El reciente estreno simultáneo de las dos últimas películas de Marco Bellocchio (El rapto), y Wim Wenders (Perfect days), nos permite invocar el espíritu del historiador griego Plutarco, famoso fundamentalmente por sus Vidas paralelas, biografías comparadas que publicó sobre grandes hombres romanos y griegos, en textos justamente célebres como los dedicados a Alejandro y César, o a Demóstenes y Cicerón. A la manera de Plutarco, queremos aquí ver las similitudes (bastantes) pero también las diferencias (algunas) entre Bellocchio y Wenders, dos cineastas ciertamente importantes en sus trayectorias artísticas, dos cineastas que forman parte, evidentemente, de la Historia del Cine del último cuarto de siglo XX y de este primero del XXI.
Empezaremos por las similitudes, que nos parecen más que las diferencias; la edad aproximada sería quizá la más evidente: cuando se escriben estas líneas, Bellocchio tiene 84 años y Wenders 78; ambos, entonces, se encuentran plenamente inscritos en eso que se llama, de forma un tanto eufemística, tercera edad. Pero, al contrario de lo que suele ocurrir con el común de los mortales, que a esas edades se dedican a disfrutar de la bien merecida jubilación, cuidar de los nietos y supervisar exhaustivamente las obras de la calle, amén de hacer viajes con el Imserso y tener una dieta a base de sopita y buen vino, como dice el refrán, tanto Marco como Wim siguen profesionalmente a pleno rendimiento, como si en vez de tener ocho décadas (o casi) a las espaldas, anduvieran ahora por los tres o cuatro decenios, como mucho.
Ambos son de ideología política de izquierdas, si bien con apreciables diferencias en la forma en la que han canalizado este asunto en su cine: Bellocchio, de una forma muy evidente, combativa, afrontando con frecuencia en sus películas temáticas de denuncia de actitudes y formas contrarias a los derechos humanos, o antidemocráticas, o de abusos de poder, entre otras temáticas, siempre social y políticamente comprometidas, mientras que el caso de Wenders es mucho más etéreo, siendo su visión del mundo mucho menos ideologizada, con un izquierdismo difuso y nada sectario, con una cierta mirada, no necesariamente negativa, sobre el proceso de americanización de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de la ocupación yanqui (y de sus aliados) del país durante los cuatro años que ésta duró, y posteriormente con el desarrollo del Plan Marshall.
Son similares también sus fulgurantes inicios, en los años sesenta y setenta, cada uno de ellos con una serie de películas que los catapultarían a puestos privilegiados dentro del cine europeo y mundial. Igualmente es llamativo que, tras esa primera embestida que duró un par de decenios, sus estrellas se difuminaron durante lo que quedaba de siglo, con títulos que desmerecían claramente con respecto a sus anteriores films, mucho más estimables. También coinciden en, a partir del siglo XXI, ya con una edad (sesentones ambos), volver a hacer un cine que de nuevo interesa al público.
No seríamos honestos si no citáramos también algunas diferencias apreciables; por ejemplo, el ámbito geográfico, estético y social en el que cada uno de ellos ha desarrollado su carrera: mientras que Marco es un cineasta muy italiano, que ha circunscrito prácticamente toda su carrera a su país natal, y con temáticas y estéticas plenamente inscritas en la vida y la historia de Italia, Wim ha hecho del cosmopolitismo una de sus señas de identidad, y, además de en su país, Alemania, ha rodado en otros muchos, desde Estados Unidos a Japón, desde Portugal a Rusia, desde Cuba a Holanda, desde Brasil hasta incluso España. También el tono de sus películas es bastante distinto, prefiriendo Bellocchio el realismo puro y duro (aunque en los últimos años se ha dejado caer con algunos toques fantásticos), mientras que Wenders, con cierta recurrencia, se deja llevar por historias en las que hay elementos mágicos o con toques aparentemente sobrenaturales.
Volviendo al peculiar paralelismo que apreciamos en las carreras de Bellocchio y Wenders, en cuanto a cómo el cine de ambos impactó en sus primeras décadas, para después caer en un cierto marasmo, incluso olvido, para resurgir con el siglo XXI, recordaremos que Marco conseguiría su primer éxito con Las manos en los bolsillos (1965), mirada no precisamente benévola sobre la familia burguesa, a la que seguirían otros films que impactaron poderosamente en la Italia de la época, y en la que se despachó a gusto contra las fuerzas vivas del país (en puridad, de todo país, no solo Italia...); así, vuelve a darle caña a la familia en China está cerca (1967), aunque ahora ya con implicaciones políticas, entre ellas el maoísmo, que por aquella época (sí, aunque esto sea difícil de creer con la perspectiva que nos da el tiempo...) gozaba entre las juventudes europeas más o menos ilustradas de un sorprendente crédito. A la religión católica le dio estopa Marco en En el nombre del padre (1971), y a la prensa sensacionalista y a los partidos de extrema derecha, en Noticia de una violación en primera página (1972), en el contexto del cine de fuerte contenido político que hizo furor en Italia en los primeros años setenta. En 1976 le tocaría el turno al ejército en Marcha triunfal, y ya en los ochenta, al poder judicial en Salto al vacío (1980).
A partir de aquí, en esa década de los ochenta su cine bajará ostensiblemente de nivel, con solo un par de títulos de algún interés, Gli occhi, la bocca (1982) y El demonio en el cuerpo (1986), esta última más por razones sensacionalistas (fue una de las primeras películas europeas comerciales que incluyó una escena de pornografía real) que por sus verdaderos valores cinematográficos. Tras este último título, Bellocchio sigue haciendo cine, pero lo hace sin mucho tino; las películas se suceden, pero no así su repercusión. Tendrán que pasar casi dos decenios para que, ya en el siglo XXI, volvamos a tener un Bellocchio apreciable, en la controvertida Buenos días, noche (2003), crónica emocional y en buena medida emocionante sobre el secuestro y asesinato del primer ministro Aldo Moro, uno de los grandes traumas históricos del país itálico. A partir de ahí ya vuelven las temáticas y las formas cinematográficas atractivas: Vincere (2009), peculiar visión sobre Mussolini, desde la perspectiva de su conflictiva relación con su primera pareja; Sangre de mi sangre (2015), curiosa aproximación a un tema de época que incluye la aparición de vampiros (oh, cielos, un anatema para un ateo como Marco...); El traidor (2019), formidable disección del proceso en el que el estado italiano se enfrentó, literalmente a muerte (que se lo digan al juez Falcone, reventado por mil kilos de dinamita), contra Cosa Nostra, en la que se puede considerar la mejor película de Bellocchio de esta etapa de su “segunda juventud”; y El rapto (2023), briosa crónica histórica sobre un lacerante hecho, el secuestro que ejecutó la jerarquía católica a mediados del siglo XIX sobre un niño judío que había sido bautizado en secreto por una mucama demasiado temerosa del infierno, un hecho que precipitó la caída de los Estados Pontificios, la creación de Italia como estado moderno y la limitación del poder terrenal del Papa a los exiguos dominios del Vaticano.
Por su parte, Wim Wenders alcanzaría la notoriedad progresivamente a través de una serie de películas rodadas en su Alemania natal, todas ellas hechas desde una cierta perspectiva existencialista, con una fuerte influencia de la izquierda intelectual alemana de la época (fundamentalmente Peter Handke): El miedo del portero ante el penalti (1972), Alicia en las ciudades (1974), Falso movimiento (1975), libremente inspirada en Goethe; y En el curso del tiempo (1976); la influencia yanqui en su cine se empezará a notar a partir de El amigo americano (1977), muy personal adaptación de la novela de Patricia Higsmith, para después saltar a Estados Unidos, donde rodará el estremecedor documental Relámpago sobre agua (1980), sobre la agonía de Nicholas Ray; El hombre de Chinatown (1982), fallido intento de hacer cine negro en clave “new age”, hecho para la productora de Coppola justo cuando este se había arruinado con su Corazonada, lo que hizo que el montaje final no fuera precisamente el ideal. De vuelta a Europa rueda El estado de las cosas (1984), sobre un rodaje en Portugal en el que lo mejor serían precisamente las hipnóticas escenas de la película supuestamente rodada, para volver a los USA para rodar otra de sus obras mayores, París, Texas (1984), crónica del desaliento, de la angustia de vivir, con un espléndido dueto formado por Harry Dean Stanton y Nastassja Kinski, y la impronta del gran Sam Shepard en el guion. Su última gran película de la época, ya de vuelta a Alemania, será Cielo sobre Berlín (1987), crónica de dos ángeles y sus distintas visiones de los seres humanos a los que, se supone, han de guardar.
A partir de ahí, como si lo hubiera mirado un tuerto, Wenders no vuelve a dar en la diana durante mucho tiempo. Tendrá algunos aciertos parciales, como Lisboa Story (1994), el documental musical cubano Buena Vista Social Club (1999) y el de nuevo muy norteamericano Llamando a las puertas del cielo (2005), pero en general pareció evidente que su mejor tiempo creativo había pasado. Incluso hubo algunos títulos, como El hotel del millón de dólares (2000) e Inmersión (2017), que eran directamente horribles.
Menos mal que, al igual que Bellocchio, en los últimos años Wenders da evidentes señas de recuperación, con títulos como sus documentales artísticos Pina (2011), sobre la gran bailarina alemana Pina Bausch, fallecida dos años antes, y Anselm (2023), sobre el pintor y escultor alemán Anselm Kiefer. Pero, sobre todo, el film que nos reconcilia con el Wenders que habíamos admirado tanto es Perfect days, su último estreno, de nuevo lejos de su tierra, ahora en Japón, lugar ideal para la historia de su protagonista, un sesentón que era feliz fregando retretes, quizá como la forma de encontrar la paz que no tuvo en su familia, en una película ciertamente hermosa y diferente, que nos devuelve al Wenders más en forma, como si los años no hubieran pasado desde París, Texas o Cielo sobre Berlín.
Ilustración: una imagen de El rapto (2023), película de Marco Bellocchio.