Rafael Utrera Macías

El volumen “Quijote Welles”, del que es autor Agustín Sánchez Vidal, ha sido publicado en este 2020 por la editorial “Fórcola” en su sección “Ficciones”.  Los 17 capítulos de que consta se organizan a lo largo de 668 páginas donde la narración adquiere tintes de minuciosa historia novelada para ir descubriendo la vida, tan pública como privada, y los milagros, teatrales, radiofónicos, cinematográficos, de Orson Welles desde su adolescencia a su muerte. Una titánica labor que ofrece, al tiempo, la pasión del cineasta por España y su querencia por Andalucía, ambas cosas estrechamente relacionadas con El Quijote, tanto novela cervantina como versión cinematográfica rodada por este norteamericano a lo largo de muchos años que, lamentablemente, nunca llegó a ser montada por él.

El título de esta ficción histórico-cinematográfica se sirve de un nombre, Quijote, criatura cervantina por antonomasia, y de un apellido, Welles, nombre emblemático de las artes audiovisuales del siglo XX. La relación entre un término y otro parece establecerse en la incidencia del primero sobre el segundo, del mismo modo que, a la inversa, podría referirse también al obsesivo cineasta, empeñado, año tras año, en filmar lo que se convertiría en una historia interminable.


El autor y la obra

El autor, Agustín Sánchez Vidal, es catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza donde ha impartido materias literarias y cinematográficas. En paralelo, sus investigaciones se han prodigado en estas áreas cubriendo parcelas significativas de ambas; personales trabajos sobre Miguel Hernández o Federico García Lorca se han cruzado con las biografías/filmografías de Buñuel, Saura, Rey (Florián), Chomón, Borau, etc., que se constituyen en buenos ejemplos de rigurosos estudios y modélicos didactismos. Su libro “Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin” es pieza básica para entender las relaciones entre estos artistas y el carácter de sus fundamentales obras. Como guionista, ha participado con Carlos Saura en la escritura de Buñuel y la mesa del rey Salomón, y como ensayista o novelista es autor de “Sol y sombra”, “Genealogías de la mirada”, “La llave maestra”, “Nudo de sangre” y “Esclava de nadie”.

Este “Quijote Welles” es una documentadísima biografía, en el más amplio sentido del término, del cineasta, donde se combinan muy diversas opiniones de amigos (o enemigos), compañeros de profesión y otros diversos oficios, sobre su persona y personalidad, su carácter y genio creativo, sus sentimientos y debilidades. Para ello, el autor se sirve de conversaciones y cartas entre personajes, memorias, fragmentos de guiones u otros complementarios documentos. El hilo conductor se establece por medio de una periodista, Barbara Galway, que investiga sobre el artista a fin de escribir su minuciosa y enrevesada biografía; el propio testimonio del cineasta servirá de garantía tanto para confirmar hechos como para negar aseveraciones ajenas. Ella acumulará documentos, buscará detalles curriculares, revisará películas y materiales de cualquier índole que aporten luz sobre el genio y la figura a la que dedica su trabajo; primordialmente, será la entrevista, con muy diferentes personajes, lo que dará cuerpo a un mejor conocimiento de tan eximio artista en su compleja y poliédrica personalidad. Nos preguntamos si esta investigadora remite, en particular homenaje, a aquella Barbara Leaming, autora de una voluminosa y detallista biografía del autor de Ciudadano Kane que, efectivamente, contó con la colaboración del biografiado mediante la generosa concesión de numerosas conversaciones mantenidas con tan pertinaz entrevistadora (la traducción al español, efectuada por Antonio-Prometeo Moya, con el título “Orson Welles”, fue publicada por editorial Tusquets en 1986, un año después de morir el cineasta).


La entrevista como recurso literario

Sánchez Vidal, en “Quijote Welles”, enlaza una diversidad de entrevistas, realizadas por esta Barbara Galway a cineastas, escritores, artistas tales como John Huston, Charlton Heston, Frank Marshall, Peter Viertel, Sergio Leone, Suzanne Cloutier, Ira Whol, Pier Paolo Pasolini, entre otros. Obviamente, no falta un conjunto de españoles que, testigos directos o indirectos de los intereses de Welles por España, tanto en las historias y anécdotas fraguadas durante los rodajes hispanos (Mister Arkadin, Campanadas a medianoche o Una historia inmortal) como en cuantos testimonios precisan y matizan sus andanzas en busca de su Quijote; tal es el caso del periodista Miguel Delibes y la actriz María Asquerino, del decorador Gil Parrondo y el cineasta Jesús Franco, de los miembros del “enigma sin fin” Salvador Dalí y Luis Buñuel.

A modo de resumen introductorio y con palabras de alguien no identificado pero recordadas por la entrevistadora, podríamos decir que el cineasta Welles rodó sus películas como “un barroco exhibicionista”, efectuó el montaje de forma tan estricta como “un censor” y acabó explicándolas durante horas como “un filósofo”. Evidentemente, desde otra perspectiva, podría añadirse: y, al tiempo, perseveró para terminarlas, tras años y años de rodajes sin límites espacios-temporales y deliberados montajes que nunca conocieron la palabra “fin”; aplíquese lo dicho a Don Quijote y a El otro lado del viento, dos títulos esenciales en el engranaje, verdadero o ficticio, de esta histórica novelización. A ellas dedicamos cierta atención por constituirse, para tan genial cineasta, en objetos de deseo nunca finalizados.


Quijote de Welles: la España del blanco y negro

Su “Quijote" deja bien a las claras la novedad de su planteamiento, lejos de seguir el modelo literario cervantino, de convertir en “plástica” su letra, de limitarse a seleccionar pasajes conocidos o populares. El actor español Francisco Reiguera (como bien precisa Sánchez Vidal, había trabajado con Mack Sennett y fue exiliado por haber colaborado con Malraux en Sierra de Teruel), efectúa su interpretación del hidalgo sacando partido a su personalísimo rostro marmóreo con el que expresa la inquietud espiritual del "loco" cervantino (realmente fue el sustituto de Charlton Heston, a quien Welles tenía en un primer reparto); la contrapartida se obtiene mediante un Sancho parlanchín, sagaz replicador de su amo, Akim Tamiroff, consagrado intérprete en Mr. Arkadin o Sed de mal.

La pareja protagonista exacerba el aspecto anacrónico de su indumentaria al ser situada en la década de los sesenta del pasado siglo XX y en la cotidianeidad de una España en blanco y negro que comenzaba a vivir el auge desarrollista en pleno régimen franquista. Coloca, pues, a los personajes en el contexto de una sociedad que conservaba acentuados rasgos primitivos, al tiempo que acogía novedades técnicas o comunicativas de última hora. El cineasta mantiene que el "progreso técnico" es nuevo enemigo siempre que no contribuya al "progreso moral" del hombre. Welles es un moderno Cervantes de omnímodos poderes sobre cámara y celuloide; sin embargo, la lucidez wellesiana reconoce la contradicción por su obligada dependencia de tales elementos técnicos, precisamente de los mismos que se queja su personaje.

En “Quijote Welles” queda de manifiesto el lento proceso de rodaje de lo que, en un principio, iba a ser un cortometraje. En años posteriores, desde sus primeras filmaciones españolas, decidió el cineasta convertirlo en un largo que serviría para aproximarse a las esencias de una tierra cuya guerra civil “fue el acontecimiento que formó nuestra conciencia del mundo”; hasta John Dos Passos escribió “Rocinante vuelve al camino” y, anteriormente, Griffith había incluido la novela cervantina entre sus proyectos.


Entrevista primera: el mito herido por el progreso

La primera conversación entre el biografiado y la periodista deja claro que “el caballero es el Mito” y “el escudero es el Personaje” así como que el retablo de Maese Pedro es “como una maqueta de la novela”. La duda wellesiana se focaliza en que “el más perfecto caballero armado” situado en la España de su tiempo, ha sido herido de muerte por el progreso que, a día de hoy (“hoy” es cuando Welles rueda en España), no son otros que el turismo, las comunicaciones, y, más tarde, Orson dixit, “incluso por la democracia”. Para que la entrevistadora entienda mejor la cuestión, Welles le aconseja que vea la película de Luis García Berlanga Bienvenido Mr. Marshall; no estaría de más, añadimos nosotros, que la complementara con Los nuevos españoles, de Roberto Bodegas, donde ya se hace, tan evidente como irreversible, el malévolo proceso de la perversa americanización.

El hidalgo manchego es situado por el realizador americano entre las fiestas populares de moros y cristianos, en el encierro de los “sanfermines”, en las procesiones de Semana Santa; también frente a la motocicleta y al automóvil, a la radio y al televisor. Las tecnologías actuales, los modernos aparatos, se convierten en poderes fácticos al servicio del hombre; al tiempo, actúan en su contra cuando consiguen deshumanizarlo. La utopía quijotesca no parece tener sitio ya en la Tierra; por eso, ante una posible hecatombe final, ante un cataclismo atómico, las elucubraciones de la pareja Quijote-Sancho estarían dispuestas a situarse en otro lugar; la Luna, por su pureza, pudiera ser idónea para situar y mantener allí los idealismos de la caballería andante…


El otro lado del viento: a la búsqueda de un productor solvente

Sánchez Vidal organiza su narración haciendo que la señora Galway sea el hilo conductor de las una y mil aventuras wellesianas pero, al tiempo, el gran cineasta conoce las relaciones de la periodista con quienes podrían ser los posibles productores de su Quijote, al menos en creencia del biografiado. De ahí la importancia que adquiere El otro lado del viento, película que Orson Welles dirigió a lo largo de muchos años, con numerosas interrupciones debidas a múltiples factores, principalmente el económico, y de la que sólo una parte del metraje fue montada por él mismo. John Huston, como Jake Hannaford, un viejo director norteamericano que, con ocasión de su fiesta de cumpleaños, ofrece a sus invitados la proyección de su última película, aún inacabada, El otro lado del viento. La celebración se mantiene entre personajes muy diversos, donde unos y otros ponen en cuestión tanto la trayectoria de específicas individualidades (el viejo director no será una excepción) como de grupos, de manera que, vida privada o pública, conforman un entramado argumental y temático alrededor de la figura de Hannaford, grandezas y miserias incluidas, aureolada por la primicia de su último film. Spielberg es el productor en quien Welles mantiene sus esperanzas y Barbara, la Dulcinea que, según él, podría actuar como enlace entre ambos. Orson pone en funcionamiento toda su sutileza para que la biógrafa intervenga en su beneficio ante Steven, acaso, quien mejor podría respaldar el proyecto…

Ilustración: Portada del libro “Quijote Welles”.

Próximo capítulo: “Quijote Welles”: ficción histórico-cinematográfica de Agustín Sánchez Vidal (y II)