Llega el momento, a finales de año, en el que solemos mirar hacia atrás y revisar los mejores títulos que, a nuestro juicio, se han podido ver en las pantallas españolas durante este 2019. Por aquello de jugar con los números, han sido también 19 los títulos que hemos seleccionado. Como otras veces también, los hemos distribuido por zonas geográficas mundiales.
España, camisa blanca de mi esperanza/
En estos tiempos convulsos para nuestro país, tomamos el primer verso de la famosa canción de Víctor Manuel, generalmente en la voz de Ana Belén, para hablar del buen cine español que nos ha sido dado ver en 2019. Gozosamente tenemos que decir que dos de las tres mejores películas españolas del año (siempre a nuestro juicio, por supuesto) tienen producción o coproducción andaluza. Una es La trinchera infinita, donde, además de sendas productoras vascas, está la sevillana La claqueta, además de un socio francés. Dirigida por los euskaldunes Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, que tienen en su haber títulos tan interesantes como Loreak y Handia, la película plantea un tema lacerante de nuestro pasado reciente, la historia de los llamados “topos”, hombres que vivieron encerrados en zulos en sus casas durante décadas, tras la Guerra Civil, huyendo de la ejecución sumaria tan habitual en la época. El film es una valiosa aportación no solo al cine sobre la postguerra española, sino, en general, al cine lleno de humanismo, con una mirada hacia la existencia de un grupo en teoría tan cohesionado como una familia, en la práctica devastado por una realidad que hace trizas cualquier convivencia normal. Hermosamente escrita y filmada, con soluciones ingeniosas para solventar la aparente falta de amenidad de una única situación dramática, La trinchera infinita es una dolorosa obra sobre el ser humano y su capacidad para soportar carros y carretas, como decimos en mi tierra (que es también “su” tierra, la de los personajes), hablándonos de cómo influye una circunstancia tan excepcional como un encierro voluntario pero forzoso (valga el oxímoron) durante un tan largo tiempo, toda una vida.
La segunda película española que traemos aquí, también de coproducción andaluza, es Intemperie, según la novela homónima de Jesús Carrasco. Con producción madrileña y portuguesa, la sevillana Aralán es la pata andaluza de esta película que también se ambienta en la postguerra española, pero esta vez en amplios espacios abiertos, con localizaciones en las provincias de Granada y Almería, entre otras tierras, una historia contada en clave de western moderno, pero fundamentalmente la historia de dos seres devastados, un niño cuya infancia ha arruinado un canalla de abyección absoluta, y un hombre renuente al contacto con el resto de la humanidad, que tanto le ha decepcionado. Del encuentro de estos dos seres humanos, en principios tan reticentes entre sí, surgen dijes bellísimos, engastados en una obra de orfebrería espléndidamente puesta en escena por un Benito Zambrano que es desde hace tiempo un clásico del cine español, a pesar de su todavía relativamente corta carrera, solo cuatro largometrajes y una miniserie.
El tercer título español que, a nuestro juicio, merece estar en este lista de las 19 mejores películas del 19, sería Dolor y gloria, la obra de Almodóvar en la que el cineasta manchego se ha abierto en canal y nos ha ofrecido una historia crípticamente autobiográfica, en la que muchos de los elementos contados son auténticos, pero narrados y mezclados con otros ficticios para conformar algo distinto. La vida y la carrera del realizador se entremezclan, dando como resultado una hermosa, doliente película sobre el ser humano, su obra y la manera en la que vida y arte confluyen hasta ser una misma cosa. Con un gran trabajo de Antonio Banderas, al que están nominando para todos los premios habidos y por haber (Goya y ASECAN incluidos, esperemos que también al Oscar), el último film de Almodóvar nos reconcilia con su cine, con el que últimamente no terminábamos de enganchar.
Europa en su laberinto
En tiempos también convulsos para Europa, o al menos para la Unión Europea (Brexit, acoso de Rusia y Estados Unidos, supremacismos regionalistas y populismos de toda laya), el cine del Viejo Continente sigue siendo uno de los más interesantes del panorama mundial. De esa procedencia (excluyendo a España, ya glosada) tenemos censados hasta 8 títulos excelentes estrenados durante 2019, hecho en diferentes países y con temáticas y estéticas muy diversas.
De las vecinas tierras galas ahora zarandeadas por chalecos amarillos y huelgas por pensiones, nos han llegado hasta cuatro títulos de gran interés: así, la espléndida Retrato de una mujer en llamas, de la realizadora Céline Sciamma, es un film de época que cuenta una (posiblemente improbable) historia, la de una pintora y su modelo, una damisela de la alta sociedad, cuya ejecución de su retrato supondrá el pasaporte inexorable hacia una renuente boda que la convertirá en otra mujer más de su tiempo, un cero a la izquierda, paridora de los hijos del prepotente marido, sumisa esclava sexual de su amo y señor. Pero durante un breve intervalo de tiempo, unos días, pintora y modelo serán amantes, cómplices, uña y carne, liberadas en sus cuerpos y en sus almas. Sciamma nos regala una primorosa filigrana hecha con escasos medios de producción, apenas un cuarteto de mujeres, unas extras de fondo, un palacio de época y los fastuosos paisajes de Bretaña. Una maravilla plagada de referencias, en la que el mito de Orfeo y Eurídice, con una perspectiva sutilmente distinta, embriaga por su delicadeza.
Tampoco ha sido manca, con una temática muy diferente, Los hermanos Sisters, también llegada desde Francia, nada menos que un western, o neowestern, rodado en buena parte en exteriores europeos (en concreto españoles), una película de Jacques Audiard que ha vuelto a manifestar la vigencia de un género que, con las miradas propias del siglo XXI, se resiste a morir; y hace bien, porque es evidente que hay todavía muchas historias que contar con la clave, real o metafórica, del Lejano Oeste. Gran película, temática, estética, humanísticamente, la historia de dos hermanos cuyo oficio de asesinos a sueldo les confiere un aura de peligrosidad, también de impostada inmortalidad, pero a la vez son dos hombres distintos entre sí que se aliarán con otros dos no menos dispares, en una improbable alianza, con el resultado de una extraordinaria taracea humana.
Qué decir entonces de Gracias a Dios, la nueva película de François Ozon que pone en imágenes la (real, para nuestra desolación) titánica lucha de un grupo de adultos que fueron agredidos sexualmente en su infancia por los canallescos clérigos galos a los que sus desprevenidos padres los habían confiado. Con una narrativa llena de hallazgos, con una inteligente utilización de lo epistolar como forma de hacer avanzar la trama, la historia de tres de esos niños que, ya adultos, intentaron que el felón que los destrozó en su infancia dejara de hacerlo con los pequeños hodiernos y pagara por sus crímenes se convierte en una obra mayor, en una película imprescindible para intentar comprender cómo fue posible (espero que el pretérito sea correcto...) que una institución bimilenaria como la Iglesia Católica tolerase, ocultase, a la postre protegiese a los que hicieron un uso indigno de sus sotanas.
En un contexto totalmente diferente encontramos, como cuarta y última película francesa de esta lista, La biblioteca de los libros rechazados, un curiosísimo thriller en el que no se dispara un tiro, en el que no hay ni un solo muerto, ni siquiera un herido, un thriller intelectual sobre el inopinado éxito de un libro supuestamente hallado en un polvoriento panteón de volúmenes nunca publicados, y cómo el (odioso, como todos nosotros) crítico indagará hasta dar con la solución a esta intrincada trama en la que los sospechosos no son torvos ni malencarados sino, en todo caso, exquisitos, eruditos, literarios. Dirigida por Rémi Bezançon, que hace con esta sin duda su mejor película, se trata de una obra singularísima por su temática y por la forma de resolver esta intriga (literalmente...) novelesca.
De las heladas tierras nórdicas europeas nos ha llegado una notable película: la sueca Border es una a modo de fábula, una especie de cuento crípticamente animalista, una historia muy distinta, con un ser antropomorfo aunque con un evidente ramalazo animal, dotado de un especial instinto para saber cuándo un ser humano miente, una extraordinaria facultad para, por ejemplo, ejercer de vigilante en una aduana, lo que será el caso. La protagonista (no sé si el artículo determinado es el correcto...), que aparentemente simplemente es fea (con los cánones que nos gastamos los humanos para estas cosas), se sentirá atraída por un ser que parece uno de sus pares; pero cuando ese ser pretenda subvertir violentamente el “statu quo”, llevándose por delante a inocentes, la prota tendrá que tomar partido... Rarísima película, siempre desconcertante y, también por ello, siempre vivífica, excepcional, cuenta con una historia original del novelista John Ajvide Lundqvist, uno de los más interesantes escritores nórdicos actuales, y con la dirección del sueco-iraní Ali Abbasi, que consigue una obra sencillamente deslumbrante.
También del norte de Europa, pero más al sur, es la alemana A la vuelta de la esquina, en el fondo también la historia de un marginal, una historia rodada en un no-lugar, un vulgar supermercado en la antigua RDA, donde tres personajes serán algo, cuando en sus casas, si las tienen, no son nada. Una historia de absoluto despojamiento, a la manera de un Bresson o de un Kaurismäki, que, sin embargo, nunca resulta aburrida, que nos plantea una muy distinta perspectiva de lugares corrientes, con personajes con trasfondo aunque aparentemente sean tipos vulgares. Thomas Stuber, su director, se revela como una voz poderosa en el cine alemán de nuestros días, un cineasta que, si no se malogra, nos puede dar grandes obras.
Casi en la misma línea de paralelo, desde el Reino Unido nos ha llegado la dolorosa Sorry we missed you, la nueva película del siempre interesante Ken Loach, un octogenario que, desde que empezó a hacer cine y televisión, allá por los años sesenta, está conformando una obra combativa, siempre desde postulados de izquierda, siempre tomando partido inequívocamente por los desfavorecidos de la fortuna. Aquí Loach, siempre atento a la actualidad, afronta el tema de los llamados “falsos autónomos”, la figura que ha surgido en las últimas décadas en empresas como Glovo o Uber, en las que los trabajadores, aunque estén empleados de hecho por esas empresas, teóricamente son autónomos, con lo que las sociedades se ahorran el pago de la seguridad social y se aseguran horarios interminables, al trabajar, supuestamente, esos autónomos para ellos mismos, siendo sus propios (y ficticios) jefes. La historia loachiana, hecha con actores en su mayor parte no profesionales, resulta lacerante y devastadora, haciendo trizas la normalidad de una familia modesta cuando la tiranía de las empresas para las que supuestamente “no trabajan” haga añicos la estabilidad del hogar.
Y de más al sur, en nuestro mismo paralelo, de Italia, nos ha llegado el intrincado thriller político-policial El traidor, la puesta en escena de la historia de Tommaso Buscetta, el mafioso que destapó el entramado criminal de Cosa Nostra, la siniestra organización criminal de Sicilia, con una estructura que dominaba la isla, infiltrada en todas las instituciones del estado: políticos, policías, jueces. La titánica lucha de altos funcionarios como el juez Falcone, que le costó la vida, estará también en esta lúcida indagación sobre la vida criminal de un hombre que, sin embargo, cuando dio el paso de delatar a sus compinches, se convirtió en un proscrito permanente. Magistralmente dirigida por el octogenario Marco Bellocchio, que confirma que la edad le está sentando estupendamente, El traidor es una vibrante, briosa, espléndida muestra de un tipo de cine que en Italia tiene gloriosa tradición.
Ilustración: Jaime López y Luis Tosar, en una imagen de Intemperie, de Benito Zambrano.
Próximo capítulo: Las 19 del 19 (y II). América, Asia