín). El resto de la filmografía de Skármeta como director es corta y ciertamente irrelevante, toda ella rodada en su exilio en Alemania: el corto Aufenthaltserlaubnis (literalmente, “permiso de residencia”, 1978), el largo documental Wenn wir zusammen lebten... (literalmente, “si viviéramos juntos...”, 1983), y, pocos años antes de volver a Chile, el largometraje de ficción Abschied in Berlin (“despedida en Berlín”, 1985).

Alberto Fuguet (1963), nacido en Chile, vivió su niñez en Estados Unidos, para volver ya adolescente a su país, en plena dictadura pinochetista. Licenciado en periodismo, se ha desempeñado como tal, pero también como crítico de cine y música, columnista, ensayista, novelista, cuentista... su obra literaria se caracteriza por su oposición frontal al realismo mágico típico del “boom” hispanoamericano, abogando por un realismo urbano a ultranza. Entre sus novelas más destacadas estarían Sobredosis, Mala onda y Tinta roja. Fuertemente atraído por el cine, empezó como guionista, para pasar pronto a la dirección cinematográfica con un corto, Las hormigas asesinas (2004). En su filmografía como tal destacan títulos como Se arrienda (2005), Música campesina (2011) y Cola de mono (2018).


Alemania

En el país de Goethe encontramos, dentro del tema que estamos tratando, a Peter Handke, influyente escritor durante la segunda mitad del siglo XX y también en lo que llevamos de siglo XXI; de hecho, obtuvo el Nobel de Literatura recientemente, en 2019. Es novelista, poeta, ensayista, dramaturgo y traductor. Varias de sus novelas más conocidas, como El miedo del portero ante el penalti o Falso movimiento, han sido llevadas al cine, en concreto ambas por Wim Wenders. Como director se inició con el largo Chronik der laufenden Ereignisse (literalmente, “crónica de actualidad”, 1971), para después hacer, sobre su propia novela, su película más conocida, La mujer zurda (1977), con un estilo cinematográfico muy influido por el cine de Wenders, buen amigo del escritor. Posteriormente versiona la novela El mal de la muerte, de Marguerite Duras, en Das mal des todes (literalmente “la marca de la muerte”, 1985), que pasa desapercibida, para cerrar su carrera como director con La ausencia (1992), versión de su propia novela homónima. Como guionista le estaremos eternamente agradecidos por haber escrito el libreto cinematográfico de Cielo sobre Berlin (1987), la obra maestra de Wenders.


Italia

El caso de Pier Paolo Pasolini (1922-1975) nos recuerda el famoso dicho popular. ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? O para decirlo más apropiadamente, ¿qué fue Pasolini, un poeta y filósofo que hacía cine, o un cineasta que escribía poesía? Ciertamente, con independencia de este cuasi irresoluble dilema, la verdad es que Pasolini, desde el punto de vista de la fama, o de su prima hermana la popularidad, ha quedado en el imaginario del pueblo (ese al que él siempre se dio absolutamente) como un director de cine. Pero sin embargo, desde un punto de vista puramente cronológico, Pasolini primero fue escritor y luego cineasta, así que lo consideraremos incurso dentro de este serial que estamos dedicando a los escritores que fueron también directores.

Sobre el poeta y cineasta boloñés el lector interesado puede consultar la trilogía de artículos titulada Pier Paolo Pasolini: a un siglo de su nacimiento, pulsando en los siguientes enlaces: I y II (originales de Rafael Utrera Macías) y III (original del autor de estas líneas), donde encontrará una amplia glosa sobre su obra como director de cine. En todo caso, recordaremos aquí, a vuela pluma, su polifacética vena artística, habiéndose desempeñado como poeta, ensayista, novelista, articulista, dramaturgo, pintor y, por supuesto, guionista, actor y director de cine, actividad esta última en la que se estrenó con el drama lumpen proletario Accatone (1961) y se cerró catorce años después con la tremenda Saló, o los 120 días de Sodoma (1975), tras la que moriría asesinado en la romana playa de Ostia por uno de esos “ragazzi di vita”, Giuseppe “Pino” Pelosi, de los que tanto habló en su obra, tanto narrativa como fílmica.

Entre otras películas, Pasolini será recordado sobre todo por un puñado de títulos extraordinariamente diversos, aun teniendo todos ellos una unidad de estilo admirable: el arrebatado Neorrealismo proletario de Mamma Roma; la visión insobornablemente humana de Jesucristo en El evangelio según san Mateo; la comedia a la vez surrealista y marxista en Pajarracos y pajarillos; la reformulación de los clásicos griegos en Edipo, el rey de la fortuna y Medea; el díptico desolador formado por Teorema y Pocilga, coincidiendo con el Mayo Francés; el canto a la sensualidad, a la sexualidad, de la Trilogía de la Vida (El Decamerón, Los cuentos de Canterbury, Las Mil y Una Noches); y, por oposición, su contrafigura, la que debía ser la Trilogía de la Muerte, que se quedó en un único (y tan demoledor) título, la mentada Saló...

Una obra entonces, la de Pier Paolo Pasolini, personalísima, única e irrepetible, el director/poeta o poeta/director por antonomasia, que supo estar a igual y excepcional altura con la pluma y con la cámara.

Al comienzo de esta serie de artículos hablábamos, en un tropo literario, de los casos en los que Shakespeare quiso ser también Eisenstein; pues nos parece que quizá el único de los que lo ha intentado hasta ahora, y lo ha conseguido, es precisamente este hombre atormentado, marxista a la vez que áspero crítico de esa ideología, ateo y sin embargo autor de uno de los más hermosos (sino el que más) biopic sobre Jesús de Nazaret, expulsado del PCI por su homosexualidad por considerarla “una desviación burguesa”, en una muestra de homofobia rampante que a buen seguro escocerá a los actuales herederos naturales del credo comunista.

Enlace para ver el corto La cravate (1957), de Alejandro Jodorowsky y otros directores:
https://www.youtube.com/watch?v=CaGMHROrgxQ

Ilustración: Pierre Clementi y Pier Paolo Pasolini, en el rodaje de Pocilga (Porcile, 1969).