En el capítulo anterior de este díptico, titulado específicamente Unas pinceladas históricas, hacíamos algunas consideraciones sobre el inicio, desarrollo, madurez y decadencia del wéstern clásico, el de Ford, Hawks, Mann y Sturges, entre otros maestros, y cerrábamos el repaso al siglo XX dentro de ese tipo de cine con algunas de las películas hechas tras la (a nuestro juicio) muerte del género como tal, simbolizada en El último pistolero (1976), el crepuscular film de Donald Siegel, con John Wayne en su último papel antes de morir.
En esta nueva entrega vamos a ver cómo ha afrontado el género del western el siglo XXI. Ya veremos que, conforme a los tiempos que corren, las miradas han sido varias y muy distintas, y también veremos que, en contra de lo que ocurrió durante las dos últimas décadas del siglo pasado, esta nueva y todavía pimpante centuria ha sido mucho más abundante en películas que se pueden adscribir genéricamente a la etiqueta de wéstern o, más apropiadamente, neowéstern.
Neowéstern, o neoclásico
Una de las opciones que se han elegido en este siglo XXI para tratar el cine del Oeste ha sido precisamente la de intentar ofrecer películas que se podrían haber hecho (más o menos...) durante la época clásica del wéstern. Sería, entonces, un intento de volver atrás y de hacer cine “a la manera de” Ford, Hawks, etcétera, con temáticas, estéticas, desarrollos, personajes e historias que podrían haber encajado en los esquemas de ese wéstern clásico.
Así, Kevin Costner, que como director tiene una menguada carrera, y tan dispar (el exitazo artístico y comercial de Bailando con lobos, el petardazo en todos los órdenes de Mensajero del futuro, y este film que ahora comentaremos), hizo a comienzos de siglo una película, Open range (2003), que buscaba claramente inscribirse en ese tipo de wéstern que se reclama clásico, con una historia que bebía claramente de algunos de los títulos que han marcado el cine del Oeste, y con elementos tan evidentes como la pareja de vaqueros que, como dicen en la película, son “casi un matrimonio”.
También se puede reputar como un intento de hacer un wéstern clásico, aunque con elementos modernos, una de las escasas películas que el actor Ed Harris ha rodado como director: es Appaloosa (2008), de nuevo con todos los atributos del género, con el correspondiente “aggiornamento”: tendremos la pareja de pistoleros, la hembra fementida, el duelo final, el sacrificio absoluto.
En esa misma línea de acercamiento al género desde una perspectiva clásica habría que citar dos títulos que hacen una aproximación actualizada a sendas figuras míticas del Oeste americano, repetidas veces llevadas a la pantalla. Una de esas figuras será Jesse James, al que Andrew Dominik hace el personaje central de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2005), con Brad Pitt en el papel protagonista y Casey Affleck en el atormentado rol de quien, de entre sus amigos, lo traicionó. La segunda figura legendaria llevada a la pantalla sería la de Billy el Niño, a quien el actor Vincent D’Onofrio, en funciones de director, ha llevado a la gran pantalla en la muy reciente Sin piedad (2019), con Dane DeHaan como El Niño y Ethan Hawke como su amigo/enemigo Pat Garrett, que pasó de delincuente a agente de la ley sin despeinarse.
La mujer en el wéstern clásico tuvo poca repercusión desde el punto de la acción. Su papel se limitaba, generalmente, conforme al signo de aquellos tiempos, a ser el contrapunto romántico, o erótico (dentro de un orden), del protagonista, pero poco más. Al margen de esa función más o menos decorativa, habría que centrarse en algún personaje entre lo verídico y lo legendario, como Jane Calamity (en España castizamente traducida como Juanita Calamidad), con algunos títulos serios, como La verdadera historia de Calamity Jane (1949), de George Sherman, o en tono de comedia, como Doris Day en el Oeste (sandunguero título español para Calamity Jane, 1953), de David Butler. Por eso llama la atención, dentro del neowéstern que llamamos neoclásico, un film como La venganza de Jane (2015) (el nombre de la protagonista, Jane, seguramente no es casual...), una interesante propuesta que hace de una mujer el centro y eje de la película, en su doble faceta de “mujer de...”, pero también como personaje con personalidad propia, una mujer que, puesta en una tesitura parecida a la que se le planteó a Gary Cooper en Solo ante el peligro, habrá de tomar medidas para proteger a los suyos (marido malherido, hija pequeña), apoyándose en un antiguo amor; film sutil y bien narrado, combina con acierto el nuevo papel de la mujer con las constantes del género, con una estupenda Natalie Portman y un muy notable Joel Edgerton, en uno de esos papeles vidriosos, esquinados, que él tan bien compone.
En una línea no demasiado distinta, Deuda de honor (2014) hace de una mujer, Hilary Swank, su protagonista, si bien su tono es distinto: aquí estamos más bien ante un neowéstern itinerante, una historia que se desarrolla a lo largo de un camino plagado de peligros, que habrán de afrontar juntos la protagonista y el individuo no demasiado recomendable que compone Tommy Lee Jones, que también dirige.
Remakes y secuelas
En un tiempo como el actual, tan cortito de ideas nuevas, la tentación de la secuela o del remake (declarados o no) siempre está ahí, y más de uno, y de dos, han caído en ella. Así, James Mangold manufacturó El tren de las 3:10 (2007), remake del notable título homónimo que Delmer Daves rodara en 1957, con Glenn Ford y Van Heflin. En el film de Mangold eran Russell Crowe y Christian Bale quienes retomaban sus roles, en una película de corte clásico sobre un tema recurrente en el género, el forajido encomendado a un hombre de la ley a quien los compinches de aquel pretenden liberar.
Mejor fue la nueva versión que, con el título (español) de Valor de ley (2010), realizaron Joel y Ethan Coen, sobre el homónimo (tanto en inglés, True grit, como español) film rodado en 1969 por Henry Hathaway, con John Wayne como tótem, siendo reemplazado ahora por un entonado Jeff Bridges, en una historia que combinaba admirablemente la aventura a la antigua usanza y cierto tono de comedia cómplice.
No se puede decir lo mismo de Los siete magníficos (2016), la versión que Antoine Fuqua hizo del clásico que John Sturges rodara en 1960 (a su vez adaptación al universo del Oeste del también clásico Los siete samuráis, de Kurosawa); aunque en la versión de Fuqua había gente valiosa (Denzel Washington, Ethan Hawke, Chris Pratt), el mero recuerdo del repartazo con el contó Sturges (Brynner, McQueen, Bronson, Wallach, Coburn...) hace palidecer esta nueva vuelta de tuerca al tema de los “outsiders” que se pondrán al servicio de gente desvalida, quizá en una suerte de redención.
Los remakes no se limitan, lógicamente, al cine. El Llanero Solitario (2013) fue la costeadísima adaptación a la gran pantalla que Gore Verbinski realizó sobre la humilde serie televisiva de igual título grabada allá por 1949, la historia de una especie de superhéroe del Oeste, con su antifaz, su caballo Silver y su amigo indio Tonto (en España le llamaron Toro, porque lo de Tonto sonaba regular...). Lo cierto es que tanto presupuesto jugó en su contra, al menos en lo que respecta a la taquilla, pegándose la gran costalada, si bien artísticamente la nueva versión de Verbinski, con Armie Hammer y Johnny Depp, era valiosa y un gran espectáculo visual.
Decíamos antes que los remakes podrían ser declarados o no. Es el caso de El renacido (2015), la película de Alejandro González Iñárritu que es, obviamente, una nueva versión, más o menos libre, de El hombre de una tierra salvaje (1971), de Richard C. Sarafian, en la que Richard Harris interpretaba un papel similar al que Leonardo DiCaprio haría en la versión posterior, en una película que impactó mucho por el verismo en las escenas de violencia.
La mirada del extranjero
Quizá una de las más llamativas características del neowéstern sea que, con bastante frecuencia, cuenta con aportaciones de personas y nacionalidades ajenas al país por antonomasia del wéstern clásico, los Estados Unidos de Norteamérica. De hecho, esta serie de artículos han sido provocados por un film sobre el Oeste hecho en Europa con coproducción mayoritaria del Viejo Continente. Hablamos de Los hermanos Sisters, la formidable película del francés Jacques Audiard que consigue hacer un western a la vez clásico y distinto, con sus claves características (tiroteos, jinetes, rivalidades, fraternidades), pero dándoles la vuelta a casi todas ellas hasta conseguir que parezca una especie de antiwestern que igualmente nos enamora.
Pero si hay una nacionalidad que quizá resulte chocante emparejarla con el Viejo Oeste Americano, esa quizá sea la escandinava. Pues el danés Kristian Levring nos dio una valiosa muestra de neowéstern con su film The salvation (2014), que escribía una historia típica del género, con hombre ultrajado en lo que más quiere, su familia, y la venganza sin fin que acometerá, con la particularidad de que el protagonista y los suyos son... daneses en el Far West, con un como siempre estupendo Mads Mikkelsen, inopinadamente vestido de vaquero.
De nuestras antípodas, allá en Oceanía, nos han llegado varios neowésterns potentes y distintos; en Australia, en concreto, encontramos dos films muy diversos y apreciables. Uno es Sweet Country (2017), ambientado en el país de los canguros pero con una evidente aproximación temática y estética al universo del Oeste, con una clave nítidamente antirracista, en la que el cineasta aborigen Warwick Thornton nos cuenta una lacerante historia de humillaciones por parte del blanquito cabrón de turno, hecha con una notable sutileza y gran sentido cinematográfico. El otro es La propuesta (2005), de John Hillcoat, en clave de nuevo netamente australiana, pero con un “look”, un tema, unos personajes insobornablemente westernianos, un film hipnótico con repartazo: Guy Pearce, Danny Huston, John Hurt, Emily Watson.
Sin salir de Oceanía, en Nueva Zelanda también han aportado su más que interesante granito de arena. Es Slow West (2015), en la mejor tradición del wéstern crepuscular, la historia de un amor fou arrastrado desde Escocia hasta el Lejano Oeste (aunque este fuera rodado en paisajes neozelandeses), un film dirigido por el músico John Maclean, que confirma con ello que el talento es poliédrico y no se limita a un arte en concreto: el neófito cineasta hace una de las cumbres del neowéstern del siglo XXI, una obra melancólica, lírica, bellísima siempre, sacando petróleo de una pareja protagonista tan distinta como el bronco, duro, macho Michael Fassbender, y el etéreo, lánguido adolescente Kodi Smit-McPhee.
Y, quién lo iba a decir, también España aportará su mirada desde fuera sobre el neowéstern: Blackthorn. Sin destino (2010) fue la arriesgada apuesta del guionista y director Mateo Gil, nada menos que imaginar la continuación, años después, de aquel final de Dos hombres y un destino (1969) de George Roy Hill, suponiendo que Butch Cassidy y Sundance Kid no hubieran muerto, como parecía, en aquella última escena en la que disparaban a la desesperada. Ambientando la historia en Bolivia, en el desierto salado de Uyuni, se trata de una película irregular pero a pesar de todo atractiva, sobre todo por la temeridad del empeño, con algunos actores consagrados, como el gran Sam Shepard, ya fallecido, y otros que entonces eran totalmente desconocidos, como ese Nicolaj Coster-Waldau ahora superfamoso por su personaje de Jaime Lannister.
Atípicos, extravagantes, extremosos
En este tiempo nuestro tan descreído, tan raro que nos ha tocado vivir en el siglo XXI, ha habido también lugar para neowésterns de lo más extraños, films que han aportado una visión cuanto menos rara a las constantes habituales del género.
Para muestra, un botón: Bone Tomahawk (2015) es la ópera prima (quién lo diría...) del cineasta floridano S. Craig Zahler, hecha con ribetes formalmente clásicos, pero soltando una auténtica bomba cuando hace que los indios, antagonistas por antonomasia del wéstern clásico, sean... caníbales, y poseedores de poderes que colindan con la taumaturgia. En ese contexto, la historia del típico grupo de perseguidores dirigidos por un agente de la ley, de los indios que han secuestrado a una mujer y dos hombres del poblado, se convertirá en una pesadilla de difícil olvido, con un reparto notable: Kurt Russell, Patrick Wilson, Richard Jenkins.
Los dos neowésterns de Quentin Tarantino son a la vez atípicos, extravagantes y extremosos: tanto Django desencadenado (2012) como Los odiosos ocho (2015) son buena muestra del cine que tanto gusta al cineasta: barroco, de aluvión, muy explícito, muy popular, también muy estiloso. Mejor la primera que la segunda, ambas tienen interés y repartazos para quitar el hipo: en uno están DiCaprio, Samuel L. Jackson, Christophe Waltz y Jamie Foxx, entre otros; y en el segundo Tim Roth, Jennifer Jason Leigh, Madsen, de nuevo Kurt Russell.
Aunque para raro, Desapariciones (2003), de Ron Howard, que planteaba una historia que combinaba elementos clásicos con otros mucho menos comunes, como la magia y el esoterismo, con notable pareja, Cate Blanchett y Tommy Lee Jones. Claro que la mayor excentricidad seguramente es la aportada por Cowboys & Aliens (2011), de Jon Favreau, que lo decía todo en su título, proponiendo una historia en el Lejano Oeste combinándolo con una invasión extraterrestre, con Daniel Craig abandonando su rol de 007 para enfundarse el sombrero tejano y el Colt en la canana.
El neowéstern contemporáneo
Una de las más apreciables aportaciones al género, que ha supuesto una renovación de lo más interesante, es la que sitúa historias propias del Far West en nuestros días, manteniendo atrezzo, temas, paisajes... pero con coches, motos, rifles de repetición, pistolas automáticas... Han supuesto una bocanada de aire fresco en el género, y quizá sea la mejor de las salidas para el mismo.
Así, Comanchería (2016), el magnífico film de David Mackenzie, nos plantea una historia típica del Oeste, con dos hermanos que asaltan bancos y dos “rangers” que les persiguen (a lomos de automóviles 4 x 4...), en una película humanísima con uno de los finales más prodigiosos de los últimos tiempos, a la vez western clásico y actual, un duelo incruento que cuenta tantas cosas, con formidable reparto: de Jeff Bridges ya sabíamos que era grande, pero no estaba tan claro en Sam Rockwell y, sobre todo, en el guapo Chris Pine, aquí a la altura de sus colegas.
Pues al guionista de Comanchería, el actor Taylor Sheridan, le debemos otro notable neowéstern contemporáneo, Wind River (2017), ambientado en los páramos nevados de una reserva india, donde una agente del FBI habrá de resolver un oscuro crimen, encontrándose con graves problemas para ello, en un entorno hostil; resuelto de forma exquisitamente cinematográfica y con soluciones muy creativas, el film nos descubre un talento genuino que ojalá no se malogre.
Tommy Lee Jones, el actor, tiene también una corta carrera como director. Entre esos escasos films está un neowéstern contemporáneo, Los tres entierros de Melquíades Estrada (2005), fronterizo y social, la historia de un asesinato a manos de un miembro de la ley, y cómo alguien honesto a carta cabal se empeña en descubrir al autor de la felonía.
Aunque podríamos haber incluido Mi hija, mi hermana (horrible título para el original Les cowboys, 2015) en el apartado “La mirada del extranjero”, se trata de un neowéstern contemporáneo y por eso preferimos hacerlo aquí. Y lo cierto es que es muy peculiar, pues la historia (parecida a la contada por Ford en Centauros del desierto) nos cuenta el secuestro de una mujer en la Francia hodierna, y su búsqueda por parte de sus familiares por horizontes que recuerdan las praderas del Far West, aunque la acción se desarrolle, como es el caso, en el Afganistán de los talibanes, que toman el lugar de los indios del wéstern clásico, todo ello a las órdenes de Thomas Bidegain, el guionista habitual de Jacques Audiard.
Aunque no lo parezca, ¿qué es No es país para viejos (2007) sino, en el fondo, un neowéstern contemporáneo? La película de los Coen tendrá su tesoro encontrado, sus bandidos que buscan al pobre diablo que se ha hecho con él, como si fuera el buscador de pepitas de oro que dio con el filón de su vida, una persecución implacable, un asesino vesánico sin escrúpulos. Con un Josh Brolin excelente y un Javier Bardem que daba miedo con ese pelucón horrible y con esos ojos de asesino, el film de los Coen sentó cátedra de que se puede hacer cine del Oeste conduciendo camionetas y comiendo hamburguesas.
Como colofón a este apartado, pero también al capítulo, hemos reservado Brokeback Mountain (2005), del chino taiwanés Ang Lee, que confirma que el neowéstern (contemporáneo o no) es, sobre todo, iconoclasta: ya no valen apriorismos sobre el macho, sino que las praderas, los sombreros tejanos, los pantalones vaqueros, pueden ocultar oscuros amores entre hombres antes inimaginables en el wéstern. Aunque en puridad miento: ya se hacía alusión, aunque de refilón, a relaciones homosexuales en El zurdo (1958), de Arthur Penn, y en El día de los tramposos (1970), del gran Joseph L. Mankiewicz.
Ilustración: Jeff Bridges, en una imagen de Valor de ley (2010), de Joel y Ethan Coen.