Enrique Colmena
El estreno de
300: El origen de un Imperio nos da pie para hablar de la Grecia clásica y cómo ha sido reflejada en el cine. Ya sé que el filme de Noam Murro quizá no sea el más idóneo, en tanto que en él pesan más otros aspectos que el meramente histórico: su origen es una novela gráfica, un cómic, pero al final su base real no dejan de ser hechos históricos, por más que novelados, magnificados, embellecidos y otros cuantos adjetivos terminados en –ado e –ido…
Habrá que recordar, aunque quizá no fuera (no debiera ser, al menos) necesario, que nuestra civilización actual se asienta de forma incuestionable sobre los cimientos que las civilizaciones griega y romana pusieron hace ya la friolera de veinticinco y veinte siglos (siglo arriba, siglo abajo), respectivamente, y que aún vivimos de lo que ellos hicieron. Es cierto que después Grecia no brilló nunca más como entonces, pero es que en aquel siglo V antes de Cristo debió haber un alineamiento de astros (por decirlo de una forma un tanto esotérica), porque de otra forma no se entiende cómo pudo una tierra dar una tan abrumadora cantidad de hombres ilustres: de Pericles a Fidias, de Temístocles a Esquilo, de Herodoto a Mirón, de Eurípides a Sócrates, de Tucídides a Platón, entre otros muchos, la Grecia clásica aportó más talento en un muy limitado número de años que el que daría a lo largo del resto de los siglos desde entonces para acá. Alguna vez habrá que estudiar científicamente por qué ocurren estos repentinos estallidos de genio en un lugar y un momento concretos de la Historia: la Grecia clásica, la Roma de Julio César, la Italia del Renacimiento, la España del Siglo de Oro…
Pero aquí nos quedamos con el cine y la Hélade anterior a Jesucristo. Aunque el cine americano, durante los primeros años cincuenta, ya llevó a la pantalla algunos temas de este corte, en filmes como
Helena de Troya (1954), de Robert Wise, sería hacia el final de esa década de los cincuenta cuando la cinematografía italiana puso de moda un tipo de cine al que vulgarmente se le llamó “de romanos” y que más cultamente fue denominado “peplum” (por el típico vestido a modo de túnica que llevaban las griegas de hace dos mil quinientos años), que se suele identificar con el éxito de
Hércules (1958), dirigida por Pietro Francisci, y que se apoyaba en la musculatura del actor Steve Reeves para dar vida al semidiós famoso por su hercúlea (nunca mejor dicho…) fuerza. Aquel éxito hizo que los personajes y los sucesos de la Antigua Grecia (pero también de la Roma clásica) se convirtieran en habituales en el cine de la época. En buena medida eran películas de corte aventurero, que reflejaban hechos reales, como
El coloso de Rodas (1961), de Sergio Leone, sobre la famosa estatua ciclópea construida en la isla del título, o
El león de Esparta (1962), dirigida por el norteamericano Rudolph Maté, sobre la famosa batalla de las Termópilas y el desigual enfrentamiento entre la guardia personal del rey espartano Leónidas y el numerosísimo ejército de Jerjes, el rey-dios de los persas, filme que, según Frank Miller, le produjo tan profundo impacto en su niñez que, ya de adulto, recreó la historia en su novela gráfica
300, llevada al cine con igual título y notable éxito comercial y artístico por Zack Snyder en 2006.
Otros títulos de la época relativos a este mismo tema de la Grecia clásica, e inmersos aún en el género del “peplum”, fueron, entre otros muchos,
La batalla de Maratón (1959), codirigida por el gran Jacques Tourneur y Mario Bava,
La guerra de Troya (1961), de Giorgio Ferroni, y la estupenda
Jasón y los argonautas (1963), de Don Chaffey, que contaba con los espléndidos efectos especiales del mago Ray Harryhausen, que se adentraba en terrenos de la mitología griega con la leyenda del Vellocino de Oro.
Tras caer en desuso durante años, el “peplum”, ya sin esa denominación, pareció revivir precisamente entroncando con el tema mitológico en 1981, cuando Desmond Davis dirige
Furia de titanes, que planteaba la historia del héroe helénico Perseo y su lucha contra la maléfica Medusa, entre otras muchas aventuras, contando de nuevo con Harryhausen en los deliciosos F/X, y con un Olimpo en el que, muy atinadamente, Laurence Olivier era Zeus, el padre de todos los dioses, la divina Thetis (la madre de Aquiles, remember) era la exquisita Maggie Smith, y una Ursula Andress a la que ya se le había pasado el arroz era una explosiva aunque algo jamona Afrodita.
A pesar del éxito del filme de Davis, lo cierto es que no hubo una continuidad en esta temática en cine. La figura de Hércules, seguramente el héroe griego más llevado a la gran pantalla, siguió apareciendo de vez en cuando, incluso en formato
cartoon a través de Disney, con el obvio título de
Hércules (1997) y la dirección de Ron Clements y John Musker, que conocieron tiempos mejores (cfr.
La sirenita y
Aladdin).
Ya en el siglo XXI el éxito de
Troya (2004), megaproducción USA dirigida por Wolfang Petersen sobre el poema homérico
La Iliada (pero sin dar cancha alguna a los dioses del Olimpo, que en el texto de Homero eran fundamentales), vuelve a poner sobre la palestra la interesante temática de la Grecia clásica. A raíz de ahí vendrá la mentada
300 (2006), de Zack Snyder, la parodia de ésta,
Casi 300 (2008), la nueva versión de
Furia de titanes (2010), de Louis Leterrier, e incluso una secuela de ésta,
Ira de titanes (2012), de Jonathan Liebesman.
Los últimos títulos añadidos a esta visión que el cine ha presentado hasta ahora sobre la Antigua Hélade son
300: el origen de un Imperio (2014), que nos ha dado la excusa para preparar este artículo, y dos nuevas aportaciones al mito de Heracles,
Hércules: El origen de la leyenda (2014), de Renny Harlin, que se ha pegado la gran costalada en su estreno USA, y
Hércules (2014), de Brett Ratner, con Dwayne Johnson (el popular The Rock) como el rocoso –nunca mejor dicho— semidiós heleno.
Hay, desde luego, otras películas sobre la Antigua Grecia; sin ir más lejos, se han llevado a la pantalla con reiteración las adaptaciones de algunas de las más famosas tragedias de los dramaturgos helenos clásicos, sobre todo de esa tríada, Esquilo, Sófocles y Eurípides, sobre la que se sostiene aún la arquitectura teatral de hogaño, por muy modernos que nos hayamos puesto. En esa línea de versionar tragedias griegas el cineasta mas activo fue precisamente un heleno, Michael Cacoyanis, con títulos como
Electra (1962),
Las troyanas (1971) e
Ifigenia (1977), aunque directores de otras nacionalidades también aportaron interesantes versiones, como las muy peculiares
Edipo Rey (1967) y
Medea (1969) que llevó a cabo Pier Paolo Pasolini.
La Grecia Antigua, en resumen, ha sido objeto hasta ahora de un tratamiento en el que han primado los aspectos aventureros y de acción. No deja de ser normal, teniendo en cuenta que es un cine que precisa de grandes recursos y, por tanto, no puede arriesgar. De todas formas, se echa en falta quizá otras propuestas, no necesariamente tan costosas, que pudieran indagar en aquel tiempo precioso en el que todo estaba por hacer, en el que el ser humano, por primera vez, empezaba en pensar sobre sí mismo, en trascender el mero papel de animal que hasta muy poco antes había ejercido con fruición, para preguntarse por su papel en el mundo, por la forma en que podía embellecerlo, por la manera en la que podía gobernarlo. De ahí venimos, decíamos: no sabemos donde iremos, pero cuando esta civilización acabe, lo que no tardará mucho, quizá los arqueólogos del futuro, llegados tal vez de otros planetas, o de este mismo, sabrán de nosotros, de nuestras glorias y miserias, por la Venus de Milo, esa mujer sin brazos que representa, ¡oh, milagro!, el culmen de la belleza femenina; por el Partenón, esa construcción cuya mera visión obra el prodigio de infundir serenidad en el ánimo más incendiado; por la
Antigona de Sófocles, el paradigma del deber, ese tan humano sentimiento; por
La Caverna de Platón, o cómo el hombre fue capaz a tan temprana edad de reflexionar tan profundamente sobre sí mismo; por
La Odisea de Homero, el primer gran viaje, físico pero también interior, de un ser humano en busca de su paraíso (perdido, como todos…).
Pie de foto: La deliciosa batalla entre los hombres de Jasón y los esqueletos guerreros redivivos en
Jasón y los argonautas.