Enrique Colmena

[Sugerimos la lectura previa de las anteriores entregas de esta serie de artículos, pulsando en estos enlaces: I, II, III, IV, V, VI, VII.

Así mismo, el lector interesado en el cineasta sevillano puede también consultar en Criticalia el artículo titulado Manuel Summers: bajo el disfraz del francotirador insolidario, del que es autor el catedrático Rafael Utrera Macías.]


Hemos hablado ya de la INFANCIA, y hemos comentado las muchas películas de Summers con niños y adolescentes como protagonistas. Estamos entonces ante otra de sus constantes, cuando el cine de la época no era precisamente proclive a poner a críos en el centro de la trama, salvo que fueran exitosos niños canoros como Joselito o Marisol. Como queda dicho, el “pack” infantil/adolescente de Summers se compone de seis títulos (lo que en una filmografía de veinte películas equivale casi a un tercio), a saber: el segmento infantil de Del rosa... al amarillo, Adiós, cigüeña, adiós, El niño es nuestro, Ya soy mujer, Mi primer pecado y el epílogo que supuso Me hace falta un bigote. Todos ellos están protagonizados de forma abrumadora por niños y/o adolescentes, cuando en aquel tiempo el cine con estos personajes era bastante raro, quizá siguiendo el famoso consejo de Hitchcock: “No hacer cine con niños, animales ni Charles Laughton”. Pues Summers hizo mucho cine con niños, alguno con animales (por ejemplo, La Biblia en pasta), y si no lo hizo con Laughton fue porque, entre otras razones, el gran actor inglés murió antes de que Manolo empezara a hacer cine...

Allá por 1982 el mundo del cine se hacía lenguas sobre la novedosa forma en la que Steven Spielberg había dado todo el protagonismo de E.T., el extraterrestre a un grupo de niños; pues resulta que eso mismo lo había hecho ya Summers un decenio antes en Adiós, cigüeña, adiós, en la que los personajes adultos eran absolutamente secundarios, centrándose la historia de forma monográfica en estos mocosos, y siendo su mirada la preponderante, por no decir la única relevante en el film, visto siempre desde su perspectiva... como haría Spielberg más de diez años después...

Las películas con niños y adolescentes de Summers tienen, entre otras características, la de la frescura, la de la naturalidad: ves esas películas y te crees que realmente esos niños hablan así, con ese desparpajo, con esa verdad, también con esos disparates en los que a veces incurren por su corta edad. Hay en el cine sobre niños y adolescentes de Summers una mirada evidentemente cómplice; Rilke dijo aquello de que “la verdadera patria del hombre es la infancia”, y parece que el cineasta sevillano estaba muy de acuerdo con el poeta austríaco, porque su cine con infantes es quizá el más libre, el más auténtico, donde Summers parece más Summers. Pero es que además los niños y adolescentes, como personajes, serán los más positivos de toda la filmografía summersiana, los más empáticos, los que mejor sabrán sacrificarse por el amigo o la amada, los que harán piña por lo que consideran de justicia, en contra de los intolerantes designios de los mayores. Evidentemente, el díptico que se lleva la palma en esa visión tan favorable sobre la infancia es el compuesto por Adiós, cigüeña, adiós y El niño es nuestro, en puridad una única historia en la que los críos darán toda una lección no solo de amistad y sacrificio, sino de sentido común, dentro de sus todavía cortas luces.

Sin lugar a dudas, otra de las grandes constantes del cine del sevillano podemos decir que es el SEXO, aunque tendríamos que matizarlo, porque también lo sería el AMOR; ya sabemos que, aunque ambos conceptos pueden ir juntos, también pueden ir por separado, y podemos decir que en el cine de Summers suele ocurrir precisamente eso, además con una peculiar diferenciación por edades. Así, el sexo a palo seco, el puro deseo carnal (casi siempre del hombre hacia la mujer, pero también, alguna vez, como veremos, en sentido opuesto), estará reservado en el cine de Summers a los adultos, a aquellos que han cumplido ya la mayoría de edad. Los ejemplos son muchos, como el díptico formado por No somos de piedra y Por qué te engaña tu marido, films en los que el deseo sexual del probo españolito de a pie intentará consumarse, casi siempre infructuosamente, aunque en el segundo de esos títulos, cuando topa con una ninfómana, la cosa se complica; ese caso de la ninfómana, que interpreta una estupenda Esperanza Roy, es también el que citábamos como deseo desatado de mujer a hombre, poco frecuente en la época, y no digamos en el muy machista landismo.

Encontramos también puro deseo sexual en otros films summersianos, como, por supuesto, en El sexo ataca (1ª jornada), pero también en El juego de la oca, bajo los ropajes de un adulterio adulto, si vale el casi trabalenguas, o en La Biblia en pasta, mayormente en el pasaje de la manzana de Eva y sus consecuencias. Por cierto que, además de poner en pantalla (con frecuencia con los ropajes del humor) algunas escenas de sexo (progresivamente más calenturientas conforme iba aflojando la Censura hasta desaparecer), llama la atención que en el cine de Summers también habrá lugar para lo que podríamos llamar el “sexo pensado o imaginado”, cuando el deseo sexual delira en su magín con situaciones morbosas que le gustaría reproducir, lo que aparece de forma reiterada, sobre todo, en No somos de piedra y Por qué te engaña tu marido.

Sin embargo, aunque no cuantitativamente, sí cualitativamente hablando, nos parece que el AMOR tiene una apreciable presencia en el cine de Summers. Porque el romanticismo, ese amor absoluto, con frecuencia puramente platónico, estará presente sobre todo en el “pack” infantil/juvenil summersiano que ya hemos comentado: Adiós, cigüeña, adiós, El niño es nuestro, Ya soy mujer, Mi primer pecado y Me hace falta un bigote, amores infantiles idealizados que, salvo en el caso de Adiós, cigüeña, adiós, no tendrán una consumación física, y aun en ese caso se puede decir que es casi un accidente. Incluso en Del rosa... al amarillo no solo el romanticismo estará en el inicial segmento adolescente, sino también, y de qué manera, en el melancólico, otoñal romance de los viejitos del asilo.

Como una derivada vinculada al tema del sexo, habría que hablar del interés de Summers por la RUPTURA DE TABÚES, también emparentada evidentemente con esa Rebeldía suya de la que ya hemos hablado. Porque el cineasta sevillano parecía tener una especial fijación en romper toda una serie de anatemas que, sobre todo en la época franquista, era impensable que fueran vistos en una pantalla de cine. Así, podríamos hablar del tabú del adulterio en El juego de la oca, si bien es cierto que no fue Summers quien primero tocó ese tema en el cine español de la época, pero sí el que lo hizo de una forma más clara, suponiendo el asunto central del film, además sin mojigaterías ni gazmoñerías, de una forma adulta, en una España cuyo gobierno todavía trataba a los ciudadanos como menores de edad.

No será el último tabú que hará trizas Summers. Poco después será otro tema non grato para el franquismo, la píldora anticonceptiva, la entonces novedosa pastilla que permitía algo parecido a una planificación sexual y reproductiva, un medicamento que, ciertamente, a finales de los años sesenta, no era precisamente apreciado por un régimen en el que el nacionalcatolicismo seguía teniendo una fuerza singular. Pues en ese contexto tan poco propicio para hablar de la “píldora antibaby”, Summers la pone en primera línea en No somos de piedra, allá por 1968, bien que con los ropajes del humor, que siempre parece más llevadero para la censura. Pero ahí estaba, probablemente por primera vez en el cine hispano, una pareja en la que, a instancias del marido, se plantea la posibilidad de tomar la pastilla, ante la numerosísima prole que se iba acumulando en la familia.

Pero el grueso de los tabúes que Summers quebrantaría lo encontraremos en lo que hemos dado en llamar el “pack” infantil y juvenil, el ciclo de películas que se inicia con Adiós, cigüeña, adiós y se cierra con Mi primer pecado, con el epílogo de Me hace falta un bigote. En esas películas Summers desplegará todo un catálogo de tabúes sexuales que irá reventando uno por uno. Así, en Adiós, cigüeña, adiós tendremos varios: el más evidente, la denuncia de la inexistencia en la sociedad española de la época (estábamos a principios de los años setenta) de una educación sexual digna de tal nombre, que quizá hubiera podido evitar los hechos que se desencadenan en el film, cuando un encuentro sexual de dos adolescentes, que desconocen las consecuencias de su acto, termina en el embarazo de la menor, otro tabú que en el cine español estaba aún por aparecer... hasta que llegó Summers para ponerlo en imágenes.

El propio título de la película, Adiós, cigüeña, adiós, ponía ya en cuestión que mantener pamemas como el mito de la cigüeña o aquello de que los niños vienen de París no era precisamente la mejor de las fórmulas para tener una educación sexual sana y equilibrada. De hecho, Summers volverá de nuevo sobre el tema de la educación sexual en El sexo ataca (1ª jornada), dedicada monográficamente al sexo en todas sus variantes, aprovechando que ya en ese tiempo, en 1979, la Censura había desaparecido. El sevillano presentaba en esta película, con el prisma del humor surrealista típico de Tip y Coll, todo un compendio sobre sexo, desde la descripción anatómica en clave chistosa de los respectivos aparatos sexuales de hombre y mujer, hasta toda una serie de gags sobre relaciones sexuales, incluso con una parte final dedicada a las “parafilias”, en las que, por cierto, se incluye a la homosexualidad como “tendencia sexual desordenada hacia personas del mismo sexo”, cosa que hoy día nos suena a disparate de marca mayor, pero que hay que entender que en su momento formaba parte de esa homofobia “ambiental” tan típica de la España de los años setenta y ochenta.

Por supuesto, el sexo entre menores era también impensable en aquel tiempo en cine, y aunque el cineasta lo presentó en pantalla en Adiós, cigüeña, adiós con una cierta elipsis, el hecho era más que evidente, y a buen seguro que en su momento debió suponer un bombazo para el público. Esta misma película presenta otro tema inusual, en este caso el abandono del hogar familiar, cuando tenía 5 años, de la madre de la coprotagonista, algo que venía a contravenir la entonces sacrosanta institución de la madre; como vemos, Summers parece que se propuso pisar todos los callos habidos y por haber, y lo cierto es que lo consiguió.

Por su parte, Ya soy mujer tocará de nuevo varios tabúes, a lo que el cineasta sevillano se había aficionado: aquí tendremos nada menos que la masturbación femenina, además en una menor, en una escena velada pero más que evidente; pero, sobre todo, y haciendo honor al título, habla de otro de los grandes anatemas del cine franquista, imbuido de todo el complejo represivo del nacionalcatolicismo; hablamos, claro está, de la menstruación, eso de lo que nunca se había hablado en nuestro cine... hasta que llegó Summers, por supuesto, para hacer prácticamente toda una película alrededor de ese asunto, aparte del despertar sexual de la protagonista, que da en enamorarse... de un cura de tupé imposible, en lo que supondrá la ruptura de otro tabú, el amor intergeneracional cuando uno de los componentes de esa teórica pareja es una menor de edad y el otro un adulto, y además de profesión sacerdote. Aunque el sexo entre seglar y religioso ya había sido tocado el año anterior, 1974, por dos producciones muy distintas del cine español, Tormento y Un hombre como los demás, Summers incorpora el componente de la minoría de edad para hacer el tema aún más controvertido, aunque en este caso no habrá consumación.

Esa misma minoría de edad aparece de nuevo en su siguiente film, último de esta etapa del “pack” infantil/juvenil, Mi primer pecado, con ese amor absoluto que el protagonista, un niño de 14 años, profesará hacia una joven adulta, film que aportará el quebrantamiento de un nuevo tabú, en este caso el de la masturbación masculina, de nuevo con menores, aunque solo veremos sus caras mientras realizan los típicos movimientos onanistas, en lo que podríamos llamar, a la arandiana manera, “cabezas masturbadoras”. Pero no será el único tabú que Summers se atreve a poner en pantalla en ese film: en varias escenas los niños, calientes cual palo de churrero, se dedican con la chica adulta a esa práctica tan morbosa como vilmente acosadora de, en el autobús, colocarse detrás para rozar sus partes pudendas con el trasero de ella, práctica de feo nombre que en aquel entonces era relativamente común, aunque hoy quiero creer que está afortunadamente olvidada, pero que en cualquier caso nadie había osado poner en pantalla nunca en el cine español, ni siquiera ya en esa fecha, en 1977, cuando el sexo lo inundaba todo en el cine de la España de la Transición.

Ilustración: Cartel de ¡Ya soy mujer!, película en la que Summers pulverizó, entre otros, el tabú de la menstruación.

Próximo capítulo: “Una película de Summers”: análisis del cine dirigido por Manuel Summers. Constantes: Modernidad, Realismo/Costumbrismo, Conjuntos Temáticos/Estéticos (IX)