Enrique Colmena

Se acaba el año 2018 y es tiempo de resúmenes. Como solemos hacer en CRITICALIA, recordaremos aquellas películas que más nos han interesado en los últimos 365 días. Hemos seleccionado 14 films, los 14 magníficos del título, que han sido, a nuestro juicio, lo más granado que ha dado el año; digámoslo ya, el 2018 ha sido un buen año, incluso un gran año desde el punto de vista cinematográfico. La cosecha de títulos en los que la excelencia ha sido la nota dominante nos parece muy amplia, e incluso aquellos que podemos calificar, sin ambages, como buenos, también ha sido notable, en torno a 40 films.

Pero nos centraremos, por aquello de no aburrir, y también por poner en valor (como dicen los politicastros...) esa excelencia de la que hablamos, en esos 14 magníficos que, a nuestro parecer, suponen la crème de la crème (como diría la exquisita protagonista de Los mejores años de Miss Brodie) del año cinematográfico. Como solemos hacer, hablaremos de estas películas agrupándolas por ámbitos geográficos.


España: Cataluña y corrupción

Es curioso que las tres películas españolas de 2018 que, a nuestro entender, alcanzan la categoría de magníficas, o bien nos llegan desde Cataluña (pero sin tocar para nada el conflicto allí existente, lo que tanto se agradece), o bien tratan el candente tema de la corrupción. En el primer caso tenemos Las distancias, un notabilísimo film de Elena Trapé, licenciada en la ESCAC, la prestigiosa escuela de cine barcelonesa, una historia ambientada en Berlín, una historia actual, un penetrante retrato generacional, con actores en general poco conocidos (salvo la siempre estupenda Alexandra Jiménez), de una sutileza abrumadora. También del Principat nos llega Petra, la nueva película del maestro Jaime Rosales, una película hecha a la manera de la cortazariana Rayuela, donde el orden de los capítulos en los que se nos cuenta es importante, y no es cronológico, una historia de lazos sanguíneos, de búsqueda de identidad, de crueldad psicológica sin límites, con una Bárbara Lennie, como siempre también, sublime.

Y el tema de la corrupción política, que siendo uno de los fundamentales de la España del siglo XXI, sin embargo apenas aparece en la pantalla grande, ha sido llevado al cine formidablemente por Rodrigo Sorogoyen en El Reino, una filigrana fílmica que destapa las obscenas cloacas del poder que usa para su beneficio los recursos que hemos puesto a su disposición para gestionar el bienestar de todos; con un Antonio de la Torre extraordinario y con una percutante puesta en escena, cuenta con un notabilísimo elenco de secundarios, en el que destaca ese rostro imprescindible para personajes torvos que es Luis Zahera.


Europa, varia laya

El cine europeo sigue pujante y afortunadamente poliédrico. Tenemos hasta cinco títulos magníficos producidos en el Viejo Continente, aunque algunos de ellos por temática y estética no lo parezcan. Es el caso de Alma mater, de nacionalidad franco-belga, con apoyo logístico libanés, que se ambienta en el Damasco de la conflagración civil que asuela Siria, centrándose en una vivienda, real y simbólica a la vez, defendida a capa y espada por la matriarca del clan, un film que habla de los horrores de la guerra y de cómo esta lo impregna todo, por más que se intente mantener algo parecido a la normalidad. Dirigida por el flamenco Philippe Van Leeuw, sobrecoge por su intensidad y su extraordinario uso de un espacio tan reducido como es un hogar medio de un país árabe, en realidad de cualquier país.

Ya con ambientación en Europa, y con los vistosos ropajes del thriller de terror, la escandinava Thelma, con dirección de Joachim Trier, nos pareció una propuesta interesantísima, como si Bergman rodara Carrie. Porque, efectivamente, ese es el tema inicial, si bien Trier posteriormente lo adensa y dramatiza, lo tensa y desarrolla formidablemente, con una jovencísima Eili Harboe que es ella sola media película. En un tono muy distinto, El repostero de Berlín, con dirección del judío Ofir Raul Grazier pero con coproducción germano-israelí, nos traerá una esquinada historia romántica, donde los roles sexuales se desvanecen, se difuminan, para quedar la pura esencia del amor, del sexo, sin aditamentos, en una excepcional historia preñada de sutileza y buen cine.

Como buen cine es el que nos ofrece el italiano Andrea Pallaoro en su Hannah, intenso drama que nos será contado sin contarnos casi nada, dándonos pistas y dejando que el espectador activo participe en esta desoladora historia de una mujer abandonada por todos por su apoyo sin fisuras al hombre de su vida, que resultará ser también un marrajo; todo ello con una excelsa Charlotte Rampling, que soporta sobre su contenido rostro las convulsiones de una historia contada en voz baja. Cambiando absolutamente de estilo, tema e incluso formato, Caras y lugares, el documental de la veteranísima y entrañable Agnès Varda y el activista urbano JR, es un film sorprendente: creativo, imaginativo, siempre fresco, la feraz mescolanza de una vieja y magistral directora y un joven pujante y con ideas rompedoras, consiguiendo entre ambos una película absolutamente deliciosa.


USA, o la preeminencia del cine indie

Efectivamente, la mayor parte de las mejores películas que nos llegaron desde el otro lado del charco, por la parte superior del Atlántico, fueron producidas en condiciones de cine independiente. Es el caso de Tres anuncios en las afueras, el sobresaliente thriller dramático de Martin McDonagh, lleno de buenas ideas muy bien plasmadas en la pantalla, con un reparto en estado de gracia: Sam Rockwell, Woody Harrelson, sobre todos ellos una inmensa Frances McDormand. Aunque teóricamente más comercial, La forma del agua, del mexicano Guillermo del Toro pero con producción norteamericana, es también un film independiente, ajeno a los grandes “blockbusters” de las “majors”. Su tono “vintage”, su historia voluntariamente deudora del clásico La mujer y el monstruo, su aire como de cuento de hadas, subyugó con razón al público y se llevó los Oscar más importantes, aunque eso no tiene nada que ver con su calidad, con su historia inmortal.

También indie es, a qué dudarlo, Yo, Tonya, la tuneada biografía de la famosa patinadora Tonya Harding, que pasó de heroína a villana en un pispás, un complejo biopic dirigido por Craig Gillespie, con una Margot Robbie en estado de gracia, una historia que enseña, y de qué forma, la atroz cara B del Sueño Americano. La única gran película norteamericana que, a nuestro juicio, es a la vez magnífica y producida por un gran estudio (en este caso Universal) es First Man (El primer hombre), curiosamente también un semifracaso comercial, y todo porque su director Damien Chazelle, con buen criterio, no optó por la fácil hagiografía de Neil A. Armstrong, el primer astronauta en la Luna, sino por contar su vida atormentada por la traumática muerte de su hija de corta edad, un hecho que le marcará indeleblemente en su futuro, incluso cuando esté dando ese primer pequeño paso para el Hombre, un gran paso para la Humanidad... Gran trabajo de Ryan Gosling, pero también de Claire Foy en el papel de su atribulada esposa.


Asia sigue teniendo los ojos rasgados

El cine nimbado de excelencia que nos llega de Asia, como casi siempre, procede de Japón. Así, dentro del universo de los animes, siempre tan pujante, pudimos ver A silent voice, un prodigioso drama de Naoko Yamada sobre la culpa, la redención, el acoso escolar, con una fantástica imaginación a la hora de poner en escena esta lacerante historia. Y con personajes reales, de nuevo Hirokazu Kore-eda nos ha vuelto a convencer con Un asunto de familia, su nueva vuelta de tuerca al mundo de la infancia y las relaciones familiares, donde pone en cuestión, y con cuánta razón, los lazos de sangre.


Yo tengo un tío en (Latino)América...

Lo cierto es que del amplio territorio que va de orillas del río Grande hasta la Tierra del Fuego, solo hemos podido seleccionar un título aureolado con los honores de magnífico. Es Roma, la historia semiautobiográfica del mexicano Alfonso Cuarón, ambientada en la llamada Colonia Roma (de ahí el título, nada que ver con la capital de Italia) del D.F., una historia desarmantemente contada por este cineasta que ha bebido, y de qué manera, en maestros como Welles, Rossellini y Ozu, y el brillante resultado no tiene nada que ver con ninguno de ellos: espléndida.

Ilustración: Una imagen de Roma, de Alfonso Cuarón.