Enrique Colmena

Ha muerto Bibi Andersson, a los 83 años, habiendo sido una de las actrices preferidas de Ingmar Bergman. Ello nos da pie a repasar qué pasó con los actores y actrices bergmanianos, esos rostros inconfundibles que poblaron la gran mayoría de las películas del director de Upsala. Porque Bergman, a lo largo de su dilatada carrera como director, desde 1946 hasta su retirada oficial en 1982, e incluso posteriormente con las numerosas TV-movies que realizó hasta su muerte, se rodeó de un cierto número de actores y actrices que repitieron en muchas ocasiones con el cineasta, convirtiéndose en las caras, los cuerpos de las historias bergmanianas, confiriéndoles su indudable talento dramático; pero también esos intérpretes, lanzados a la fama en las películas de Bergman, dieron el salto con frecuencia a las cinematografías de otros países, aupados en la visibilidad que trabajar con el upsaliense les confirió, de tal forma que, sin esas colaboraciones con Ingmar, difícilmente hubieran tenido esas otras carreras internacionales. Ya que Bibi es la luctuosa causante de este artículo, concedámosle la deferencia de iniciarlo.

Bibi Andersson (Estocolmo, 1935. Ibidem, 2019). Actriz inicialmente de teatro (estudió nada menos que en el Dramaten, la institución teatral sueca por excelencia), pronto compaginó ese medio con el cine y la incipiente televisión. Aunque había trabajado con Bergman en algunos anuncios comerciales, su primera colaboración cinematográfica se produce en Sonrisas de una noche de verano (1955), con evidentes influencias de la comedia shakespeareana El sueño de una noche de verano, en la que Bibi tendrá un papel secundario. Tampoco será un personaje protagonista el que Bergman le dé en El Séptimo Sello (1957), pero la importancia del film, ganador en Cannes, la pondrá en el escaparate mundial. Ese mismo año hacen juntos Fresas salvajes (1957), ya con un personaje de primera línea, la mirada de Bergman sobre la vejez, sobre la proximidad de la muerte.

Como solía ocurrir con Bergman, sus actrices y actores podían actuar indistintamente como protagonistas o en roles secundarios, sin que ello supusiera ningún tipo de menoscabo para sus egos. En El rostro (1958), por ejemplo, Bibi tendrá un rol de reparto, mientras que en El ojo del diablo (1960) su participación tendrá mayor importancia. A partir de los años sesenta sus personajes para Bergman serán siempre de carácter protagónico, consiguiendo con ellos notable fama y prestigio. Es el tiempo de películas como Esas mujeres (1964), la única comedia de Ingmar durante los años sesenta; Persona (1966) y Pasión (1969) la encumbran como la sólida actriz bergmaniana por excelencia de esos años; estará también en La carcoma (1971), en la que fue la fallida aventura americana de Bergman; y estaría también, en un rol secundario, en la serie televisiva (que en el resto del mundo se vio en un montaje cinematográfico) Escenas de un matrimonio (1973), aunque en España, en plena Transición, se la titulara Secretos de un matrimonio; esa sería la última colaboración entre Bibi e Ingmar.

Pero Andersson, como cabía imaginar, tuvo una carrera interpretativa al margen de la abundante filmografía realizada junto a Bergman, aunque es evidente que debe a la fama adquirida con el cine del upsaliense la oportunidad de saltar al cine internacional, que supo aprovechar su magnífico físico y sus grandes dotes interpretativas, con un cosmopolitismo notable. Así, a mediados de los años sesenta empieza a hacer cine en Hollywood, en films como el western Duelo en Diablo (1966), de Ralph Nelson, pero también en Italia, con El gran amante (1966), de y con Alberto Sordi. Hará cine también en Francia con La seducción (1967), con el intelectual Doniol-Valcroze, y de nuevo en el cine yanqui, ahora a las órdenes de John Huston, estará al frente del thriller político La carta del Kremlin (1970); pero también hará cine “de arte y ensayo” (por usar la terminología de la época) con Quartet (1979), de Robert Altman. Incluso estará Bibi en films hispanoamericanos como la argentina Pobre mariposa (1986), de Raúl de la Torre. Hasta en España rodó, a las órdenes de Gracia Querejeta en su primera película, Una estación de paso (1992). En la última fase de su carrera, años noventa y siglo XXI, rodó sobre todo en su tierra natal, Suecia, en productos fundamentalmente para consumo interno de Escandinavia.

Max Von Sydow (Lund, 1929). De estirpe aristocrática, tuvo clara su vocación artística desde la escuela. Estudió en el Dramaten, y empezó a hacer cine en 1949. La primera colaboración con Ingmar Bergman fue la que le lanzó a la fama: El Séptimo Sello (1957), en efecto, fue el film que dio al cineasta su predicamento internacional, al ganar el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, y con ello hizo reconocible el rostro austero de Max. Las colaboraciones entre Von Sydow y Bergman menudearán en esa época: el actor estará en un rol secundario en Fresas salvajes (1957) y será protagonista en El rostro (1958), para volver a un personaje de reparto en El umbral de la vida (1958) y de nuevo a primera línea en la impactante El manantial de la doncella (1960). En los años sesenta estará en otros cinco films bergmanianos, casi siempre en roles protagónicos: Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1963), La vergüenza (1968), La hora del lobo (1968), que se reputa el único film de terror rodado por el cineasta upsaliense, y Pasión (1969). Su última película para Bergman será la norteamericana La carcoma (1971), donde era el marido al que Bibi Andersson es infiel con Elliott Gould. Aunque posteriormente actor y director no volverían a colaborar, es reseñable que Max estará en Las mejores intenciones (1991), la miniserie televisiva de Bille August que contaba la historia de los padres de Bergman, en una curiosa concomitancia en la carrera de Von Sydow con la génesis del hombre que sería crucial en su carrera.

Pero Max Von Sydow también tendrá (y tiene: con noventa años cumplidos cuando se escriben estas líneas, siguen gozosamente en activo) una proyección internacional muy importante. El cine de Hollywood lo llama a mediados de los años sesenta para un personaje para el que, en principio, no parecía, por físico, ser el más adecuado: en La historia más grande jamás contada (1965), a las órdenes de George Stevens, interpreta a Jesús de Nazaret, siendo bastante peculiar que un actor de ojos azules y evidente aspecto nórdico (aunque se le tiñera el pelo de negro para la ocasión) hiciera un personaje de etnia judía. A partir de entonces Von Sydow trabajará simultáneamente en su país y en el resto del mundo, donde su imponente presencia física (1,94 centímetros de altura) y su poderosa voz de bajo fueron requeridas con frecuencia. En su tierra hizo papeles formidables en el díptico de Jan Troell formado por Los emigrantes (1971) y La nueva tierra (1972). En Hollywood estará en “blockbusters” como El exorcista (1973), de William Friedkin, y Los tres días del cóndor (1976), de Sydney Pollack, con Robert Redford. Pero no hará ascos, ni mucho menos, a hacer cine en otros países, como Italia, donde sería presidente del Tribunal Supremo en Excelentísimos cadáveres (1976), de Francesco Rosi, o adusto militar en El desierto de los tártaros (1977), de Valerio Zurlini; en Francia haría, para el gran Bertrand Tavernier, la visionaria La muerte en directo (1980), con Romy Schneider. Von Sydow nunca desdeñó intervenir en grandes producciones comerciales, y así estuvo en Flash Gordon (1980), sobre el famoso cómic, Evasión o victoria (1981), a las órdenes de John Huston, o el heterodoxo James Bond de Nunca digas nunca jamás (1983), la última vez que Sean Connery se enfundó el peluquín para hacer de agente 007.

En los años ochenta, con su prestigio intacto, trabajará para Woody Allen en uno de sus más celebrados films de la década, Hannah y sus hermanas (1986), volviendo a su país para otra de las películas escandinavas de referencia, la oscarizada Pelle el conquistador (1987), de Bille August. En los noventa su cosmopolitismo y su eclecticismo le hacen estar en todo tipo de películas, desde films “de género”, como la adaptación de la novela de Stephen King La tienda (1993), hasta cintas de pura acción al servicio de la estrella de turno, como en Juez Dredd (1995) con Sylvester Stallone, pero también cultivará el cine intelectual haciendo Hasta el fin del mundo (1991) a las órdenes de Wim Wenders, y poniendo la voz del narrador en la hipnótica Europa (1991), cuando Lars Von Trier aún no era un provocador. En el siglo XXI ha continuado ese eclecticismo y esa capacidad para hacer cine en donde quiera que fueran requeridos su imponente físico y su extraordinaria capacidad dramática; ha hecho entonces cine de terror con el cineasta del “giallo” por excelencia, Dario Argento, en Insomnio (2001); visionarias historias de anticipación fantacientífica, como Minority Report (2002), bajo la batuta de Spielberg y con Tom Cruise como estrella; vistosas recreaciones históricas como la serie Los Tudor (2009); intrincados films psicológicos, como Shutter Island (2010), de Scorsese, con Leo DiCaprio; nuevas (o más bien viejas...) recreaciones de mitos, como Robin Hood (2010), de Ridley Scott, con Russell Crowe; y hasta dos de las sagas, cinematográfica y televisiva respectivamente, más influyentes del último medio siglo, la de Star Wars, en el episodio VII, El despertar de la fuerza (2015), de J.J. Abrams; y Juego de Tronos (2011-2019), concretamente en el personaje del Cuervo de Tres Ojos; por estar estuvo incluso en un film español, la extraña Intacto (2001), de Juan Carlos Fresnadillo. Felizmente en activo a los noventa años como hemos dicho, su última película estrenada es la recreación de la tragedia del submarino ruso Kursk (2018), a las órdenes del danés Thomas Vinterberg en una coproducción belgo-luxemburguesa.

Harriet Andersson (Estocolmo, 1932). Como casi todos los intérpretes bergmanianos, se inició en el teatro, llegando incluso a hacer espectáculos de music-hall. Bergman la ficha primero para sus representaciones teatrales, para hacerla debutar posteriormente en cine en Noche de circo (1953), a la que seguirían Un verano con Mónica (1953), Una lección de amor (1954), Sueños (1955) y Sonrisas de una noche de verano (1955). A principios de los años sesenta hace uno de sus personajes más característicos para Bergman, la mujer psicológicamente tocada de Como en un espejo (1961), aunque en Esas mujeres (1964) recupera el tono de comedia más propio del Ingmar de los años cincuenta. No volverá a trabajar para el maestro de Upsala hasta los años setenta, componiendo un personaje inolvidable, la moribunda de Gritos y susurros (1972), para finalizar su colaboración con Bergman en el testamento cinematográfico de este, Fanny y Alexander (1982), aunque posteriormente volverá a ponerse a sus órdenes en la TV-movie Los escogidos (1986).

En contra de lo que sucedió con otros intérpretes bergmanianos (por ejemplo con los citados Bibi Andersson y Max Von Sydow), la carrera internacional de Harriet Andersson fue bastante moderada, aunque no por ello menos ecléctica. Así, la encontramos por primera vez en una producción ajena a su Suecia natal en Llamada para el muerto (1967), la adaptación de la novela de John Le Carré que hizo Sidney Lumet, con James Mason y Maximilian Schell como “partenaires”; hará también un “peplum”, cuando el género ya agonizaba o directamente estaba muerto, en La invasión de los bárbaros (1968), bajo la dirección el germano-americano Robert Siodmak pero bajo pabellón italo-alemán, con compañeros de reparto tan variopintos como Orson Welles y Sylva Koscina; Jerry Lewis la llamó para uno de sus últimos films como director, The day the clown cried (1972), e incluso hizo una incursión en el cine español, interpretando un papel secundario en La sabina (1978), de José Luis Borau. Su última coproducción internacional será Dogville (2003), la primera parte del díptico teatralizante de Lars Von Trier. El resto de la carrera de Harriet se ha desarrollado en el marco de su país, Suecia, datando su última película de 2013, por lo que se puede considerar que actualmente Andersson está retirada de la interpretación.

Ilustración: Elliott Gould, Bibi Andersson, Max Von Sydow e Ingmar Bergman, en una pausa del rodaje de La carcoma (1971).

Próximo capítulo: En la muerte de Bibi Andersson: qué fue de los intérpretes bergmanianos (II). Gunnar, Liv, Gunnel