Enrique Colmena

El estreno de Florence Foster Jenkins, sólo cinco meses después del de Madame Marguerite, que contaba la misma historia, aunque con algunos cambios, nos permiten hoy hablar de lo que podríamos denominar “películas mellizas”, filmes con el mismo tema, ya sea literario, de personaje o de acontecimiento histórico, y que además se ruedan y estrenan prácticamente de forma simultánea o aproximada.

Umberto Eco hablaba de la poligénesis, la posibilidad, ciertamente remota, de que dos escritores concibieran y plasmaran en papel (ahora sería en la pantalla del ordenador o tablet) la misma historia, punto por punto. Si eso es remoto en literatura, que permite el aislamiento del escritor ante la página o la pantalla en blanco, en otras artes, como el cine, es prácticamente imposible: hoy día, pero incluso hace cuarenta años, cualquier proyecto que se iniciara era conocido urbi et orbi de inmediato, por lo que la posibilidad de la coincidencia casual está descartada. Entonces, alguien copia a alguien, o al menos alguien concibe hacer su propio proyecto de un tema cuando otro desvela su intención de hacer el suyo.

Sin ánimo de ser exhaustivos, queremos hoy hablar de algunas películas mellizas que han sido y que (visto lo de Florence Foster Jenkins y Madame Marguerite) son y serán.


Il bello Giacomo

Tras rodar una de sus obras maestras, Amarcord (1973), Federico Fellini anuncia el que será su próximo proyecto, una biografía, lógicamente a su manera, de la vida de Giacomo Casanova, el arquetipo por excelencia (junto a nuestro Don Juan) del conquistador amoroso. La noticia hizo que otros quisieran sumarse a ese carro de poner en imágenes a tan seductor personaje, entre ellos el oscuro e impersonal guionista y director austriaco Franz Antel, que comunica su intención de rodar Casanova & Co., una versión rijosa del personaje veneciano, con un Tony Curtis ya talludito al frente del reparto. Los problemas de financiación y posteriormente de rodaje de Fellini con su fastuosa versión al cine del conquistador romántico por antonomasia conducirá al disparate de que la tontería de Antel esté lista antes que el Fellini, con lo que la película del austríaco se estrena simplemente como Casanova, que era el título en principio previsto por el italiano. Así las cosas, el cineasta de Rimini estrena como El Casanova de Federico Fellini, lo que, ciertamente, le otorga un plus de autoría que, finalmente, no le venía mal. Y es que Dios escribe derecho con renglones torcidos…

Por supuesto, El Casanova de Federico Fellini resultó ser una grandiosa aunque ciertamente ampulosa y a ratos bastante teatralizante versión de la vida del veneciano, una película muy felliniana, de ritmo irregular, que se vio afectada por múltiples problemas de rodaje. Con todo, fue infinitamente mejor que su melliza, la titulada sólo Casanova, que se quedó con el título pero no con los méritos. Por supuesto, nadie se acuerda de aquella majadería de Franz Antel y Tony Curtis, pero en la memoria de los que la vimos siguen las fastuosas imágenes de El Casanova de Federico Fellini, por más que, en el conjunto de la filmografía del de Rimini, no sea precisamente de sus mejores películas.


Pelucones, lunares postizos y polvos

En 1988 Stephen Frears, que venía de hacer varios dramas urbanos con los que había conseguido hacerse un nombre en el panorama cinematográfico internacional (Mi hermosa lavandería, Ábrete de orejas, Sammy y Rosie se lo montan), da un giro inesperado en su carrera y rueda una nueva versión de la novela del siglo XVIII de Pierre Choderlos de Laclos Les liaisons dangereuses. El título en España será Las amistades peligrosas, y cuenta una historia pérfidamente romántica, con dos nobles, hombre y mujer, tan depravados como amorales, que gustan de jugar con los sentimientos de los demás y tienden una trampa a una desprevenida joven. Con un trío formado por John Malkovich, Glenn Close y Michelle Pfeiffer, el filme de Frears, además de su obra maestra, es probablemente la mejor versión que se haya hecho de la novela de Choderlos de Laclos, una sugestiva, maléfica historia entre pelucones y caras empolvadas.

Pues curiosamente en esa misma época Milos Forman, el checo que emigró a Estados Unidos, donde triunfó con Alguien voló sobre el nido del cuco y Amadeus, rueda Valmont, otra versión del mismo texto, aquí rebajando la edad de los protagonistas, que serán Colin Firth, Annete Bening y Meg Tilly. El título del filme remite al nombre del protagonista masculino, el vizconde de la novela, y ciertamente, sin ser un filme deleznable, es inferior al de Frears: carece de la perfidia, de la tramposería que empapa la película frearsiana, una delicada tela de araña tejida desde el talento.


El arquero de Sherwood

A principios de los años noventa Kevin Costner, entonces en la cresta de la ola tras haber ganado el Oscar como productor y director de Bailando con lobos, recurre al que en aquella época era su director de cámara, Kevin Reynolds (que después le hundiría con Waterworld), para llevar a la pantalla una nueva versión (de las dos mil quinientas o así que se han hecho ya) de la vida del arquero de Sherwood, aquel que robaba a los pobres para dárselo a los ricos… El título será Robin Hood, príncipe de los ladrones, y se tomaba bastantes licencias históricas y artísticas, con un “look” muy de estudios de Hollywood, un filme bastante de plástico.

Sin embargo, con sus defectos, será bastante mejor que el mellizo que le salió, Robin Hood, el magnífico, que era cualquier cosa menos magnífica. Esta película del mediocre John Irvin era un intento de hacer caja a la sombra del filme de Kostner/Reynolds, que fue lanzado como un acontecimiento. Como era de prever, la película de Irvin pasó bastante desapercibida, con un protagonista, Patrick Bergin, carente totalmente de carisma, de tal forma que podría haber interpretado con igual intensidad (ninguna) al portero del Hotel Ritz. Y además, con el bigotillo que llevaba hasta se parecía al José María Aznar de la época, qué horror…


Quinto Centenario

En 1992 se cumplían quinientos años del descubrimiento de América. El cine no podía dejar pasar la efeméride, así que Ridley Scott se puso manos a la obra y rodó una costeada coproducción anglo-franco-española, 1492, la conquista del paraíso, en la que Colón tenía las facciones de Gérard Depardieu. El filme, sin ser ninguna maravilla, tuvo bastante más interés que Cristóbal Colón. El descubrimiento, la melliza que le salió, estrenada en el mismo año, bajo la dirección de John Glen, especialista en filmes de acción, como varios de la serie 007, y con el actor greco-francés Georges Corraface como el visionario genovés que descubrió un nuevo mundo creyendo encontrar uno viejo pero por distinta vía.


El cuento se hace adulto

Ya en el siglo XXI, en 2012, se estrenarán no dos, sino tres nuevas visiones sobre el cuento clásico Blancanieves y los Siete Enanitos. Serán entonces trillizas, si respetamos la nomenclatura que estamos utilizando. Pero las diferencias serán abrumadoras, al menos entre dos de ellas y la tercera.

Blancanieves y la leyenda del cazador se reputa la versión más comercial de las tres, o al menos la que tiene más elementos de aventura y cierto parecido con el original, aunque pronto vemos que hay una deriva incluso hacia la comicidad. En cualquier caso, este filme del director Rupert Sanders, que tenía como gran baza la aparición como protagonistas de Kristen Stewart (entonces ya en la cresta de la ola con la saga Crepúsculo) y Charlize Theron, abandonaba el terreno infantil en el que habitualmente se encasillaba el cuento clásico, para dirigirse a públicos más adultos, aunque no por ello necesariamente más exigentes.

Blancanieves (Mirror, mirror) se tomaba más libertades y resultaba ser un relato bastante más terrorífico que el original (que ya lo es: esa Bruja nos ha aterrorizado de chicos a todos). En el fondo era un vehículo a mayor gloria de la estrella Julia Roberts, con una dirección manierista del hindú Tarsem Singh, de profesión sus oropeles.

Sin embargo, la producción española Blancanieves sí que se alejaba del cuento clásico para mostrarnos, en blanco y negro, una terrorífica historia con claves celtibéricas y una virtuosísima realización cinematográfica: plagado de hallazgos, contado como un esperpento de final tristérrimo, el filme de Pablo Berger es, a nuestro juicio, una de las cimas del cine español de la década de los años diez del siglo XXI, con una magistral interpretación de Maribel Verdú y el descubrimiento de la estupenda Macarena García.


Cantar como un grillo e importarle un bledo

La vida de Florence Foster Jenkins, una neoyorquina adinerada que fundó el Club Verdi, dedicado a los melómanos, y que durante décadas castigó los oídos de sus fieles seguidores con sus insoportables recitales, ha sido llevada al cine entre 2015 y 2016 en dos formas distintas: la primera cronológicamente hablando es la francesa Madame Marguerite, con dirección de Xavier Giannoli, cambiando a la protagonista de nombre, país y época histórica, pero manteniendo la esencia de la historia. Por su parte, el cineasta británico Stephen Frears ha llevado a la pantalla esa misma vida, con el título de la protagonista, Florence Foster Jenkins, apegándose más a la realidad pero, con ello, perdiendo la posibilidad de mejorar una historia que, sin duda era interesante, pero a la que había que aderezar de forma conveniente para que fuera mejor: el cine de ficción no es, o no debería ser, una mera ilustración de hechos o personajes históricos; para eso está el documental, que tiene una enorme capacidad para contar la verdad, o lo que creemos que es la verdad. La ficción debería tomar elementos de realidad para recrearla con el filtro de la creación artística. Eso es que lo hizo Giannoli con su Madame Marguerite, y lo que no ha hecho Frears (a pesar de que tiene acreditado su talento) con su Florence Foster Jenkins.

Son, por ahora, las dos últimas películas mellizas. Pero no serán las últimas…


Pie de foto: Catherine Frot torturando a sus admiradores en uno de sus recitales en Madame Marguerite.