CRITICALIA CLÁSICOS
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[El lector interesado en la figura de Paul Newman, del que se cumple en estos días el centenario de su nacimiento, puede consultar también el artículo Paul Newman: Mucho más que unos ojos azules, que publicamos en Criticalia con motivo de su fallecimiento en 2008]
Casi siempre, cuando se escribe una crítica, crónica o reseña de una película, los aspectos que acaban siendo más destacados son el director, los actores, el género al que pertenece o algo especial que destaque en ella (como los galardones logrados). Eso significa que en la práctica rara vez aparece el guionista, ese señor o señora que ha escrito muchos folios, descrito muchos personajes o que ha dado muchas vueltas para dar con el mejor y más impactante final. Y todo para que a lo mejor (o peor) el realizador cambie o suprima lo que crea conveniente, y no digamos cuando eso lo hace el todopoderoso productor.
Pero con esta simpática y medianita película que es El premio podemos cambiar las normas y sí vamos a hablar de Ernest Lehman, un neoyorkino de Long Island, de ascendencia judía, y que tuvo una muy selecta carrera, trabajando para autores casi siempre de gran nivel, y valgan algunos ejemplos: a Billy Wilder le escribió Sabrina, donde se reunían Audrey Herpburn, William Holden y Humphrey Bogart. A Hitchcock le inventó ese increíble y milimétrico enredo de Con la muerte en los talones y también su última película, Family Plot (La trama). Y para Robert Wise escribió dos musicales históricos como el primer West Side Story (junto a Jerome Robbins) y Sonrisas y lágrimas, y podríamos añadir Hello, Dolly, de Gene Kelly, con Barbra Streisand, y quedarían aún más notables ejemplos...
Pero, mira por donde, uno de sus trabajos más desconocidos fue el de la peli que vamos a comentar. Con un productor independiente, Pandro Samuel Berman (pero con distribución mundial de la M.G.M.), el film toma como base la homónima novela de Irving Wallace, el típico y tópico fabricante de best-sellers que luego se pavonea de los millones de libros que ha vendido en todo el mundo (y además es verdad). Con todo ello es evidente que Lehman no está a gusto, pero como es hombre listo, lo que hace es impregnar el film con detalles muy propios del imaginario hitchcockiano, con escenas en las que nadie se cree lo que dice el protagonista, que éste recurra al absurdo para salir de un apuro (aquí la escena de los nudistas, allí la de la subasta), escenarios sugestivos (como Estocolmo), o que tenga un rol importante un actor tan asiduo para el maestro del suspense, como es Leo G. Carroll, ese señor mayor con gafas redondas que podemos ver en Rebeca, en Extraños en un tren, en Recuerda, en El proceso Paradine, en Sospecha... y que aquí nos lo encontramos como maestro de ceremonias del protocolo en la capital sueca.
La historia va de una entrega de premios Nobel, los más afamados y codiciados del mundo, que congrega a miles de periodistas y famosos en la capital sueca. Y todo ello en una imprecisa Guerra Fría (con lo que ya sabemos que los malos son los soviéticos) y allí van llegando los galardonados al hotel, los premiados en Química, en Medicina, en Física... y el más popular, el de Literatura, ese año para un estadounidense, mujeriego y bebedor, que quiere pasárselo bien, antes que nada. Eso supone que vamos conociendo a muchos personajes (demasiados) y encima la trama se va inclinando hacia la intriga e incluso hacia la resolución de un crimen, que lógicamente enturbia el evento e involucra al protagonista, que se ve metido de lleno en el embrollo.
Esta historia -que roza las dos horas y cuarto- la dirige Mark Robson, ese tipo de realizador que los críticos, con aire paternalista, denominan como un buen profesional, correcto artesano de Hollywood, que se adapta a todos los géneros... un señor que tiene una abundante carrera, en la que encontramos títulos vistosos, como Los puentes de Toko-Ri (Grace Kelly y William Holden), El albergue de la sexta felicidad (Ingrid Bergman), El coronel Von Ryan (Frank Sinatra), y sobre todo Más dura será la caída (excelentes Humphrey Bogart y Rod Steiger, en el mundo del boxeo). Aquí, en El premio, se enfrenta a una trama de muchos personajes, a los que va prestando atención, sin confundir en ningún momento al espectador.
Todo lo dicho nos lleva a un amplísimo reparto internacional, con franceses (Micheline Presle), italianos (Sergio Fantoni), suizos (Sacha Pitoëff), estadounidenses (Diane Baker, Kevin McCarthy), pero claro está que a nivel protagonista tenemos ya gente más conocida como la berlinesa Elke Sommer (tan cercana a España con su Bahía de Palma, de Juan Bosch, o Las Vegas, 500 millones, de Isasi-Isasmendi), y que aquí hace pareja con el protagonista, el premiado escritor. Y ahí encontramos ya a los consagrados, como el veterano y siempre excelente Edward G. Robinson (además en un doble papel, y con sorpresa incluida) y como estrella más que consagrada, pero joven, un gran Paul Newman de 38 años, que se adapta muy bien a su papel, y que a veces juega a ser como Cary Grant, quizás sin el punto de sutil ironía que éste aportaba en la icónica y ya nombrada Con la muerte en los talones...
El excelente tramo final, lleno de suspense, persecuciones portuarias y enfrentamientos nocturnos, nos brinda un curioso tour de force con el invento doméstico del desfibrilador, para salvar in extremis la vida del doctor Stratman -el verdadero- y juntos, los dos premiados, el literato y el médico, aparecen, a prisa y corriendo, para recoger sus premios. Pero no terminemos sin hablar del soporte técnico del film, con una contrastada fotografía de William H. Daniels, la banda sonora -siempre brillante- de Jerry Goldsmith, y of course, la aportación como guionista de Mr. Lehman, con quien empezamos esta reseña. Entre unos y otros compusieron una cinta humilde, resultona y comercial, que también son necesarias para la buena marcha de ese invento de finales del XIX, al que algunos apodaron como el Séptimo Arte.
(02-02-2025)
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