Enrique Colmena

[Sugerimos la lectura previa de la anterior entrega de esta serie de artículos, pulsando en este enlace: I.

Así mismo, el lector interesado en el cineasta sevillano puede también consultar en Criticalia el artículo titulado Manuel Summers: bajo el disfraz del francotirador insolidario, del que es autor el catedrático Rafael Utrera Macías.]

A lo largo de casi treinta años, desde 1963 a 1991, Manuel Summers realizará como director una larga y fructífera aunque ciertamente irregular carrera en el mundo del audiovisual, casi toda ella rodada para cine y con un último producto filmado expresamente para la televisión. En este y los siguientes capítulos repasaremos los títulos de esa carrera, para después pasar a comentar más extensamente y en profundidad, a lo largo de esta serie de artículos, las constantes y características que la conformaron.

Summers debutó en el cine profesional en el año 1963 con Del rosa... al amarillo, una dramedia romántica en dos segmentos, el primero dedicado al amor en la adolescencia, y el segundo al amor en la vejez, un film de ciertos perfiles neorrealistas, pero en el que se podían detectar también influencias de la Nouvelle Vague

Es relevante el hecho de que el rodaje de Del rosa... al amarillo coincida en el tiempo con el hecho de que José María García Escudero ocupara la Dirección General de Cinematografía, cargo que ejercería desde 1962 a 1967, en una etapa en la que las políticas impulsadas por este alto cargo franquista, del área liberal dentro del régimen, dotaron de cierto aperturismo los criterios de la censura, una política que, a la larga, se pudo apreciar como fructífera para un fenómeno cultural que iba tomando forma, un fenómeno que la Historia conoce como el “Nuevo Cine Español”, un cine que se alejaba de los postulados habituales del cine del franquismo (patrioterismo, ínfulas imperialistas, comedietas, folcloradas...) para buscar un acercamiento a temas reales de la sociedad española del momento.

Summers ensayó en Del rosa... al amarillo su particular aportación a ese Nuevo Cine Español del que, de todas formas, realmente nunca se sintió como un integrante más. En ese tiempo ya se habían hecho o se estaban haciendo algunas de las más interesantes muestras de este Nuevo Cine Español, como Los golfos, de Carlos Saura, El buen amor, de Francisco Regueiro, o Noche de Verano, de Jorge Grau.

Del rosa... al amarillo está concebido como un díptico dentro de una única unidad; porque, aunque su tema es el amor platónico, su contexto será muy distinto en cada uno de los dos segmentos que lo componen. Así, en la primera parte, denominada Del rosa..., veremos la historia del amor apasionado que siente Guillermo, un chico madrileño de 12 años, por una compañera de colegio, Margarita, y cómo ese amor llenará todas las horas de su vida, constituyéndose en una auténtica obsesión. Por el contrario, en el segundo segmento, titulado ...al amarillo, la acción se sitúa en lo que parece una residencia de ancianos, regentada por una rígida congregación de monjas, en la que uno de los viejos está prendado de otra de las ancianas del lugar; como no está permitido que los dos sexos puedan tener ningún tipo de interrelación, ni siquiera de castos amigos, el viejo se comunica con su amada mediante notitas que le envía por diversos medios, cutres pero eficaces, una correspondencia epistolar que, aunque remotamente, pudiera recordar la historia de Werther, el clásico de Goethe...

Con Del rosa... al amarillo se da una circunstancia que nos parece muy curiosa: se puede considerar que se trata de una síntesis de los dos movimientos cinematográficos prevalentes en aquel tiempo: por un lado, la historia del niño enamorado hasta las trancas y, por ello, sujeto a todo tipo de castigos escolares y reproches familiares, recuerda, aunque evidentemente en otro tono, al Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes de Truffaut, el buque insignia de la Nouvelle Vague francesa, porque Guillermo es un paria infantil, a la manera de Antoine, aunque lo sea por distinto motivo, su amor absoluto por la niña a la que ama, mientras que el pequeño Doinel lo es, fundamentalmente, por la desafección familiar que lo convierte prácticamente en un menino da rua en París; pero, por otro lado, el segundo segmento, dedicado a los viejecitos castamente enamorados, recuerda el tono costumbrista del Neorrealismo italiano, en especial la mirada cómplice hacia la vejez de un título como Umberto D.

Esta primera película de Summers ya planteaba algunas de las constantes que dominaron el resto de su filmografía: temáticamente, preeminencia de los asuntos relacionados con el amor y/o el sexo; estilísticamente, buscando un cierto costumbrismo de la época, reflejando escenas de la vida cotidiana (esos niños jugando al fútbol en medio de la calle, esos viejos rezando las interminables letanías en las misas del asilo, o jugando al dominó y otros juegos de mesa para matar el tiempo); aparte de ello, en mayor o menor grado, su cine, que estará sazonado siempre con dosis de humor, aquí estará presente sobre todo en el segmento de los niños, un humor más de sonrisa cómplice que de risa estruendosa.

Film sobre la perdurabilidad, sobre la inmanencia del amor como sentimiento que no tiene edades, aunque en cada momento se exprese de distinta forma, Del rosa... al amarillo fue un afortunado debut para un cineasta que, a trancas y barrancas, consiguió labrarse una carrera peculiar, casi siempre de interés, la carrera de un espíritu libre como fue Manuel Summers. La película consiguió tres galardones en el Festival de Cine de San Sebastián, entre ellos la Concha de Plata, el segundo más importante tras la Concha de Oro; también logró dos Premios del Círculo de Escritores Cinematográficos, que en su época eran lo más parecido a los Premios Goya, entonces todavía inexistentes, y también otros dos laureles del llamado Sindicato Nacional del Espectáculo. Sin embargo, en taquilla funcionó desastrosamente, con poco más de 36.000 espectadores (los datos de taquilla que se citan en esta serie de artículos están tomados de la web del Ministerio de Cultura-Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales).

Su siguiente film, ya en 1964, será La niña de luto, interpretada por unos jóvenes Alfredo Landa y María José Alfonso, una comedia negra, en el fondo un pequeño-gran drama sobre los efectos indeseados del arraigado luto de la época en el normal desarrollo de una relación de noviazgo, de nuevo con toques neorrealistas e incluso costumbristas. Curiosamente, la película en principio iba a ser un segmento más del debut del cineasta sevillano, Del rosa... al amarillo, pero circunstancias económicas y estilísticas aconsejaron posponer su rodaje y darle un tratamiento personalizado, en lo que, a la postre, se revelaría como una muy acertada decisión.

Aunque con evidentes connotaciones con las dos historias de Del rosa... al amarillo, como el acercamiento realista, incluso naturalista, a la sociedad española de la época, La niña de luto se desvela pronto como una historia plenamente autónoma, la del drama de una pareja de novios en la Andalucía profunda cuya relación estará permanentemente asediada por los sucesivos lutos que la familia de la prometida ha de guardar, cada vez que uno de sus viejos miembros pasa a mejor vida. Esa mirada hacia tradiciones seculares que impiden el natural discurrir de una pareja normal y corriente podría verse como el envés cómico del drama lorquiano La casa de Bernarda Alba, que se tiñe de negro, mientras que Summers opta aquí por una sátira no exenta de amargura, pero en el fondo resignada ante lo que no deja de ser un hábito decantado por siglos de Historia y acentuado por los perfiles políticos del momento: estamos en España, a mediados de los años sesenta, en un pueblo andaluz (la película se rodó en la localidad onubense de La Palma del Condado, la misma que vio nacer al padre de Manolo Summers), en pleno franquismo, ya algo reblandecido tras las durísimas décadas de los años cuarenta y cincuenta, pero en cualquier caso un régimen dictatorial en el que la tradición, la religión y la patria (o su peculiar idea de patria) lo impregnaban todo.

Esta segunda película de Summers participaría en el Festival de Cannes y, aunque no consiguió premio, el mero hecho de haber sido seleccionada por el prestigioso certamen francés ya fue buena prueba del interés suscitado incluso fuera de España. En nuestro país María José Alfonso, que componía el zarandeado (a fuerza de tanto luto) personaje de la novia, conseguiría el premio a la mejor actriz del Círculo de Escritores Cinematográficos. En taquilla, esta vez sí, la película funcionó bastante mejor que su ópera prima, acercándose a los 400.000 espectadores, con lo que multiplicó por diez la cifra de Del rosa... al amarillo.

Su tercer largometraje, estrenado en 1965, será El juego de la oca, dramedia romántica cuyo tema central es el adulterio, un tema no precisamente grato al régimen franquista, cuya ultramontana vena nacionalcatolicista seguía inmutable. La intervención de Pilar Miró en el guion confiere una interesantísima mirada femenina a la historia, en una película nada complaciente que gira en torno a la figura de la amante, una mujer adelantada a su tiempo, que no concibe la vida bajo los parámetros habituales de la época: casarse, tener hijos, etc. No tiene tampoco demasiado claro qué es lo que quiere hacer, pero sí que no es lo que todos esperan de ella, los estándares de su tiempo.

La historia se ambienta en Madrid, a mediados de los mismos años sesenta en los que se rodó. El protagonista trabaja como dibujante en una agencia de publicidad; pertenece a las nuevas clases medias que tiene un buen pasar económico, con casa, coche y vacaciones en verano; está casado, tiene dos niños pequeños, pero se siente fuertemente atraído por una compañera de trabajo. Salen de vez en cuando, y poco a poco intenta acercarse a ella en un plano no solo de trabajo sino también sexual; ella es un tanto reticente, sabe de la situación de casado de él, pero también lo quiere….

Summers filmó su película en una clave evidentemente dramática, pero salpicándola de momentos de cierto humor: juega con las casillas del juego de la oca, que da título al film, haciendo que los dos adúlteros vayan hacia adelante y hacia atrás, como en el popular tablero, con las consabidas historias de este tipo de planteamiento con sexo fuera del matrimonio: resistencia de ella; excusas de él para con su mujer, que se da cuenta de que pasa algo, y que ese algo tiene faldas (entonces las mujeres no solían llevar pantalones…); ocasión para llegar a mayores; desencanto cuando la amante se percata de que él no va a renunciar a su familia...

También inserta el director, perito en esas técnicas, escenas con movimiento acelerado que suponen otro contrapunto humorístico, en este caso casi en tono “slapstick”; el cine de Summers, incluso el más dramático, siempre tenía un punto de comicidad que refrescaba las historias que podían parecer más duras. El contraste funciona, y otorga a la película ese tono de descreimiento adecuado para hacer más digerible lo que se nos cuenta.

Si antes apuntábamos a que en Del rosa... al amarillo podía atisbarse una cierta síntesis de la primera Nouvelle Vague y de cierto tono a lo Neorrealismo italiano, en El juego de la oca no es difícil detectar algunas influencias del cine de Truffaut en torno a la saga Antoine Doinel ya en su mayoría de edad, en especial en sus historias de sexo al margen del matrimonio, un cine adulto hecho en clave de comedia también adulta.

La película vuelve a ser invitada al Festival de Cannes, y en España Sonia Bruno, la actriz que interpreta a la adúltera, consigue otra vez un premio del Círculo de Escritores Cinematográficos. En taquilla consigue ser el primer gran éxito comercial de Summers, con casi 1,1 millones de espectadores, con lo que, a la manera de aquel film primerizo de Coppola, podríamos convenir en que la industria cinematográfica ya podía decir de él aquello de “ya eres un gran chico”.


Ilustración: Una imagen de El juego de la oca (1965), con José Antonio Amor y Sonia Bruno, tercer largometraje dirigido por Manuel Summers

Próximo capítulo: “Una película de Summers”: análisis del cine dirigido por Manuel Summers. 1966/1969 (III)