Cuando en julio de este año de 2017 en el que se escriben estas líneas se dio a conocer que se le había concedido el Premio Nacional de Cinematografía (en adelante PNC, para abreviar) a Antonio Banderas, El País publicó un artículo que se hacía eco de la pregunta que muchos cinéfilos (entre los que me encuentro) se habían hecho: Ah, ¿pero no se lo habían dado ya?
Ahora que se le ha entregado, en septiembre (ya se sabe que las cosas en España, como en palacio, van despacio…), en el contexto del Festival de Cine de San Sebastián, conviene recuperar esa pregunta para hacernos cruces de cómo es posible que el actor español más internacional, el que ha abierto la puerta a muchos otros para triunfar en Hollywood, el director comprometido, el productor arriesgado, haya recibido este premio ahora, 37 años después de su creación en 1980, cuando desde esa misma década de los ochenta, y no digamos desde la siguiente, en la que dio el salto a Estados Unidos, debiera haber sido galardonado con él.
Pero lo malo no es que a Banderas se lo hayan dado con al menos veinte años de retraso; lo que resulta peor, lindando con la vergüenza, es que haya varias decenas de nombres imprescindibles del cine español que no tengan el PNC, a pesar de sus más que evidentes méritos, como intentaremos demostrar en este análisis, que desglosaremos en tres artículos, ante la numerosa concurrencia de damnificados…
Directores
¿Se puede alguien imaginar que a Luis Buñuel, el maestro de maestros, el director de cine español por excelencia durante años, no se le diera el PNC? Podrían argüir los peritos en excusas que el cineasta de Calanda murió en 1983 y, habiéndose empezado a otorgar en 1980, no dio tiempo material para ello; pero (siempre hay un pero), lo cierto es que aquel primer año se le dio a Carlos Saura, que entonces tenía 48 años y toda una carrera por delante. ¿Qué hubiera costado premiar al viejo Buñuel, al que ya se sabía que le quedaban tres telediarios? Claro que eso hubiera sido pensar con la cabeza, y tal cosa va en contra de nuestros principios, que podría decir Groucho… También hubiera cabido su proclamación a título póstumo en el año de su muerte, como se hizo, años después, con el exquisito crítico cinematográfico José Luis Guarner.
Pero el caso de don Luis no es, ni mucho menos, el único olvido de los PNC. Entre los nombres de primera línea que vamos a exponer como clamorosamente omitidos, nos encontramos con el gran Juan Antonio Bardem, el mítico cineasta de Esa pareja feliz (codirigida con Berlanga), que refrescó inteligentemente el anquilosado cine español de la época, autor total de la que se puede considerar obra maestra del cine hispano de los años cincuenta, Muerte de un ciclista, denso drama entreverado de thriller, cine adulto sin parangón en lo que se hacía en la España del momento; nunca más llegó tan alto, pero títulos como Cómicos, Calle Mayor, A las cinco de la tarde o El puente, y series televisivas como Lorca, muerte de un poeta, le confieren un papel preeminente en nuestra cinematografía. Ello por no citar que Bardem fue un símbolo de la resistencia antifranquista y, como tal, autor de la famosa definición de nuestro cine que se hizo pública, y lapidaria, a través de las Conversaciones de Salamanca: “El cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico”. Pues J.A. Bardem (como gustaba, modestamente, de firmar sus películas) fue otro gran olvidado de los PNC; porque además Bardem murió en 2002, veintidós años después de la primera concesión de los mismos.
¿Qué decir entonces de Manuel Mur Oti? Si durante el franquismo hubo un cineasta que, aparte de no uncirse al fácil carro de los aduladores del Caudillo, hizo un cine intelectual, un cine adulto, equiparable al que se podía hacer en ese mismo tiempo en Francia, o en Inglaterra, ése fue este cineasta vigués, con títulos como Orgullo, Cielo negro, Fedra y El batallón de las sombras, todos ellos radicalmente distintos al cine pazguato y moralista de la época, un cine culto, erudito, cine que nada tenía que ver con las estupideces del franquismo. Pues Mur Oti murió en 1993, trece años después del primer PNC.
Un caso similar es el de Francisco Rovira Beleta, que hizo algunos de los mejores policíacos españoles de los años cincuenta y sesenta: El expreso de Andalucía y, sobre todo, Los atracadores, la obra maestra del thriller criminal español de la época, ya justificarían el galardón. Pero es que después Rovira Beleta dirigió dos magníficos dramas musicales, Los Tarantos y El amor brujo, que estuvieron nominados al Oscar a la Mejor Película Extranjera, cuando eso para el cine español era poco menos que una misión imposible. En 1999 murió el cineasta barcelonés, 19 años después del primer PNC…
Entonces, ¿qué decir de Antonio Isasi-Isasmendi? Por de pronto, vive todavía cuando se escriben estas líneas, así que todavía estamos a tiempo. Cultivó fundamentalmente el thriller, ora en su vertiente con claves “negras”, como Relato policíaco, en los años cincuenta, ora, a partir de los sesenta, con una serie de films de vocación internacional, en clave de acción, como Estambul 65, Las Vegas, 500 millones y El perro, que sacudieron la caspa nacional e hicieron que nuestro cine se pareciera razonablemente al mejor cine de ese tipo que se hacía en Estados Unidos o Europa. Pues 37 años hace que sigue esperando su merecido PNC…
A Bigas Luna no le llegó a tiempo. Muerto en 2013, y aunque la última parte de su filmografía fue claramente inferior a su evidente talento, la primera parte de su carrera tuvo títulos que marcaron su impronta en un entonces cine español pacato y tirando a cutre: la obsesión fetichista de Bilbao y Caniche, la angustia de Angustia, la capacidad hipnótica de Renacer, la fisicidad lúbrica de Lola y Las edades de Lulú, el telurismo de Jamón, jamón… hubieran sido más que suficientes motivos para que el catalán hubiera conseguido el PNC, además del indudable prestigio internacional del que gozaba.
Otro ilustre viejo que lleva camino de quedarse sin él es Francisco Regueiro, uno de nuestros cineastas más inclasificables, un director maldito al que, sin embargo, todos reconocen su inmenso talento y su inconmensurable osadía al hacer un cine a contra corriente, un cine que, incluso en el franquismo, pisó todos los callos habidos y por haber: películas como El buen amor, Amador, Si volvemos a vernos, Duerme, duerme, mi amor, eran incomprensibles para un régimen que no se caracterizó precisamente por su capacidad intelectual; claro que tampoco la democracia estuvo a la altura, y notables aunque crípticas películas como Padre nuestro, Diario de invierno y Madregilda no concitaron las loas que hubieran merecido.
También Jaime de Armiñán lleva camino de quedarse sin su PNC, y eso que hubo un tiempo en el que fue el más importante director de cine (y televisión) de España. Fue la época de la notabilísima Mi querida señorita, nominada al Oscar a la Mejor Película Extranjera, pero también de El amor del capitán Brando, todo un mito en la España tardofranquista, y de El nido, entre otros films. Fue más guionista que realizador, pero en ambas tareas se desempeñó con solvencia. Pues ha cumplido 90 años y el cine parece haberse olvidado de él.
Como se olvidó de Basilio Martín Patino, muerto en este verano asesino de 2017; el director salmantino, inspirador de las Conversaciones de Salamanca de donde saldrían los postulados que, implícitamente, renovaron la cinematografía hispana y dieron lugar, de alguna forma, al llamado Nuevo Cine Español, sería después el autor de algunos films sorprendentes, como Nueve cartas a Berta y Del amor y otras soledades, pero, sobre todo, de tres notables documentales rodados en el tardofranquismo, Canciones para después de una guerra (que se convirtió en un símbolo del antifranquismo), Queridísimos verdugos y Caudillo. Después haría algunos films más, aunque los problemas de financiación y su libérrima conciencia civil no le harían fácil continuar su carrera; brilló con luz propia en televisión con la espléndida serie Andalucía, un siglo de fascinación. No fue suficiente, a lo que se ve, para que ninguno de los exquisitos jurados compuestos por circunspectos Don Nadie le otorgara el merecido PNC.
Sobre los que todavía son directores relativamente jóvenes me abstendré de extenderme. No obstante, parece claro que algunos nombres como los de Alejandro Amenábar, Isabel Coixet o Julio Medem podrían ser, perfectamente y sin desdoro alguno, PNC con todas las de la ley.
Pie de foto: Antonio Banderas posa con el Premio Nacional de Cinematografía 2017.
Próximo capítulo: Premio Nacional de Cinematografía para Antonio Banderas: Ah, ¿pero no se lo habían dado ya? (II). Intérpretes