A partir de esta segunda entrega del serial que estamos acometiendo, conforme a lo previsto, vamos a ir repasando, por comunidades autónomas, el cine realizado por mujeres en este siglo XXI. Por el alto número de mujeres que se desempeñan desde principios de esta centuria como directoras en esa autonomía, pero también, por qué no reconocerlo, por barrer un poco para casa, comenzaremos por Andalucía...
Algunas pinceladas sobre el cine andaluz
Para ver cómo ha sido posible que una docena de mujeres estén dirigiendo cine en Andalucía desde principios de siglo, habrá que recordar de donde se viene. Por supuesto, de las mujeres realizadoras anteriores nacidas en Andalucía, como Josefina Molina, Pilar Távora y Chus Gutiérrez, a las que nos hemos referido en el primer capítulo de esta serie, titulado Preámbulo: las pioneras; pero también, y singularmente, por los distintos hitos que se han ido dando en la Historia del Cine Andaluz, y que se pueden resumir en cuatro películas que han marcado otras tantas etapas: la primera, sin duda, la seminal Manuela (1976), la película de Gonzalo García Pelayo que, con el cuerpo de Franco aún casi caliente, ponía la primera piedra en este largo camino que es el Cine Andaluz, con la que se considera con toda justicia la primera película de este fenómeno, tanto por su producción (dato fundamental a la hora de fijar el ámbito administrativo del producto audiovisual) como por su temática, su estética e incluso en parte por su equipo técnico y artístico. Lo cierto es que desde entonces, y durante alrededor de 15 años, el cine andaluz intentó sacar cabeza de diversas formas, desde el cine de autor hasta el descaradamente comercial, sin mucho éxito. Tendría que llegar el fin del siglo XX para que el segundo hito se produjera: Solas (1999), la ópera prima del lebrijano Benito Zambrano, daba la campanada nada menos que en la Berlinale, donde conseguiría 3 premios y una ovación de gala, lo que le abriría las puertas en España: los premios andaluces y nacionales se amontonaron, entre ellos 5 Goyas (y otras 6 nominaciones), y en recaudación fueron casi un millón de personas las que pasaron por taquilla para verla: había partido, como dicen los futboleros... El tercer hito será, unos años más tarde, la película de Alberto Rodríguez 7 vírgenes (2006), que de nuevo consigue numerosos galardones, entre otros 1 Goya y otras siete nominaciones a esos premios, y es vista por un millón de espectadores, confirmando que el cine andaluz no era solo Benito Zambrano, sino que Alberto Rodríguez (y una creciente miríada de nuevos valores) venían pegando fuerte. La reválida vendría de la mano de nuevo de Rodríguez, quien con La isla mínima (2014) consigue varias proezas: entre otros muchos laureles, arrasa en los Goyas con 10 “cabezones” y otras 6 nominaciones más, y en taquilla se va a 1,3 millones de espectadores.
Sobre esa base, más las cineastas pioneras citadas, se entiende mejor que Andalucía, a día de hoy, cuente con una docena de directoras de toda solvencia, que vamos a comentar. Esa docena de realizadoras, curiosamente, se dividen casi al cincuenta por ciento entre directoras de productos de ficción y directoras de documentales, sin que apenas haya cineastas que incidan en el otro campo que es el suyo propio.
Creadoras de ficciones
Celia Rico Clavellino (Constantina, Sevilla, 1982), graduada en las universidades de Sevilla y de Barcelona, es de las directoras con mayor crédito como tal, y curiosamente ese crédito le viene prácticamente de un único título, la dramedia Viaje al cuarto de una madre (2018), una pequeña filigrana con apenas dos personajes, la madre del título y la hija veinteañera, en un relato que suena bastante a autobiográfico, quizá casi una docuficción, con las tensiones inevitables entre madre e hija cuando una quiere seguir ejerciendo como tal, con sobreprotección incluida, y la otra quiere volar libre, pero a la vez no quiere herir a su progenitora, en un film que sería justamente alabado por su tono callado y su corte realista de irisaciones costumbristas, una película que sabía mucho a verdad. De ese éxito a su escala (varias nominaciones a los Goyas, premiada en los ASECAN, Feroz, Forqué, Gaudí, Sant Jordi, CEC... y en el festival de San Sebastián) procede su segundo proyecto, Los pequeños amores (2023), con temática que no parece demasiado distinta, en un drama intergeneracional que aún espera fecha de estreno.
Ana Rosa Diego (Sevilla, 1969), que también se desempeña en otros oficios cinematográficos, como dirección de producción y de cásting, es autora de un único largometraje de ficción (y de varios cortos, es cierto), titulado Siempre hay tiempo (2009), también conocido como Héctor y Bruno, una historia de nuevo intergeneracional (parece que el tema interesa mucho actualmente, y no solo en Andalucía), con abuelo y nieto obligados a convivir sin apenas conocerse.
Por su parte, Violeta Salama (Granada, 1982), licenciada en Comunicación Audiovisual y con su formación perfeccionada en la canadiense Vancouver, se ha desempeñado generalmente como ayudante de dirección de gente tan interesante como Pablo Berger, para después volar sola ya como directora con su interesante Alegría (2021), cuya peculiaridad estribaba sobre todo en su localización, Melilla, ciudad donde vivió Violeta de joven, y en su temática, una historia en la que se entrelazaban, en clave de nuevo intergeneracional (uno de los asuntos recurrentes del cine dirigido por mujeres de nuestro siglo), las tres religiones monoteístas fundamentales del ser humano, cristianismo, judaísmo e islamismo, en un crisol que no rechinaba nunca. Esa buena impresión le ha permitido desempeñarse profesionalmente ya a nivel dirección en la serie Días mejores, por lo que parece claro que Salama se ha incorporado ya plenamente a la élite del cine andaluz.
Marta Díaz de Lope Díaz (Ronda, Málaga, 1988), aunque últimamente firma solo como Marta Díaz, quizá para que su nombre no tenga resabios de palíndromo, se graduó en Dirección en la prestigiosa ESCAC, con lo que ya tiene, de entrada, una muy sólida formación. Fogueada en laureados cortos con títulos como Los pestiños de mamá, que ya indican que su cine no va de gente con el meñique tieso, su primer largo, Mi querida cofradía (2018), sorprendió por su mezcla de comedia, drama y thriller, y, sobre todo, por hacerlo dentro de un contexto, las hermandades de Semana Santa, muy poco frecuentado por el cine. Ese éxito, con premios en el Festival de Málaga y en los ASECAN, le ha permitido tener ya a punto de estreno su segunda película, Los buenos modales (2023).
Ángeles Reiné (Cádiz, c.1970) se ha dedicado en la mayor parte de su carrera profesional al cine publicitario, hasta que hace unos años se sintió tentada por la ficción audiovisual, habiéndose desempeñado como realizadora en algunos episodios de la serie Doctor Mateo, para posteriormente, en ese mismo oficio, dirigir dos comedias para pantalla grande, Salir del ropero (2019), sobre la salida del “closet” cuando se produce en edades provectas, y Héroes de barrio (2022), que ponía el énfasis, con clave de humor, en las dificultades de un padre separado para no defraudar a la hija futbolera, entre medias verdades y mentiras enteras, con aparición en plan cameo del futbolista Joaquín, antes de que partiera la pana en sus programas televisivos.
Laura Alvea (Sevilla, 1976) es probablemente la más versátil de las directoras andaluzas que vienen desarrollando su carrera en este siglo XXI: la tarea en la que más se ha desempeñado ha sido la de ayudante de dirección, con más de una treintena de títulos en los que ha actuado como tal, habiendo trabajado a las órdenes de directores como Carlos Saura, Jesús Ponce, Paco León, Manuel Martín Cuenca y Benito Zambrano, entre otros, así que su aprendizaje a pie de rodaje ha sido de primera clase. Además es una reputada directora de cásting, guionista y directora, en estos dos últimos casos casi siempre en comandita con José Ortuño, otro talento del cine andaluz. Ambos han codirigido un puñado de cortos y documentales (en ese aspecto, Laura es la excepción de la regla que citábamos al comienzo de este artículo), además de dos largos de ficción, la curiosísima The extraordinary tale (2013), entre Amélie, Delicatessen y los cuentos crueles, y la propuesta de género (de terror, concretamente) Ánimas (2018), sobre una novela original de Ortuño. Profesionalmente Alvea ha dado un paso de gigante al dirigir dos de los seis episodios de la serie La chica de nieve, uno de los grandes éxitos de la temporada en Netflix, lo que sin duda le abrirá nuevas puertas en su desarrollo como cineasta.
Por su parte, Macarena Astorga (Archidona, Málaga, c. 1980) es licenciada en Comunicación Audiovisual y en Ciencias de la Educación por la Universidad malagueña, impartiendo clases en un instituto de su ciudad natal hasta que hace unos años pidió excedencia para dedicarse en cuerpo y alma a la dirección cinematográfica; como tal se inició con varios cortos que recibieron numerosos galardones e incluso alguno estuvo nominado al Goya. Se estrenó en el largometraje con La casa del caracol (2021), film de terror psicológico que contó con un repartazo (Paz Vega, Javier Rey, Elvira Mínguez, Pedro Casablanc, Jesús Carroza...), y ese mismo año hizo doblete, en un género diametralmente opuesto, la comedia, con El refugio (2021), demostrando con ello un apreciable eclecticismo temático y una interesante versatilidad.
Realizadoras de documentales
Comenzaremos este epígrafe con Laura Hojman (Sevilla, 1981), licenciada en Historia del Arte y Gestión Cultural por la Universidad Hispalense. Además de directora se desempeña como productora, con su empresa (junto a su colega Guillermo Rojas) Summer Films, y es también guionista y montadora. Como directora ha realizado tres documentales relacionados con autores literarios, siendo los tres muy bien recibidos por público y crítica, modélicos todos ellos, desde Tierras solares (2018), en torno a la figura de Rubén Darío en su viaje por Andalucía a principios del siglo XX, hasta A las mujeres de España. María Lejárraga (2022), que revela en toda su grandeza el personaje de la escritora citada en el título, esposa del dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, para quien escribió prácticamente toda la producción teatral y ensayística de éste, quedándose ella siempre a la sombra; este documental sería galardonado en los premios Carmen y ASECAN, así como en el Festival de Huelva, e incluso estuvo nominado al Goya. Y, desde luego, la que para nosotros es su obra maestra, Antonio Machado. Los días azules (2020), perfecta simbiosis de poesía, historia, evocación literaria, política y biográfica del autor de Juan de Mairena, que arrasó en los Premios ASECAN.
Remedios Malvárez (Huelva, 1968), inicialmente especializada en la fotografía profesional, se viene desempeñando desde hace algunos años también como guionista, directora y productora (a través de su empresa Producciones Singulares) de varios documentales en los que el factor cultural andaluz, pero también social, es fundamental, como es el caso de Alalá (2016), sobre el marginado barrio sevillano de Las Tres Mil, pero a la vez cuna de grandes profesionales del cante jondo, centrándose el film en una humilde academia de flamenco que, sin ayudas públicas, es un faro de esperanza para el degradado arrabal; y Menese (2018), sobre el famoso cantaor, que además fue un hombre de fuerte compromiso político. Malvárez culminará esta que podríamos llamar su Trilogía Social con Pico Reja. La verdad que la tierra esconde (2021), codirigida con Arturo Andújar, estremecedor documental sobre la excavación de la fosa común a la que se refiere el título, situada en el cementerio de Sevilla, donde se encuentran enterradas de forma anónima más de mil personas ejecutadas durante la dictadura franquista, un film que, tan merecidamente, fue premiada en los Carmen, ASECAN y Festival de Huelva.
El cine comprometido de Paola García Costas (Sevilla, c. 1980) es de otra índole: graduada en la Universidad Autònoma de Barcelona y con estudios también en la imprescindible ESCAC, Paola ha dirigido dos documentales relacionados con las enfermedades raras, en concreto con la enfermedad de Rett, buscando su visibilización pública: el primero se titula Línea de meta (2015), más modesto, y el segundo, Todos los caminos (2018), gracias a la intervención de Dani Rovira, alcanzó mayor alcance, dada la gran popularidad del actor malagueño.
Vanesa Benítez (Osuna, Sevilla, 1980) es también documentalista, pero en otro tono. Su ópera prima, Rota n’Roll (2017) es una mirada entre nostálgica y cómplice sobre la villa de Rota y cómo el desembarco (casi literal...) de los norteamericanos en los años sesenta con motivo de la instalación en su término municipal de la Base Naval, cambió la fisonomía, el paisaje y, sobre todo, el paisanaje de una localidad hasta entonces volcada a lo rural, como todas las de su entorno. Y La vida chipén (2021) es quizá una variante sobre el mismo tema, una mirada hacia la Costa del Sol de los años sesenta, con la explosión del turismo, las suecas y los bikinis, desde la perspectiva de un viejo fotógrafo de la época, una inusual apuesta fílmica que sería nominada a un Goya.
El lector puede consultar también en Criticalia los siguientes artículos, relacionados con el tema tratado en este texto:
--Cine andaluz. Denominación de origen (Autor: Rafael Utrera Macías).
--Pujanza y vigencia del cine andaluz (Autor: Enrique Colmena).
Ilustración: Una imagen del rodaje de Alegría (2021), de Violeta Salama.
Próximo capítulo: Directoras españolas del siglo XXI: la gran eclosión (III). Cataluña