Esta cuarta entrega del serial la dedicaremos a dos autonomías peculiares, por muy distinto motivo: la primera es la Comunidad Autónoma de Madrid, una comunidad que se puede decir, sin faltar a la verdad, que se fundó “por descarte”; cuando a partir de la Constitución de 1978 fueron tomando forma las diversas autonomías españolas, en una nueva y mucho más descentralizada organización territorial del estado, la provincia de Madrid se fue quedando sola, hasta el punto de que al final, en vez de aquello de “el último que apague la luz”, tuvo que conformarse ella también como una (muy potente, eso sí, en términos económicos, demográficos y de poder político) comunidad por sí misma. El himno de la CAM, escrito por el filósofo Agustín García Calvo, lo ejemplificaba muy bien, tirando de ironía:
Ya el corro se rompe,
ya se hacen Estado los pueblos,
y aquí de vacío girando
sola me quedo.
En cuanto a la segunda comunidad de cuyas directoras autóctonas hablaremos hoy, es Euskadi o el País Vasco, cuyas peculiaridades devienen de distintos factores, aunque todos relacionados con lo mismo, el deseo de una parte de su población por constituir un estado aparte del español, deseo que durante cuarenta años, desde finales de los años sesenta del siglo XX hasta finales de la primera década del XXI, se canalizó a través de la existencia de una banda terrorista, genéricamente conocida como ETA (aunque tuvo varias denominaciones, sobre todo al principio), que asesinó, secuestró, extorsionó y, en definitiva, aterrorizó a su pueblo y, ya de paso, al resto de los ciudadanos del estado. Afortunadamente ése es ya solo un mal sueño (una pesadilla, más bien), y actualmente el País Vasco goza de una amplísima autonomía en la que solo le falta tener ejército propio y una red de embajadas en el extranjero, dado que otras señas de identidad nacioal, como la moneda, ya es común para la mayor parte de los países europeos.
Las directoras de Madrid: “y aquí de vacío girando/ sola me quedo”
Con las madrileñas que durante este siglo XXI en el que estamos se han dedicado a la dirección cinematográfica pasa un poco como con la comunidad: no se pueden adscribir a ninguno de los pujantes cines periféricos (Andalucía, Cataluña, Euskadi...), así que se definen por descarte; como diría el chusco, son madrileñas porque no pueden ser otra cosa... Hasta seis realizadoras tenemos censadas, nacidas en Madrid y que han comenzado a hacer cine y series en este siglo XXI. Casi todas ellas son creadoras de ficción, aunque hay también alguna, y muy pujante, en el terreno del documental. Como norma general, en las directoras de largometrajes de ficción se aprecia una tendencia más hacia el cine comercial que hacia el independiente, que es el que predomina en otras autonomías, en especial en Cataluña y Andalucía.
Así, Patricia Ferreira (Madrid, 1958), quizá la más veterana de todas ellas, es licenciada en Ciencias de la Imagen y Periodismo en la Complutense. Mujer de muy diversas aptitudes relacionadas con el cine, se ha desempeñado como solvente y segura realizadora de televisión, además de cómo crítica de cine y profesora en escuelas del prestigio de la madrileña ECAM y la catalana ESCAC, mientras que en cine se estrenó con Sé quién eres (2000), intrigante thriller de corte psicológico que buceaba en nuestro pasado reciente, rodada en parte en la Galicia de la que proceden los ancestros de la directora, y que fue bien recibida en general, aunque en taquilla tuvo un éxito más bien moderado; nominada a tres Goyas, consiguió el de Mejor Música para el gran José Nieto. Su segundo largo de ficción lo rodaría poco después: hablamos de la adaptación de El alquimista impaciente (2002), la segunda novela de Lorenzo Silva sobre el “Ciclo de Bevilacqua y Chamorro”, los perspicaces agentes de la Benemérita (he estado a punto de escribir “Meretérica”: ¡qué grande eras, qué grande eres, Chiquito...!) que son los encargados de investigar los casos más complicados que se les presentan a la Guardia Civil. Silva ganó el Nadal con esta novela, y Ferreira la pondría en imágenes con Roberto Enríquez e Ingrid Rubio en los papeles de los “picoletos” protagonistas. Pero lo cierto es que Silva no suele tener suerte con las adaptaciones de sus libros sobre Vila y Chamorro, y esta tampoco fue la excepción, en un film que pasó más bien sin pena ni gloria. Tampoco le sonrió la fortuna en Para que no me olvides (2005), su tercer largometraje, a pesar de que la dramedia, con tema intergeneracional y gran reparto (Fernán Gómez, en una de sus últimas actuaciones antes de morir, pero también la estupenda Marta Etura) tuvo buena acogida crítica pero no así de público, que la ignoró.
El cuarto largo de Ferreira será una curiosidad: Los niños salvajes (Els nens salvatges, 2012) es una coproducción catalano-andaluza, hablada en buena parte en la dulce lengua de mossèn Verdaguer, un duro relato sobre la adolescencia y las barbaridades a las que, a veces, conduce esa falta de madurez típica de la pubertad, en un film creíble aunque con un final un tanto incongruente; la película, que tuvo críticas en general positiva, fue muy premiada (cuatro galardones en el Festival de Málaga, un Gaudí de los 7 a los que optaba, y 3 nominaciones a los Goyas), pero en taquilla fue un fracaso absoluto, lo que debió influir en que tuvieran que transcurrir cinco años para su siguiente encargo, la dramedia Thi Mai: rumbo a Vietnam (2017), sobre el complejo tema de la adopción de niños en países asiáticos, que contó con repartazo (Machi, Rovira, Sánchez Gijón, Ozores, Casablanc...) y funcionó medianamente bien en taquilla, aunque la crítica fue, en este caso, inmisericorde.
Juana Macías (Madrid, 1971) tiene una trayectoria no demasiado lejana a la de Ferreira: licenciada en Comunicación Audiovisual por la Complutense, ejerce como docente en la universidad Francisco de Vitoria. Su primera película, Planes para mañana (2010), es una dramedia de tono femenino, con reparto coral de actrices en cuatro historias de distintas generaciones que abordan problemas de nuestro tiempo. La película, con buenas críticas, se llevó 3 premios en el Festival de Málaga y fue nominada para 2 Goyas, una buena tarjeta de presentación para su realizadora, que a partir de entonces encamina su carrera hacia la vertiente comercial del cine español: se sucederán las comedias como Embarazados (2016), sobre el recurrente tema del camino hacia la maternidad, con algunas peculiaridades; Bajo el mismo techo (2019), sobre la difícil convivencia matrimonial cuando los cónyuges llegan a un punto de ruptura bélico, con pareja obligada a vivir en la misma casa (esa crisis inmobiliaria iniciada en 2008...), y el que fuera pacífico hogar se ve convertido en campo de batalla; la película tuvo un buen recorrido en taquilla, no así en la conceptuación de la crítica, que no fue nada benévola. Su carrera se cierra, por ahora, con la película Fuimos canciones (2021), rodada para Netflix; este último film (cuando se escriben estas líneas ya está en marcha un nuevo proyecto), adaptación de la escritora de best-sellers románticos Elisabet Benavent, se saldó con generalizadas malas críticas, no obstante lo cual, parece claro que Macías es ya una solvente profesional de la industria audiovisual española, y en concreto de la madrileña.
Como lo es también Inés de León (Madrid, 1984), que estudió Dirección de Cine en la prestigiosa ECAM madrileña, y que profesionalmente ha dedicado buena parte de su carrera a la publicidad y la moda. Como directora debutó con la comedia romántica ¿Qué te juegas? (2019), juguete cómico que utilizaba el humor de opuestos, con dos hermanos millonarios, chico y chica, que son agua y aceite, pero terminan por enamorarse de la misma mujer...; esta peli debió gustar mucho a Santiago Segura, porque cuando éste se ha decidido a dejar el control absoluto de sus actuales sagas (las iniciadas con Padre no hay más que uno y A todo tren. Destino Asturias), ha sido en ella en la que ha delegado; de esta forma surge A todo tren. Sí, les ha pasado otra vez (2022), segunda entrega de esa franquicia ferroviaria, y primera dirigida por alguien que no es Santiago Segura: será Inés de León quien se encargue de ello, y no ha debido hacerlo mal porque, aunque bajando algo en taquilla, convirtió la peli en una de las más taquilleras del cine español de ese año.
El caso de Carlota Pereda (Madrid, 1975) nos parece distinto. Graduada también en la ECAM (que funciona en Madrid un poco a la manera de la ESCAC en Barcelona, la escuela de cine de referencia en ambos casos en sus respectivas comunidades), se inició como guionista en la serie Periodistas, uno de los éxitos televisivos de finales de siglo XX y principios del XXI, para después pasar a dirigir varios capítulos de seriales tan populares como Acacias 38 y El secreto de Puente Viejo; pero la fama le llegaría por la vía de un corto, Cerdita (2018), sobre la peculiar mezcla de gordofobia y terror “slasher” en un escenario rural, que ganó el Goya al Mejor Cortometraje, además de varios Forqué y múltiples galardones en certámenes varios. Ese éxito animó a Pereda a ampliar el proyecto, en el que se intuía que había más tela que cortar, y así surge el ya largometraje homónimo, Cerdita (2022), con similares ingredientes del corto, aunque muchos más medios, en una versión corregida y aumentada que revalidaría los triunfos de su hermano menor, consiguiendo un Goya, así como otros muchos premios: Feroz, CEC, Unión de Actores... situando con ello en el mapa a Pereda, que tiene ya en cartera, en distintos niveles de producción, dos nuevos proyectos de largometrajes.
Si las anteriores directoras han hecho su carrera fundamentalmente en el terreno comercial, no es el caso, ni mucho menos, de Ainhoa Rodríguez (Madrid, 1982), graduada en Dirección de Cine en la Complutense, donde imparte también docencia como doctora en Comunicación Audiovisual. Tras foguearse con algunas series de corto alcance, llegó a la notoriedad (a su escala, por supuesto, la del cine independiente) con su primer largo de ficción, Destello bravío (2021), una curiosísima, extraña y a ratos hipnótica inmersión en un universo rural, en la tan sobada España vacía, pero con una mirada distinta que, ciertamente, interesó mucho, consiguiendo la unanimidad de la crítica, así como premios en certámenes como San Sebastián y Málaga.
Por último en lo que respecta a la Comunidad de Madrid, la única documentalista relevante que ha surgido en estas dos décadas y pico del siglo XXI ha sido Almudena Carracedo (Madrid, 1973). Como buena parte de sus colegas, se graduó en Comunicación Audiovisual en la Complutense, para después ampliar su formación en la UCLA, en Estados Unidos, país donde ha desarrollado gran parte de su carrera, incluso impartiendo cursos en la Universidad de Nueva York y en la de Alcalá de Madrid. Como directora rodó en los USA un largo documental, Made in L.A. (2007), un film socialmente comprometido que daba debida cuenta de la lucha en pro de sus derechos laborales de tres mujeres inmigrantes en el país del Tío Sam. Pero la película que realmente ha dado carta de naturaleza a Carracedo (y a su coautor y pareja, Robert Bahar) ha sido el también documental, ya rodado en España, El silencio de otros (2018), sobre los miles de españoles que aún siguen en las cunetas y fosas comunes, desde que fueron allí enterrados tras ser asesinados durante y posteriormente a la Guerra Civil Española. Aquel lacerante documento, que daba voz a los descendientes de las víctimas, muchas de las cuales se han ido al otro mundo sin poder recuperar los restos de sus seres queridos, supondrá un aldabonazo en las conciencias cinéfilas, y conseguiría el Goya, el Platino y el Forqué al Mejor Documental, además de llevarse premios en certámenes del prestigio de la Berlinale y Boston, entre otros.
Euskal sortzaileak, aniztasuna (Creadoras vascas, la diversidad)
Si hay una característica común entre las directoras de cine vascas que están desarrollando su labor en este siglo XXI, quizá sea precisamente la ausencia de cualquier mínimo común denominador, siendo todas ellas muy diferentes en sus obras. La más veterana de las cuatro cineastas que tenemos censadas con este origen geográfico sería Mireia Gabilondo (Bergara, 1965), que además de directora de cine y televisión se desempeña como actriz, pero también como guionista, directora teatral y productora tanto de cine como de teatro. Diplomada en la Antzerti Euskadiko Arte Dramatiko Zerbitzua, escuela de arte dramático de la comunidad autónoma vasca, debuta en la dirección cinematográfica con el largometraje Enséñame el camino, Isabel (Kutsidazu bidea, Ixabel, 2006), codirigida con su marido, Fernando Bernués, adaptación de la novela homónima de Joxean Sagastizabal, una comedia de corte rural ambientada en el País Vasco de finales de los años setenta, donde se oponía el clásico perfil del urbanita con el corte franco y un poco brutal de los campesinos, además de una historia de iniciación sensual y sexual. La película tuvo cierta repercusión en Euskadi, y supuso una mirada distinta, de alguna forma bucólica, sobre el agro vasco.
Con el documental colectivo Ventanas en el interior (Barrura begiratzeko leihoak, 2012), Gabilondo y los otros cuatro firmantes de los segmentos del film pisaron más de un callo, al presentar en pantalla las historias de otros tantos presos etarras ciñéndose a su perspectiva humana, sin entrar en sus crímenes. Su siguiente film, Las manos de mi madre (Amaren eskuak, 2013), vuelve de nuevo al cine de ficción, en este caso en clave dramática e intimista, en un relato intergeneracional entre madre e hija, adaptación de la novela homónima de Karmele Jaio. De nuevo en el terreno del documental colectivo, en Destierros (Gure oroitzapenak, 2018), Mireia y otros nueve cineastas reinterpretan en diez microcapítulos la obra del escritor Joseba Sarrionandia, antiguo miembro de ETA, huido de la justicia, habiéndose afincado en Cuba, donde ha desarrollado una feraz obra literaria (Nota del autor: ya se podía haber dedicado a esto desde el principio, y no a aterrorizar a propios y extraños...). La última película de Gabilondo, en un nuevo salto temático, es el largometraje Enjambre (Erlauntza, 2020), sobre la obra teatral de Kepa Errasti, una comedia negra de reencuentro de antiguos amigos y compañeros (aquí amigas y compañeras), mayormente con intenciones comerciales, que sin embargo se estrelló en taquilla por los problemas de asistencia al cine por las restricciones de la pandemia.
El caso de Arantxa Echevarría (Bilbao, 1968) es muy distinto; aunque vasca de origen, estudió en Madrid, graduándose en Realización Audiovisual en la Complutense y en Producción en el Sidney Comunity College de la ciudad australiana, dedicándose profesionalmente al cine publicitario y realizando también trabajos para TVE; es una cineasta cosmopolita, por formación, vocación y profesión. Tiene una larga carrera como cortometrajista, de tal manera que, cuando dio el salto al largometraje, no parecía neófita en el formato: ese debut en el largo de ficción fue un acontecimiento, el drama romántico Carmen y Lola (2018), un sensible amor lésbico en el seno de una comunidad, la gitana más tradicional, no precisamente proclive a estas liberalidades. La película gustó mucho y la crítica la respaldó, consiguiendo 2 Goyas. Tras ese primer y personal empeño, Arantxa, lícitamente, ha aceptado el encargo de rodar una comedia, La familia perfecta (2021), sobre el “humor de opuestos”, aunque pronto deriva hacia la búsqueda de la felicidad a través de la sencillez y la naturalidad, sin que el resultado, más allá de la solvencia profesional, sea especialmente interesante; además, Echevarría ha puesto también su saber como directora al servicio de varias series, como El Cid y Días mejores.
Alauda Ruiz de Azua (Barakaldo, 1978) se graduó en la prestigiosa Universidad de Deusto y en la no menos apreciada ECAM de la Comunidad de Madrid, dedicándose profesionalmente al cine publicitario. Tras varios cortos, saltó al largometraje recientemente con Cinco lobitos (2022), acercamiento intergeneracional sobre el fenómeno de la maternidad, con dos direcciones: la de la reciente madre y los problemas inherentes a tal condición, y la de la hija de progenitora anciana que habrá de lidiar, también, con los inevitables conflictos de la edad provecta, en un drama que se irisa de tragedia y ha gustado mucho; la crítica, en general, fue también bastante laudatoria, y se llevó un buen puñado de premios de todo tipo: 3 Goyas, 3 Feroz, 2 Forqué, 2 Platino del Cine Iberoamericano, un Gaudí y cuatro galardones en el Festival de Málaga. Conforme a lo que estamos viendo con habitualidad en estos tiempos, Alauda no hace ascos a prestar su talento para hacer productos de corte puramente comercial: es el caso de Eres tú (2023), rodada por Ruiz de Azúa para Netflix, una dramedia romántica con un chico que tiene la peculiaridad de, con un solo beso, saber si le irá bien, o no, con esa chica... Profesionalmente solvente, aunque encargo impersonal, lo entendemos como el necesario “pane lucrando” inevitable para poder hacer, cuando sea posible, empeños más propios.
La benjamina de las realizadoras vascas es Estíbaliz Urresola Solaguren (Llodio, 1984); es licenciada por la Universidad Pública del País Vasco y tiene un máster en la imprescindible ESCAC; profesionalmente se desempeña como realizadora televisiva. Tiene tras de sí una larga carrera como cortometrajista, excelente banco de pruebas para dar el salto al largo, lo que ha hecho recientemente con 20.000 especies de abejas (2023), sutil drama sobre la identidad sexual infantil, que consiguió la proeza de conquistar el Premio a la Mejor Interpretación en la Berlinale... para Sofía Otero, una niña de 8 años que se ponía por primera vez delante de una cámara... La película ha gustado mucho, consiguiendo la unanimidad de la crítica y varios laureles más, como 2 premios en el Festival de Málaga, apuntándose como una muy probable candidata para los próximos Goyas.
Ilustración: una imagen del rodaje de Carmen y Lola (2018), de Arantxa Echevarría.
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