Enrique Colmena

El (bostezante) estreno de Siberia trae a la palestra a su estrellita, Keanu Reeves, y nos permite repasar su carrera; habrá que decir pronto que, ciertamente, en los últimos años el en otro tiempo afamado actor está petardeando a modo.

Pero no siempre fue así, ni mucho menos, sino que hubo un tiempo, y no fue precisamente corto, en el que el nombre de Keanu se asociaba al buen cine. Incluso hubo una época en la que interpretó algún personaje que, como veremos, le hará estar en las páginas de cualquier Historia del Cine.

Keanu Reeves nació en Beirut (Líbano), en 1964, de padres con sangres tan diversas como la inglesa, la china, la hawaiana y la portuguesa, un crisol de razas y etnias que sin duda debió influir en su peculiar, exótico rostro, convirtiéndose su efigie en una bella tarjeta de presentación que el chico supo utilizar adecuadamente. El joven Keanu se crió en Canadá, que es su nacionalidad, y pronto empezó a destacar en publicidad y televisión, e incluso hizo algunos papelitos en cine, en películas justamente olvidadas. Su primer rol de cierta entidad se lo dará Stephen Frears en su adaptación (seguramente la mejor de las que se han hecho de este clásico) de la novela de Choderlos de Laclos Las amistades peligrosas (1988), donde interpretaba al joven caballero Danceny.

Como el cine permite estos triples saltos mortales, su siguiente film relevante será Dulce hogar... ¡A veces! (1989), comedia sobre los problemas familiares, de la mano del director Ron Howard, donde Keanu será el díscolo hijo mayor del clan protagonista, en las antípodas de aquel galante caballero dieciochesco de su anterior proyecto. Para Lawrence Kasdan, que entonces estaba en la cresta de la ola con éxitos como Fuego en el cuerpo y Silverado, hará Te amaré hasta que te mate (1991), comedia negrísima en la que Keanu, junto a William Hurt, compone una muy incompetente pareja de matones, confirmando con ello que el joven libano-canadiense también estaba dotado para el humor.

1991 será un año crucial en la carrera de Reeves. Rueda cuatro películas, pero sobre todo dos de ellas cimentarán su fama como actor, y además en dos registros totalmente opuestos. En clave comercial hará Le llaman Bodhi, a las órdenes de Kathryn Bigelow, en la que interpreta a un agente del FBI infiltrado en un grupo de surferos del que se sospecha que son los atracadores conocidos como Los expresidentes, por ir siempre camuflados con caretas representativas de los antiguos mandatarios supremos de los Estados Unidos entonces todavía vivos. La película es un gran éxito comercial y sitúa a Reeves en el escaparate de Hollywood. Paralelamente, ese mismo año hace para Gus Van Sant el film independiente Mi Idaho privado, una libérrima versión del Enrique V de Shakespeare (véase a este respecto el espléndido artículo 1616/2016: 400 AÑOS (V). Los caballos de Shakespeare. Cuando Falstaff es Bob Pigeon (y III), publicado por Rafael Utrera Macías en CRITICALIA), en la que brilla a gran altura junto a su amigo River Phoenix, con el que llegó a hacer tres películas antes de que el rubio actor muriera precozmente.

Ya totalmente lanzado, Keanu es fichado por Francis Ford Coppola para la que es, seguramente, la última gran película del cineasta de Detroit, Drácula de Bram Stoker (1992), en la que interpreta el personaje de Jonathan Harker, el enamorado de Mina, la reencarnación del amor del vampiro. El film consiguió tres Oscar (aunque de pedrea), cosa inusual en el cine de terror, aunque es obvio que el terror coppoliano no se ajusta a los cánones al uso del género.

Si un par de años antes Keanu había hecho con Mi Idaho privado un Shakespeare críptico y libérrimo (tan libérrimo que el Bardo no aparecía en los créditos), su siguiente film será una adaptación con todas las de la ley, en este caso de una de las comedias más divertidas del autor de Como gustéis: Mucho ruido y pocas nueces (1993) será la nueva propuesta de Kenneth Branagh, que en aquella época salía a Shakespeare por película, una comedia actualizada (la acción se traslada al siglo XIX, en lugar del XVII original) que tuvo una buena acogida, en este caso con un personaje negativo, el hermano bastardo y malévolo del príncipe Don Pedro de Aragón (que tenía las facciones, ¡oh, licencia artística!, de Denzel Washington...). Ese mismo año trabajará para Martin Scorsese, otro de los grandes del cine USA del último medio siglo, en Pequeño Buda, la aportación del cineasta neoyorquino al tema del budismo que en los años noventa ganó muchos adeptos para su causa entre el gremio cinematográfico; aunque ciertamente no fue uno de los mejores films scorsesianos, el mero hecho de trabajar a sus órdenes ya supuso un importante aldabonazo en su carrera. 1993 será también el año de su nueva colaboración con Van Sant, pero esta vez se saldará con un fracaso: Ellas también se deprimen no interesó mayormente a nadie.

En 1994 Keanu consigue uno de sus grandes éxitos comerciales, Speed, a las órdenes del operador holandés Jan de Bont (habitual director de fotografía de Paul Verhoeven cuando este rodaba en su país de origen), que había sido fichado por el cine yanqui. Speed fue una afortunada mezcla de adrenalina, guion efectivo (a ratos también un tanto efectista, a qué negarlo) y filmación percutante; aunque el tramo final se hacía ya demasiado inverosímil, la película gustó mucho, multiplicó por doce la inversión realizada y confirmó que Reeves, además del interesante actor dramático que ya había demostrado ser, tenía aptitudes para el cine de acción. En esa línea estará en un par de productos más rodados en los dos años siguientes, Johnny Mnemonic (1995) y Reacción en cadena (1996), pero también podrá demostrar sus dotes como galán (un tanto peculiar, es cierto...) en Un paseo por las nubes (1995), que rueda a las órdenes del mexicano Alfonso Arau y con Aitana Sánchez-Gijón, en su aventura americana, como pareja.

Su prestigio como actor estaba en alza, y Al Pacino no desdeña compartir cabecera de cartel con Keanu en Pactar con el diablo (1997), film de Taylor Hackford de irisaciones terroríficas y judiciales, en la que Reeves aguanta bastante bien el tipo ante un Pacino en plenitud de facultades, en su mejor momento.

1999 será el año de su gran éxito, tanto comercial como, sobre todo, artístico: para las hermanas Wachowski, que entonces eran los hermanos Wachowski, hace Matrix, que convulsiona el cine: su mirada hacia un mundo virtual donde viviríamos y donde (casi) todo es posible pone patas arriba la concepción misma del universo real y abre paso a diversos universos paralelos, universos virtuales donde Keanu será Neo, un personaje por el que, sin duda, tiene ya un lugar en la Historia del Cine. Las sucesivas continuaciones, Matrix reloaded (2003) y Matrix revolutions (2003), serán de interés decreciente y confirmarán que la trilogía debió limitarse al primer (y mítico) capítulo.

Como si alcanzar la cima no diera opción más que a caer, desde ese final de siglo XX y comienzos del XXI la estrella de Reeves no deja de palidecer: estuvo en un Sam Raimi menor, Premonición (2000), con un personaje secundario y sin brillo; en una olvidable comedia romántica de maduritos rozando la ancianidad, en Cuando menos te lo esperas (2003), de Nancy Meyers, otra vez con personaje secundario y prescindible; y, en un rol más protagonista, también en clave romántica y fantástica, en la mediocre La casa del lago (2006), con Sandra Bullock y a las órdenes del argentino Alejandro Agresti en su aventura norteamericana.

2008 será el año del remake del clásico de ciencia ficción Ultimátum a la Tierra, obviamente inferior al original, pero con algunas virtudes. La vida privada de Pippa Lee (2009) será su último film indie, bajo la dirección de Rebecca Miller. El resto de las películas de Keanu desde entonces, en esta década de los años diez en la que todavía nos encontramos, estará trufada de olvidables y rutinarios productos manifiestamente prescindibles, o bien de films de acción de serie B también escasos de interés, como La leyenda del samurái: 47 Ronin (2013) o el díptico iniciado con John Wyck (2014), con el tópico asesino a sueldo obligado a volver a ejercer su siniestro oficio, en una especie de franquicia de poca monta que sería como el hermano pobre de sagas como Misión imposible o Jason Bourne. Esa misma senda de cine comercial tirando a casposo es el que sigue recorriendo con Siberia, thriller del tres al cuarto que nos ha permitido hablar de Keanu: alguna cualidad tenía que tener...

Y es que habrá que preguntarse qué ha pasado para que el actor que durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX trabajó para los mejores cineastas de la época (Coppola, Frears, Kasdan, Van Sant, Scorsese, los/las Wachowski, Branagh), estando en varios de los proyectos más atractivos de aquellos años, sin embargo a partir del comienzo del nuevo siglo parece haber perdido el norte, enfangándose en productos puramente comerciales y ni siquiera especialmente relevantes. Es posible que mantenga todavía un apreciable caché económico, más que nada por la fama que aún atesora, de la época en la que era alguien en Hollywood, pero parece claro que, a este paso, no tardará mucho el actor en recalar en sesteantes TV-movies de esas que dormimos durante las sobremesas de los fines de semana, destino último inevitable de tanta estrellita a la que se le fue la fuerza, y donde hubo una supernova ya no quedan sino los restos de una enana blanca (dicho sea en términos metafóricos, claro está...).

Así que ya me dirán si no está más que justificado el titulillo de este artículo, que juguetea con la aliteración: ¿qué haces, Keanu?


Ilustración: Una imagen de Speed (1994), con Keanu Reeves y Sandra Bullock.