El estreno en España con muy poca diferencia en fechas (aunque de forma muy limitada: en ambos casos fue prácticamente solo en Madrid y Barcelona) de dos películas con producción fundamentalmente de países de cultura islámica, La decisión y Razzia, nos da pie a escribir sobre las cinematografías de los estados en los que predomina la religión mahometana. Diremos pronto que, ciertamente, no son cinematografías potentes, y que con frecuencia se apoyan técnica y estilísticamente en coproducciones con países europeos, pero también que es un cine que generalmente nos llega a cuentagotas, cuando, como veremos, no está exento de interés.
Haremos entonces un repaso por ese cine islámico que nos llega, cine islámico que no islamista (aunque parezca lo mismo no lo es...); de hecho, con frecuencia ese cine pone en evidencia las cortapisas que su religión, o la rigurosa aplicación que hacen los gobiernos de esta, supone para sus sociedades. Haremos esta revisión de las cinematografías musulmanas por grandes ámbitos geográficos; en este primer capítulo nos centraremos en los países asiáticos de cultura mayoritariamente islámica, y una segunda entrega del artículo la dedicaremos a las cinematografías de ese tipo de los continentes africano y europeo.
Asia
Dentro del gran continente asiático hay cinco cinematografías de países islámicos de las que nos llega, de vez en cuando, algún film. Es el caso de Irán, quizá el país de religión musulmana cuyo cine ha llegado con más profusión a Europa. Históricamente es algo que hay que agradecer a la enorme figura de Abbas Kiarostami, cuyo cine nos ha ido llegando con bastante regularidad desde mediados de los años ochenta. Así, se pudo ver en Occidente films tan hermosos como ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), Y la vida continúa (1992), A través de los olivos (1994), El sabor de las cerezas (1997) y El viento nos llevará (1999). Como era de prever, tuvo serios problemas con las autoridades de su país, regido por el odioso régimen de los ayatolás, que no saben de libertades, mucho menos de las artísticas, y Kiarostami era un creador total, desbordante, así que durante el siglo XXI, hasta su muerte en 2016, tuvo dificultades para hacer cine con normalidad en su tierra, por lo que rodaría algunas de sus películas en Europa, como Copia certificada (2010).
Más joven que Kiarostami, Jafar Panahi pertenece a la generación que llegó a la edad adulta coincidiendo con el triunfo de la revolución iraní que llevó al poder (donde siguen, mal que nos pese) a los clérigos fundamentalistas persas. Panahi, sin embargo, se ha convertido en el más combatiente de los cineastas iraníes, luchando desde dentro por hacer un cine libre, cosa difícil en un régimen que abomina de la libertad, de toda libertad, que todo lo centra en Dios: para eso es una teocracia. De Panahi nos llegaron, a finales del siglo XX, algunas películas que ciertamente resultaban más que curiosas: títulos como El globo blanco (1995) o El espejo (1997) jugaban con un desparpajo notable mezclando realidad y ficción, en un ejercicio que en Occidente nos desconcertó bastante; ya en el siglo XXI inició sin ambages su búsqueda de un cine más libre, reivindicativo de un papel igualitario de la mujer en una sociedad profundamente machista y misógina, en films como Fuera de juego (2006). Todo ello le granjeó la profunda enemistad de gente muy poderosa del régimen, lo que le llevaría a la cárcel y después al ostracismo interior, siendo condenado a no poder salir del país y a no rodar cine, cosa esta última que el cineasta ha obviado gracias a las nuevas tecnologías que permiten grabar con equipos técnicos mínimos; de esta forma, desde la clandestinidad, nos ha regalado joyas como Taxi Teherán (2015) y Tres caras (2018).
El tercer gran nombre del cine iraní del último medio siglo es Asghar Farhadi, que era un niño pequeño cuando llegó la revolución de los ayatolás, por lo que se formó y forjó dentro del abyecto régimen integrista; no obstante, la inteligencia de Farhadi le facilitaría madurar con sus propias ideas, que fueron espléndidamente plasmadas en cine a partir de primeros del siglo XX, aunque la primera película que nos llegó a Europa sería A propósito de Elly (2009), que nos descubrió a un cineasta extraordinario, con una rarísima capacidad para emocionar, para intrigar, para sobrecoger, partiendo de situaciones banalmente cotidianas. Su posterior filmografía confirmó sus bondades cinematográficas: Nader y Simin. Una separación (2011) y El viajante (2016) consiguieron sendos Oscar a la Mejor Película en Habla No Inglesa, y su enorme prestigio le ha permitido rodar en Francia El pasado (2013) y en España Todos lo saben (2018), con temáticas y puestas en escena impensables en su país de origen.
Además de Kiarostami, Panahi y Farhadi, los tres nombres fundamentales del cine iraní que nos han ido llegando en los últimos 35 años, hay otros cineastas persas de los que se han estrenado algunos films aislados, como es el caso de Mohammad Rasoulof, del que hemos visto la lírica La isla de hierro (2005); la directora Marzieh Makhmalbaf, de la que nos llegó la metafóricamente combativa The day I became a woman (2000); la también cineasta Ida Panahandeh, de la que vimos la muy reivindicativa y (a su manera, en la medida que eso es posible en el Irán teocrático) feminista Nahid (2015); y el director Sina Ataeian Dena, cuyo Paradise (2015) también incide en la asfixia de la mujer en el Irán de los clérigos integristas, tema recurrente en el cine persa de las últimas décadas.
Otra de las cinematografías de países islámicos ubicados en Asia es la de Palestina, un país sin estado, como es sabido, pero que en los últimos años (gracias, todo hay que decirlo, a la coproducción con países europeos) ha rodado varios films que han llegado con cierta facilidad a Occidente. Es el caso de las películas dirigidas por Hany Abu-Assad, que se dio a conocer con la controvertida Paradise now (2005), sobre el lacerante tema de los reclutados para convertirse en bombas humanas, y que después ha revalidado su calidad cinematográfica con títulos como Omar (2013) e Idol (2015), lo que le ha permitido incluso debutar en el cine norteamericano con La montaña entre nosotros (2017).
De nacionalidad palestina es también Suha Arraf, una cineasta que llamó la atención con su Villa Touma (2014), que podría considerarse una libérrima versión de la lorquiana La casa de Bernarda Alba, al tratar el tema de la represión femenina en un entorno doméstico, en una familia que sin embargo no es musulmana sino cristiana (Palestina es, como es sabido, una comunidad multirreligiosa, aunque mayoritariamente islámica), aunque a la hora de reprimir a las mujeres todas las religiones monoteístas cojean del mismo pie. Otra cineasta palestina, Annemarie Jacir, será la autora de Invitación de boda (2017), que nos permitirá una mirada poliédrica al país desde los ojos de un padre y un hijo que recorren los domicilios de familiares y afectos para invitarlos al himeneo de la hija y hermana, respectivamente.
Jordania no se puede decir que tenga una cinematografía potente, pero aún así del país de la monarquía hachemita nos han llegado algunas muestras. Es el caso de Capitán Abu Raed (2007), dirigida por Amin Matalqa, cineasta nacido en Estados Unidos pero de raíces jordanas, país al que ha dedicado la mayor parte de su carrera; en este caso se trata de un film ambientado y coproducido en Jordania, que juega con la capacidad imaginativa del ser humano en entornos de marginación. De esa misma nacionalidad es Lobo (Theeb) (2014), una poética mirada hacia la infancia en situaciones extremas, una notable apuesta por el cine de género que descubrió la capacidad creativa de su director, Naji Abu Nowar, nacido en el Reino Unido de padres jordanos, siendo el país de sus ancestros el centro y eje de sus motivaciones cinematográficas, como mostró en esta hermosa película.
No hace falta recordar que la historia reciente de Irak es la de un país torturado hasta límites inconcebibles; desde 1979 soportó la dictadura personalista de Sadam Husein, que, además de sojuzgar el país y convertirlo en su cortijo, provocó en los años ochenta una interminable guerra con la vecina Irán, en los noventa invadió Kuwait, lo que dio como resultado la invasión por parte de Estados Unidos y sus aliados en lo que la Historia conoce como la Primera Guerra del Golfo, y en 2003 se convirtió en el chivo expiatorio (además de Afganistán) de los atentados del 11-S en los USA, siendo de nuevo el país invadido por yanquis et alii y sometido a una guerra crudelísima que supuestamente ha terminado, aunque todos sabemos que no ha sido así. De aquel lacerado país nos ha llegado recientemente una de las películas que ha dado pie a este artículo, La decisión (2018), dirigida por Mohamed Al-Daradji, del que ya habíamos visto hace unos años otra sobresaliente película, Son of Babylon (2010), ambas sobre las consecuencias de las guerras que han sufrido los naturales del país, ambos documentos en clave de ficción sobre los daños colaterales de todo conflicto bélico.
El cine en Arabia Saudí es una rara ave; tanto es así que hasta este 2018 no se ha autorizado, después de casi 40 años, la apertura de una sala de cine. Así las cosas, es evidente que la cinematografía del país que más príncipes tiene del mundo (unos doscientos o así: todos los parientes de la dinastía reinante lo son) es escuálida, y lo que es más llamativo es que una de las poquísimas muestras de cine de aquel país que nos ha llegado esté dirigida por una mujer, Haifaa Al-Mansour, cuando es archisabida la represión ultramontana que las féminas padecen en este reino árabe. Rodada en condiciones extremas, con la realizadora dirigiendo en la calle desde una furgoneta con un “walkie-talkie”, La bicicleta verde (2012) fue un soplo de aire fresco, de corte muy naíf, sobre la situación de las mujeres (también a tan tempranas edades como la niñez) en la cerrada teocracia saudí, y permitió a Al-Mansour iniciar una carrera en Europa con Mary Shelley (2017), curiosamente otra historia de mujer preterida, en su caso por el ominoso tiempo que le tocó vivir.
Ilustración: Una imagen de Lobo (Theeb) (2014), la lírica película jordana de Naji Abu Nowar.
Próximo capítulo: El cine de los países islámicos, ese gran desconocido (y II). África, Europa