Enrique Colmena

El estreno de Los hermanos Sisters (2018), el estupendo wéstern europeo de Jacques Audiard, que reformula el género jugando con las mismas claves pero dándoles otro sentido, tanto temática como estéticamente, nos permite hablar del neowéstern, concepto que deberá ser explicado, incluso definido, previamente.

El lector de CRITICALIA sabe que para el autor de estas líneas (y no soy el único, por supuesto) el wéstern clásico murió, a todos los efectos, a mediados de los años setenta, una vez que el espagueti-wéstern (también conocido como eurowéstern) hizo añicos el género, y que el llamado wéstern trinitario destrozó, a su vez, al espagueti o eurowéstern. Solemos citar El último pistolero (1976), de Don Siegel, como el canto del cisne del género, tanto por su tono clásico y crepuscular a un tiempo como por ser la última película que (sabiéndose ya herido de muerte) hizo John Wayne, fetiche y actor carismático del wéstern, que lo fue todo a lo largo de la mejor época del cine del Oeste. Por supuesto que posteriormente se han hecho otros wésterns, pero esa es otra historia que comentaremos más adelante.

Aunque hay una versión restrictiva del término “neowéstern” que lo limita a las películas que, con contexto, atrezzo y temas de wéstern, sin embargo se ambientan en nuestros días, consideramos que ese tipo de films deberían llamarse más apropiadamente “wésterns contemporáneos”, mientras que el término “neowéstern” (o “postwéstern”, como propusimos allá por los años noventa, sin mucho éxito...) debería referirse a todo wéstern realizado tras la mentada defunción.


Inicio, madurez

Parece que sería bueno empezar por el principio, como solía hacer el caballero don Pedro Grullo, que nunca habitó en las llanuras del Far West, pero que de obviedades sabía un rato. El wéstern como género nace casi al tiempo que el cine. Se suele datar el nacimiento del género con el film Asalto y robo al tren (The great robbery train, 1903), corto lógicamente mudo de Edwin S. Porter que supondrá el comienzo del idilio del cine con su género por antonomasia.

Pero el wéstern como tal lo cierto es que en las primeras décadas del cinematógrafo no despegó como género: mientras que otros tipos de cine, fundamentalmente la comedia y el drama, no solo concitaron el favor del espectador sino también el interés de los entonces incipientes entendidos, el wéstern apenas interesó salvo a públicos infantiles y juveniles, que disfrutaban con las aventuras de los entonces popularísimos Tom Mix o Harry Carey, en historias elementales que nunca aportaron más allá de un rato de diversión.

Pero la llegada del cine sonoro y, sobre todo, la madurez de John Ford hacia finales de los años treinta, tras haberse fogueado en películas de todo tipo, harán que el wéstern comience a establecerse como género con sustancia, con cosas que decir. Se suele datar convencionalmente La diligencia (1939), de John Ford, como el film que inaugura el wéstern clásico, el wéstern maduro que empieza a establecer las pautas, las constantes que harán célebre y formidable al género. Recomendamos en ese sentido la lectura del excelente artículo del profesor Rafael Utrera Macías, publicado en CRITICALIA, titulado La diligencia: 75 años viajando de la literatura al cine. Desde ese año y hasta primeros de los años sesenta, el wéstern (que podemos denominar en esta etapa, con toda claridad, como wéstern clásico) se convertirá en el más pujante de los géneros de Hollywood, construyendo todo un imaginario, todo un microcosmos en el que convivirán hechos reales acontecidos durante el siglo XIX en el Lejano Oeste con ficciones, incluso fantasías ideadas por una pléyade de guionistas y, sobre todo, de directores de la Edad de Oro del cine. Entre estos habrá que citar, con todo merecimiento, a una gavilla de cineastas que pusieron los cimientos del género, que lo fueron adensando, haciéndolo más complejo, pasando de la mera aventura superficial a tratar conflictos humanos de gran profundidad. Directores como John Ford (la mentada La diligencia, además de Pasión de los fuertes, La legión invencible, Centauros del desierto, Dos cabalgan juntos, El hombre que mató a Liberty Valance), Howard Hawks, sobre todo con sus “ríos” (Río Rojo, Río de Sangre, Río Bravo, Río Lobo, más la estupenda El Dorado), Anthony Mann (Winchester 73, Horizontes lejanos, Colorado Jim, El hombre de Laramie, Cimarrón), William Wyler (El forastero, Horizontes de grandeza), Raoul Walsh (Murieron con las botas puestas, Camino de la horca, Tambores lejanos), John Sturges (Duelo de titanes, El último tren de Gun Hill, Los siete magníficos), Robert Aldrich (Apache, Veracruz), Fred Zinnemann (Solo ante el peligro), King Vidor (Duelo al sol) y Nicholas Ray (Johnny Guitar), entre otros, conformaron un poliédrico, espléndido corpus fílmico, uno de los mayores tesoros artísticos y culturales que haya creado el ser humano desde que se irguió sobre sus extremidades posteriores.


Decadencia, el wéstern flamígero

Al igual que la arquitectura gótica inicia su fin con la llegada del estilo florido o flamígero, también el wéstern tendrá su etapa de estilización extrema, que le llegará, cosas veredes, del “Lejano Este”: en efecto, la decadencia del wéstern clásico comienza precisamente en Europa, al Este de Estados Unidos, con la llamada Trilogía del Dólar, tres películas dirigidas por el italiano Sergio Leone en Almería (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno, el feo y el malo), que sentarían las bases de una nueva forma de acercarse a las constantes del wéstern, más físico, formalmente más alambicado (por ejemplo, comienza a usarse y abusarse del zoom como recurso cinematográfico), aunque también temáticamente más pedestre; la fórmula tiene gran éxito (Por un puñado... tuvo casi 3,3 millones de espectadores en España; fuente: web del Ministerio de Cultura), así que las cinematografías italiana y española, pero también incluso otras como la francesa, se lanzaron a hacer eurowésterns; la inicial estilización pronto desbarra en películas rutinarias, manufacturadas por artesanos de tercera fila, deseosos de hacerse ricos con esta nueva “quimera del oro” del espagueti-wéstern.

A comienzos de los años setenta, ya enfangado el eurowéstern en subproductos infames como Vivos o preferiblemente muertos (1969), de Duccio Tessari, o Llega Sartana (1970), de Giuliano Carnimeo (firmando con el sonoro seudónimo de Anthony Ascot, para intentar dar el pego de una anglosajonidad inexistente), el también italiano Enzo Barboni, firmando como E.B. Clucher, estrena Le llamaban Trinidad (1970), que le da una vuelta de tuerca al espagueti, creando lo que podemos considerar un nuevo subgénero, el wéstern trinitario, dentro del propio subgénero del eurowéstern. Se trata de parodiar el cine del Oeste, o por mejor decir, dotar de comicidad (por decir algo) el cine del Oeste que se hacía en Almería, con un ínfimo nivel de humor y, como suele ocurrir en estos casos, abriendo la veda para que otros productos en esa misma línea hozaran en gags cada vez más escatológicos, haciendo del más burdo “slapstick” (el de la vertiente “tortazo y tente tieso”) y del humor marrón sus más que dudosos estandartes. El éxito de esa fórmula, repetida en decenas de films, se extenderá hasta mediados de los años setenta, curiosamente hasta el momento, aproximadamente, en el que se rueda la mentada El último pistolero, que daba por finiquitado el género en su concepción más tradicional, más pura.

Mientras se gestaba, se desarrollaba y moría en Europa el eurowéstern, en Estados Unidos paralelamente el wéstern clásico iba agonizando: durante los sesenta apenas se habían producido unos pocos buenos films dentro del género, con algunos títulos de interés, todos ellos tocados ya por una mirada crepuscular, como Duelo en la Alta Sierra (1962) y Grupo salvaje (1969), de Sam Peckinpah, Los profesionales (1966), de Richard Brooks, y Dos hombres y un destino (1969), de George Roy Hill, entre otros, no muchos más; en los setenta siguió languideciendo, con solo unas pocas muestras de alto nivel, como fueron Pequeño gran hombre (1970), de Arthur Penn, La balada de Cable Hogue (1970) y Pat Garret y Billy the Kid (1973), ambas de nuevo de Peckinpah, todas ya con una evidente clave revisionista y no exentas de contaminación del eurowéstern.

Con El último pistolero se certificará simbólicamente la muerte del wéstern clásico, y a partir de ahí las décadas de los años ochenta y noventa serán muy parcas en nuevos productos que puedan etiquetarse como películas del Oeste. Es cierto que entre esas pocas películas habrá algunas de mérito: así, el entonces de moda Walter Hill propondrá un curioso wéstern, Forajidos de leyenda (1970), que combinaba hermanos reales haciendo de famosos hermanos de ficción del Far West; Lawrence Kasdan hará dos interesantes wésterns que intentaron volver a las claves del género más clásico, Silverado (1985) y Wyatt Earp (1994); Kevin Costner, que estuvo en ambas como actor, hará como director y protagonista Bailando con lobos (1990), oscarizada y también muy revisionista, en clave proindia y proanimalista; Clint Eastwood, que ya se estaba convirtiendo en el maestro que es desde hace varias décadas, daría la campanada con la estilizada y muy europea El jinete pálido (1985), obviamente inspirada en el clásico Raíces profundas (Shane, 1953), pero también muy influida por el eurowéstern que él mismo popularizó como actor en la Trilogía del Dólar; y en los noventa Eastwood redondeará la faena con la magistral Sin perdón (1992), que será a la vez clásica y modernísima. En la estela de las revisitaciones televisivas, Wild Wild West (1999), de Barry Sonnenfeld, será el (infructuoso) intento de poner en la gran pantalla y a gran escala aquella pequeña serie televisiva “sixty”, Jim West, de nuestra infancia sesentera. El propio Walter Hill, ya en el declive iniciado a partir de los años noventa, nos dará en esa década otras dos pelis del Oeste, en ambos casos sobre famosos personajes del género, vistos desde una perspectiva distinta: el pistolero y posterior alguacil Wild Bill Hickok en Wild Bill (1995) y el más popular jefe indio (con permiso de Sitting Bull...) en Gerónimo. La leyenda (1993).


Para ver Asalto y robo al tren (The great robbery train, 1903), pinchar aquí.


Para ver La diligencia (Stagecoach, 1939), pinchar aquí.


Para ver El último pistolero (The shootist, 1976), pinchar aquí.




Ilustración: John Wayne, en una imagen icónica de La diligencia (1939), wéstern iniciático de John Ford.

Próximo capítulo: El neowéstern como reformulación del cine del Oeste (y II). Las nuevas miradas del siglo XXI