En este 2022 que hemos estrenado recién, como dicen en algunos países de Hispanoamérica, Ridley Scott (South Shields, Condado de Durham, 1937), el director, productor y diseñador de producción británico, además de los 85 años que cumplirá, Deo volente, en noviembre próximo, también alcanzará las seis décadas trabajando en el audiovisual, cifra esa (sesenta años, nada menos) ciertamente poco frecuente.
Lo curioso de Scott es que en su filmografía como director, que es mayormente de la que hablaremos (y por la que tiene ya, desde luego, un lugar destacado en cualquier Historia del Cine), ha tocado casi todos los géneros, casi todos los palos de la baraja, un poco a la manera en la que lo hacían los directores del Hollywood clásico, aunque sin el pie forzado de aquellos, que, a sueldo de las “majors” de la época (casi todas las de ahora, más la todopoderosa y poliédrica Disney), trabajaban en lo que les dijera su patrón, llamáranse Zanuck, Mayer u O’Selznick, entre otros grandes magnates del cine de la época. En el caso de Ridley no estamos en ese caso, sino en el de quien es ecléctico por elección, quien gusta de hacer casi todo tipo de cine, de afrontar retos diferentes cada vez, lo que ciertamente es de agradecer, aunque también es verdad que donde ha dado lo mejor de sí ha sido en dos géneros muy concretos, la ciencia ficción y el terror (éste entreverado de “sci-fi”, es cierto).
Niño de la guerra, hijo de militar que estuvo mucho más tiempo fuera del hogar que dentro durante aquellos primeros años de infancia, la rigidez materna sería el norte en el hogar del pequeño Ridley (también de su hermano Tony, que se dedicó al mismo negocio). Se formó en el prestigioso Royal College of Art de Londres, y a partir de 1962 comienza a trabajar en la BBC como diseñador de producción. En esa tarea se desempeña hasta 1965, en la que pasa a realizar programas para la famosa cadena británica: cortos, teledramáticos, series... Simultáneamente, junto con su hermano Tony y otros talentos emergentes de la época, crea una productora, Ridley Scott Associates (RSA), con la que filmará buen número de spots televisivos que le reportará dinero y, sobre todo, le permitirá conseguir un estilo propio, un estilo elegante, brillante, en el que la imagen y la estética priman, aunque no sean los únicos elementos a tener en cuenta.
A partir de 1977 se pasa al cine, y entonces ya tomará definitivamente las riendas de su carrera. Desde entonces, como director, ha realizado un total de 27 largometrajes, de temática de casi toda laya, como veremos...
Terror
Uno de los dos grandes hitos de Ridley en el cine, por el que tiene, como decimos, asegurado ya un lugar en el Olimpo de los grandes, y que además ha marcado indeleblemente el cine del último medio siglo, es, qué duda cabe, Alien, el octavo pasajero (1979), afortunadísima mixtura entre terror y ciencia ficción, la historia de una nave espacial, que lleva el conradiano nombre de Nostromo, y de sus siete tripulantes, que se encontrarán lo inimaginable, llevando con ellos, sin saberlo, el horror a la nave, con escenas que en su momento fueron brutales, como la famosa que acontece cuando el personaje de John Hurt parece que se ha atragantado mientras come... La película creó tendencia, y de hecho desde entonces raro es el alienígena (en su faceta “mal bicho”, se entiende, no en la de tipo Bambi de E.T., el extraterrestre) que no se parece al monstruo de Alien, o a un primo carnal suyo; con maestros en el diseño de producción como H.R. Giger y Carlo Rambaldi, con Sigourney Weaver al frente de la película, en un personaje que ha marcado para siempre su carrera, la película reveló a un cineasta al que se le auguraba un porvenir deslumbrante, como así fue, aunque es cierto que no siempre (más bien casi nunca...) volvió a estar a esa misma altura.
Como cabía esperar, de ese éxito comercial y artístico se hicieron numerosas continuaciones, la mayor parte dirigidas por otros, pero ya en el siglo XXI dos de ellas sí contaron con Ridley a los mandos, Prometheus (2012) y Alien Covenant (2017), ambas precuelas de la historia primigenia, ambas muy inferiores también a esa primera e inimitable (a fuer de imitada hasta la saciedad...) entrega de la saga.
En cuanto a Hannibal (2001), se puede reputar como su aportación al cine de terror en estado puro, no contaminado (qué propio el término, dado el tema “alienígena”...) por otros géneros. No es esta precisamente la mejor película de Ridley, una continuación que realmente es una precuela de la famosa El silencio de los corderos (1991), un prestigioso clásico moderno, pero que, en el caso de la película de Scott, nunca llegó, ni de lejos, a la excelencia de la película de Demme, a pesar de contar, de nuevo, con el carismático personaje creado para la ocasión por Anthony Hopkins, que pasará a la Historia del Cine, sin duda, por su personaje de Hannibal Lecter.
Ciencia Ficción
La primitiva Alien y las siguientes aportaciones a la serie del bicho extraterrestre con más mala leche de la galaxia (con permiso del monstruo de la saga de Predator, que también se las traía...) eran, además de películas de terror, también de ciencia ficción, pero hemos preferido incluirlas en el apartado anterior para dejar sola a la “sci-fi” pura que supone Blade Runner (1982), la otra gran cumbre ridleyana, un auténtico monumento a la altura de un 2001. Una Odisea del Espacio (1968) (de la que Scott se declara rendido admirador, y cuya visión determinó el tipo de cine que quería hacer, según ha declarado), ciencia ficción con intenciones filosóficas: ahí es nada, el ser humano ha creado otros seres humanos, dotados de inteligencia y fuerza descomunales, pero para impedir posibles rebeliones contra su creador, les ha puesto fecha de caducidad, como si fueran yogures... Con esa historia, un cazador de androides cuyo ADN humano es más falso que un pasaporte COVID comprado en la internet profunda, y un replicante (el bello nombre con el que se designa a las creaciones humanoides perpetradas por el hombre), Scott consiguió una de las cimas del cine, del Cine, produciendo 35 años después una plausible continuación, Blade Runner 2049 (2017), que contó con Denis Villeneuve a los mandos.
También de ciencia ficción, aunque más cercana y realista, es Marte (The Martian) (2015), una aventura bastante más prosaica que la que Ridley pergeñó a partir de un relato de Philip K. Dick; porque en este nuevo film Scott lo que nos cuenta es nada menos que la peripecia de un Robinson Crusoe... cuya isla está a unos doscientos millones de kilómetros de la Tierra, una bagatela, allí en el Planeta Rojo al que se supone que el ser humano viajará en la próxima década. No hay aquí filosofía, ni teología, sino aventura pura y dura, casi un manual de supervivencia sobrevenida, bien narrada y con el estilazo habitual del director, virtudes nada desdeñables...
Cine histórico
Es curioso que Ridley empezara a hacer cine con Los duelistas (1977), que algunos reputaron una especie de Barry Lyndon (1974) menor, un homenaje a otra de las obras maestras de Kubrick. Porque ese tipo de cine histórico se ha repetido en mayor medida que ningún otro género en la filmografía de Scott como director, cubriendo la mayor parte de la Historia. Si procedemos por orden cronológico de los acontecimientos, la primera película que nos encontramos sería, entre la historia y la leyenda, Exodus: Dioses y reyes (2014), en la que Ridley recrea los hechos narrados en el Antiguo Testamento, concretamente en el libro del Éxodo, en la época en la que los judíos moraban en el Egipto milenario y uno de sus hijos, Moisés, creció como un igual junto al que sería el Faraón Ramsés, hasta que las penurias a las que era sometido el pueblo de Yahvé hizo que el príncipe hebreo se rebelara contra el que fue como su hermano; la historia es, en puridad, la misma que Cecil B. de Mille llevó a la pantalla en dos ocasiones, en 1923 y en 1956, con el título de Los Diez Mandamientos, aunque la versión más recordada es la segunda (de la primera, la verdad, no se acuerda nadie...); sin embargo Scott aquí consiguió una de esas “proezas”, por llamarlo de alguna manera, difíciles de lograr: a su lado, la versión de 1956 de De Mille era muchísimo más moderna y actual que la suya, realizada medio siglo largo más tarde...
Saltaríamos ya a lo que es propiamente Historia en Gladiator (2000), ambientada en pleno Imperio Romano, en el siglo II d.C., concretamente, en la intersección de los mandatos de Marco Aurelio, un humanista, un pensador, y su hijo Cómodo, un fementido hideputa, como dirían nuestros ancestros del Siglo de Oro. En ese tiempo convulso, Máximo Décimo Meridio, laureado general del primero y escarnecido esclavo del segundo, habrá de enfrentarse como gladiador al poder omnímodo del césar, en una película que, ciertamente, tiene resabios de la historia del esclavo rebelde por antonomasia, Espartaco. Gladiator fue otro de los grandes éxitos de Ridley, consiguiendo un resonante triunfo comercial (sus ingresos en taquilla multiplicaron por 4,5 millones su holgado presupuesto) y, sobre todo, artístico, constituyéndose en uno de esos pocos clásicos instantáneos que da el cine de nuestro tiempo, consiguiendo 5 Oscars y revitalizando la carrera de su director.
Otro salto más en la Historia y nos vamos a la Baja Edad Media, en concreto al siglo XII, centuria en la que Ridley sitúa históricamente dos de sus películas: una sería El Reino de los Cielos (2005), su versión sobre los hechos acontecidos en una de las Cruzadas, concretamente en la cuarta (última de las grandes; después vendrían Cruzadas menores...), en la que los ejércitos cristianos se enfrentaron al todopoderoso sultán Saladino por la conquista de Jerusalén, en una película no precisamente atinada que no funcionó mayormente en taquilla ni en general interesó a nadie. En ese mismo siglo XII se ambienta también Robin Hood (2010), otra peli entre la Historia y la leyenda, porque el tal Robin como personaje real es dudoso que existiera, aunque sí, evidentemente, el mito universal de alguien que fue el paradigma del héroe popular que luchaba contra el déspota de turno. Con Russell Crowe como protagonista, quizá intentando reeditar el éxito de su anterior proyecto en común, Gladiator, la película tuvo cierta repercusión, aunque se resentía de un problema no menor: supuestamente, las aventuras allí relatadas eran las que el tal Robin, aquí apellidado “de Longstride”, realizaba “antes” de las que hicieron famosas películas como Robín de los Bosques (1938), de Michael Curtiz y William Keighley, Robin y Marian (1976), de Richard Lester, o Robin Hood, príncipe de los ladrones (1991), de Kevin Reynolds, por citar tres films de épocas distintas y con enfoques también muy diferentes; pero resulta que Crowe, el protagonista, tenía ya en el momento del rodaje 46 años, con lo que si este era el Robin joven, ¿qué edad tenía el legendario que hemos visto en tantas pelis? Vamos, enteramente Robin Hood en el Imserso...
Nos vamos ahora al siglo XIV, todavía en la Baja Edad Media, para encontrarnos con una de las últimas pelis de Ridley, El último duelo (2021), que narra, a la manera de la kurosawiana Rashomon (es decir, con distintas versiones, todas ellas escenificadas en pantalla), la verídica historia del último duelo legal que tuvo lugar en Francia, entre dos nobles amigos, uno de los cuales será acusado por la mujer del otro de violación, lo que conllevará el duelo de honor del título, en una película que se ha evidenciado como uno de los films más interesantes y potentes de la última etapa de Scott.
Volvemos a dar un salto temporal y nos encajamos a comienzos de la Edad Moderna o finales de la Edad Media, según se vea: estamos en la última década del siglo XV, en España, momento histórico que recoge 1492. La conquista del paraíso (1992), rodada por Ridley en localizaciones españolas, recreando lo que fueron los entresijos de la puesta en marcha de la expedición comandada por Cristóbal Colón en el año del título, que buscaba las Indias y se encontró un continente allí en medio... Con Gérard Depardieu como convincente (aunque con acento franchute...) Colón, la película se incardinó en los fastos de celebración de los 500 años del descubrimiento de América; teniendo valores, tampoco fue precisamente un prodigio ni de exactitud histórica ni (lo que es peor, a nuestro parecer) de calidad cinematográfica, sin por ello ser un film deleznable, que no lo era; y es que difícilmente Ridley Scott va a hacer tal cosa, ciertamente...
El cine histórico según Scott, curiosamente, se cerrará cronológicamente con su primera película de largometraje para el cine, Los duelistas (1977), que ya hemos indicado fue recibida como una especie de respuesta al Barry Lyndon kubrickiano. Aquí nos vamos a principios del siglo XIX, en la Francia pre-bonapartista, en el ámbito castrense, en el que, por un quítame allá esas pajas, se iniciará una pugna no precisamente sorda entre dos oficiales del ejército, propiciada por uno de ellos, un belicoso y más bien obtuso militar que tomará como una cuestión de honor vencer a otro soldado, duelo que se prolongará, intermitentemente, a lo largo de los años como si no tuvieran nada mejor que hacer... La película ya presentaba las líneas maestras formales de lo que sería el cine de Ridley en las siguientes cuatro décadas largas (y las que le queden mientras tenga fuelle para seguir rodando...): gusto por un esteticismo nunca vacío, elegancia en la filmación, exquisito diseño de producción, factura impecable.
Pero hay más géneros que, como los palos de la baraja, Ridley Scott ha tocado. De ellos hablaremos en el siguiente capítulo de este díptico...
Ilustración: Matt Damon y Adam Driver, en una imagen de El último duelo (2021), una de las películas históricas de Ridley Scott.