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Parece que Disney ha encontrado un nuevo filón en este siglo XXI: tras los “reboots” con personajes reales (bueno, más o menos reales, porque los CGI, los efectos digitales, copan buena parte del metraje) de sus clásicos de toda la vida (Cenicienta, La bella y la bestia, Aladdin, El libro de la selva, Dumbo…), ahora parece que le toca el turno a hacer films sobre los villanos de esos mismos clásicos: como funcionó Maléfica (2014), centrada en la bruja de La bella durmiente (1959), hasta el punto de tener una continuación, Maléfica: Maestra del mal (2017), Disney está ahora ensayando presentar en pantalla, en “live-action”, con actores y actrices, algunos de esos malos de sus pelis de siempre, intuyendo, seguramente con razón (ya se sabe que los ejecutivos de Hollywood, que tienen una calculadora donde generalmente se tiene un corazón, suelen acertar en sus proyectos dirigidos a las grandes masas), que en estos tiempos delicuescentes en los que el Mal vende, centrar sus películas en los villanos de toda la vida era éxito asegurado.

Además, es legendario que en los clásicos de Disney los malos eran de lo mejor, valga el aparente oxímoron: basta recordar a la Bruja de Blancanieves, a la Madrastra de Cenicienta, o al Yafar de Aladdin, para hacernos cuenta de lo que estamos diciendo, que es una de esas verdades de Pero Grullo, o uno de esos axiomas que, efectivamente, no necesitan demostración. Así que hay materia más que sobrada para que los villanos sean ahora, en estos tiempos en los que están de moda, los protagonistas absolutos de las nuevas pelis disneyanas.

En 101 dálmatas (1961), otro de los clásicos de cuando el viejo Walt todavía vivía, refulgía la maldad sin mácula de la villana Cruella de Vil, hasta el punto de que se comía con papas a los supuestos protagonistas humanos, Roger y Anita, y rivalizaba con los auténticos protagonistas perrunos, Pongo y Perdita y su camada centenaria. Era tan evidente que Cruella de Vil daba mucho juego que años más tarde se hizo una versión en “live-action”, con personajes de carne y hueso, titulada en España 101 dálmatas ¡Más vivos que nunca! (1996), en el que el personaje de la malvada crecía hasta ser la auténtica protagonista, con los rasgos de la única estrella que habitaba el film, la gran Glenn Close.

Con Cruella (en puridad una “precuela”, la historia que hizo de la villana lo que será en 101 dálmatas) posiblemente la Casa del Ratón hubiera obtenido otro resonante taquillazo si no se hubiera cruzado por medio la dichosa pandemia, que ha reducido considerablemente las recaudaciones, incluso de este tipo de “blockbusters” que suelen arrasar mundialmente. También es cierto, en honor a la verdad, que esta Cruella tiene un tono más adulto del habitual en otros productos Disney de semejante jaez, generalmente dirigidos a públicos infantiles, procurando no aburrir demasiado a sus padres. Aquí, sin embargo, nos tememos que ocurre justamente lo contrario, interesará a los adultos, mientras que a los niños, en su mayor parte, les resultará poco atractivo. Y no es que haya temas digamos “impropios” para las tiernas edades: aquí no hay sexo ni por asomo, ni siquiera donde podría intuirse que las tensiones sexuales serían inevitables (dos niños varones criándose hasta la edad adulta con una niña, sin relación de parentesco alguna, ¿y nada de nada?). La razón quizá habría que buscarla en el director elegido, Craig Gillespie, un australiano que tiene entre sus films anteriores pelis tan poco elementales como Lars y una chica de verdad (2007) y, sobre todo, Yo, Tonya (2017), el nada confortable biopic sobre la famosa patinadora artística Tonya Roberts, que arruinó su carrera al rodearse de una recua de patanes que le destrozaron la vida.

El proceso mental por el que los ejecutivos disneyanos pensaron que Gillespie era el director adecuado para este “blockbuster” daría probablemente para una serie de varias temporadas… Es cierto que el personaje central de Yo, Tonya, en el fondo una infeliz, tenía varias capas de interés, era cualquier cosa menos un personaje unívoco, y en eso es evidente que Cruella tiene similitudes, pero el tono que Gillespie le ha conferido a su película nos parece que dista notablemente del tono pueril, infantiloide, que previsiblemente se esperaba de él. Dicho sea de paso, eso que ganamos los adultos…

La acción se desarrolla inicialmente en los años cincuenta, cuando una niña inadaptada, de nombre Estella, aunque ella insiste en llamarse Cruella, como su doble de personalidad bastante pérfida, es expulsada del colegio por su conducta agresiva. Ella y su madre se mudan a Londres, donde la progenitora espera obtener algún tipo de gracia por parte de la Baronesa, una estirada diseñadora que es la “créme de la créme” de la moda mundial de la época. Estella/Cruella se introduce en la fiesta mientras su madre habla con la Baronesa; cuando tiene que poner los pies en polvorosa, perseguida por unos feroces dálmatas, asistirá a una tragedia que la desgarra profundamente, y de la que, además, ella cree ser la responsable…

Tiene Cruella, como decimos, un tono adulto (aunque sin sombra de sexo, como hemos apuntado) que en absoluto se corresponde con lo que posiblemente se espere de ella. Gillespie, por el contrario, nos muestra la tragedia demediada de una mujer que quiso comportarse conforme a los cánones de la época e intentó seguir los benignos consejos de su madre, pero a la que la impiedad de la sociedad -para la ocasión la Baronesa, pero en puridad todos los adultos que la (mal)tratan- hará resurgir con toda vehemencia su segunda y más poderosa personalidad, en un caso de mente bipolar bastante evidente, en el que solo la maldad podrá imponerse a la maldad, en contra del habitual cliché de siempre, en el que el Bien vence al Mal, etcétera.

Estilosamente rodada por un cineasta que, evidentemente, conoce todos los resortes del cine y sabe cómo manejarlos; narrada con fuerza, sin prácticamente desvanecimiento alguno en el ritmo, a pesar del largo metraje (aunque podría haberse acortado en unos minutos sin desdoro del resultado final); con un diseño de producción como sólo los grandes estudios de Hollywood (y, entre ellos, Disney, hogaño el más poderoso de todos) se pueden permitir; con un tono agradablemente dickensiano, sobre todo en las escenas de la protagonista con sus amigos de pequeño latrocinio, Cruella termina siendo un inesperado regalo para padres que, en todo caso, tendrán que multiplicarse en sala para atender esta adulta trama que los embebe, e intentar a la vez distraer a los niños que, probablemente, estén cogiendo moscas…

Buen dúo interpretativo el de las dos Emmas, Stone y Thompson, que resultan adecuadamente odiosas ambas, como se esperaba de ellas, y Stone, además, resulta también, en su fase Estella, igualmente adorable. Thompson está sacando en los últimos años su lado más oscuro, en personajes como este o el de la escritora P.L. Travers en Al encuentro de Mr. Banks (2013). De los secundarios nos quedamos con el siempre estupendo Mark Strong, y con el peculiar Paul Walter Hauser, nuestro gordo favorito de la última década, especialista en personajes de tontos “enteraos” (que son los peores tontos, claro…).

(07-06-2021)


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134'

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Cruella - by , Jun 08, 2021
3 / 5 stars
Un inesperado regalo para padres