Enrique Colmena

Recientemente se ha dado a conocer el veredicto del jurado del Premio Princesa de Asturias de las Artes de 2020, siendo galardonados en esta edición con tal honor dos músicos, el italiano Ennio Morricone y el norteamericano John Williams, ambos celebérrimos compositores de cientos de bandas sonoras para popularísimas películas. El galardón será entregado (aún no sabemos en qué circunstancias, dadas las cautelas inherentes a la pandemia del Covid-19) en el próximo mes de Octubre en Oviedo, como es habitual. Ese premio, tan merecido, nos permite echar la vista atrás y glosar las personalidades del mundo audiovisual (o razonablemente relacionados con el mismo) que han sido galardonadas con el citado Premio Princesa de Asturias, bien con esa denominación, bien con la anterior, Premio Príncipe de Asturias, vigente hasta la edición de 2014.

Habrá que decir pronto que las personalidades a las que nos referimos se agrupan necesariamente en torno al Premio denominado “de las Artes”, al ser el que está previsto para honrar, entre otros, a los miembros del llamado Séptimo Arte (entendiéndolo de forma lata, por supuesto: arte audiovisual).


Luis García Berlanga (1986)

Aunque los entonces Premios Príncipe de Asturias comenzaron a otorgarse en 1981, no fue hasta 1986 cuando fue galardonada una personalidad del mundo del cine. Se puede decir que ese primer premio a (en este caso) un hombre del mundo audiovisual nos parece totalmente merecido: Luis García Berlanga, en aquel momento, era ya una de las personalidades más relevantes y reconocidas del panorama cultural nacional e internacional.

Luis García-Berlanga Martí, conocido más coloquialmente solo como Luis Berlanga, o simplemente Berlanga (Valencia, 1921 – Pozuelo de Alarcón, Madrid, 2010), comenzó a hacer cine a finales de los años cuarenta, con varios cortos realizados al amparo del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (germen de la posterior Escuela Oficial de Cine) donde se había matriculado. Debuta en la dirección con Esa pareja feliz (1951), que correaliza con Juan Antonio Bardem, que también se iniciaba en el largo. Esa ácida comedia ya daba idea de que el cine de Berlanga (y el de Bardem, aunque este en otra línea) no iba a ser el habitualmente complaciente de los comediógrafos del régimen. Bienvenido Mr. Marshall (1953), ya dirigida en solitario, confirmaría tal impresión, en una comedia bufa que jugaba con maestría sobre temas tales como la credulidad, la picaresca, la campechanía, la imbecilidad política, en un film que lo consagra como uno de los grandes del cine español de la época. Tras una comedia menos vitriólica, Novio a la vista (1954), el segundo lustro de los años cincuenta lo ocuparán otras dos comedias de corte muy distinto, Calabuch (1956), retrato de una sociedad utópica e idílica, casi una oda en clave cómica a las virtudes de las sociedades rurales; y Los jueves, milagro (1957), donde aflora de nuevo el genio berlanguiano en una cáustica comedia que jugaba a placer con algunos de los tópicos religiosos y sociológicos de la época.

El primer lustro de los años sesenta serán también feraces para la obra berlanguiana: se inicia con Plácido (1961), demoledora comedia negra sobre la caridad y sus hipocresías, y se continúa con la que posiblemente sea la obra maestra del cineasta valenciano, El verdugo (1963), comedia aún más negra que denuncia, con la coartada del humor siniestro, la pena de muerte. El resto de su producción de esa década no alcanzará ese mismo nivel: sin estar exentas de interés, ni La boutique (1967) ni ¡Vivan los novios! (1970) tienen la altura de los mejores Berlangas. Consciente, quizá, de la necesidad de un cambio radical, su siguiente proyecto, Tamaño natural (1973), lo rueda en Francia, dado que por su temática era imposible hacerlo en España: se trata de su primer drama químicamente puro, la intensa tragedia de un hombre cuya incapacidad para relacionarse con naturalidad con el sexo femenino le embarca en una aventura erótica, quizá amorosa, con una muñeca hinchable de “tamaño natural”.

Con la muerte de Franco y la llegada de la Transición, el genio de Berlanga vuelve a brillar de nuevo con La escopeta nacional (1978), la primera de las películas que la Historia del Cine Español conocerá como la Trilogía Nacional (completada años más tarde con Patrimonio Nacional y Nacional III), una cáustica sátira sobre la fauna de los inverosímiles personajes que poblaron el franquismo y, sobre todo, el tardofranquismo. Con La vaquilla (1985) Berlanga puso en escena, bajo los ropajes de la comedia, una ácida mirada hacia la España que había protagonizado la Guerra Civil Española. Con Moros y cristianos (1987) evidenció que su cine empezaba a perder interés, en una historia muy localista de su tierra, con tendencia a la escatología. Sin embargo, Todos a la cárcel (1993) le devuelve en plena forma, una durísima crítica en clave cómica sobre la corrupción política, con la que consiguió varios Premios Goya. La miniserie Blasco Ibáñez, la novela de su vida (1997) le permitirá ensayar la faceta de biógrafo, en este caso de su famoso paisano novelista. Su último largometraje, París-Tombuctú (1999), tenía un inevitable tono de testamento cinematográfico y el principio de incertidumbre no jugó precisamente a su favor. Su última obra audiovisual sería el corto El sueño de la maestra (2002), sobre el que el profesor Rafael Utrera tiene publicados en CRITICALIA sendos artículos titulados Berlanga: el sueño imposible o la metamorfosis de la maestra (I) y El cortometraje El sueño de la maestra de la película Bienvenido Mr. Marshall (y II), cuya lectura recomendamos encarecidamente.


Fernando Fernán Gómez (1995)

Casi un decenio tendría que transcurrir para que otra personalidad del mundo del cine fuera galardonada con el premio en cuestión. Fernando Fernán Gómez es, seguramente, lo más parecido que hemos tenido en España a un artista renacentista: actor de cine y teatro, guionista, director de cine y televisión, autor teatral, novelista... ninguna de las artes escénicas o narrativas le eran ajenas. Nieto natural de la eximia actriz María Guerrero, parece evidente que con él se puede decir, sin ambages, que “de casta le viene al galgo”.

Fernando Fernández Gómez (Lima, 1921 – Madrid, 2007), conocido en el siglo como Fernando Fernán Gómez y también como Fernando Fernán-Gómez, comenzó como actor de cine en 1943. Durante más de sesenta años interpretó más de doscientos papeles delante de las cámaras. A vuela pluma, podríamos citar algunos memorables, como el atormentado Javier Mendoza de Balarrasa (1951), el pobre diablo Juan de Esa pareja feliz (1951), el atribulado Antonio de La vida por delante (1958), el afilador de Los gallos de la madrugada (1971), el maduro exiliado regresado a España de El amor del capitán Brando (1974), el viejo cómico de la legua de El viaje a ninguna parte (1986), el intransigente aristócrata de El abuelo (1998), el maestro republicano de La lengua de las mariposas (1999).

Como director el número de créditos de Fernán Gómez es sustancialmente menor, aunque llegó a dirigir en torno a tres decenas de películas y series. De entre ellas hay un puñado de títulos de muchísimo mérito: la mentada La vida por delante (1958), la muy rara, pero también inteligentísima El extraño viaje (1964), El mundo sigue (1965), Mi hija Hildegart (1977), la también citada El viaje a ninguna parte (1986) y la libérrima adaptación del clásico del Siglo de Oro, Lázaro de Tormes (2000).

Sobre Fernán Gómez recomendamos, para aquellas personas que estén interesadas en profundizar en su figura, la lectura en CRITICALIA de la tríada de artículos publicados por el profesor Rafael Utrera, titulados genéricamente El mundo sigue, según Fernando Fernán-Gómez, cincuenta años después, que puede consultarse haciendo clic en los siguientes números latinos: I, II y III. También puede leerse en CRITICALIA el artículo dedicado a su figura, con motivo de su fallecimiento en 2007, titulado Fernando Fernán Gómez, el viejo roble, original del autor de estas líneas.


Vittorio Gassman (1997)

Si los dos primeros galardonados con el entonces Príncipe de Asturias eran españoles (aunque Fernán Gómez nació accidentalmente en la capital peruana, Lima, y mantuvo la nacionalidad argentina de su madre durante buena parte de su vida, su españolidad parece incuestionable), el tercero sería extranjero, italiano en concreto, el actor Vittorio Gassman, que lo recibiría en 1997, tres años antes de morir.

Vittorio Gassman (Génova, 1922 – Roma, 2000) fue sobre todo un actor poliédrico, carismático, ciertamente genial. Compaginó en esa faceta teatro y cine. También dirigió algunas películas, aunque en esa faceta no brilló especialmente, salvo en la dramedia La coartada (1969). Pero sus méritos, los que le hicieron acreedor al premio que estamos glosando, están fundamentalmente en la interpretación cinematográfica, en la que se inició en 1945. A finales de la década de los cuarenta empieza a convertirse en un rostro popular, en principio por su evidente apostura, en films como Arroz amargo (1949), pero pronto demostrando que además de ser una bella cara era un actor espléndido, capaz igualmente de hacer comedia y drama con el mismo y altísimo voltaje interpretativo. Se suceden las buenas películas que cuentan con él como un apreciado activo, como Ana (1951), Guerra y Paz (1956), Rufufú (1958), divertidísima parodia del Rififi de Jules Dassin; La escapada (1962), influida por la Nouvelle Vague; La armada Brancaleone, Perfume de mujer (1974), con un inolvidable papel de lúcido ciego que el cine USA versionaría en la inferior Esencia de mujer, con Al Pacino en su papel; El desierto de los tártaros (1976), Quinteto (1979), de nuevo en Estados Unidos; La terraza (1980), La vie est un roman (1983), La familia (1987).

Estuvo Gassman a las órdenes de una auténtica pléyade de directores, italianos y extranjeros, para los que haría personajes memorables. Recordemos que le dirigieron, entre otros, maestros del Neorrealismo como Monicelli, Lattuada, Comencini, De Sica, Risi y Scola (con ambos colaboró en numerosas ocasiones), pero también otros no adscritos a ese movimiento, como Ferreri, Zurlini y Rosi, e incluso se pondría a las órdenes de un puñado de buenos cineastas foráneos, desde los norteamericanos Joseph H. Lewis a Robert Rossen, pasando por King Vidor, Richard Fleischer y Robert Altman, además de varios directores francófonos exquisitos, entre ellos el gran Alain Resnais.

Ilustración: Una imagen de Plácido (1961), una de las grandes películas de Luis García Berlanga, Premio (entonces) Príncipe de Asturias de las Artes en 1986.

Próximo capítulo: A propósito de Ennio Morricone y John Williams: los Premios Princesa de Asturias más cinematográficos (II). 2001-2010