La nonagésima edición de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood (vamos, los conocidos mundialmente como Premios Oscar) se han desarrollado sin mayores incidencias, ni tampoco ha habido el huracán del #metoo ni el #timesup que se había pronosticado. Sí ha habido reivindicaciones femeninas, fundamentalmente en denuncia del acoso sexual en Hollywood (con Weinstein y otros “poco ilustres” cadáveres) y de la brecha salarial, pero no mucho más (casi menos, según las crónicas) que la defensa del inmigrante, en lo que se ha hecho todo un canto con los premios a Guillermo del Toro y a un film tan “mexicano” (siendo de producción ciento por ciento yanqui) como Coco.
Como ya se está convirtiendo casi en una tradición (y a nosotros, como hispanos que somos, tanto nos gusta), los cineastas mexicanos siguen mandando en la Meca del Cine. En los últimos cuatro años habían triunfado ya dos directores aztecas, Alejandro González Iñárritu (este dos veces) y Alfonso Cuarón. Ahora, con Guillermo del Toro, se van aproximando al póker de ases...
La forma del agua arrambló con cuatro Oscars, considerándose por tanto como la ganadora efectiva de la ceremonia; sus premios a Mejor Película, Dirección, Banda Sonora Original (a la maravillosa partitura de Alexandre Desplat; por cierto, otro inmigrante, en este caso francés) y Diseño de Producción nos parecen justos. Hay una cierta controversia con el carácter digamos no precisamente original del film, pero habría que decir que, a estas alturas, siglo y cuarto después de la invención del cine, ser original es francamente difícil, máxime cuando la película asume conscientemente su tributo a clásicos del cine de serie B de los años cincuenta como La mujer y el monstruo. Por lo demás, lo que (me) interesa es que la historia funciona, prende en el espectador, llena y llega al público. Es mucho más compleja de lo que pudiera parecer, aun siendo, en esencia, un cuento de hadas, pero está llena de ideas interesantes que, desde luego, no estaban en la mentada La mujer y el monstruo (a la que adoramos, por supuesto) ni en The space between us, el corto holandés del que supuestamente bebe. Lo dicho: para nosotros, una más que digna ganadora.
Siguiendo por riguroso orden de número de estatuillas conseguidas, la británica Dunkerque consiguió tres, bien que de los considerados de pedrea total: Montaje, Montaje de Sonido y Mezcla de Sonido, en un film en el que, efectivamente, el sonido es fundamental, aunque tiene otras virtudes que en este caso no se han visto recompensadas... Tras ella, otro film británico curiosamente ambientado en el mismo momento histórico, El instante más oscuro, que obtuvo el más que cantado Oscar al Mejor Actor Protagonista para Gary Oldman, por su extraordinaria interpretación (mimetización, habría que decir) del primer ministro inglés Winston Churchill. El otro Oscar del film fue para Maquillaje y Peluquería, que obviamente, a la vista del aspecto del premier, es más que merecido. Curiosamente, en el caso de este film se puede decir, al menos en nuestra opinión, que sus méritos empiezan y terminan justamente en la interpretación y la caracterización del personaje, pues la peli no tiene demasiada altura.
Con dos estatuillas está también Tres anuncios en las afueras, la muy notable obra del escocés Martin McDonagh, un entreverado entre thriller y drama que termina siendo algo muy distinto, con irisaciones, es cierto, de neowestern. Los Oscars han sido para los apartados interpretativos: Mejor Actriz Protagonista para el inconmensurable trabajo de una Frances McDormand que es el segundo premio de la Academia que se lleva (el anterior fue el de Fargo), y Mejor Actor de Reparto no menos merecido para Sam Rockwell por su complejísimo papel de facha, racista y machista (no) irredento.
Dos han sido también los Oscars que se ha llevado Blade Runner 2049, la apuesta por actualizar el mítico film de Ridley Scott de 1982, que se ha llevado dos galardones técnicos, el de Mejor Fotografía para el maestro Roger Deakins, y el de Mejores Efectos Especiales, ambos muy merecidos. Era evidente que un film de ciencia ficción no tenía opciones a premios de mayor enjundia, por la miopía de la Academia que sigue considerando al género (medio siglo después de 2001, Una Odisea del Espacio...) como de segunda categoría. En fin...
Coco, otra mirada hacia México, obtuvo otros dos Oscars: el de Mejor Película de Animación, que estaba cantado (y es que la calidad técnica de Pixar-Disney, hoy día, es imbatible) y el de Mejor Canción.
El resto ya se repartió a razón de una estatuilla por cabeza, en muchos casos como premios de consolación para películas que, ciertamente, hubieran merecido más. Es el caso de Yo, Tonya, el notabilísimo y libérrimo biopic de la famosa patinadora que ha puesto en escena Craig Gillespie, que ha conseguido el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto para Allison Janney, excepcional en su personaje de madre que hace buena a la Bruja de Blancanieves. También Call me by your name, de Luca Guadagnino, obtuvo un premio, el de Mejor Guion Adaptado para el viejo James Ivory, el memorable director de films como Una habitación con vistas y Lo que queda del día. Déjame salir, la sensación afroamericana en clave de terror del pasado año, consiguió el Oscar al Mejor Guion Original (primera vez que lo conseguía un negro en noventa años: ya tocaba, ¿no?) para su también director, el talentoso Jordan Peele.
Por último, el Premio al Mejor Film en Habla No Inglesa fue, merecidamente, por la esforzada, irregular, pero estimulante Una mujer fantástica, del chileno Sebastián Lelio.
Se quedaron con la miel en los labios algunos films que hubieran merecido, al menos, algún premio aunque fuera de pedrea, porque tenían evidente interés. Nos estamos refiriendo a Lady Bird, de Greta Gerwig, y a The Florida project, de Sean Barker. No nos referimos, sin embargo, a otra nominada que se ha ido de vacío, Los archivos del Pentágono, el último y sobrevalorado Spielberg, con una evidente sensación de “déjà vu”.
Le echaron los académicos narices, por no decir otra cosa, al hacer que fueran de nuevo Warren Beatty y Faye Dunaway, que la liaron parda el año pasado (él más que ella, dicho sea en honor a la verdad), los que leyeran y entregaran el premio a la Mejor Película, esta vez con final feliz.
En definitiva, la nonagésima ceremonia de los Oscar confirmó la capacidad fagocitadora de Hollywood, que sigue, afortunadamente, atrayendo talento de otros países. Que últimamente lo haga, y de qué manera, de sus vecinos del sur, los mexicanos, es una forma como otra cualquiera de darle una bofetada sin manos al tipo del tupé zanahoria que gobierna, por decir algo, la primera potencia del mundo, creyendo que sin inmigración (como también hicieron sus ancestros), Estados Unidos sería mejor de lo que es, cuando la atracción de sangre nueva, el crisol de culturas, es la base sobre la que se edificó el país y sobre la que se sustenta, casi dos siglos y medio después, una sociedad variopinta, pujante y diversa.