En el primer capítulo de esta tríada de artículos hicimos un repaso sobre lo más interesante que, a nuestro juicio, se nos ha dado ver en 2023 en salas en cuanto al cine español (para leerlo pulse aquí). En esta segunda entrega, como tenemos anunciado, haremos lo propio con el cine europeo y norteamericano.
EUROPA
Francia
El país de los hermanos Lumière, cuna del cine, sigue siendo una pujante potencia audiovisual, quizá la que más en Europa, con diversidad de temas y, generalmente, con buen tono. Este año nos han gustado especialmente tres films de esa nacionalidad. El primero de ellos, aunque sin orden de prelación, ha sido Las dos caras de la justicia, título que ciertamente es horrible, pero no su contenido. Con dirección de Jeanne Herry, plantea una historia enmarcada en lo que en el país galo se conoce como “justicia restaurativa”, un programa de Instituciones Penitenciarias que pone en contacto, con la aprobación de las partes, a víctimas y verdugos (no necesariamente de los mismos delitos...), un poco a la manera en la que reflejaba nuestra Maixabel, con la que tiene bastantes puntos en común. Obra doliente, hermosa, tibiamente esperanzada, gusta por su tono humanista, por no incurrir nunca en la tentación lacrimógena, ni adanista, ni mucho menos tremendista, una película ciertamente para pensar, también para disfrutar, aunque duela...
Otro de los títulos que más nos ha gustado del cine francés este año ha sido Crónica de un amor efímero, un film transido de un romanticismo muy de nuestro siglo XXI, la nueva película de Emmanuel Mouret, quizá el cineasta romántico galo por excelencia de nuestro tiempo, la historia de una relación puramente sexual entre una mujer y un hombre, ambos cuarentones, ella madre soltera y sin pareja, él casado más o menos felizmente, en lo que los dos consideran una cana al aire, unos ratos de esparcimiento en sus vidas sin que tengan intención de que vaya a más. Claro que las escopetas (y no digamos las escopetas románticas...), como sabemos, las carga el diablo... Primorosa filigrana sentimental, está hecha con una pasmosa sensibilidad, una historia de disímiles, una mujer de bandera, segura de sí misma, y un pobre hombre que no entiende cómo esa mujer se ha fijado en él, y que irá enamorándose absoluta, torrencialmente, de la hembra que inicialmente era solo un mero objeto de placer.
El tercer título francés del año, a nuestro juicio, es Anatomía de una caída, la nueva película de Justine Triet, un thriller entreverado de drama, o viceversa, la crónica de un suceso trágico y cómo las distintas perspectivas que vamos conociendo van arrojando nuevas luces sobre un hecho que parecía un mero accidente, o quizá un suicidio, aunque pudiera ser también otra cosa. Lejos de una banal intriga por saber si hay, o no, una asesina, la historia de Triet se convierte en una disección de la relación de una pareja y su hijo menor de edad, a su vez con una discapacidad visual, personaje fundamental en la película y sobre cuyos pequeños hombros descansará en buena medida la resolución del caso.
Reino Unido
Desde la vieja, rubia y pérfida Albión nos ha llegado otra tríada de muestras de buen cine británico, además de muy diversa laya, que es lo mejor para la amenidad, para la diversidad. Así, Ken Loach nos ha presentado su film del año (se dice que quizá sea su última película, dada su avanzada edad: ojalá no lo sea...), El viejo roble, una esperanzada historia ambientada en un barrio del condado inglés de Durham, que conoció mejores épocas, y se centra en el pub que da título a la película. En torno a él conoceremos las posturas del barrio ante la llegada de asilados sirios que huyen de la guerra que asuela su país desde hace más de un decenio, posturas encontradas que vienen cebando con su demagogia barata las ideologías extremistas; sin llegar a ser una de las grandes películas loachianas, tiene el inconfundible sabor de su cine peleón, de su cine luchador a todo trance, aquí quizá demasiado esperanzado en un final que nos sabe a poco creíble (ay, ojalá lo fuera...).
En un contexto muy distinto, el dramaturgo y también talentoso cineasta Martin McDonagh ha presentado su muy peculiar Almas en pena de Inisherin, la historia de una relación de amistad truncada de un día para otro por el deseo vehemente de uno de los camaradas de perpetuarse mediante el arte (la música, en este caso), cosa imposible si sigue dedicando tiempo sin tasa al estulto de su íntimo amigo, un cacho pan, como decimos en mi tierra, pero también un botarate capaz de tirarse horas hablando de la caca de su burra; esa fricción entre el deseo de ser inmortal y el laxo e insustancial discurrir de la vida contará con un invitado inesperado, la amenaza de la automutilación si el tontolaba no ceja en su intento de seguir con la amistad que el otro quiere cerrar a toda costa. Obra que combina conceptos tales como amistad e inmortalidad, tiene también un evidente trasfondo agradablemente costumbrista, retratando un pequeño enclave irlandés que recuerda poderosamente cómo retrato al país de sus ancestros John Ford en films como El hombre tranquilo o La taberna del irlandés.
El tercer film británico que traemos aquí como estrenado con interés en este 2023 juega en otra liga, la del cine romántico pero, a la par, el cine antirracista: hablamos de El imperio de la luz, hermosa, melancólica, nostálgica historia de Sam Mendes, una vez cerrado su díptico bondiano y su film bélico en un (supuesto) único plano secuencia, 1917. Mendes nos cuenta una historia ambientada en la Inglaterra de los años ochenta, una historia de amor entre una mujer de edad madura, encargada de un cine de una localidad en el condado de Kent, y un joven negro venido con su madre de pequeño desde una antigua colonia británica. Las tensiones sociales, con los “skin heads” haciendo de las suyas al amparo de la crisis desatada por las severas medidas económicas decretadas por la premier Thatcher, servirán de fondo (y, también, en algún momento, de primer plano...) a esta historia de amor entre disímiles, entre dos náufragos, cada uno a su manera, y cómo habrán de intentar gestionar sus sentimientos para no hacerse daño a sí mismos ni, sobre todo, al otro.
Italia
La en otro tiempo poderosa cinematografía italiana hace tiempo que dejó de serlo: de contar entre su élite autoral a un nutrido grupo de maestros en los años cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta (De Sica, Rossellini, Fellini, Pasolini, Visconti, Bertolucci...), ahora sus cineastas de relumbrón tienen bastante menor nivel y son habas contadas (Sorrentino, Guadagnino, Garrone, Rohrwacher y poco más), así que el veterano Nanni Moretti es como Bergman, vamos... Y sobre todo, Moretti, con El sol del futuro, confirma que, septuagenario ya, es mucho más joven de espíritu, mucho más iconoclasta, que toda la nueva generación de cineastas itálicos empeñados en que los fiche Netflix; la alusión a la poderosa plataforma californiana no es ociosa, por supuesto, siendo uno de los temas recurrentes objeto de su despiadada sátira, además de otros elementos de la Italia actual (la ignorancia supina de la gente joven de todo lo que no sea aquí y ahora, la revisión política vista con la perspectiva actual, entre otros...), en un film insultantemente joven en el que Moretti se ríe de sí mismo (fundamental en un cineasta que satiriza a los demás) como mejor forma de que aceptemos su (a menudo) controvertida propuesta.
Polonia
De la tierra del papa Wojtyla, pero también del sindicalista Walesa, y del gran Chopin, nos ha llegado este año un film ciertamente notable y curiosísimo, En nombre de la tierra, dirigido por la pareja formada por D.K. Welchman y Hugh Welchman, un film inicialmente rodado con actores y actrices de carne y hueso, y después pintado a mano (sí, un trabajo de monos...), al óleo, para dar forma a una nueva adaptación de la más famosa novela del Nobel polaco W.S. Reymont, un auténtico festín para los sentidos, no solo por las bellísimas imágenes de esta historia ambientada a comienzos del siglo XX en la Polonia profunda, sino también por una banda sonora extraordinaria, de hermosos sones folclóricos, consiguiendo un producto en el que, es cierto, la forma prepondera sobre el fondo, pero, ¿a quién le importa, si durante casi dos horas podemos embriagarnos de una belleza absoluta, abrumadora, avasalladora?
ESTADOS UNIDOS
Este año en el país del Tío Sam el fenómeno cinematográfico por excelencia (aparte de las huelgas de guionistas e intérpretes, que han puesto patas arriba la industria audiovisual) ha sido el dispar díptico conocido con el acrónimo Barbenheimer, las pelis Barbie y Oppenheimer, unidas por el día de su estreno, en una operación que se antojaba suicida, pero que, sin embargo, a la postre, ha sido muy rentable (1.400 millones y 952 millones de dólares de recaudación mundial, respectivamente), combinando la supuesta (solo supuesta...) superficialidad de la muñeca de Mattel con la complejidad y trascendencia del inventor de la bomba atómica que arrasó con la vida de cientos de miles de personas en Hiroshima y Nagasaki, convirtiéndose en, como se dice en el film, un Destructor de Mundos, usando la poética expresión de uno de los libros sagrados del hinduismo, el Bhagavad-gita. La nueva película de Christopher Nolan (los films de este talentoso cineasta británico se esperan siempre como acontecimientos) era capaz de combinar con inteligencia la compleja historia de este hombre que abrió la caja de Pandora y que, sabedor de ello, intentó infructuosamente cerrarla, con su propia historia personal, un científico de primer nivel que, a pesar del fundamental servicio prestado a su patria, fue perseguido sin piedad en el tristemente conocido episodio de la Caza de Brujas del senador McCarthy.
En cuanto a Barbie, la directora (y también actriz) Greta Gerwig consigue lo casi imposible, que su película se pueda entender, a la vez, como a favor y en contra de la famosa muñeca rubia de Mattel, icono femenino desde hace más de medio siglo, un icono que siempre se relacionó con posturas muy tradicionales y conservadoras, pero que Gerwig consigue, con un film muy medido y a la vez sumamente ameno, dar la vuelta a ese discurso edulcorado para hacer toda una vindicación feminista (y sin abjurar del permanente y pasteloso color rosa, que tiene más mérito...).
Este ha sido también el año de Martin Scorsese y la que quizá sea (según sus propias palabras) su última película como director, Los asesinos de la luna, la percutante denuncia de una de esas villanías que el cine de vez en cuando nos cuenta, para vergüenza del ser humano como especie, la matanza de (al menos) casi tres decenas de indios “osage”, en el condado del mismo nombre, reos del delito de haber encontrado en sus tierras petróleo, ese oro negro que sus blanquitos vecinos deseaban a todo trance, con una magnífica interpretación de dos vacas sagradas tan scorsesianas como Robert de Niro y Leo DiCaprio, pero también de la estupenda india aborigen Lily Gladstone.
Muy distinta, pero también interesante, ha sido la propuesta de Ben Affleck como director (y como actor) en Air, la historia que cuenta la relación de los dirigentes de Nike con el entonces incipiente jugador de basket Michael Jordan, y cómo la apuesta que hicieron por él resultó todo un acierto, para lo que debieron vencer la resistencia de la mamá del genio, una mujer de armas tomar y con mucha más sesera que todo el “staff” directivo de la casa de zapatillas... Muy americana, pero también muy amena, muy bien contada, confirma que Affleck es mejor director que actor, y el trabajo de dos estrellas como Matt Damon y Viola Davis completó la faena.
Paul Schrader confirma su regreso al mundo de los vivos (entiéndase la metáfora: al mundo de los cineastas artísticamente vivos, cuando se ha tirado casi dos décadas en estado catatónico como creador...) con El maestro jardinero, otra pequeña joya, otra de sus películas sobre la culpa y la redención, que tan buen rédito le están dando últimamente en films como El reverendo y, sobre todo, El contador de cartas, en una historia sobre un exsupremacista blanco, atormentado por sus crímenes pasados, saldados con la justicia pero no con su conciencia, y la nueva y estimulante relación, primero profesional, después personal, que entablará con la sobrina mestiza de su jefa.
Ilustración: Una imagen del film El maestro jardinero, de Paul Schrader.
Próximo capítulo: Lo mejor de 2023: cine hispanoamericano, africano y asiático (y III)