Enrique Colmena

El estreno de Un segundo, la (antepen)última película (porque ya tiene dos o tres más en distintas fases de producción) de Zhang Yimou (Xi’an, China, 1951), el más prestigioso director chino, de antes y de ahora, nos permite hablar de su obra, cuando ésta se prolonga ya a lo largo de más de tres decenios, puesto que su primera película data de 1987.

Una tan dilatada trayectoria fílmica admite ya una clara clasificación en función a ciertas características que han conformado su carrera a lo largo de estas tres décadas largas, características con diferencias que nos permiten establecer etapas en la obra zhangiana. Aunque con cierta frecuencia las películas de esas etapas son consecutivas, no es tampoco raro que salten a lo largo del tiempo, como metafóricos Guadianas, para reaparecer de vez en cuando, de manera intermitente.


La China Milenaria: Los primeros pasos de la mano de la policromía

Por orden cronológico de aparición, la primera de esas etapas o fases sería la que Zhang acomete en los primeros años de su carrera, ya casi a finales de los años ochenta, tras haber pasado diez años como obrero en una fábrica textil, durante el decenio de la mal llamada Revolución Cultural, que hundió al país en la ruina económica, moral, social y cultural. Pasada esa pésima época, Yimou pudo graduarse en 1982 en la Beijing Diànyìng Xuéyuàn, la Academia de Cine de Pekín, trabajando posteriormente como fotógrafo y ayudante de dirección de Chen Kaige. Debuta en la realización cinematográfica en 1987 con Sorgo rojo, que supone para Occidente el descubrimiento del pujante Nuevo Cine Chino, llegando el film a ganar el Oso de Oro en la Berlinale. Sorgo rojo, además de descubrir globalmente a los nuevos valores chinos que comenzaron a hacer cine tras la Revolución Cultural, reveló en concreto a este cineasta de grandes facultades artísticas y, sobre todo, excepcional capacidad visual. Ese film dará inicio en la carrera de Zhang a la que podríamos llamar etapa de la China Milenaria, anterior tanto a los gobiernos comunistas que instauró Mao Zedong a partir de finales de los años cuarenta del siglo XX, como también a los gobiernos nacionalistas propiciados por su antecesor, Chiang Kai-shek, a finales de los años veinte.

Estas historias se caracterizarán por su ausencia de temas políticos (no corrían tiempos apropiados para tales cuestiones...), aunque generalmente giraban en torno a algún tipo de abuso de poder por parte de gente con autoridad y jerarquía, aunque también con frecuencia esos temas se ejercían en el ámbito sentimental y/o sexual. Pero quizá lo más peculiar de esta etapa sea la vistosidad cromática de las películas, en las que Zhang utilizaba determinados colores para identificar, también para metaforizar sus tramas. Así, el virginal color verde de los maizales será el predominante en la mentada Sorgo rojo (1987), y el lascivo bermejo en la posterior La linterna roja (1991), mientras que el azul será el tono fundamental en la preciosista Ju Dou, semilla de crisantemo (1990), ambientada en un lugar tan propicio a la lujuriante policromía como una fábrica de tintes. La joya de Shanghai (1995), ahora con tonalidades cromáticas principalmente verdes, cerrará esta inicial etapa dedicada a las películas de la China milenaria, imbuidas a su vez de ese tono entre legendario, histórico y telúrico.


Un esqueje de la China Imperial: el “wuxia” según Zhang

El éxito de Tigre y Dragón (2000), del taiwanés Ang Lee, que ganó 4 Oscars, propició un “revival” del llamado “wuxia” o cine de artes marciales chinas, si bien en este “revival” desapareció el “look” cutre habitual en este tipo de cines (recordemos las películas de Bruce Lee para hacernos una idea de lo que hablamos...) en beneficio de un fastuoso, esplendoroso espectáculo visual, aparte de, por supuesto, presentar una muy superior enjundia temática. Parecía evidente que Zhang podía aportar mucho a este “reboot” del “wuxia”, teniendo en cuenta la exquisitez de su tratamiento en la policromía de sus primeras películas, y así fue. Desde que el director chino se estrena en esta nueva faceta con Hero (2002), donde el rojo y el negro serán la referencia cromática primordial, intermitentemente ha vuelto a este esqueje de su cine de la China milenaria, en su aspecto más espectacular: así, La casa de las dagas voladoras (2004) sobrecogía por la rara perfección de las coreografías con las que están montadas estas películas de artes marciales, en un film en el que, consecuentemente con sus preocupaciones tonales con el color, el blanco y el rojo serán los reyes, en especial en la larga secuencia final sobre la nieve.

No será la última aportación zhangiana al “wuxia”: La maldición de la flor dorada (2006), de nuevo con los ropajes de la China milenaria, de la China imperial, presentaba una ambiciosa producción con traiciones y zancadillas en los palacios chinescos de la época, con apabullantes coreografías de ejércitos en los que el color preponderante, en justa correspondencia con el título, era el amarillo, o más específicamente, el dorado, el color del oro, y en el que la referencia cultural procedía claramente del Kurosawa más espectacular: Kagemusha, Ran.

Con La gran muralla (2016) Zhang daba entrada a capital extranjero (Estados Unidos, en concreto), en una gran superproducción que contó con varias estrellas de Hollywood como Matt Damon, Pedro Pascal y Willem Dafoe, una historia ambientada en la Edad Media que entroncaba con una de esas leyendas chinas entre ingenuas y terroríficas, la de un supuesto ataque cíclico de monstruos que pretenden (y con frecuencia lo conseguían...) merendarse a los chinitos que se les oponían. De nuevo un gran espectáculo bélico y coreográfico, aunque éste se comió mayormente la sustancia argumental, que quedó en casi nada.

No se puede decir lo mismo de Sombra (2018), por ahora la última aportación de Zhang al género del “wuxia”, de nuevo una historia en la China imperial, que entronca de nuevo con la temática kurosawiana (el tema del impostor, del doble, quizá una variante del “doppelgänger”), pero aquí desarrollando una nueva y poderosísima paleta de colores, negros y grises, en un universo de permanente lluvia, una historia de sugestiva y extraordinaria belleza visual.


Hablar de la China revolucionaria, o cómo criticar cuando tu cuello está en juego

Aunque la mal llamada Revolución Cultural (porque ni era revolución ni, mucho menos, cultural...) fracasó, a Dios gracias (más bien a Deng Xiaoping gracias...), parece evidente que la República Popular China no fue a partir de entonces, ni ahora tampoco, un oasis de derechos civiles y libertades públicas, así que Zhang, aunque en algunas de sus pelis ha puesto en solfa al régimen comunista, lo ha hecho siempre “sotto voce” (incluso ahora, que es ya una celebridad mundial y se supone que debería tener cierta carta blanca...), de forma indirecta, cargando con frecuencia la mano en autoridades locales, no fuera a ser que los circunspectos miembros del Politburó del PCCh se fueran a mosquear, que estos burócratas no parecen tener demasiado sentido del humor...

Desde luego hay que reconocerle redaños cuando Zhang acometió la filmación de ¡Vivir! (1994), atroz retrato de la sociedad china desde los años cuarenta, con la instauración del régimen comunista a finales de esa década, tras ganar la guerra civil al Kuomintang, la posterior hambruna provocada por el ilusorio Gran Salto Adelante, que sumió al país en la pobreza más absoluta, para terminar el disparate con la instauración de la Revolución Cultural que redujo a cenizas más de tres mil años de civilización china. Esos casi treinta años los refleja Zhang en esta película a través de la vida de una familia, zarandeada hasta la extenuación por las atrabiliarias decisiones del régimen maoísta que incidieron, y de qué manera, en la población civil. Quizá sea este film el más combativo de Yimou, y ciertamente abrió una puerta, afortunadamente no cerrada, que permitía una cierta crítica social, siempre y cuando, eso sí, se refiriera a épocas pasadas...

Las otras pelis de Zhang ambientadas en la primera etapa maoísta (o de la malhadada Banda de los Cuatro) no tendrán ya este voltaje combativo, pero, como de fondo, estará ahí la iniquidad de un régimen que, en pos de un supuesto bien común, lo que hacía era laminar la libertad individual y medrar a favor de los intereses del Partido, al final, como siempre, una nueva casta... Así, El camino a casa (1999), ambientada en los años cincuenta, es una hermosa historia romántica donde los desafueros del maoísmo de la época figuraban como paisaje, como también ocurriría con Amor bajo el espino blanco (2010), de nuevo una preciosa, melancólica historia con ese mismo telón de fondo, y con Regreso a casa (2014), bellísima, elegíaca, donde la persecución política será la causa de la ruina psicológica, vital, existencial, de una pareja. La última historia de Zhang ambientada en los procelosos años de la China revolucionaria será la reciente Un segundo (2020), situada cronológicamente en los años de la Revolución Cultural, en la que un preso se obsesionará con la visión de unos fotogramas en los que su hija aparece en un noticiario (el NoDo chino), a la vez sentido homenaje al cine y regreso a las relaciones paterno-filiales que forman parte de sus constantes temáticas.


La China actual, o a ver cómo te portas...

Las historias de Zhang ambientadas en la China actual (para entendernos, desde que Deng se hizo cargo del poder a finales de los años setenta, bien con cargos públicos o, ya en su última etapa, sin ellos pero como gurú supremo de China, hasta nuestros días, ya con una dirección colegiada en la que pactadamente se suceden los líderes, actualmente con Xi Jinping a los mandos) han estado siempre marcadas por la cautela, jugando Yimou de nuevo con los temas locales para no meter demasiado el dedo en el ojo a las autoridades nacionales. Así, Qiu Ju, una mujer china (1992), con su entonces musa Gong Li, utilizaba el abuso de poder de un jerarca local para establecer la lucha de su protagonista contra esa injusticia, en una loa hacia la inquebrantable fuerza de la voluntad que estará también en el germen de Ni uno menos (1999).

Al margen de trasfondos políticos, Zhang ha ambientado también algunas otras historias en la China actual, con tramas de diverso jaez: así, Keep Cool (Mantén la calma) (1997), que combinará “palos” diversos como la comedia, la crónica negra y el romanticismo, todo ello en una historia de corte actual y moderno, quizá la primera vez que Yimou afrontaba ese tiempo histórico. Happy times (2002) será un a modo de cuento de hadas, con su casi literal cenicienta, pero también con un ciego, en una historia de evidente corte humanista, como también lo será la de La búsqueda (2005), un viaje emocional, además de físico, entre dos sociedades en teoría tan distintas, aunque quizá no tanto, como la china y la japonesa.


Cine de género: ¿por qué no?

Cerraremos esta revisión del cine de Zhang según sus diferentes etapas temáticas, estéticas y estilísticas con un par de aproximaciones que el cineasta de Xi’an ha realizado al cine de géneros: la primera sería Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos (2009), que ya en el título preanunciaba lo que muchos imaginábamos, que aquello poco tenía que ver con el creador de títulos tan hermosos como Sorgo rojo, Semilla de crisantemo o La casa de las dagas voladoras: en efecto, se trata de un “remake” de Sangre fácil, la primera peli de Joel y Ethan Coen, pero Yimou carece de la sorna malévola, la gracia macabra de los célebres hermanos para hacer esta comedia negra entreverada de “film noir”. Sin embargo, la otra aportación al cine de género, en este caso el bélico, se saldaría con un éxito apreciable: Las flores de la guerra (2011) retrataba con fiabilidad y verismo la terrible matanza de Nanking, la masacre que el ejército japonés perpetró en esa ciudad china en 1937, horrísono episodio que, por cierto, también fue llevado en esos mismos años a la pantalla, igualmente con gran altura, por Chu Luan en su notable, dolorosa Ciudad de vida y muerte (2010).

Ilustración: Una imagen de la sugestiva La casa de las dagas voladoras (2004), de Zhang Yimou.