Enrique Colmena

El estreno de Bullet Train vuelve a poner de actualidad, si es que ha dejado de estarlo alguna vez desde hace tres décadas, a Brad Pitt, famoso por tantas cosas: como astro de cine, como prototipo de guapo, como (ahora ex) esposo de otra famosa estrella como Angelina Jolie (y antes de Jennifer Anniston, que tampoco era manca)… Pero hay otra faceta menos comentada sobre el bello Brad que no debería pasar desapercibida: es más oscura, de menos relumbrón, pero en realidad, a la postre, tiene casi más valor que la propiamente profesional de actor. Hablamos de su faceta de productor, tarea en la que hoy por hoy rara es la estrella de Hollywood que no haya hecho ya sus incursiones, por no decir que no se haya convertido incluso en su segundo oficio. Hubo un tiempo, en el Hollywood clásico, en el que actores, directores y productores tenían claramente delimitadas sus funciones y normalmente no solían ser las tres cosas a la vez. Hubo algunas excepciones, claro, como Chaplin o Welles, entre otros, que ejercieron simultáneamente las tres profesiones en las mismas películas, pero no era habitual. Estrellas como Gary Cooper, Humphrey Bogart, Cary Grant, Robert Mitchum, James Cagney, Errol Flynn, Tyrone Power, Spencer Tracy... fueron intérpretes en multitud de films, pero solo algunos de ellos, y muy episódicamente, fueron también productores, y en esos casos lo hacían frecuentemente sin acreditar, como forma de apoyar el proyecto en el que se habían embarcado como actores. El caso de Kirk Douglas fue sin duda excepcional, un actor que produjo una treintena larga de títulos, además con frecuencia con claras intenciones políticas. Sin embargo, a partir de la generación de actores (en este caso literalmente de “actores”, no “actrices”) que sustituyó a aquella clásica, la que vino a ocupar el trono de Hollywood a partir de los años setenta, ochenta y noventa (De Niro, Eastwood, Redford, Costner, Cruise, Clooney…), buena parte de ellos pronto se dio cuenta de que, además de actuar, podían participar en la producción de sus películas, con lo que, aparte de ampliar el margen de beneficios (aunque también la posibilidad de tener pérdidas si los films no funcionaban adecuadamente en taquilla), podían asegurarse el control de esas pelis, con lo que ello conlleva a todos los niveles: creativo, ideológico, etcétera.

Algunos no han ido por esa vía, como Harrison Ford, que lo ha hecho de manera episódica, y otros han añadido la función de director a las de actor y productor, como Redford y Clooney. Pero hay un matiz interesante aquí, que sería el de diferenciar el caso de las producciones de las películas en las que la estrella de turno interviene como protagonista absoluto (caso paradigmático de Eastwood o de Cruise), del de los actores que, además de producir algunas o todas las pelis en las que intervienen, hacen lo propio en otras en las que no tienen participación como intérpretes, como forma de apoyar proyectos de interés, lo que sería el caso del mentado Clooney, pero también de Pitt, que en eso andan hermanados además de en guapeza. Lamentablemente, en el apartado femenino, aunque hay algunos casos (Jolie, Roberts), todavía no es habitual la doble faceta actriz/productora: habrá que dar tiempo al tiempo…

Brad Pitt, en efecto, viene dedicándose desde los primeros años de este siglo XX con habitualidad a la producción de películas; si bien varias de ellas han sido interpretadas también por él (El asesinato de Jessie James por el cobarde Robert Ford, El árbol de la vida, Guerra mundial Z, Ad Astra, entre otros títulos), en otras ocasiones no ha aparecido en el reparto y su contribución, pues, debe entenderse en los estrictos términos del apoyo a la creación cinematográfica.

Por supuesto, “por sus obras lo conoceréis”, como decía Jesús de Nazaret en el Sermón de la Montaña. De las películas en las que Pitt ha intervenido como productor y no como actor (o lo ha hecho en esta faceta pero con un papel meramente secundario), podemos colegir que los temas que más le interesan son los habituales en el ala liberal de Hollywood (entendiendo “liberal” en su acepción más clásica, no en la de “neoliberal”, que esos son otros…); así, veremos su interés por asuntos de fuerte contenido social como el antirracismo, los derechos civiles, la defensa de la libre sexualidad, la preocupación por el medio ambiente y el futuro del mundo, y la denuncia de los desmanes del Poder. En este sentido, es curioso que Pitt, del que se ha dicho que era el heredero en el trono de la belleza masculina que antes ostentaba Robert Redford, cuando se ha decidido a producir, lo ha hecho con temas parecidos a los del rubio actor de Tal como éramos (1973).

Aunque la primera película que rodó Plan B Entertainment, su productora, fue Troya (2004), como quiera que en ella participó Pitt como protagonista, preferimos comenzar a glosar su carrera como productor con la siguiente cronológicamente hablando, que se puede considerar toda una declaración de intenciones: Infiltrados (2006), la película con la que Martin Scorsese, el más fino estilista del cine yanqui del último medio siglo, volvió al universo policial que le había hecho famoso en los años ochenta y noventa; apoyar el film de uno de los maestros indiscutibles del cine norteamericano nos parece ya un signo de cuál sería, a partir de entonces, la intención de Pitt como productor, la de propiciar un cine de alto nivel de calidad. Así, produjo también Un corazón invencible (2007), de uno de los más eclécticos e inclasificables directores de los últimos tiempos, el inglés Michael Winterbottom; es cierto que la película la protagonizaba su entonces pareja (aún no esposa, que lo sería más tarde), Angelina Jolie, pero nos parece que en este caso era una cuestión accesoria, pesando más el apoyo a un cineasta (entonces) pujante, novedoso, que se abría camino en el cine tras una larga trayectoria televisiva. El mismo caso sería el de La vida privada de Pippa Lee (2009), en la que Pitt coprodujo la nueva película de la directora Rebecca Miller, ya sin Jolie (ni él…) en el reparto.

Durante la década de los años diez de este siglo XXI que nos verá morir, Pitt amplía sus intereses como productor (al margen de sus films como protagonista, se entiende) y actuará de forma ecléctica, aunque siempre con la intención de apoyar films que, con su nombre en la producción, tenían más posibilidades de llegar al público y en más lugares. Así, produce Kick Ass: Listo para machacar (2011) y su secuela, Kick Ass: Con un par (2013), apreciables parodias de los superhéroes dirigidas por Matthew Vaughn y Jeff Wadlow, respectivamente, divertidas e inteligentes vueltas de tuerca en tono satírico a un tema que generalmente se toma demasiado en serio a sí mismo, cuando lo de ir por ahí en leotardos es cualquier cosa menos serio. En su intención de diversificar sus apoyos, también lo hará en algunos productos que quizá no hubieran tenido necesidad de ello, como la pastelosa Come, reza, ama (2010), de Ryan Murphy, con Julia Roberts, que se vendía sola con su evanescente mensajito al estilo de Paulo Coelho.

Dentro de los intereses a apoyar por el Pitt productor hay un venero muy claro, el del cine de contenido antirracista; en esa línea en algún caso sí ha contado con él como actor (aunque no en un rol protagonista), como ocurrió en la oscarizada 12 años de esclavitud (2013), del británico Steve McQueen, poderoso alegato contra el esclavismo del siglo XIX, pero generalmente Pitt se ha abstenido de intervenir en ellas. Por ejemplo, en Selma, el potente film de Ava DuVernauy sobre la histórica marcha de Martin Luther King y miles de afroamericanos desde la localidad del título hasta Montgomery en defensa de los derechos civiles, tras la que por fin se conquistaría el derecho al voto de los ciudadanos negros, pero también en El blues de Beale Street (2018), de Barry Jenkins, que combinaba antirracismo con drama social.

En una línea no muy alejada del antirracismo, otro de los temas que Pitt, a través de Plan B Entertainment, ha contribuido a poner sobre la mesa, es el de la homosexualidad y el derecho a amar a quien se quiera, con varios títulos; el más interesante nos parece, sin duda, la notable y oscarizada Moonlight (2016), del mentado Barry Jenkins, una sutilísima historia en tres momentos vitales de un mismo hombre, sobre la negación de la íntima mismidad, pero también sobre cuán complicado es tener una orientación sexual heterodoxa en una comunidad intrínseca, ambientalmente homófoba. Sobre el tema homosexual Pitt había producido antes ya una interesante TV-movie, The normal heart (2014), que trataba el espinoso asunto del sida en los años ochenta y noventa, cuando estragaba a miles a la comunidad gay.

Sobre el proceloso mundo de la adicción a narcóticos, Plan B Entertainmente produce Beautiful boy. Siempre serás mi hijo (2018), del belga Felix Van Groeningen, sobre el caso verídico de un adolescente adicto a todo tipo de sustancias tóxicas, y cómo el padre (un Steve Carell alejado de sus habituales papeles cómicos) habrá de intentar, por todos los medios, recuperar al hijo que irremediablemente se va.

Pitt, interesado en temáticas relacionadas con derechos civiles, también lo está con las vinculadas al medio ambiente. De esta forma, estuvo en la producción de Okja (2017), la fábula futurista del surcoreano (recordemos su posteriormente oscarizada Parásitos) Bong Joon-ho, sobre el tema de la sobreexplotación alimenticia, en un mundo cada vez más poblado y en el que las necesidades de generar carne a gran escala pondrá de relieve la maldad del capitalismo cuando se viste con los ropajes más salvajes.

Pero el rubio actor de Shawnee, Oklahoma, también ha participado en la producción de películas de evidente crítica social. Así, en La gran apuesta (2015), de Adam McKay, en la que tenía un papel secundario, planteaba lo que era evidente a cualquiera que tuviera ojos en la cara, la durísima crisis a la que abocaba el enloquecido boom inmobiliario de principios de este siglo XXI, que terminó en el crash de 2008 tras la alevosa, fraudulenta caída de Lehman Brothers y las hipotecas “sub prime”, para beneficio de un grupo de avispados aguilillas que supieron apostar contra el mercado y, claro está, ganaron y se hicieron de oro. Pero sobre todo la apuesta política más evidente de Pitt como productor ha sido El vicio del poder (2018), de nuevo con McKay a los mandos y con Christian Bale irreconocible como el viejo, gordo y calvo Dick Cheney, el vicepresidente norteamericano durante los mandatos de George W. Bush, un hombre que atesoró más poder del que habían detentado todos los vicepresidentes anteriores juntos, una acerba denuncia sobre un personaje taimado que consiguió llegar a (casi) lo más alto a pesar de ser un mediocre burócrata sin carisma ni personalidad. En esta misma línea, pero mucho más abierta y en clave de comedia, estará Un plan irresistible (2020), de Jon Stewart, que imagina los manejos de un asesor demócrata que se propone llevar a la alcaldía a un veterano de guerra en un pueblo conservador para los que los del Tea Party son unos peligrosos izquierdistas…

Por supuesto, ha habido otros títulos producidos por Pitt, sin él dentro del elenco artístico, y que han obedecido a otros condicionantes o géneros, como el thriller psicológico Una historia real (2015), de Rupert Goold, con una potente pareja protagonista, Jonah Hill y James Franco; la mirada casi antropológica a los emigrantes asiáticos a Estados Unidos, como es el caso de Minari. Historia de mi familia (2020), de Lee Isaac Chung; el potente drama historicista de raíz shakespeareana The King (2017), del australiano David Michôd, con la juvenil estrella emergente Timothée Chalamet; y El padre de la novia (2022), de Gary Alazraki, “remake” del título homónimo de Charles Shyer, siéndolo  este, a su vez, del clásico de Minnelli de los años cincuenta.

El documental ha sido otro de los formatos que ha frecuentado Pitt a través de su productora Plan B, y generalmente también en los temas sociales que le resultan tan queridos: así, el narcotráfico y todas las implicaciones relativas al sistema judicial norteamericano son expuestos a fondo en Guerra contra las drogas (2012), de Eugene Jarecki; en Big Men (2013), de Rachel Boynton, el tema analizado desde dentro será las prospecciones petrolíferas en el África negra y sus devastadoras consecuencias en las poblaciones aborígenes de las zonas en cuestión; y en Voyage of time: life’s journey (2015) Pitt dará manos libres a Terrence Malick para que este, con su habitual grandilocuencia generalmente vacía, filosofe sobre el principio del universo, de la vida, con la siempre agradable locución en off de Cate Blanchett.

Así que Brad Pitt, además de su talento como actor y de su belleza como hombre, bien podría alardear (lo que no nos parece que vaya a hacer…) de propiciar la producción de un puñado de obras que, de otra manera, es posible que no hubieran podido salir adelante: ¡enhorabuena, Brad! Quién te iba a decir, antes de rodar Thelma & Louise (1991), que te dio a conocer como el pimpante bollycao que se comió Geena Davis, que más de treinta años después estarías en la cúspide del éxito no solo como actor de renombre, sino también como respetado productor…

Ilustración: Timothée Chalamet, en una escena de la película The King (2017), de David Michôd, producida por Plan B Entertainment, propiedad de Brad Pitt.