Enrique Colmena

El cine de temática LGTB (recordemos el acrónimo: relativo a personas que son lesbianas, gays, transexuales o bisexuales; aunque últimamente se están añadiendo más siglas, daremos por buena esta composición básica para entendernos) tiene en la Historia del Cine dimensiones de océano (y no precisamente el Glaciar Ártico, el más pequeño de todos). Si pretendiéramos dar cabal cuenta de este tipo de cine desde que se inventó el llamado Séptimo Arte hasta nuestros días, necesitaríamos no ya un libro, sino una enciclopedia, esa cosa antigua del siglo XX. Así las cosas, y tomando como excusa que estamos en torno a las fechas en las que se celebra en Occidente (en Oriente, particularmente en los países de religión musulmana, ni se les ocurre, por obvias razones...) las fiestas del Orgullo Gay, vamos a, más modestamente, tomar el pulso a lo que se hace hoy día en el cine de temática LGTB en el mundo, tomando como referencia la cosecha del último año, por lo que hablaremos en este artículo de las películas más significativas que, con ese asunto como eje central de sus tramas, se han podido ver en nuestras pantallas.

Nuestra idea es la de ir haciendo en años sucesivos, más o menos por estas fechas, una aproximación al fenómeno LGTB en el cine, recopilando lo que en cada año haya sido más relevante en el audiovisual dentro de la temática homosexual, usando este término por supuesto de forma lata, como una sinécdoque. 

Nos centraremos, por tanto, en este artículo, en lo que ha dado de sí la temática LGTB durante 2018 y lo que va de 2019. Lo cierto es que, como viene ocurriendo desde hace ya bastantes años, la cosecha es amplia y, en general, interesante. Como siempre, hay distintas visiones o formas de plantear el tema, lo que habla de la riqueza de la temática y de su tratamiento.


Personajes de la H(h)istoria

Valga la doble “hache”, mayúscula y minúscula, del titulillo de este epígrafe, para hablar de un buen número de películas de temática homosexual que en el período que analizamos se han centrado en una serie de personajes históricos, unos que están en los libros de Historia y otros que, aunque existieron, no han llegado a tener tal relevancia.

Quizá el film que muestra personajes de mayor ringorrango (al menos en eso que se llama la vanidad humana) sea La favorita (2018), la última película del más internacional de los cineastas griegos actuales, Yorgos Lanthimos, que ponía en escena (libremente, aunque con base histórica cierta) la relación lésbica existente entre la reina Ana del Reino Unido, allá a principios del siglo XVIII, primero con su valida Lady Sarah y después con su sirvienta Abigail, en una lucha sorda entre ambas que, ciertamente, más allá del tema sexual, era una lucha por contar con el favor de la reina y, con ello, ejercer el poder que tal circunstancia permitía. Reflexión entonces sobre el uso del sexo como arma de seducción y de manipulación, la película de Lanthimos, costeada, ambiciosa y con un diseño de producción que mezclaba desprejuiciadamente tradición e innovación tecnológica, hablaba de la relación entre poder y sexo, siempre tan próximos, pero en un contexto homosexual que, ciertamente, no es habitual ver en pantalla. Gran trío interpretativo femenino: Rachel Weisz, Olivia Colman, Emma Stone.

Otro personaje histórico, en este caso de raigambre literaria, es el que presenta La importancia de llamarse Oscar Wilde (2019), título español más bien espantoso (jugando, claro está, con el de la deliciosa comedia wildeana La importancia de llamarse Ernesto) para The happy prince, el debut en la dirección del actor Rupert Everett, que se centra en los últimos tiempos en la vida del famoso escritor irlandés, tras salir de la cárcel donde cumplió condena por “conducta indecente” por su relación homosexual con Lord Alfred Douglas. El propio Everett da vida al poeta y dramaturgo dublinés, que intenta reconciliarse con la vida, con el amor, consigo mismo, tras la traumática experiencia de su encarcelamiento.

Si Wilde está en la Historia de la Literatura, no cabe duda de que Freddie Mercury también, en su caso en la Historia de la Música. El líder del grupo Queen es uno de los mitos de la segunda mitad del siglo XX, y el biopic que Bryan Singer ha realizado sobre él, Bohemian Rhapsody (2018), habla, evidentemente, de su homosexualidad y cómo el cantante y compositor gestionó esa condición en su vida, algo que le atormentó, siendo uno de los elementos esenciales en el relato que se hace sobre su existencia, abruptamente rota al contraer el sida, cuando la enfermedad era un seguro de muerte. Vibrante y con gran fuerza, la película de Singer puso de manifiesto cómo todavía a finales del siglo XX el estigma social de la homosexualidad seguía pesando incluso sobre gentes que, por fama y prestigio, hubieran podido parecer que estaban por encima de esas cuestiones. El actor de origen egipcio Rami Malek hace toda una creación en el papel principal.

En esa misma línea, Rocketman (2019) es el biopic sobre Elton John, dirigido por el también actor Dexter Fletcher, en una historia no demasiado distinta de la de Freddie Mercury, con mito de la música con problemas para aceptarse a sí mismo por su condición homosexual y, sobre todo, con horror a no ser aceptado como tal por su terrorífica familia, donde solo se salvaba la abuela. Buen trabajo de Taron Egerton como el artista, y aún mejor de Jamie Bell, el niño de Billy Elliot.

El personaje histórico de Green Book (2018) ya baja a ojos vistas con respecto a los aludidos en cuanto a su importancia artística o social. Uno de los dos personajes centrales del film, el doctor Donald Shirley (estupendo Mahershala Ali), virtuoso pianista de principios de los años sesenta del siglo XX, tenía dos circunstancias que le hacían un apestado en la sociedad de gente bien (lo que quiera que sea eso) de la época: era negro, y era homosexual. Su chófer contratado para hacer una gira por el sedicente Sur (que ya son ganas...), un italoamericano de rudas maneras, Tony Lip (no menos bueno Viggo Mortensen), resulta ser un racista ambiental y un moderado (si es que cabe semejante calificación) homófobo, con lo que la mezcla de ambos será tirando a explosiva. El film de Peter Farrelly habla entonces de una doble discriminación, la relativa a la raza y la correspondiente a la condición sexual, en una época en la que ni la una ni la otra estaban, precisamente, bien vistas.

La cualidad de “histórica” de los personajes de Elisa y Marcela (2019), la película de Isabel Coixet hecha para Netflix, radica en el hecho de que, además de ser verídicos, fueron las primeras mujeres que (obviamente urdiendo un engaño) se casaron entre sí en España, allá a principios del siglo XX, en la Galicia más telúrica, una unión que, como cabía esperar, no tuvo buen fin, dados los tiempos que corrían.


La homosexualidad (todavía) como estigma social

Aunque ya hemos visto en algunos de los títulos anteriores que la condición homosexual ha conllevado históricamente graves problemas para las personas LGTB, lo cierto es que en nuestros tiempos todavía sigue siendo, aunque en menor medida que antaño, fuente de dificultades para desarrollarse como ser humano. Evidentemente, a veces se debe a problemas derivados del ambiente en el que se ubican, como ocurre en Identidad borrada (2018), el film de Joel Edgerton basado en hechos reales, los acontecidos con un chico que comunica a sus padres, fervientes católicos, su condición gay, tras lo cual el progenitor, el más fanático del matrimonio, decide que asista a unos cursos para “curarle” de su homosexualidad. Película lacerante que muestra cómo todavía en nuestro tiempo, a pesar de que se supone que este tema está ya más que asumido, aún hay sectores de la sociedad que no asumen la realidad y quieren plegarla conforme a su ideología o creencias, contó con un interesante trabajo interpretativo del joven pero ya baqueteado Lucas Hedges y de los veteranos Russell Crowe y Nicole Kidman.

En una línea no demasiado distinta, Carmen y Lola (2018) plantea una pareja lésbica en un microcosmos tan especial como las comunidades gitanas españolas que se ganan la vida con la venta ambulante, un microcosmos muy anclado en el pasado, generalmente de estirpe muy machista (incluso entre las mujeres, incluso más entre estas que entre los hombres), en el que el hecho de que dos chicas se quieran sexualmente provocará un terremoto de consecuencias imprevisibles. La película de Arantxa Echevarría ha sido una de las más interesantes propuestas sobre temática LGTB, tanto por el muy particular universo en el que se incardina, generalmente tan opaco para los ajenos a él, como por la forma de expresar este hermoso amor juvenil “que no se atreve a decir su nombre”, por definirlo con el famoso verso de Lord Alfred Douglas, el amante de Oscar Wilde.

Sin la coerción ejercida por familia, amigos y próximos en este film, pero también con serias dudas sobre si salir, o no, del confortable armario, y cuándo y cómo hacerlo, Con amor, Simon (2018), la dramedia de Greg Berlanti que habla sobre las dudas de un chico, el Simon del título, sobre cómo efectuar su salida del clóset, es una suerte de comedia de enredo que, afortunadamente, huye del trauma por la condición sexual y solo plantea la idoneidad del momento, de la forma, en una sociedad que, incluso siendo supuestamente liberal, sigue teniendo resabios crípticamente homófobos.


La naturalidad se abre camino

Pero hay también muestras de cine de temática LGTB que indican que esa misma sociedad crípticamente homófoba acepta y asume con naturalidad que personas que forman parte de su colectividad tengan una manera distinta de amar. Así, Dolor y gloria (2019), la gran película que nos ha reconciliado con Pedro Almodóvar, habla de homosexualidad con absoluta llaneza, sin recurrencia a la otras veces tan habitual persecución social, por activa o por pasiva, sobre las personas gays o lesbianas, que aquí desarrollan su vida, su sexualidad, con normalidad, sin ocultamiento alguno. El gran trabajo de un matizadísimo Antonio Banderas, y también de Asier Etxeandía y Leonardo Sbaraglia, todos ellos en personajes gays (o bisexuales), contribuye al excelente resultado del último film del cineasta manchego.

También la naturalidad es la nota más evidente en la homosexualidad de los dos personajes principales de ¿Podrás perdonarme algún día? (2018), la película de Marielle Heller basada en un personaje real, una escritora que, con problemas para publicar, dio en falsificar cartas de grandes escritores, y lo hizo tan bien que no solo parecían auténticas sino que, ¡oh, prodigio!, mejoraban las existentes... El personaje protagonista, Lee Israel, lesbiana, vive su vida sexual de forma normalizada: no lleva un cartel en la frente que proclame su condición sáfica, pero no la esconde; tampoco su amigo, Jack Hock, un “homeless” con aspecto de dandy (o viceversa...), gay indubitable, intenta ocultar su condición, y ambos la viven en el Nueva York moderno con la naturalidad que debiera ser siempre la norma, nunca la excepción.

También los personajes principales de Vivir deprisa, amar despacio (2018) son gays y en ningún momento intentan hacer ver que no lo son; tampoco la sociedad de su tiempo les persigue por ello, aunque la acción se desarrolla en los convulsos años noventa en los que el sida devastaba generaciones enteras a lo largo de todo el mundo. En ese contexto, el escritor que, tras morir precisamente por la plaga del VIH su último amante, se embarca en una nueva aventura amorosa con un chico mucho más joven que él, es una historia intrincadamente amorosa, con uno de esos finales que duelen, que dejan tocado. Notable película la de Christophe Honoré, y gran duelo interpretativo entre Pierre Deladonchamps y Vincent Lacoste, este último apuntando a ser uno de los grandes actores franceses de los próximos años, si es que no lo es ya.

En una sociedad teóricamente tan conservadora como la paraguaya se desarrolla la historia de Las herederas (2018), el drama de Marcelo Martinessi que podría compararse sin desdoro con dos películas como El gatopardo (1963), una de las obras maestras de Luchino Visconti, y la también interesante Bearn o la sala de las muñecas (1983), de Jaime Chávarri; todas ellas tienen como elemento en común ser historias sobre comunidades elitistas, clasistas, que observan, no sin temor, como todo lo que era sólido en su vida se va erosionando, va perdiendo su sentido, bien por la evolución de los tiempos, bien por la falta de descendencia, bien (como en el caso de la película que comentamos) porque la bancarrota les impele a buscar nuevos horizontes. Los personajes protagonistas del film conforman una pareja lésbica de varias décadas, aceptada por sus iguales bajo la máxima del “de eso no se habla”, con la naturalidad quizá algo hipócrita de quien todo lo sabe pero todo lo admite: son de las nuestras, vienen a decir sus colegas de clase, la plutocracia reinante (en Asunción y en Pekín, claro está).


Otras miradas

Sobre el sórdido universo de la prostitución, en este caso masculina, Camille Vidal-Naquet debuta en el largometraje con Sauvage (2018), la  historia de un veinteañero que ejerce de chapero vendiendo su cuerpo mientras busca calladamente eso que llaman amor. Con esta dura digresión, muy explícita, sobre la dicotomía sexo/amor, y hasta qué punto el primero no tiene por qué llevar al segundo, ni viceversa, Vidal-Naquet añade un nuevo título al tema de la prostitución masculina en su país, que han tocado otros cineastas en films como En la boca no (1991) y Los testigos (2007), ambos de André Téchiné, y Eastern boys (2013), de Robin Campillo.

En una clave diametralmente distinta, Girl (2018) plantea la historia de una chica transgénero, una chica nacida en cuerpo de chico y los problemas que ello conllevará a la hora de vivir su vida, de intentar alcanzar el sueño de ser bailarina. Curiosamente, la película del belga Lukas Dhont habla de un personaje transgénero pero valiéndose de un protagonista cisgénero (vale decir un actor, Victor Polster, cuya orientación sexual se corresponde con la de su sexo, varón), a pesar de lo cual el resultado en cuanto a la credibilidad de su rol es plenamente satisfactorio.

En otra clave también diferente, la argentina El ángel (2018), de Luis Ortega, es un thriller basado en una historia real, una especie de Bonnie & Clyde homosexual, con un personaje central, interpretado por el jovencísimo Lorenzo Ferro en su debut ante las cámaras, doblemente atraído por la propiedad ajena y por los hombres, y su amado, al que encarna Chino Darín, el hijo de Ricardo Darín, cuya ejecutoria de robos y crímenes terminará dramáticamente, como cabía esperar, convirtiéndose el efebo (ahora ya un anciano), a día de hoy, en el presidiario con una permanencia más dilatada en las cárceles porteñas, con más de cuarenta años entre rejas.

CONTINUARÁ (el año que viene, por estas fechas...) 

Ilustración: Nicole Kidman y Lucas Hedges, en una escena de Identidad borrada (2018), de Joel Edgerton.