Enrique Colmena

Si en la entrega anterior de esta serie de artículos hablábamos de los actores argentinos ya provectos cuya emigración económica a España empezó en el pasado siglo XX (Luppi, Grandinetti, Soriano, Solá), en este nuevo capítulo haremos lo propio con respecto a los intérpretes ya maduros que lo hicieron en este siglo XXI.

Ricardo Darín compone, junto a Luppi y Héctor Alterio, la gran tríada de actores varones argentinos de los últimos cincuenta años. De los tres hemos podido disfrutar en España en múltiples ocasiones; ya hemos habado de Luppi y Alterio, hoy toca hablar de Darín, este tercer triunviro. Bonaerense, como buena parte de los actores argentinos (uno de cada tres habitantes del país vive en el área metropolitana de la capital federal), nacido en una familia de artistas (sus padres eran también actores), Ricardo empezó muy joven, a finales de los años sesenta, siendo aún un niño, en series televisivas. En cine, todavía adolescente, debutó en 1972, aunque su primer gran éxito en ese formato no le llegará hasta los años noventa, cuando protagoniza Perdido por perdido (1993), potente thriller entre lo político y lo criminal, dirigido por el debutante Alberto Lecchi, que le convierte en una figura popular en su país. A finales de siglo interpreta la dramedia romántica El mismo amor, la misma lluvia (1999), a las órdenes de Juan José Campanella, nombre que será fundamental en su carrera.

A comienzos del siglo XXI vuelve a llamar la atención poderosamente como protagonista del hábil thriller de timadores Nueve reinas (2000), bajo la batuta de Fabián Bielinsky, fallecido prematuramente años después; de lo atractivo de la propuesta da idea el hecho de que Hollywood comprara los derechos para hacer la versión USA, que llevaría el título de Criminal (2004), producida por Steven Soderbergh. Poco después Darín hace una de las películas que más ha influido en su popularidad, la comedia El hijo de la novia (2001), de nuevo para Campanella, que es todo un éxito comercial (y de crítica) no solo en Argentina, sino también en España, obrando el raro milagro de “tirar” para su estreno de un film suyo anterior, la mentada El mismo amor, la misma lluvia, y el hecho de que, desde entonces, casi todas las películas argentinas interpretadas por Ricardo tengan exhibición comercial garantizada en nuestro país. La película estuvo nominada al Oscar y contaba, además de con un gran trabajo de Darín, con una pareja de lujo como Héctor Alterio y Norma Aleandro, en una emocionante historia de desmemoria y amor. Actor versátil, vuelve a demostrar su talento para el drama en Kamchatka (2002), de Marcelo Piñeyro, y para la comedia en Luna de Avellaneda (2004), otra vez para Campanella. Tras hacer El aura (2005), última película de Bielinsky antes de morir, debuta en el cine español con La educación de las hadas (2006), con dirección de José Luis Cuerda, a partir del cual simultaneará su trabajo a ambos lados del Atlántico. Así, en Argentina hace el thriller político-social La señal (2007), en el que debutará como director tras el fallecimiento del realizador original, Eduardo Mignogna. En su tierra interpreta otro de sus grandes éxitos, El secreto de sus ojos (2009), percutante thriller sobre la búsqueda de un “serial-killer”, de nuevo bajo la férula de Campanella, consiguiendo el Oscar a la Mejor Película Extranjera. Otros trabajos relevantes en su tierra argentina en esta última década de los años diez serán Un cuento chino (2011), esquinada comedia dirigida por Sebastián Borezstein; Elefante blanco (2012), valiente y combatiente film sobre la lucha contra la pobreza extrema en el mismísimo Buenos Aires, dirigida por Pablo Trapero y con Darín enfundándose en la sotana de un cura obrero; Tesis para un homicidio (2013), notable thriller pleno de ambigüedad, con dirección de Hernán Golfrid; Relatos salvajes (2015), de Damián Szifron, todo un exitazo de taquilla y también con gran acogida de público; Capitán Kóblic (2016), de nuevo de Borezstein, ambientado en la Argentina de la dictadura de Videla y demás secuaces; y La cordillera (2017), de Daniel Mitre, donde interpreta nada menos que al presidente de la república.

En ese mismo tiempo, Darín rodaría en España un buen puñado de películas interesantes, que con él lo fueron aún más. Así, estará Ricardo en El baile de la Victoria (2009), de Fernando Trueba, española pero ambientada y rodada en Chile; Una pistola en cada mano (2012), film de protagonismo coral de Cesc Gay, una estimulante mirada hacia las relaciones entre hombres y mujeres; el percutante thriller de intriga familiar Séptimo (2013), de Patxi Amezcua; el formidable drama sobre la amistad y la muerte, Truman (2015), de nuevo para Cesc Gay, película que conseguiría 5 Premios Goya, entre ellos el de Mejor Actor Protagonista para Ricardo; y Todos lo saben (2018), el film español del prestigioso director iraní Ashgar Farhadi, de nuevo con protagonismo coral. Si hubiera que definir a Ricardo Darín con un solo adjetivo, quizá fuera el de “creíble”: sus personajes son siempre creíbles, nunca vemos al actor por encima del rol, que es seguramente el mejor elogio que se le puede dedicar a un intérprete.

Daniel Freire, también bonaerense, empezó a hacer cine a principios de los años noventa. Estará, aún en roles secundarios, en algunos títulos significativos de su país, como El censor (1993), de Eduardo Calcagno, ambientado en los años de plomo de la dictadura militar, y El Che (19979, peculiar biopic sobre Ernesto Guevara, dirigido por Aníbal di Salvo. Tras interpretar nada menos que a Jesucristo en Las aventuras de Dios (2000), de Eliseo Subiela, emigra a España en los albores del “corralito” en Argentina, afincándose desde entonces en nuestro país. Aquí actuará en Sagitario (2001), el debut en la realización cinematográfica del escritor ilicitano Vicente Molina Foix, pero sobre todo estará en Lucía y el sexo (2001), film entre lo romántico y lo esotérico de Julio Medem, que tiene gran éxito de crítica y público. Desde entonces ha trabajado con regularidad en España tanto en cine como, sobre todo, en televisión; en el primero de esos medios estará en Una pasión singular (2003), el biopic que Antonio Gonzalo rodó sobre Blas Infante, el padre de la patria andaluza, pero también, en un rol secundario, en el éxito comercial del cine español de su año, Campeones (2018), de Javier Fesser; en  el segundo, en el que más se ha prodigado, ha estado en series televisivas tan populares como Ana y los siete, Hermanos y detectives, Doctor Mateo y Amar es para siempre.

El también porteño Leonardo Sbaraglia debutó en cine con solo 16 años en La noche de los lápices (1986), drama sobre la tortura de adolescentes por parte de la dictadura militar, con dirección del histórico Héctor Olivera, que fue todo un acontecimiento en su país; posteriormente Leonardo hará cine y televisión en Argentina durante las décadas siguientes, con títulos reseñables como Tango Feroz: La leyenda de Tanguito (1993), de Marcelo Piñeyro. A partir de mediados de los años noventa su figura, de evidente donosura pero también gran talento interpretativo, se hace imprescindible en el cine argentino en los mejores films de aquel tiempo; así, estará en No te mueras sin decirme a dónde vas (1995), una de las películas poético-románticas típicas de Eliseo Subiela; Caballos salvajes (1995), de nuevo para Piñeyro, donde comparte cabecera de reparto con el gran Héctor Alterio; y los thrillers, ambos distintos y estimulantes, Cenizas del paraíso (1997) y Plata quemada (2000), de nuevo para Piñeyro. A principios del siglo XXI, empujado por la crisis del “corralito” en Argentina, Sbaraglia se traslada a España, donde empezará una carrera que alternará con producciones en su país. En España estará, entre otras, en Intacto (2001), de Juan Carlos Fresnadillo, que le reporta el Premio Goya a la Mejor Interpretación Masculina de Reparto; Deseo (2002), de Gerardo Vera; la tórrida versión de Carmen (2003) de Vicente Aranda, donde era Don José; el doliente thriller político Salvador Puig Antich (2005), de Manuel Huerga; Concursante (2007) y Luces rojas (2012), ambas para Rodrigo Cortés; la comedia de lucha de sexos Una pistola en cada mano (2012), de Cesc Gay; y el poderoso drama Dolor y gloria (2019), la madura película semiautobiográfica de Pedro Almodóvar. En su país, en ese mismo tiempo, también ha llevado a cabo una meritoria carrera, con títulos como la comedia Cleopatra (2003), de Eduardo Mignogna, con la gran Norma Aleandro; la dramedia Las viudas de los jueves (2009), de nuevo para Piñeyro; el thriller El corredor nocturno (2009), dirigida y producida por el español Gerardo Herrero, pero ambientada en Argentina; Sin retorno (2010), intenso drama de uno de los nuevos valores del cine porteño, Miguel Cohan; el thriller entreverado de melodrama Sola contigo (2013), de Alberto Lecchi; Relatos salvajes (2015), de Damián Szifron, donde confluyeron la mayor parte de los talentos interpretativos argentinos del siglo XXI; y el thriller de atracos Al final del túnel (2016), de Rodrigo Grande. En Sbaraglia confluyen, como queda dicho, apostura y sensibilidad artística, versatilidad y buen ojo para escoger papeles.

Esta serie de artículos se inició con la excusa de los estrenos en España de Yo, mi mujer y mi mujer muerta y de Vivir dos veces, ambas protagonizadas por Óscar Martínez, el último de los actores argentinos que glosaremos en esta tercera entrega. El caso de Martínez es peculiar: no es ningún niño; cuando se escriben estas líneas está a punto de cumplir los 70 años; sin embargo, no ha actuado en producciones españolas (salvo una excepción que comentaremos) hasta hace solo unos pocos años. Se inició en su país natal a principios de los años setenta, destacando pronto en el papel del hijo homosexual de Héctor Alterio en La tregua (1974), de Sergio Renán; los años de la dictadura militar apenas apareció en pantalla, dedicándose al teatro, para retomar su carrera cinematográfica tras la caída del régimen de los milicos en films como el drama histórico Asesinato en el Senado de la Nación (1984) y la dramedia romántica Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar (1992), ambas de Juan José Jusid, pero también en No te mueras sin decirme a dónde vas (1995), en clave entre amorosa y fantástica, la habitual de su director Eliseo Subiela. A principios del siglo XXI, a resultas del “corralito”, prueba suerte en España (esta es la excepción antes comentada) en un capítulo de la serie televisiva El comisario, que sin embargo no tendría continuidad; probará también en otras cinematografías, como la alemana, donde hace Berlin is in Germany (2001), de Hannes Stöhr. Sigue trabajando en Argentina durante los siguientes años, con films relevantes como El nido vacío (2008), drama conyugal para Daniel Burman, con Cecilia Roth; Relatos salvajes (2015), de Damián Szifron, donde, como hemos dicho, estuvieron los mejores actores argentinos de este tiempo; el drama ambientado en la dictadura Capitán Kóblic (2016), de Sebastián Borezstein; la comedia Inseparables (2016), de Marcos Carnevale, remake del famoso film francés Intocable (2011); El ciudadano ilustre (2016), de Duprat y Cohn, donde da vida a un Premio Nobel; y la divertida comedia trufada de thriller (o viceversa...) El cuento de las comadrejas (2019), de Juan José Campanella, con leyendas de la actuación como Graciela Borges y Luis Brandoni. En los últimos años, como queda dicho, ha iniciado también una interesante carrera interpretativa en España, generalmente en films de comedia o dramedia, como Toc Toc (2016), de Vicente Villanueva, y las mentadas Yo, mi mujer y mi mujer muerta, de Santi Amodeo, y Vivir dos veces, de María Ripoll. Martínez es, obviamente, un actor segurísimo, igualmente hábil en comedia (donde su capacidad para la gesticulación cómica es una virtud añadida) como en drama, que esperamos poder disfrutar en España durante mucho tiempo en esta su nueva etapa hispana.

Ilustración: Leonardo Sbaraglia, en una imagen de Relatos Salvajes (2015), de Damián Szifron.


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