Para la gente joven o de mediana edad el nombre de Lucía Bosé (o Lucia Bosè, si lo escribimos a la italiana, su nacionalidad de origen) quizá se asocie a su peculiar aspecto con el pelo teñido de azul chillón, o a iniciativas un punto extravagantes como la creación del llamado Museo de Ángeles, donde fue recopilando obras de arte con esa temática. Quizá para la inmensa mayoría de la ciudadanía, Lucía fue la matriarca de una amplia familia de artistas, desde el cantante y actor Miguel Bosé hasta la diseñadora Paola Dominguín, entre otros muchos. También los que peinan canas tal vez la recuerden por haber sido esposa del torero Luis Miguel Dominguín.
Pero Lucía Bosé, que ha muerto recién, como dicen en Hispanoamérica, fue mucho más que eso: Lucía Bosé tiene un lugar de privilegio en cualquier Historia del Cine por su trayectoria en las pantallas cinematográficas a lo largo de más de setenta años de carrera. Lo curioso del caso es que Bosé tuvo una carrera muy dilatada en el tiempo pero no precisamente numerosa: hizo solo 59 películas o series televisivas, con lo que sale a menos de un audiovisual por año.
Pero lo que es aún más curioso es el excelente olfato que tuvo Lucía para escoger su filmografía. Su obra como actriz está plagada de directores excelentes, de primera línea internacional, que vieron en ella, como así era, el mejor vehículo para contar sus historias. Vamos entonces a contar a Lucía Bosé a través de 12 de los mejores directores que la tuvieron a sus órdenes, para comprender hasta qué punto su presencia en el cine de esos grandes cineastas fue crucial y determinante en las pelis de estos, pero también en la carrera de la actriz.
Giuseppe de Santis
Lucía Bosé (Milán, 1931 – Brieva, Segovia, 2020) fue proclamada Miss Italia en 1947, cuando solo contaba 16 años. De una belleza serena y clásica, el cine se fijó pronto en ella, como cabía esperar, y ya en 1950 debutó en un melodrama neorrealista, Non c'è pace tra gli ulivi, dirigido por uno de los maestros de ese movimiento, Giuseppe de Santis, que supo ver que en Lucía había algo más que una hermosa mujer. De Santis contó de nuevo con ella para su película de protagonismo coral Roma ore 11 (1952). Lucía empezaba a ser conocida ya en su país de origen; en una época en la que el cine italiano empezaba a poner de moda las bellezas explosivas, las famosas “maggiorate” (Sophia Loren, Gina Lollobrigida, Silvana Mangano...), Bosé representaba la belleza más sencilla, más normal, más “vecinita de al lado”.
Michelangelo Antonioni
Si importante fue De Santis en la carrera de Lucía Bosé, más aún lo fue su colaboración con Michelangelo Antonioni, maestro incontestable en los años cincuenta y sesenta, que elaboró un cine más complejo y existencial que el neorrealista, quien contó con la actriz milanesa para su primer largo de ficción, Crónica de un amor (1950), donde la actriz empezó a cincelar el personaje de mujer de clase, de hermosa hembra de ambientes exquisitos, con frecuencia inmersa en amores turbios. Antonioni la volvería a hacer su protagonista en La señora sin camelias (1953).
Juan Antonio Bardem
A partir de 1955 Lucía Bosé es reclamada por otras cinematografías, como la francesa, pero también España, donde rodará a las órdenes de Juan Antonio Bardem una de las películas fundamentales del cine hispano de todos los tiempos, Muerte de un ciclista (1955), un film con una madurez y un tono adulto como difícilmente se puede encontrar en la cinematografía española de su tiempo, en un personaje ciertamente memorable, la mujer casada de desahogada posición que vive una aventura con otro hombre y ambos atropellan accidentalmente a un ciclista, con el dilema existencial y moral que ello conllevará: confesar el hecho, y con ello afrontar las consecuencias del adulterio, o callarlo para evitarlo.
Luis Buñuel
Lucía Bosé, que ya se había casado con Luis Miguel Dominguín y, con ello, encauzado su vida en España, es llamada por Buñuel para su primer film en Francia, tras su prolongada estadía en México. La película será Así es la aurora (1956), un melodrama entreverado de thriller que constituye una de las cumbres del cineasta de Calanda de los años cincuenta, un film de género teñido de su particular visión del mundo.
Jean Cocteau
A partir de su matrimonio de Dominguín, Lucía abandona temporalmente su carrera, tanto para dedicarse a la crianza de sus hijos como, por qué no decirlo, por el consuetudinario machismo del torero, que obviamente no aceptaba de buen grado la profesión de su esposa. Aún así, Lucía aún podrá intervenir en un papel, casi un cameo, en la peculiarísima El testamento de Orfeo (1960), el film-poema del gran Jean Cocteau, su última película de ficción como director.
Manuel Summers
Tras la separación de Luis Miguel Dominguín, a mediados de los años sesenta, Lucía Bosé vuelve al cine, aunque lo hace inicialmente en papeles casi de cameo, como el mínimo rol que hizo para el cineasta sevillano Manuel Summers en No somos de piedra (1968), un antecedentes ilustrado (y mucho más inteligente) del fenómeno del landismo. Summers fue uno de los mejores de su generación, dotado de un talento poliédrico: actor, director, guionista, productor, dibujante, humorista..., y en el regreso de Bosé al cine quiso, con buen criterio, contar con ella, aunque fuera de forma testimonial.
Paolo y Vittorio Taviani
A finales de los años sesenta el cine de vanguardia bullía de movimientos izquierdistas; es el tiempo del Cahiers prochino (con menos vista que Rompetechos...), del Bellocchio de China está cerca, del Bertolucci de El conformista... en ese contexto, los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, que también en aquella época eran adalides de un cine revolucionario, llaman a Lucía Bosé para su Bajo el signo del escorpión (1968), parábola marxista sobre la lucha de clases y la creación de una sociedad nueva.
Federico Fellini
En las antípodas de la entelequia leninista de los Taviani, Fellini, ya en la cima de su fama, convoca a Bosé para intervenir, en un papel corto pero sustancioso, en su Satyricon (1969), todo un canto al placer, a la exacerbación de los sentidos, a la sensualidad, en una barroca historia ambientada en la decadente Roma del Imperio, un film que, por supuesto, no se pudo ver en España hasta la Transición, en 1976.
Basilio Martín Patino
En España, donde Lucía estaba ya radicada definitivamente, el cineasta salmantino Basilio Martín Patino la llama para intervenir en Del amor y otras soledades (1969), quizá no de las mejores de su autor, pero en cualquier caso una notable aproximación al cine de relaciones de la pareja, en una época en la que eso, en España, era prácticamente imposible. Cine adulto, entonces, para lo que la intervención de una estrella internacional como Lucía Bosé fue fundamental.
Claudio Guerin Hill
Durante los años setenta la presencia de Lucía Bosé en las pantallas fue habitual, y estaría en la ópera prima cinematográfica del prestigioso realizador de televisión Claudio Guerin Hill, el cineasta sevillano cuya prometedora carrera se truncó en un fatal accidente durante un rodaje. Sobre Guerin se pueden consultar en CRITICALIA sendos artículos, titulados La campana del infierno dobla por Claudio Guerin, del profesor Rafael Utrera Macías, y Claudio Guerin Hill: del libro de Rafael Utrera a la película de Jesús Ponce, del autor de estas líneas. Claudio quiso tener en su primer film para cine, La casa de las palomas (1972), a Lucía Bosé, en una película ciertamente peculiar, un tema convencional tratado por un cineasta exquisito.
Marguerite Duras
La escritora Marguerite Duras, nombre fundamental del Nouveau Roman, tuvo también una interesante faceta como directora cinematográfica. Para una de sus películas, Nathalie Granger (1972), llamó a la actriz milanesa, para hacer una crónica de la cotidianidad en la que Bosé estuvo rodeada de algunos mitos del cine francés como Jeanne Moreau o Gérard Depardieu (aunque este en aquella época aún no lo era...).
Francesco Rosi
La filmografía de Lucía durante el resto de los años setenta y primeros ochenta no tendrá tanto relieve como otras épocas de su carrera, pero pronto será reclamada por otro cineasta de prestigio, Francesco Rosi, para interpretar el papel de Plácida Linero en Crónica de una muerte anunciada (1987), la adaptación al cine de la famosa novela homónima de Gabriel García Márquez, esa que se abre con un “spoiler” descomunal: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nassar...”.
“Et alii”
Además de esa pléyade de cineastas, de esos doce maestros (si tenemos en cuenta que Paolo y Vittorio Taviani cuentan como uno solo...), Lucía Bosé trabajo para otros muchos directores de fama, que no sería justo omitir: así, estuvo a las órdenes de Pere Portabella en Nocturno 29 (1968); de Jaime Camino en Un invierno en Mallorca (1969), haciendo de la escritora Georges Sand, nada menos; de Liliana Cavani en L’Ospite (1971); de Jaime Chávarri en su ópera prima, Los viajes escolares (1976); y de Agustí Villaronga en El niño de la luna (1989). Y, al margen de su faceta como actriz, aportó el testimonio de su experiencia en el rodaje de La casa de las palomas para la película La última toma (2018), notable documental del sevillano Jesús Ponce sobre la figura de Claudio Guerin.
Si un actor o una actriz se mide por el talento de los cineastas que quisieron contar con él o con ella, Lucía Bosé estaría en lo más alto de cualquier clasificación que se pudiera realizar. Descanse en paz la mujer rabiosamente independiente, la feraz madre y abuela de artistas, pero sobre todo la inolvidable actriz que tantos genios admiraron.
Ilustración: Lucía Bosé y Alberto Closas, en una imagen de Muerte de un ciclista (1955).