Enrique Colmena

Comentábamos (a raíz del estreno de La llamada de lo salvaje) la filmografía de Harrison Ford, el actor de Chicago, Illinois, que es, qué duda cabe, uno de los grandes nombres del Hollywood de los últimos cuarenta años. En el primer capítulo de este díptico, titulado Harrison Ford (I): huir del arquetipo, veíamos cómo el actor, durante los primeros años de su carrera, desde que empezó a ser conocido con American Graffiti (1973), hasta sus películas de primeros de los años noventa, como A propósito de Henry (1991), buscó, con loable empeño, no encasillarse en personajes estereotipados, tener una carrera variada y, en gran medida, implicarse en proyectos estimulantes.

Pero lo cierto es que, a partir de esa década de los noventa, Harrison ha ido abandonando esa loable intención y se ha ido enfrascando, cada vez más, en olvidables productos comerciales que sin duda han proveído abundantemente su cuenta corriente, pero desde luego no han engrandecido su carrera, aunque sería injusto no reconocer que ha hecho algunas (pocas...) cosas de interés, como veremos.

Por de pronto, con Juego de patriotas (1992), Ford pareció dar ya la primera muestra de que a partir de ese tiempo le interesaba más el dinero fácil de productos estándares que otra cosa. Se trata de la adaptación de una novela de Tom Clancy, que se había puesto muy de moda en aquel tiempo, en el que Harrison encarnará al agente de la CIA Jack Ryan, en un solvente producto de acción dirigido por Phillip Noyce, pero que no aportaba nada a la carrera de Ford. Con El fugitivo (1993), sin embargo, con dirección de Andrew Davis, pareció mejorar: la adaptación al cine de la célebre serie de los años sesenta aunó comercialidad y calidad, en una historia (evidentemente inspirada, como su original catódico, en la novela Los miserables, de Victor Hugo) intemporal que demostraba seguir teniendo fuerza y vigencia.

Con Peligro inminente (1994), Ford vuelve otra vez a meterse en la piel del agente secreto Jack Ryan, en otro producto de mera acción, de nuevo con Noyce en la dirección. Quizá consciente de que no era conveniente repetirse como espía de la CIA, hace la nueva versión que Sydney Pollack hizo del clásico de Billy Wilder Sabrina (1954), que en España se tituló Sabrina (y sus amores) (1995), en uno de esos añadidos estúpidos que a algún distribuidor “creativo” se le ocurre de vez en cuando; Ford encarnaba el personaje que en el film de Wilder hacía Bogart, en una comedia romántica muy inferior a su original, aunque, al menos, nuestro biografiado se desmarcó de otras propuestas más elementales de aquella época de su carrera.

Con La sombra del diablo (1997) vuelve el Ford más comercial, en una operación que era tan obvia que resultaba candorosamente ingenua, unir a Harrison, con su carisma de actor consagrado, con el emergente Brad Pitt, buscando llegar a públicos de edades maduras y otros más juveniles (y femeninos, mayormente, de ahí la inclusión del entonces nuevo “niño bonito” de la época). Y lo cierto es que dirigía Alan J. Pakula, un cineasta que décadas atrás hizo cosas interesantes. Ese mismo año de 1997 Ford se mete nada menos que en la piel de un ficticio presidente de los Estados Unidos en Air Force One, en un thriller ciertamente entonado, dirigido por el alemán Wolfgang Petersen, en el que un comando de malvados comunistas, disidentes de la  nueva línea más liberal del Kremlin de los noventa, secuestra el avión presidencial, dando lugar a que el primer magistrado de la nación tenga que ejercer también de consumado luchador para desbaratar las arteras maniobras de los malos... Lo curioso es que, al margen del petardazo de la historia, la intriga es potente y se sigue bien la trama, aunque finalmente acabe convirtiéndose casi en una peli de superhéroes.

La progresiva caída en el interés de la carrera de Ford se ejemplifica con su siguiente película, Seis días y siete noches (1998), con dirección de Ivan Reitman, que combina comedia, aventura y romanticismo, con la entonces muy de moda Anne Heche, una película convencional y previsible hasta decir basta, y no precisamente brillante en su ejecución. Tampoco es que Caprichos del destino (1998), a pesar de estar dirigida por Sydney Pollack (ya en sus horas bajas, todo sea dicho), mejoró el nivel de la filmografía de Ford en los noventa, en un thriller también de irisaciones románticas, con sendos cónyuges (ella era la siempre elegante Kristin Scott Thomas) que se enteran de que sus parejas les han sido infieles entre sí. Ford reincide de nuevo en el thriller, aquí con ciertas connotaciones de terror, en Lo que la verdad esconde (2000), película que su director, Robert Zemeckis, terminó aprisa y corriendo porque estaba ya embarcado en su siguiente proyecto, Náufrago (2000), que le interesaba mucho más. En esta Lo que la verdad... Harrison hace su primer papel de villano, cuando hasta entonces siempre había encarnado a héroes positivos. Pero tampoco ese cambio de catadura mejoró mucho su carrera.

K-19: The widowmaker (2002) no tiene mucho de particular, más allá de que el muy americano Harrison Ford, prototipo del yanqui perfecto, hacía aquí de... ruso, en concreto del capitán del submarino soviético nuclear del título, que se hundió con toda su tripulación (de ahí lo de “Widowmaker”, el “hacedor de viudas”...). Con dirección de Kathryn Bigelow, tampoco aportó nada a la filmografía fordiana. Qué decir entonces de los dos títulos posteriores, Hollywood, departamento de homicidios (2003), con dirección de Ron Shelton, una tópica peli de “buddies”, de amigos opuestos, con Harrison de mentor de un pipiolo de moda, Josh Harnett, del que nadie se acuerda ya de él; y Firewall (2006), de Richard Loncraine, ponía en imágenes otro thriller, siendo aquí Ford el responsable de seguridad de un banco al que le secuestran la familia para que colabore en el asalto a la entidad.

En 2008 vuelve la saga del arqueólogo saltimbanqui más famoso del mundo, con Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, con dirección del propio Spielberg, pero en un registro en el que la comicidad se había acentuado y la creatividad se había reducido, dando como resultado una película claramente inferior a la original trilogía. Ahora se anuncia un Indiana Jones 5 (no sé si echarnos a temblar directamente...). Territorio prohibido (2009), con dirección de Wayne Kramer, sobre el lacerante tema de la inmigración ilegal a Estados Unidos, pasa prácticamente desapercibida, con un notable costalazo en taquilla. Tampoco tiene repercusión alguna, ni  buena acogida crítica, Medidas extraordinarias (2010), de Tom Vaughan,  un drama sobre los niños con enfermedades raras.

Algo mejor le irá a Ford con su siguiente película, Morning Glory (2010), a las órdenes del inglés Roger Michell, aunque su papel es secundario, siendo la estrella Rachel McAdams, en una comedia ambientada en el mundo de la televisión. En 2011 Harrison hace otro de sus escasos papeles de villano en Cowboys & Aliens, una más bien horrible mezcla de western y peli de extraterrestres, con dirección de Jon Favreau (el de Iron Man, para entendernos), un film en el que la estrella era Daniel Craig, entonces ya inmerso en su papel de 007. De un carácter rabiosamente localista, 42: La verdadera historia de una estrella del deporte (2013), de Brian Helgeland, contaba la biografía del primer jugador negro de las Grandes Ligas de béisbol, en el que Harrison componía el papel de un fuerte adalid del antirracismo.

Su siguiente empeño tampoco será precisamente exquisito: en el drama El poder del dinero (2013), de Robert Luketic, interpreta a un poderoso magnate de las empresas tecnológicas, en otra película que, de nuevo, se dio la gran costalada y no aportó nada al bagaje de Ford. Como El juego de Ender (2013), de Gavin Hood, historia distópica en la que Harrison tendrá un papel secundario en una obra cuyo público objetivo era, obviamente, el juvenil. En la comedia Los amos de la noticia (2014) Ford tendrá un papelito, poco más que un cameo, para después confirmar su decadencia con su intervención en Los mercenarios 3 (2014), de Patrick Hughes, la franquicia de los musculitos yanquis en edad de Imserso (Stallone, Schwarzenegger, Statham, Gibson, Snipes... y Ford, que nunca fue precisamente muy musculitos...). Del resto cabría citar su participación minoritaria en dos de los títulos de la Saga de las Galaxias, Star Wars. El despertar de la Fuerza (2015) y Star Wars: El ascenso de Skywalker (2019), mayormente como reliquia o fetiche de aquella primera trilogía de los años setenta y ochenta, de nuevo con su mítico personaje de Han Solo.

Solo su intervención en Blade Runner 2049 (2017), de Denis Villeneuve, nos recuerda su viejo y glorioso pasado, recuperando convincentemente el personaje de Rick Deckard, el cazador de replicantes del primer Blade Runner (1982), en un papel que Ford matiza como en sus mejores tiempos.

Pero parece claro que Harrison Ford, tras aquella primera y notable etapa que podríamos datar convencionalmente entre 1973 y principios de los noventa, se adocenó y se dedicó a vivir de las rentas. Una lástima, porque es evidente que a Ford lo quiere la cámara, siendo uno de los pocos actores con genuino carisma de la pantalla actual. Una mala elección de la línea a seguir tras aquella primera y fulgurante etapa ha hecho que su figura se haya desvaído con el paso de los años. Quisiéramos creer que aún está a tiempo de darnos nuevas y agradables sorpresas: ojalá...

Ilustración: Ryan Gosling y Harrison Ford, en una escena de Blade Runner 2049 (2017), de Denis Villeneuve.