Enrique Colmena

Si en el anterior bloque hablamos de los escritores españoles que, durante el franquismo, mantuvieron una relación más o menos cercana al régimen, en este segundo segmento (dividido en dos capítulos) lo haremos sobre aquellos que, manteniéndose dentro de España, tuvieron una actitud de desafección hacia los gobiernos de Franco, también en mayor o menor medida.

Probablemente el escritor antifranquista por excelencia, o al menos el de mayor fama nacional e internacional, fuera el dramaturgo Antonio Buero Vallejo (1916-2000), galardonado con el Premio Lope de Vega, el Cervantes y el Nacional de las Letras Españolas, un autor de larga y fecunda obra teatral, una mirada social y crítica en la asfixiante atmósfera política del franquismo, un hombre que pasó varios años en presidio durante los primeros tiempos de la dictadura y que tuvo constantes choques con la censura, que sin embargo no lo tuvo fácil con el escritor guadalajareño por el gran prestigio artístico que consiguió a raíz del éxito en los teatros de Madrid en 1949 de su Historia de una escalera, realismo social quintaesenciado.

La obra de Buero es, o así nos parece, muy actual, a pesar de lo cual su presencia en el audiovisual es corta: tres adaptaciones al cine durante los años cincuenta, las de Historia de una escalera (1950), de Iquino, Madrugada (1957), de Antonio Román, y En la ardiente oscuridad (1958), de Daniel Tinayre, esta última de nacionalidad argentina. A partir de ahí, y con excepción de la adaptación de Un soñador para un pueblo que hizo Josefina Molina en su película Esquilache (1989), el resto de las versiones de su obra serán para televisión. Así, durante los años setenta se llevarían a la pequeña pantalla La tejedora de sueños (1970) en el espacio Teatro de siempre, Las meninas (1974), en Noche de teatro, y La fundación (1977) en El teatro. El mítico Estudio 1 llevó con frecuencia obras de Buero a las 625 líneas, aunque no antes de comienzos de los años setenta, cuando el ambiente en el régimen, en el llamado “tardofranquismo”, empezaba a ser algo menos asfixiante que en las décadas anteriores; así se sucedieron las adaptaciones de algunas de las más famosas piezas buerianas, como Historia de una escalera (1971), El concierto de San Ovidio (1973), En la ardiente oscuridad (1973) y El tragaluz (1982). Otros contenedores teatrales de los años ochenta y noventa pusieron en la pantalla pequeña otras obras de Buero, como Diálogo secreto (1976), en La comedia dramática española, o Las trampas del azar (1995), en Primera función, e incluso en el extranjero se hicieron adaptaciones catódicas, como la finlandesa Säätiö (1982) y la danesa Stiftelsen (1983), ambas versiones de La fundación. El siglo XXI solo ha conocido una adaptación de Buero al audiovisual, dentro del “reboot” de esta centuria del legendario Estudio 1, con La doble historia del doctor Valmy (2006). Poca cosecha audiovisual nos parece para quien es, en nuestra opinión, el autor teatral español más importante del siglo XX, con permiso de Federico García Lorca, cuyo talento poliédrico también incluía una excepcional capacidad como dramaturgo.

Buero mantuvo durante años una polémica con el siguiente autor que vamos a glosar, Alfonso Sastre (1926-2021); siendo los dos claramente antifranquistas y muy de izquierdas (el segundo más que el primero, es cierto), Buero apostó, pragmáticamente, por combatir desde dentro al régimen buscando sus contradicciones, las lagunas que permitían ensanchar el espacio creativo y comerle terreno a la censura, mientras que Sastre fue mucho más intransigente y era partidario de un enfrentamiento frontal que no le diera al franquismo el más mínimo ápice de apariencia aperturista. Sobre Sastre tenemos publicado en CRITICALIA en 2021, con motivo de su fallecimiento, un tríptico sobre su obra en el audiovisual, cuya lectura recomendamos, y que el lector puede encontrar pinchando en los siguientes enlaces: I, II y III.

Luis Martín Santos (1924-1964), de corta vida, fue un psiquiatra vasco de ideología socialista, también fue autor de una obra literaria más bien escasa, si bien una de sus novelas, Tiempo de silencio, fue saludada en 1962 como una de las  más importantes del siglo en nuestro país, novela que Vicente Aranda llevó al cine con igual título en 1986, una historia de realismo miserabilista en la España de Franco, siendo esa la única vez que el audiovisual ha llevado una creación del escritor vascuence a la pantalla.

Por su parte, Lauro Olmo (1922-1994) fue fundamentalmente dramaturgo, pero también poeta, cuentista y novelista. Hombre progresista,  intransigente activista social, estuvo en todos los frentes contra el franquismo y sufrió por ello represiones de todo tipo, incluida la censura de buena parte de sus obras teatrales. Obtuvo numerosos premios, entre ellos el Nacional de Teatro y el Larra. En el audiovisual Olmo trabajó como guionista en el largometraje Juego de hombres (1963), de José Luis Gamboa, hoy justamente olvidada, y en televisión su obra fue llevada en contadas ocasiones a la pequeña pantalla, en contenedores teatrales como Estudio 1, Teatro estudio y Primera función. Sus obras más elogiadas, La camisa y La pechuga de la sardina, siguen inéditas en la pantalla en la democracia.

Si Buero es, probablemente, el autor más importante del teatro español del siglo XX, Fernando Arrabal (1932), o simplemente Arrabal, es el más excéntrico, el más creativo, también el más internacional de nuestros autores. De su antifranquismo vale citar que fue encarcelado en los años sesenta por el régimen de Franco por blasfemo, aunque finalmente se le absolvió, gracias sobre todo a la presión nacional e internacional de numerosos literatos de prestigio. Fue creador a principios de los años sesenta, junto a Roland Topor y Alejandro Jodorowski, del conocido como “movimiento pánico”, con su derivado esencial, el “teatro pánico”. La controvertida figura de Arrabal daría para una serie de televisión de varias temporadas. Dramaturgo fundamentalmente, pero también poeta, novelista, guionista, director de cine, compositor de óperas, pintor... Fernando es una figura excepcional en la cultura española del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. La lista de los premios que le han sido concedidos es larga como un brazo: Nadal, Nacional de Teatro, Mariano de Cavia, Caballero de la Legión de Honor (en Francia, su segunda patria, quizá la primera...), Espasa de Ensayo... Llama la atención que nunca consiguiera el Premio Príncipe (ahora Princesa) de Asturias, siendo uno de los escritores más influyentes de los últimos cincuenta años, ni tampoco el Cervantes, aunque es de suponer que, dado su carácter imprevisible, las siempre pacatas autoridades civiles temieran que montara un numerito en la recepción del premio...

Como director de cine ha llevado a la pantalla varias de sus propias obras, todas ellas rodadas bajo pabellón francés, como Viva la muerte (1971), Iré como un caballo loco (1973), El árbol de Guernica (1975), The emperor of Peru (1982) y El cementerio de automóviles (1983).

Pero la obra de Arrabal ha sido también llevada a la pantalla por otros cineastas, siempre fuera de España, como ocurrió con su drama Picnic, que sería adaptado por varias televisiones europeas en un plazo muy corto de tiempo: en la noruega en su teleteatro Frokost i det gronne (1962), en Alemania en Picknick im felde (1962), en Dinamarca con el título Skovtur pa slagmarken (1963), en Finlandia en Aamiainen sotakentällä (1963), y en la televisión belga en lengua flamenca en De picknick (1964). También su obra El cementerio de automóviles, aparte de su propia versión, ha sido adaptada por distintas televisiones europeas, como la finesa en Autojen hautausmaa (1966) y la danesa en Automobilkirkegarden (1971), y su novela Baal Babilonia ha sido adaptada, además de por el propio Arrabal en la mentada Viva la muerte, por la televisión francesa en Adieu, Babylone! (1993).

Es llamativo que el cine y, sobre todo, las televisiones españolas, al contrario de lo que han hecho sus homólogas europeas, hayan dado permanentemente la espalda a la proteica obra de Arrabal: y es que el escritor nunca ha sido llevado a la pantalla, grande o pequeña, en España, ni en la época de Franco, lo cual era de prever, pero tampoco en la democracia.

Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019) fue otro de los nombres fundamentales de la literatura española del siglo XX, aunque ello lo consiguiera apenas con dos novelas publicadas en los años cincuenta, Industrias y andanzas de Alfanhuí y, sobre todo, El Jarama, dedicándose después fundamentalmente al ensayo y el cuento. Sánchez Ferlosio, hijo del dirigente falangista Rafael Sánchez Mazas (que inspiró la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas) y hermano del cantautor Chicho Sánchez Ferlosio, militó durante toda su vida, tanto en el franquismo como también en la democracia, en la oposición. Obtuvo todos los premios posibles, desde el Cervantes al Nadal, desde el Nacional de las Letras Españolas al Mariano de Cavia, entre otros muchos. El Jarama fue saludada en su momento como la gran obra del realismo de la centuria vigésima en España, a pesar de lo cual ni el cine ni la televisión han considerado siquiera la posibilidad de adaptarla a la pantalla, grande o pequeña, como tampoco Alfanhuí.

Ilustración: Juan Echanove e Imanol Arias, en una imagen de Tiempo de silencio (1986), adaptación de Vicente Aranda sobre la novela homónima de Luis Martín Santos.

Próximo capítulo: A propósito de Los renglones torcidos de Dios: los escritores durante el franquismo, olvidados en la democracia (IV). Los “desafectos” (2)