Enrique Colmena

En el capítulo anterior (para leerlo pinche aquí) glosamos la figura de las tres personalidades del mundo audiovisual (Berlanga, Fernán Gómez, Gassman) honradas con el entonces Premio Príncipe de Asturias de las Letras entre 1981 (fecha de creación de los galardones) y 2000; en esta segunda entrega haremos lo propio con las cuatro personas (cuatro hombres, en este caso; habrá que denunciar, y lo haremos, la abrumadora prevalencia de los varones con respecto a las féminas en este tipo de honores) que lo fueron entre 2001 y 2010.


Krzysztof Penderecki (2001)

El primero de ellos, curiosamente, no es un artista específicamente cinematográfico, aunque su obra tiene mucha relación con el cine. Krzysztof Eugeniusz Penderecki (Debiça, 1933 – Cracovia, 2020), conocido en el siglo como Krzysztof Penderecki, o más abreviadamente solo Penderecki, fue uno de los más importantes músicos del siglo XX, que extendió su obra también a las primeras décadas del XXI. Su música se caracterizó por su atonalidad, lo que facilitó que numerosas películas de vocación no realista utilizaran sus partituras; el propio Penderecki escribió también varias bandas sonoras directamente para la pantalla.

Penderecki comenzó muy pronto, de hecho, a escribir música para películas: desde 1963 el cine polaco se empieza a beneficiar de las singulares composiciones de su paisano, primero en cortometrajes, después también para largos, a partir de la famosa partitura para El manuscrito encontrado en Zaragoza (1964), de Wojciech Has, en la que Penderecki mezclará hábilmente música orquestal al uso con temas atonales que, ciertamente, debieron desconcertar en su momento, además de utilizar la guitarra española para ambientar la historia, que sucede, como sugiere el título del film, en España. Para Alain Resnais escribirá el “score” de Te amo, te amo (1968), para lo que utilizará etéreos coros de voces humanas en este film de ciencia ficción filosófica sobre viajes en el tiempo. También participará en la banda sonora de Les gauloises bleues (1968), de Michel Cournot, aunque la canción del film la compondrá y cantará Yves Simon. El resto de su obra escrita expresamente para la pantalla, grande o pequeña, en total 35 títulos, lo fueron para películas y series polacas que no tuvieron una repercusión internacional, salvo la épica y elegíaca Katyn (2007), en la que Andrzej Wajda, patriarca del cine polaco, narraba la dolorosa página de la historia de su país en la que las tropas soviéticas, por orden de Stalin, masacraron a la práctica totalidad del desarmado ejército polaco en 1940, en una de esas matanzas sin nombre a las que el ser humano es tan aficionado. Para este film, como cabía esperar, Penderecki escribió una partitura eminentemente clásica, telúricamente trágica, omitiendo en este caso las atonalidades que le eran tan queridas.

En cuanto a la nómina de películas y series que han utilizado la música escrita por Penderecki, la IMDb censa hasta 33 títulos de toda laya, desde la inicial Dulces cazadores (1969), de Ruy Guerra, que utilizó su Polymorphia, hasta Ready Player One (2018), de Spielberg, que curiosamente también utilizó esa misma composición (plagada de sonidos no estrictamente musicales), como también lo harían, entre otros El exorcista (1973), de Friedkin, El resplandor (1980), de Kubrick, e Inland Empire (2006), de Lynch, films a los que ciertamente convenía esta música que no parece de este mundo. Pero la música de Penderecki no se ha utilizado solo para películas que precisaban de una ambientación sonora entre lo apocalíptico y lo surreal; otros films de corte realista han usado de las corcheas y semifusas del polaco, desde Las pandillas del Bronx (1979), de Kaufman, a El Norte (1983), el sentido drama sobre el exilio de Gregory Nava, pasando por el brutal thriller Corazón salvaje (1990), de nuevo de Lynch, y el drama sobre la supervivencia Sin miedo a la vida (1993), de Weir. Ya en el siglo XXI hemos escuchado a Penderecki en films tan conocidos como la dolorosa pero esperanzada Hijos de los hombres (2006), de Alfonso Cuarón, el thriller psicológico Shutter Island (2012), de Scorsese, y el biopic Neruda (2016), de Pablo Larraín.


Woody Allen (2002)

Quizá uno de los más populares premiados con el entonces Príncipe de Asturias, Woody Allen hizo más por la fama de estos galardones en todo el mundo que la mayor parte de los galardonados a lo largo de los casi cuarenta años que llevan instaurados los Premios.

Allan Stewart Konigsberg (Nueva York, 1935), conocido en el siglo como Woody Allen, a veces solo como Woody, es un cineasta de sobras conocido prácticamente por todo el mundo. Tanto que en CRITICALIA le hemos dedicado ya, hasta el momento en que escribimos estas líneas, un total de tres artículos: Auge y declive de su alteza Woody Allen, Los “alter ego” de Woody, y El cine de Woody Allen según sus mujeres, todos ellos originales del autor de este artículo, y cuya lectura sugerimos para quienes quieran profundizar en la obra del actor, director y guionista neoyorquino.

No obstante, citaremos aquí algunas de sus características principales y las distintas fases de su obra. “Gagman” que fue para otros directores, Woody es un cineasta que inicialmente se volcó hacia la comedia, que él trufó de un humor sardónico, culto, en buena medida judío, hasta que demostró que también le interesaba el drama, género en el que ha conseguido obras notables. También evidenció su debilidad por grandes nombres del arte, como Shakespeare, Bergman, Fellini, Dostoievski o Hitchcock, a los que ha homenajeado en varias de sus películas.

Tiene Woody una primera etapa de aprendizaje, que iría desde su debut en la zarrapastrosa pero muy divertida Toma el dinero y corre (1969), hasta La última noche de Boris Grushenko (1975). En la segunda etapa, que podríamos llamar “el esplendor de Woody”, iniciada con Annie Hall (1977), muestra sus cartas, las de un cineasta que ha aprendido plenamente el lenguaje cinematográfico y es capaz de hacer indistintamente comedia, drama y dramedia, y hacerlo siempre con un altísimo nivel, en ocasiones entrando de lleno en la obra maestra, como ocurrirá con Manhattan (1979), Zelig (1983) o La rosa púrpura de El Cairo (1985). A principios de los años noventa comenzaría cierta decadencia; sin perder todavía, en general, un notable nivel de calidad, ya empieza a petardear en algunos títulos, como Alice (1990), Sombras y niebla (1991) y Celebrity (1998), coincidiendo con la abrupta ruptura sentimental con Mia Farrow. Esa etapa se prolonga hasta nuestros días, pues durante todo ese tiempo se alternan los films de interés, como Desmontando a Harry (1997), Un final made in Hollywood (2002), Match Point (2006), Blue Jasmine (2013) e Irrational Man (2015), con películas muy inferiores, en las que Allen no ha acertado, como Acordes y desacuerdos (1999), Vicky Cristina Barcelona (2008), Midnight in Paris (2011) o Magia a la luz de la luna (2013).

Con todo, es evidente que Woody es un referente de la cultura popular culta, si vale el cuasi pleonasmo, un nombre conocido y reconocido, que ha acuñado un personaje inconfundible, aunque tenga mil nombres y mil profesiones: su enclenque judío neoyorquino, rijoso y a la vez temeroso a la muerte, chistoso a veces hasta la verborragia, con una inusual capacidad para hacer chistes dentro de cada diálogo; pero también el director igualmente dotado para drama y comedia, para versionar libérrimamente a otros autores, para ofrecer una visión distinta sobre el ser humano y su forma de relacionarse con los de su especie.


Pedro Almodóvar (2006)

Con un Oscar de Hollywood, dos Globos de Oro, cinco BAFTA de la Academia del Cine Británico, tres César del Cine Francés y nueve Goyas de la Academia del Cine de España, es evidente que Pedro Almodóvar Caballero (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1949), o simplemente Almodóvar, como firma sus películas, era una de las personalidades del mundo del arte que debía ser galardonada con el entonces Premio Príncipe de Asturias.

Procedente de los ambientes “underground” de la contracultura española de los setenta, adalid y mascarón de proa de lo que la Historia conoce como “la movida madrileña”, el manchego Almodóvar se inició en el cine a mediados de los setenta con una serie de cortos provocadores con títulos tan explícitos como Folle... folle... fólleme, Tim! (1978), para poner patas arriba el cine patrio con su debut en el largometraje, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), tan desaliñada formalmente como “epateur”, tan libre como, en el fondo, primaria. Pero Almodóvar fue aprendiendo cine a marchas forzadas, y pronto fue evidente que ese tipo provocador que se travestía y montaba numeritos escondía un talento descomunal. Durante los años ochenta fue afianzándose en su carrera, alternando comedia y drama, con títulos que poco a poco iban cambiando la sensación de que era un mero provocador por la de que se trataba de un autor con un mundo muy personal. Transitó por una versión cañí del Neorrealismo en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), mezcló con habilidad sexo y muerte en Matador (1985), puso en imágenes un tempestuoso triángulo equilátero en La ley del deseo (1987) y, por fin, rodó la comedia que le daría a conocer internacionalmente, la transgresora Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), que le reporta su primera nominación al Oscar.

A partir de ahí la carrera de Almodóvar, con sus altibajos, será la de un cineasta siempre interesante, formalmente cada vez más perfecto en sus películas, alternando comedia y drama, a veces incluso dentro de la misma película. Nos dará entonces obras de mérito, como La flor de mi secreto (1995), Todo sobre mi madre (1999), Volver (2006), La piel que habito (2011) y últimamente una de sus obras mayores, Dolor y gloria (2019), pero también bajará el listón en films claramente inferiores pero plenamente almodovarianos, como Kika (1993), La mala educación (2004) y Los amantes pasajeros (2013).

Sugerimos al lector de CRITICALIA interesado en el cineasta manchego la lectura del artículo Las chicas Almodóvar, sí, pero, ¿y los chicos Almodóvar?, publicado en esta misma web, original del autor de estas líneas.


Bob Dylan (2007)

Aunque evidentemente Bob Dylan es músico y poeta (en esta última faceta recordamos el controvertido Nobel que consiguió en 2016), es también conocida su estrecha relación con el mundo del cine, y no solo como músico o poeta, como veremos.

Robert Allen Zimmerman (Duluth, Minnesota, 1941), conocido en el siglo como Bob Dylan, en homenaje al poeta norteamericano Dylan Thomas, es una de las grandes figuras de la cultura popular del siglo XX. Varias de sus canciones son auténticos himnos existencialistas que varias generaciones siguen aún entonando. Canciones como Blowin’ in the wind, Like a rolling stone, The Times They Are a-Changin' o Hurricane, entre otras muchas, son auténticos monumentos sonoros.

Pero también tiene Dylan en cine una obra, obviamente no de la altura de la musical, pero tampoco despreciable. Así, como actor ha participado en una docena de proyectos, siendo los más llamativos los que interpretó en Pat Garrett y Billy el Niño (1973), para Sam Peckinpah, y en Corazones de fuego (1987), thriller callejero de Richard Marquand. Como director hizo sus pinitos con un mediometraje documental, Eat the document (1972), y en un largo que mezclaba documental y ficción, Renaldo y Clara (1978), que también protagonizó, junto a otras figuras del pop de la época, como Joan Báez, además de actores profesionales como el gran Harry Dean Stanton.

En cuanto a su música y canciones, su incidencia en las bandas sonoras de películas y series televisivas es inmensa: cuando se redactan estas líneas, la IMDb censa más de 800 títulos en los que se han incluido alguna canción o música original de Dylan, una cifra astronómica en la que, por supuesto, hay títulos de toda laya. Citaremos algunos de ellos a modo de ejemplo, como la mítica Easy Rider (1969), de Dennis Hopper, la oscarizada El regreso (1978), de Hal Ashby, Rebeldes (1983), de Coppola, Nacido el 4 de Julio (1989), de Oliver Stone, Forrest Gump (1994), de Zemeckis, Rompiendo las olas (1996), de Lars Von Trier, American beauty (1999), de Sam Mendes, lógicamente Huracán Carter (1999), de Norman Jewison, las series El ala Oeste de la Casa Blanca, Sin rastro y Los Soprano, Brokeback Mountain (2005), de Ang Lee, Elena (2011), de Andrei Zvyagintsev, Los archivos del Pentágono (2017), de Spielberg, y First Man (El primer hombre) (2018), de Damien Chazelle.

Dylan ha sido incluso personaje de cine, no solo en documentales como El último vals (1978), No direction home (2005) y Rolling Thunder Revue (2019), todos de Scorsese, sino también en películas de ficción como I’m not there (2007), de Todd Haynes, donde el músico, o sus “alter ego”, eran interpretados por hasta seis actores y actrices, entre ellos y ellas Christian Bale, Cate Blanchett y Heath Ledger. También se rumorea el posible rodaje de un biopic en el que el músico estaría interpretado por la estrella emergente Timothée Chalamet.


Sobre la relación del cantante con la cinematografía sugerimos la lectura de Dylan. Nobel. Cine, artículo publicado en CRITICALIA, original del autor de estas líneas.

Ilustración: Antonio Banderas, en una imagen de Dolor y gloria (2019), de Pedro Almodóvar.

Próximo capítulo: A propósito de Ennio Morricone y John Williams: los Premios Princesa de Asturias más cinematográficos (III). 2011-2016